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lunes, 20 de agosto de 2012

“Subte” de Rafael Pinedo


Si en el país de los ciegos el tuerto es el rey es de suponer que en el país de las sombras lo sean los ciegos. Esto es así aquí y en Pekín, y en Subte (que vendrá a querer decir subterráneo, digo yo) los ciegos, al igual que en el relato de Sábato incluido en “Sobre héroes y tumbas”, vuelven a ser los villanos más hijos de puta que ha dado la literatura. Exagero, claro, siempre. Pero esta reseña no debería empezar así. 

Subte es una novela de 92 páginas con mucho salto (de página, je) y un interlineado generoso. Es tanto así que casi puede llevar más tiempo leerla que escribirla. Subte es el tipo de novela perfecta para leer en la cafetería de la Fnac uno de esos tristes días de invierno (acuérdense después de dejarla debajo de la pila para devolverle la forma, no sean cabrones). También vale para la playa, pero no es lo mismo porque no te puedes meter en el papel si no es enterrándote en la arena. Basta de gilipolleces. Es, Subte, el final de una trilogía apocalíptica sobre la deshumanización. La primera, y con diferencia la mejor, fue Plop; la segunda, algo más floja pero igualmente interesante, Frío. Esta, a medio camino entre la una y la otra, es la tercera y última (cosas de trilogías). Después de esto Pinedo murió, aunque es de suponer que no de agotamiento. Hubiera sido bonito disponer de una edición conjunta pero es verdad que comercialmente funciona mejor así. En cualquier caso, haberemus reedición. Al tiempus

Subte cuenta la historia de una jovencísima mujer embarazada de ocho meses que malvive bajo la tierra con el resto de sus congéneres, obligados todos ellos a tal circunstancia por no se sabe qué mierda de contaminación lumínica o solar o algo así de adverso. Esta chica, que no ve tres en un burro, baja, escapando de unos lobos, por el hueco de un ascensor de lo que parece una vieja mina, llegando al subsuelo del subsuelo, donde viven, ahora sí, los putos ciegos que son como la piel del demonio de malos. Dos estratos, dos sociedades: los unos viviendo en las penumbras, los otros en completa oscuridad pero ambos intensamente ritualistas y, al igual que en el resto de la trilogía, con especial querencia por el sexo salvaje. (Tan salvaje, de hecho, que no sabría yo con cuál quedarme si me viese en el apuro de tener que decidir. Puede que algo menos tolerantes sean los ciegos aunque el control de natalidad de los, digamos, tuertos, sea tan de hacérselo mirar que solito ello equilibre la balanza de la desdicha.)

Y no hay mucho más que decir. Quizá advertir a interesados que su condición de trilogía no implica que sea necesario leer las obras anteriores para entender y/o disfrutar esta, aunque sí es verdad en conjunto, gana, quizá porque así se le perdona la acusada falta de desarrollo argumental. Hay quien dice, y no le falta razón, que por momentos parece un borrador, dando a entender que eso es un poco pasarse. Por otro lado para contar este tipo de historia tampoco es necesario el formato novela-río. Es más, la contundente prosa de Pinedo invita al trazo grueso y la parquedad narrativa. (Nótese que en los abismos insondables de las grutas mineras las extensas descripciones paisajistas puede perfectamente ser sustituidas por el siempre recurrente se golpeó la cabeza contra un saliente de la pared, pero siguió caminando. (Pinedo con esto hace cuatro frases.)) 

Resumiendo: tres historias completamente diferentes cuyo único punto en común es tener el fin de los tiempos de fondo y de las que se puede extraer la siguiente moraleja: que para sobrevivir hay que ser más bruto que un arado (que no era un secreto tampoco, esto, vaya) y que por muy mal que lo estés pasando en la vida, por muy precarias que sean las condiciones y por muy próximo que veas tu final, no hay excusa para no echar un polvete. 




Anexo 

A continuación les dejo un extracto de las reseñas que escribí en su momento sobre resto de la trilogía. Sigan el enlace para leerlas enteras (si les apetece, vaya). 


PLOP. La relación que existe entre “La carretera” (2006) y “Plop” (2004) en este sentido en mayúscula. En ambas se suceden ininterrumpidamente los actos de crueldad sin límite; en ambas el entorno es tan hostil como las propias seres que lo habitan; en ambas ignoramos los motivos que conducen a ese apocalipsis; en ambas la infancia es la gran perdedora y al mismo tiempo los niños parecen ser los únicos capaces de transmitir cierta ternura, de humanizar a quien los atiende; y el sexo, en ambos casos, no es exclusivamente una cuestión de placer. Especialmente en “Plop” hay tras ello mucho más: sexo placer, sí, pero también sexo dominación, sexo traición, sexo castigo, sexo humillación. (LEER MAS




FRÍO. Esto va del apocalipsis, again. Si en la primera parte (Plop) lo peor era ver el maltrato infantil, la amoralidad general y cómo se follaban todos a todos sin miramientos ahora la cosa va de pasarlo peor que mal con el cambio climático que después de una revisión de la prima de riesgo es lo peor que le puede pasar al ser humano. Pudiera ser perfectamente un paso atrás ya que aquí, en Frío, parece que esté a punto de ocurrir lo que ocurre en Plop. Un poco rollito precuela, pues, y está por ver si en la tercera parte no se nos contará qué tiene la culpa de todo o si realmente no se habrá equivocado el becario de Salto de Página y las habrá ido pasando a edición en el orden equivocado. (LEER MÁS)





viernes, 9 de diciembre de 2011

"Frío" de Rafael Pinedo

Pues decepción, contenida, sí, pero decepción al fin y al cabo, y no porque sea mala sino porque la esperaba mejor que Plop y no lo es. Por ahí le anda, pero no. 

Pero vayamos por partes. Rafael Pinedo es, era, argentino. Murió en 2006. Al cumplir dieciocho años quemó todo lo que había escrito hasta entonces -dice la editorial en su perfil- y sólo a los cuarenta retomó su producción literaria. Lo de quemar su primera producción es muy argentino; (dicen que) también lo hizo en su momento Sábato, si no recuerdo mal, y miren que bien le fue. Que cunda, pues, el ejemplo. Hasta los veinte uno que escriba lo que le salga de los reales alcázares, lo mismo en cantidad que en calidad, pero que sepa que después ha de quemarlo todito todo en la más absoluta de las intimidades (que no nos enteremos hasta pasado un decenio; nada de ir presumiendo por ahí) incluyendo diarios íntimos y correspondencia privada. De los veinte a los cuarenta vivir, así sin más, que ya no está mal, pero saliendo de casa, nada de hacerlo en el Facebook que luego se nota la falta de experiencias vitales. Después, en la serenidad de la madurez, escribir, entonces sí, para publicar. Con esta fórmula no sólo ahorraríamos papel, ayudando con ello a salvar el Amazonas, sino que nos libraríamos de leer las estupideces que unos cuantos creen que merecen ser leídas. No miro para nadie en concreto pero sí para todo el mundo. 

El caso es que Pinedo murió como mueren los escritores de verdad del otro lado del charco: dejando  inéditas un puñado de obras. Yo no sé qué pasa en Latinoamérica que si no es por Herralde y Mondadori allí no se publica ni el Hola. Angelitos, deben andar todos como locos por morirse para alcanzar la gloria merecida. Pues lo mismo Pinedo. Cuando leí Plop creí que no iba a volver a leer nada más (ver reseña aquí) de este señor -yo soy mucho de meter la pata menos por ingenuo que por desinformado- y ahora resulta que tiene otro libro, Frío, que además quedó finalista en no sé qué premio. Bueno sí que lo sé, era el Premio Planeta Argentina y esto ocurrió en 2004, que digo yo que da igual porque al final el puto libro quedó sin publicar ya no sé si por desinterés o falta de presupuesto. Pero aquí estamos los españoles, valientes como cosacos, que lo mismo conquistamos sus tierras, que tomamos sus mujeres, que editamos sus libros. El caso es no dejar piedra sin remover ni libro sin publicar, ni mujer sin tomar, sí. Pero esto no queda aquí, ya verán. Dice Elvira Navarro, insigne escritora nacional y prologuista del libro en cuestión, que hay otro más porque aquello que parecía algo casual era en realidad una trilogía de armas tomar de bien planificada, que se lo dijo un pajarito porque ella el manuscrito no ha llegado a catarlo. Más o menos esto, con un poco de libre interpretación por mi parte, pero sin salirme de la idea principal.

Pero hablábamos de “Frío”. Esto va del apocalipsis, again. Si en la primera parte (Plop) lo peor era ver el maltrato infantil, la amoralidad general y cómo se follaban todos a todos sin miramientos ahora la cosa va de pasarlo peor que mal con el cambio climático que después de una revisión a la baja de la prima de riesgo es lo peor que le puede pasar al ser humano. Pudiera ser perfectamente un paso atrás ya que aquí, en Frío, parece que esté a punto de ocurrir lo que ocurre en Plop. Un poco rollito precuela, pues, y está por ver si en la tercera parte no se nos contará qué tiene la culpa de todo o si realmente no se habrá equivocado el becario de Salto de Página y las habrá ido pasando a edición en el orden equivocado. Retomando: la cosa va de una niña de unos veinte años que se queda solita sola en una suerte de colegio privado para jovencitas, abandonadita toda ella con su devoción por el santoral y el despertar sexual, que es acordarse de la polla del portero y darle un sofoco de tener que refrescarse con agua bendita. Al poco llegan las ratas que se lo van comiendo todo menos a ella que parece haber hecho un pacto con el demonio y no con dios como se cree. Las historias que cuenta el libro, compartimentado en minúsculos episodios tipo Plop o El Gran Cuaderno (de Agota Kristof) (esto es, dos o tres páginas cada uno) son de una economía de lenguaje ejemplar y van desde la organización diaria, a la caza de ave picuda (único sustento de la muchacha), o a las misas autoinfligidas. Y no les cuento más que les dejo sin libro tan pequeñito que es. En general la cosa va de pasar mucho frío y tenerle un miedo atroz a todos los rabos que no sean de rata. (No me juzguen precipitadamente: este chiste tan fácil tiene más enjundia de lo que aparenta pero si se lo cuento no les iba a hacer maldita la gracia y prefiero quedar yo de gilipollas antes que dejarles a ustedes sin sorpresa.) 

Lo dicho, más de lo mismo: apocalipsis y religión, no poder follar por culpa de ambos y hacerlo mal cuando se intenta por ser ya demasiado tarde y estar demasiado loco. Pero por más bonito que lo haga Pinedo y por más bien que me lo pasé yo con las desdichas ajenas no deja de ser la eterna revisión de los mecanismos de supervivencia de seres débiles que van perdiendo kilos y cordura a partes iguales. El antes y el después y el durante de un infeliz ser humano en el fin de los tiempos y lo mal que se lleva todo si hay exceso de fe porque todo el mundo sabe que para combatir el frío nada mejor juntar dos cuerpos desnudos sean estos de novicia o no pero mejor que sí. El final, que no parece querer otra cosa que provocar rechazo con una imagen efectista, me ha decepcionado bastante precisamente por eso y por otro lado el componente ligeramente sobrenatural de ciertas partes me sacaron pronto de una historia que de otro modo me hubiera podido creer a pies juntillas. A pesar de todo, un buen entretenimiento. Y ya.



lunes, 21 de marzo de 2011

"Plop" de Rafael Pinedo

La competencia sexual, metáfora del dominio del tiempo mediante la procreación, no tiene razón de ser en una sociedad en la que el sexo y la procreación están perfectamente separados; pero Huxley olvida tener en cuenta el individualismo. No supo comprender que el sexo, una vez disociado de la procreación, subsiste no ya como principio de placer, sino como principio de diferenciación narcisista. (“ Las partículas elementales”, Michel Houellebecq). 



Algo que me llamó mucho la atención en la adaptación cinematográfica de “La Carretera” de Cormac McCarthy fue la eliminación de una de las escenas más duras de la novela, cuando los protagonistas, padre e hijo observan, con la tranquilidad que da saber que no te descubrirán, a tres hombres y una mujer embarazada que se aproximan a ellos. Se dejan rebasar y cuando la distancia es prudencialmente segura continuan su camino (ahora detrás). Al caer la noche se detienen y dejan de ser figuras reconocibles para convertirse en una luminaria en el horizonte. Al día siguiente se acercan a los rescoldos de han dejado esos cuatro personajes y mientras el padre se ocupa de asegurar el perímetro el hijo es testigo de una imagen espeluznante: “un bebé carbonizado ennegreciéndose en el espetón, sin cabeza y destripado”. Por aquel entonces me encontraba en una situación un tanto delicada: acababa de ser padre. Mi hija de apenas dos meses dormía mientras yo leía esto. Dejé el libro en la estantería y no volví a enfrentarme a él hasta que hubieron transcurrido un par de semanas o un par de meses, no lo recuerdo. 

Lo que me interesa destacar con esto no es tanto mi experiencia personal con aquella lectura sino la forma que tiene McCarthy de mostrar el ulterior motivo de las relaciones sexuales en el entorno apocalíptico en que se desarrolla su novela. A mi entender, lo que McCarthy pretende con escenas como esta o aquella que muestra a unas mujeres embarazadas viajando encadenadas a un carromato, es destacar el provecho que se extrae de las relaciones sexuales en un mundo cuyo mayor problema es la falta de alimento.

La relación que existe entre “La carretera” (2006) y “Plop” (2004) en este sentido en mayúscula. En ambas se suceden ininterrumpidamente los actos de crueldad sin límite; en ambas el entorno es tan hostil como las propias seres que lo habitan; en ambas ignoramos los motivos que conducen a ese apocalipsis; en ambas la infancia es la gran perdedora y al mismo tiempo los niños parecen ser los únicos capaces de transmitir cierta ternura, de humanizar a quien los atiende; y el sexo, en ambos casos, no es exclusivamente una cuestión de placer. Especialmente en “Plop” hay tras ello mucho más: sexo placer, sí, pero también sexo dominación, sexo traición, sexo castigo, sexo humillación. Es sexo como arma de ofensa y defensa; un objeto de trueque; el principal medio de demostrar el grado de sometimiento de un poblado. Las normas de cortesía  se establecen bajo criterios de sumisión sexual, pero aquí, al contrario que en la novela de McCarthy, no son las mujeres las únicas perjudicadas. Porque en “Plop”, la excelente novela de Rafael Pinedo, hay muchísimo sexo pero no se folla: se usa. Sexo útil. 

Es por todo esto que entiendo “Plop” como una extensión de “La carretera”: al llevar ésta al extremo (1). El motivo es sencillo: la acción se traslada a un futuro lejano e indeterminado y todo lo que en la novela de McCarthy se está perdiendo (la humanidad, fundamentalmente) en “Plop” se ha perdido ya y a lo que asistimos no es como en aquella a la destrucción de la sociedad tal como la conocemos sino a la creación de un nuevo sistema político, económico y social; a la refundación del status quo sustentado nuevamente sobre los axiomas de nuestro pasado más prehistórico. O lo que es lo mismo, a la repetición de los mismos errores a fuerza de obviar lo aprendido. La desolación que sugieren ambas novelas no reside tanto en los hechos narrados como en la certeza de estar ante un retrato pavorosamente lúcido que nos habla de lo que somos y de lo que hemos sido siempre. “Plop” aniquila nuestra esperanza de un futuro mejor.






(1) Es importe aclarar que la novela de Rafael Pinedo es anterior a la de Cormac McCarthy aunque ambas se publicasen en España en 2007. Por lo tanto, cuando digo que "Plop" puede entenderse como una extensión de "La Carretera" lo que quiero decir es que "argumentalmente" pueden entenderse como tal.