Si en el país de los ciegos el tuerto es el rey es de suponer que en el país de las sombras lo sean los ciegos. Esto es así aquí y en Pekín, y en Subte (que vendrá a querer decir subterráneo, digo yo) los ciegos, al igual que en el relato de Sábato incluido en “Sobre héroes y tumbas”, vuelven a ser los villanos más hijos de puta que ha dado la literatura. Exagero, claro, siempre. Pero esta reseña no debería empezar así.
Subte es una novela de 92 páginas con mucho salto (de página, je) y un interlineado generoso. Es tanto así que casi puede llevar más tiempo leerla que escribirla. Subte es el tipo de novela perfecta para leer en la cafetería de la Fnac uno de esos tristes días de invierno (acuérdense después de dejarla debajo de la pila para devolverle la forma, no sean cabrones). También vale para la playa, pero no es lo mismo porque no te puedes meter en el papel si no es enterrándote en la arena. Basta de gilipolleces. Es, Subte, el final de una trilogía apocalíptica sobre la deshumanización. La primera, y con diferencia la mejor, fue Plop; la segunda, algo más floja pero igualmente interesante, Frío. Esta, a medio camino entre la una y la otra, es la tercera y última (cosas de trilogías). Después de esto Pinedo murió, aunque es de suponer que no de agotamiento. Hubiera sido bonito disponer de una edición conjunta pero es verdad que comercialmente funciona mejor así. En cualquier caso, haberemus reedición. Al tiempus.
Subte cuenta la historia de una jovencísima mujer embarazada de ocho meses que malvive bajo la tierra con el resto de sus congéneres, obligados todos ellos a tal circunstancia por no se sabe qué mierda de contaminación lumínica o solar o algo así de adverso. Esta chica, que no ve tres en un burro, baja, escapando de unos lobos, por el hueco de un ascensor de lo que parece una vieja mina, llegando al subsuelo del subsuelo, donde viven, ahora sí, los putos ciegos que son como la piel del demonio de malos. Dos estratos, dos sociedades: los unos viviendo en las penumbras, los otros en completa oscuridad pero ambos intensamente ritualistas y, al igual que en el resto de la trilogía, con especial querencia por el sexo salvaje. (Tan salvaje, de hecho, que no sabría yo con cuál quedarme si me viese en el apuro de tener que decidir. Puede que algo menos tolerantes sean los ciegos aunque el control de natalidad de los, digamos, tuertos, sea tan de hacérselo mirar que solito ello equilibre la balanza de la desdicha.)
Y no hay mucho más que decir. Quizá advertir a interesados que su condición de trilogía no implica que sea necesario leer las obras anteriores para entender y/o disfrutar esta, aunque sí es verdad en conjunto, gana, quizá porque así se le perdona la acusada falta de desarrollo argumental. Hay quien dice, y no le falta razón, que por momentos parece un borrador, dando a entender que eso es un poco pasarse. Por otro lado para contar este tipo de historia tampoco es necesario el formato novela-río. Es más, la contundente prosa de Pinedo invita al trazo grueso y la parquedad narrativa. (Nótese que en los abismos insondables de las grutas mineras las extensas descripciones paisajistas puede perfectamente ser sustituidas por el siempre recurrente se golpeó la cabeza contra un saliente de la pared, pero siguió caminando. (Pinedo con esto hace cuatro frases.))
Resumiendo: tres historias completamente diferentes cuyo único punto en común es tener el fin de los tiempos de fondo y de las que se puede extraer la siguiente moraleja: que para sobrevivir hay que ser más bruto que un arado (que no era un secreto tampoco, esto, vaya) y que por muy mal que lo estés pasando en la vida, por muy precarias que sean las condiciones y por muy próximo que veas tu final, no hay excusa para no echar un polvete.
Anexo
A continuación les dejo un extracto de las reseñas que escribí en su momento sobre resto de la trilogía. Sigan el enlace para leerlas enteras (si les apetece, vaya).
PLOP. La relación que existe entre “La carretera” (2006) y “Plop” (2004) en este sentido en mayúscula. En ambas se suceden ininterrumpidamente los actos de crueldad sin límite; en ambas el entorno es tan hostil como las propias seres que lo habitan; en ambas ignoramos los motivos que conducen a ese apocalipsis; en ambas la infancia es la gran perdedora y al mismo tiempo los niños parecen ser los únicos capaces de transmitir cierta ternura, de humanizar a quien los atiende; y el sexo, en ambos casos, no es exclusivamente una cuestión de placer. Especialmente en “Plop” hay tras ello mucho más: sexo placer, sí, pero también sexo dominación, sexo traición, sexo castigo, sexo humillación. (LEER MAS)
FRÍO. Esto va del apocalipsis, again. Si en la primera parte (Plop) lo peor era ver el maltrato infantil, la amoralidad general y cómo se follaban todos a todos sin miramientos ahora la cosa va de pasarlo peor que mal con el cambio climático que después de una revisión de la prima de riesgo es lo peor que le puede pasar al ser humano. Pudiera ser perfectamente un paso atrás ya que aquí, en Frío, parece que esté a punto de ocurrir lo que ocurre en Plop. Un poco rollito precuela, pues, y está por ver si en la tercera parte no se nos contará qué tiene la culpa de todo o si realmente no se habrá equivocado el becario de Salto de Página y las habrá ido pasando a edición en el orden equivocado. (LEER MÁS)