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miércoles, 2 de septiembre de 2015

“Los ojos de los peces” de Rubén Abella











El ocho de septiembre hará dos años que publiqué por primera vez el siguiente post. Hasta hace poco aparecía en la columna de la derecha, esa en la que se relacionan los artículos más visitados del blog. La razón de su desaparición fue (es) sencilla: fue denunciado (por segunda vez) por vulnerar no sé qué derecho de propiedad intelectual. (Intelectual, nada menos, como si la inteligencia pudiese guardar relación con este libro.) La primera vez no dije nada: con la elegancia que me caracteriza edité y eliminé las citas y lo restauré en su fecha original para no molestar a nadie y que nadie se fuese a molestar. Meses más tarde me arrepentí y volví a dejar las citas tal cual estaban. De ahí la nueva denuncia, supongo. De modo que aquí estamos, otra vez, ni indignados ni sorprendidos, editando un post que ya nadie visitaba y a nadie interesaba. En esta ocasión, y por aquello de no pecar otra vez de lo mismo, lo publicaré como novedad. Que no se diga que no pongo de mi parte.
Si alguien, quien sea, se avergüenza de lo que ha escrito (Rubén Abella), editado (Fernando Valls) o publicado (Menoscuarto), puede estar tranquilo: he vuelto a eliminar las citas. Eso sí, por no dejar cojo el post, en esta ocasión las he sustituido por breves resúmenes comentados. No será aquí donde se ponga nuevamente en evidencia a este selecto grupo de profesionales: a tan insigne editorial, a tan insigne editor y a tan brillante escritor.

* * * * * * 

Leo este libro por leer algo de la editorial Menoscuarto antes de morir. En mi biblioteca habitual esto era lo más reciente que tenían de ellos. Maldita la hora. Pero seguro que ha sido mala suerte. Seguro que Menoscuarto está repleto de obras magníficas. Estoy convencido de que Fernando Valls, el responsable de este desastre, es un hombre más que capaz de encontrar, entre los escombros de la literatura breve, escritores hechos y derechos que puedan darle al microrrelato un poco más del prestigio que merece. Los ojos de los peces no es un buen ejemplo. De hecho es, de todos los ejemplos posibles, seguramente el peor.

(La cita que ocupaba este espacio y que ha sido eliminada para no herir sensibilidades, contenía un microrrelato completo que hablaba de un hombre que, en el desvarío de la anestesia, cantaba la ubicación de un maletín con un millón de euros en billetes de cien. El cirujano, el anestesista y la enfermera se pusieron fácilmente de acuerdo: al salir de quirófano informarían de la muerte accidental del paciente.
Esto… este microrrelato es perfecto para poner en evidencia el sistema médico medicinal. No salgan de casa sin él.
)

La tentación de llenar esto de citas es grande porque así la reseña se escribiría sola. Rubén Abella es perfectamente capaz de descalificarse él solito. Me conformaré con ir dejando caer una por aquí y otra por allá para que se vayan haciendo una imagen mental de lo quiero decir. (NOTA: las citas son de microcuentos completos; aquí no hay trucos, nada de elegir fragmentos para sacar la cosa de contexto o de quicio o de donde crean algunos que sacamos las cosas en este blog.)

Entrando en materia

Los microrrelatos de este recopilatorio son una sucesión de chistes sin gracia y reflexiones más propias de un estudiante de segundo de la ESO con mucho tiempo libre que de un señor de cuarenta y tantos a quien se le suponen mejores cosas que hacer. Que digo yo si no tendrá Abella algo que pintar en casa, algún mueble que barnizar, alguna puerta que lijar, alguna mujer que tomar. El cine también es una buena opción si no tienes mesa de trabajo o atributos físicos destacables. Hay muchísimas cosas que hacer. Muchísimas. Honestamente, no sé quien le ha dicho a este señor que lo suyo es la nanoliteratura. Si ha sido Fernando Valls entonces Fernando Valls merece muerte por lapidación. O dejarlo a secar como un pimiento en un campo minado de aforismos. Y desde luego esterilizarlo. Bromeo, claro. Claro. 

Pero hablábamos del libro.

En la portada de Los ojos de los peces aparecen unos pescados. No sé si esto quiere decir algo, seguramente sí, pero a mí personalmente se me escapa el chiste y mira que yo para estas cosas tengo buen oído. De la totalidad del libro esto es lo que más me ha dado que pensar. Imagínense el resto. O, mejor, no se lo imaginen, que ya se lo resumo yo: 

En Los ojos de los peces se reflejan, dicen otros reseñistas, grandes cuestiones concentradas en pequeños instantes, como si de un famoso bombón se tratara. Ojear estos ojos de pez, dice Fernando Conde para ABC, es meter los dedos en el enchufe de la buena literatura. Uno esperaba, quizá porque acababa de leer a Lydia Davis, fogonazos de ingenio y humor a raudales y aún sabiendo que era mucho esperar lo que desde luego no esperaba era darse de bruces con la cruda realidad de no encontrarse nada más que — déjenme insistir en este punto— reflexiones de preescolar en relatos protagonizados por personajes que las más de las veces parecen deficientes mentales. [Y sigo poniendo poniendo ejemplo para que mi digan si estoy loco o qué]. Aquí un ejemplo:

(Esta cita, eliminada, también, por amor al prójimo, hablaba de un hombre que trabaja mucho, pero mucho mucho para poder pagar la hipoteca. Es un hombre que, a pesar de no ver a su familia y tener con su pareja una relación casual, se siente orgulloso de poder decir que es dueño del techo bajo el que duerme. El mensaje es claro: mais samba e menos traballar.)


A esto hay que añadirle el típico suicida y un señor que pasa a su lado y unas veces lo empuja y otras no y otras qué sé yo, que debe ser la reflexión en torno al egoísmo o el mal humor o la gente que se suicida y la que no lo hace. Un niño que pinta un dibujo en la pared y hasta que se descubre el pastel hay quien ve en el muro a Basquiat redivivo, vendría a ser la reflexión en torno al arte, como si no hubiera ya suficientes. Un señor que afirma que sólo es él mismo en carnaval, sería sobre la identidad. Un hijo que le dice a su padre que todo va bien cuando en realidad vive en la indigencia, supongo trata del orgullo o la vergüenza o, ya puestos, la crisis. Y un demasiado largo etcétera. Estamos en lo de siempre: si vamos a reducir el microrrelato a una chispa ingeniosa unas veces, vergonzante otras, tratemos al menos de hacer menos evidentes nuestras carencias.

Gracias a que me he leído todo el libro puedo imaginarme perfectamente a Rubén partiéndose de risa con la elección de los nombres (Crisóstomo, Virgilio, Melquiades, Dante, Zenón…) y creyendo que esto es una demostración más de su ingenio, esa cosa que, si nadie pone remedio, se desarrolla como un tumor. El ingenio adopta formas caprichosas; el de Rubén, si acaso no es una ilusión, tiene esta:

(Otra cita eliminada; otro corazón salvado. Cuando un viejo, buen padre y mejor esposo muere sus hijos descubren que en el fondo del armario guardaba látigos, revistas guarras de hombres copulando y cositas de cuero varias. Microrrelato diseñado para demostrar que, por muchas veces que le cambies el pañal, nunca llegarás a conocer a tu abuelo.)

Bien por Rubén Abella y bien por Fernando Valls y bien por el editor jefe de Menoscuarto por su nunca-suficientemente-reconocida-labor-editorial porque al fin y al cabo esta literatura no sólo hace grande cualquier otra sino que alimenta la esperanza de que todo lo que uno escribe, aquí o en cuarto de baño, desde el chiste más zafio a la chorrada más infame, será susceptible, antes o después, de ser editado, publicado y lo que es más importante, alabado. Porque del mismo modo que siempre hay un roto para un descosido, parece que siempre hay un microrrelatista apoyando a otro y el que no se consuela es porque no ha escrito un microchiste. No deja de ser gracioso que un género literario como el del microrrelato (y con permiso de la poesía), siendo tan poca cosa, tenga esa capacidad para concentrar semejante desvergüenza y falta de talento. Y es que da la impresión de que para dedicarse a esto hay que ser un poco bastante inútil.


(En esta ocasión son tres los micros eliminados. El editor puede volver a sonreír.
El
primero nos habla de un hombre que para evitar la rutina decide hacer algo diferente cada día.
Ya está. Es esto. Tiene 21 palabras. Más no se puede decir.
El
segundo es un señora que compra la lotería todos los días pero no se lo dice a su marido no vaya a ser que le toque. La lotería, digo, no su marido.
Es un profundo análisis matrimonial que no tiene igual en el panorama literario.
En el
tercero una señora cocina. Se nos cuenta, paso a paso, la receta. Cuando está listo sirve la comida en su plato y en el de un marido que no está.
De este no sé qué enseñanza extraer, honestamente, supongo que es un microrrelato comodín: vale para todo. Yo me hice un cocido con él.)

martes, 25 de junio de 2013

Fernando Valls o "la muerte nos sienta tan bien"

Recordarán que la revista Quimera sufrió, hace apenas un par de meses, un cambio en su organigrama; un cambio que se cepillaba a todos los que estaban y ponía en su lugar a otros nuevos y relucientes, a saber, Fernando Clemot & Co. Hasta aquí todo normal. Suponíamos entonces que detrás de Clemot estaba su amigo Fernando Valls, que en su momento había sufrido también destitución fulminante del puesto de director de la mencionada revista. Es más fácil seguir Juego de Tronos. 

El caso es que Javier Tomeo, el escritor, murió el sábado. Vaya, sí. Una pena. Yo me enteré por Facebook, que últimamente está de lo más necrófilo (la última es que Matheson ya es leyenda). Apenas un día después ya había un sentido homenaje en El País firmado por Fernando Valls titulado “Javier Tomeo o la fuerza del absurdo”. Temazo.

A Valls –un hombre al que suponemos de naturaleza sensible- también le da mucha pena que se haya muerto Tomeo. Muchísima. Pero la ocasión la pintan calva y tras hacer un breve resumen de su vida, obra y milagros, hace gala de sus dotes para el microrrelato aplicado a la publicidad en el siguiente párrafo:

“En la que seguramente debió de ser la postrera entrevista que concediera, publicada en el último número de la felizmente renacida revista Quimera, comentaba la aparición de una nueva novela: Constructores de monstruos (Alpha Decay), a la que habría que añadir El amante bicolor (1), que en otoño publicará Anagrama, su editor por antonomasia, aunque me consta que sentía mucha simpatía por el joven editor Enric Cucurella. Parece que ha logrado terminar asimismo un libro de microrrelatos, encargo de Menoscuarto, que iba a llevar un prólogo de Irene Andres-Suárez, quizá junto a Ramón Acín, quienes más profundizaron en el conocimiento de su obra.”

Aquí cabe de todo. Pasado presente y futuro. Que si Alpha Decay ha sacado esto, que si Anagrama sacará lo otro, que si él, Valls, como director de la colección de narrativa breve de Menoscuarto, sacará, en breve, lo siguiente: una colección de microrrelatos, un subgénero en el que, sólo unas líneas antes, hace experto a Tomeo: “[Historias mínimas], un extraordinario volumen de singulares microrrelatos, pues se alejan de lo estrictamente narrativo para acercarse al teatro.” Y todo esto a pesar de que el mismo Tomeo, en la entrevista que le hacen en Quimera, reconoce una notable falta de interés en el tema. “No me gusta tampoco demasiado lo que llaman minirelato, la literatura, de minificción, que son seis o siete líneas […] y punto, nada más, todo lo demás lo tiene que poner la imaginación del lector”. Pero, con todo, concluye: “Aunque yo tengo un volumen de minirelatos, a ver si encuentro editor”, una frase que se da de bruces con la de Valls, cuando asegura que Tomeo “ha logrado terminar asimismo un libro de microrrelatos, encargo de Menoscuarto”. A ver en qué quedamos: o es un encargo, o busca editor o qué.

Personalmente me quedo con ese momento publicidad que, como sin querer, se cuela en el obituario del escritor. Ese momento en el que la revista Quimera, que toma aquí conciencia de su muerte y resurrección —feliz, qué duda cabe, toda vez que está siendo capitaneada Clemot, el mejor amigo de los Valls—, tuvo la buena suerte de entrevistar, poco antes de morir, al escritor. O lo que es lo mismo: ahora que se han marchado los paquetes, ya pueden ustedes volver a comprar la revista de más rabiosa actualidad del panorama literario actual. 

Todo esto está muy bien. Tan bien, que no sé cómo no se nos ha ocurrido antes. Me refiero al asunto de publicitarse uno mismo y a sus amigos en los grandes acontecimientos tipo muertes, bautizos, comuniones y saraos erótico-festivos de eventos literarios. Habría bien en plantearse, El País, por ejemplo, la posibilidad de generar ingresos adicionales promoviendo el patrocinio de estos espacios. Así las revistas literarias podrían adelantarse y comprar los derechos de, por ejemplo, la muerte de Javier Marías, y de ese modo, cuando éste falleciese, disponer de banners y menciones a discreción, así como infinidad de links a la revista. O bien pueden ir en plan Valls y hacerlo de gratis total.







(1)Tengo una novela acabada, sin editor todavía (a), que me parece la mejor de las que he escrito, sobre un recaudador de contribuciones, siempre muy kafkiano el tema. Llega a una ciudad a cobrar impuestos de la gente y se encuentra con que ha desaparecido todo el mundo; a partir de ahí construyo una novela muy enloquecida. Ya está lista.” Entrevista en el Quimera de Junio de 2013.
a. Novela póstuma de Javier Tomeo. El fundador y director de Anagrama, Jorge Herralde, recibió hace tan sólo unos días la última novela de Javier Tomeo, El amante bicolor, convertida ya en la obra póstuma del escritor, que el editor prevé publicar a principios del próximo año. (22/06/2013. Última hora. El País).

jueves, 25 de abril de 2013

De Quimeras, Nocillas y otras plantas trepadoras

Hace aproximadamente un año -concretamente el seis de mayo de 2012- Iván Humanes publicó en su blog una entrevista a Juan Vico con motivo de la publicación de su primera novela, Hobo. Anunciaba también que el día 10 de ese mismo mes, el libro sería presentado en La Central del Raval por Fernando Clemot y Ginés S. Cutillas. Hasta aquí todo bastante mediocre, toda vez que los mencionados son unos seres humanos tirando a  desconocidos. Pero, he aquí que Fernando Clemot, Gines S. Cutillas, Juan Vico e Iván Humanes son, ahora, ya, en este momento, cuatro de los seis colaboradores de la nueva etapa de la revista QUIMERA que arranca en el mes de mayo. Haberemus (si no las habemus ya) amiguismos y mamadas a cascoporro, ya verán. 

Pero -¡orjanisasión!- vayamos por orden.  


La Nocilla herida por el rayo 

Pues resulta que a Jaime Rodríguez Z, que hasta ayer había sido director de la revista Quimera, le han dado dos señoras patadas: una en el culo (de patitas a la calle, lo han dejado) y otra en los huevos (fruto inmediato de una traición). Esto de ahora es un relato de los haceres y quereres de un par de seres humanos, a la sazón editores o escritores o arribistas culturales, pero en cualquier caso amigos y colaboradores, en las 24 horas siguientes al primero de los dos acontecimientos literarios del semestre: 

El miércoles 17, Jaime Rodriguez Z. anuncia en Facebook que ha sido fulminantemente destituido como director de Quimera. Dice que no sabía nada, angelito, aunque la cosa iba fatal; que el editor, Miguel Riera, le contó que estaba pensando cerrar la revista porque trabajaba a pérdida. Esto hace semanas. Hace días, Clemot, Fernando Clemot, anuncia que toma las riendas de la revista y hace pública la composición del nuevo equipo. (Ya llegaremos a eso.) Jaime, estupefacto, habla con Clemot pero Clemot no habla con Jaime y la cosa acaba en monólogo. Conclusión: todo el mundo pasa de Jaime, por lo que Jaime, herido, mete entre las piernas el rabo y se lanza al Facebook en busca consuelo, que para sentirse querido es un sitio ideal de la muerte. 

La respuesta es inmediata. Y masiva. ¡Todos quieren a Jaime! ¡Jordi Carrión (excodirector) quiere a Jaime, y Juan Trejo (excodirector) también, y Ernesto Castro y Luis Gámez y Vicente Luis Mora y Marc García (éste, muchísimo) y Manuel Vilas y…! bueno, en fin, media España quiere a Jaime. La media España de siempre, se entiende. Es una lástima que siendo tan majo, Jaime, no haya sido también mejor profesional. Me explico: hay en todo esto, un algo muy curioso: todos sus amigos, esos que lo apoyan incondicionalmente y le recuerdan lo grande que es, lo mucho que ha hecho, la increíble labor de estos últimos siete años (siete años, ya) no será olvidada, parecen no tener en cuenta que la revista pasa (o eso dicen, que habría que verlo) por una complicada situación económica. (Que ya tiene cojones, que una revista literaria que no paga por las colaboraciones no sea capaz de generar ingresos.) Si eso es así -vamos a suponer que sí- será porque hay alguien aquí que últimamente lo habrá estado haciendo como el culo, y el editor (un cobarde, un canalla y un impresentable, sí), que ha sido capaz de tener trabajando gratis durante años a un montón de gente con el cuento de hacerles el currículum, no puede ser el único culpable. 

Luego está Espigado, que es como un caso aparte. 


Espigado como caso aparte

Lo de Miguel Espigado no es normal. Ya lloró lo suyo cuando le dijeron no podía jugar en Diario Kafka y ahora vuelve a las andadas. Por el amor de Dios, que alguien abrace a este chico. 

Pero no hagamos sangre -bastante tiene con lo suyo-. Ahora bien, tampoco dejemos pasar un par de cosas interesantes que dice en un post de su blog. 

Lo primero es felicitarlo. Se ha hecho un hombre. Ha descubierto (un poco porque se lo han soplado, no se crean) que no se debe trabajar sin cobrar para un empresario, sobre todo si éste ha demostrado ser un canalla y un ladrón tanto en el pasado como en el presente. Aplauso. Cuesta creer que hubiese gente que todavía no lo sabía, pero así es. Lo bueno es que los tenemos localizados: trabaja(ba)n casi todos en Quimera. A Espigado, como a los demás, les hacía ilusión verse cada mes en la revista. “Qué coño, nos hacía ilusión ver nuestros textos en letra impresa; buscábamos méritos para el currículum profesional; queríamos visibilidad y promoción como escritores o críticos; sentíamos que el prestigio heredado de Quimera nos daba cierta pertenencia a la familia literaria española.” Ahora, si me perdonan un segundo, me voy a partir el culo de risa en la intimidad. 

Tiene gracia que todos estos se quejen ahora que ya no están ahí para seguir haciendo el memo, con perdón. Durante años el prestigio, la visibilidad, la promoción, los méritos y sobre todo el halo de estupidez consustancial que acompaña siempre al crítico literario y al colaborador ocasional, eran suficiente recompensa. Ahora que están en la calle, no. Ahora resulta que han sido engañados, como si fuesen críos durante una pataleta. Niños, niñas, colaboradores de Quimera, es mejor que lo sepáis: el Ratoncito Pérez no existe. 

La otra cosa interesante (y ya vamos llegando al fondo de la cuestión) que dice Espigado no la dice Espigado (esto es lo mejor) sino Clemot. Es un fragmento de la respuesta que da el segundo a las preguntas que le formula el primero: “[...] ¿qué hicieron los antiguos directores de la revista con los colaboradores de la otra etapa, la anterior a la anterior? ¿Les escribieron? ¿Les dijeron algo? Tengo testimonios si quieres y muchos. Te pueden interesar ya que buscas contrastar. Porque buscas eso, ¿no?” 

A Espigado esto le da igual, al fin y al cabo no le falta razón cuando dice que él no tiene la culpa de aquello, pero no hubiese estado de más, al ver las barbas de tus vecinos cortar y aun habiendo pasado más de seis años, poner las tuyas a remojar o haberlas puestos ya en su momento. Decía que a Espigado le da igual, pero a mí, no. 


Y a partir de aquí, todo suposiciones. 

Por el comentario anterior Clemot parece estar muy bien informado. Sí, ya sabemos que en este mundillo no hay secreto que valga, pero hay en su forma de hablar un deje, un asomo de rencor solidario que no parece encajar con la imagen de independencia que debería dar el gran jefe indio de la nueva directiva de Quimera. 

Hagamos un poco de historia. Antes de que Jordi Carrión, Juan Trejo y Jaime Rodriguez Z. se hiciesen con las riendas de Quimera, la revista estaba dirigida por Fernando Valls (en la foto). A mí todo esto me pilla de oídas, pero piensa mal y acertarás. Pues bien, aquello, dicen, fue un golpe de estado muy similar a este: se cortó (Miguel Riera, cortó) la cabeza de quien decían que había hecho grande la revista (Valls), se arrancó la raíz seca (colaboradores) e inmediatamente después se plantó el combinado de leche, cacao, avellanas y azúcar por todos conocido y se dejó al aire para que le diese el sol. Se quemó, claro. 

Y es más o menos por aquí cuando se me enciende la lucecita (que es como un diablillo que descansa sobre mi hombro y que me sopla indecencias al oído) y, bendito Google, voy haciendo sumas y restas y doy con lo que parece una buena relación entre Valls y Clemot que me da que pensar o cuando menos explica este silencio con pinta de Acto de Venganza Tardío. Un ejemplo: seguramente Valls anuncia en su blog el nuevo libro de Clemot porque le parece un joven prometedor y no porque lo conozca personalmente, trabaje con él y/o sea su amigo. He aquí un fragmento de una entrevista que Juan Luis Tapia le hace para el diario Ideal de Granada: “Nocilla fue una mera operación de medro a cargo de vendedores de humo disfrazados de vanguardistas... Sí hay, en cambio, otros narradores españoles nuevos de gran interés, como Andrés Neuman, Berta Vias Mahou, Ricardo Menéndez Salmón, Isaac Rosa, Pilar Adón, Elvira Navarro, Fernando Clemot o Ignacio Ferrando, por solo citar unos pocos nombres.” Estamos en lo de siempre: qué bueno es este chico y qué suerte que sea mi amigo. 

Respecto a la banda de Clemot, ¿qué decir? Los amigos están para las ocasiones. No parece el modo más profesional de trabajar pero la impresión es que, tal como decía cierto cuentista, esto va por manadas. Lo que aquí ha ocurrido es lo que ocurre siempre: la manada C ha expulsado a la manada Z de la charca del señor R, que es un señor que debe estar encantado con este permanente ir y venir de manadas y mamadas

Y es de esperar, Clemot querido, que a tu manada se la coma, de aquí a equis años, otra, quizá un grupúsculo literario a día de hoy demasiado joven y estúpido pero en vías de formación y posicionamiento. Y no miro para nadie. Yo, si fuese tú, iría preparando, ya, el discurso de despedida para cuando toque buscar consuelo en la red social de turno. En cualquier caso, mi más sincera enhorabuena.