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jueves, 4 de mayo de 2017

“Padre e hijo” de Larry Brown (Trad. Javier Lucini)

Esto será rápido.

No se dejen engañar por la portada, tan sugerente, tan oscura, tan sureña; tampoco se dejen engañar por la estética o la trayectoria de la editorial, también tan sugerente, también tan oscura, también tan sureña. Esta novela es absolutamente convencional y lo es de una forma que, expectativas mediante, resulta francamente molesta cuando no directamente irritante.

La literatura está plagada de repeticiones (que si crisis familiares, que si huidas hacía delante, que si procesos de madurez) que navegan o bien sobre sí mismas o bien sobre tramas de espías arrepentidos, naves espaciales, brujas malvadas o casas encantadas. En este maremágnum de lo cien veces visto hay un género que al cine le gusta especialmente: el de los ex convictos que buscan venganza, esto es, el joven o el adulto que, tras sufrir condena (previo abuso, ya sea violación ya sea simple agresión), sale con ganas de ajustar cuentas con el culpable de su desgracia, tarea que se le da especialmente bien gracias a lo mucho que ha aprendido en prisión los últimos años en materia de espionaje, persecución, cerraduras armamento pesado y nudos marineros. 

Esta novela es exactamente eso y de ahí la brevedad de este post, y de ahí las pocas (por no decir inexistente) ganas de perder mucho el tiempo con algo que ya ha sido reseñado en idénticas novelas (novelas en las que sólo cambia el título y el autor) tantas otras veces a lo largo del tiempo.

Ya no es tanto un problema de escritura plana (y quien dice plana lo dice en el sentido de impersonal, de automática, esto es, en el peor de los sentidos posibles), que la tiene, o de poseer una estructura que bebe hasta atragantarse de la novela de intriga o acción o suspense de los años noventa (léase John Grisham, John Case, Steve Martini o demás ralea, por ejemplo), que también, es que la novela, además de abusar del estereotipo de buenos buenísimos y malos malísimos, recurre a algunos de los tópicos propios de este tipo de novelas, tópicos que uno creía superados hace tiempo, tópicos del tipo estupidez supina, de actos del todo injustificables con el único, insisto, único objetivo de llevar la novela a un punto de tensión más falso que un Judas venido a menos.

Me sabe mal ponerme así pero es que la recta final de esta novela, las últimas cuarenta o cincuenta páginas, son tan absolutamente vergonzosas, es todo tan forzado, tan barato, tan directamente cutre, tan lamentable, que solitas ellas se cargan todo lo que el resto de la novela pudiese tener de bueno, que es casi nada más allá de la tan cacareada, alabada e incomprensiblemente agradecida lectura fácil



Mero entretenimiento. Y cuando digo mero, quiero decir MERO y ni esto más.

jueves, 15 de octubre de 2015

‘Trabajo sucio’ de Larry Brown

Con este libro podemos hacer dos cosas (tres, si tenemos a mano un bote grande vaselina): nos lo podemos tomar en serio o no. Yo prefiero que no. A ustedes no sé pero a mí, si me lo tomo en serio, me entra la risa. En cambio, si no es así, es decir, si me lo tomo a cachondeo, nos reímos juntos, los dos, el libro y yo. Y oye, mucho mejor. 

Hoy toca reseña breve. Mi sentirlo mucho, pero somos lo que queda de nosotros al llegar la noche y yo últimamente me recojo con cucharita. 

Ahora, la reseña.

* * * * * * * 

La historia.

Un negro y un blanco. Un hospital. Al negro le faltan los brazos y las piernas. Al blanco no. Al blanco le falta un poquito de cara por aquí y otro poquito de cara por allí y tiene el cutis más arrugado que una chaqueta de Adolfo Dominguez. Total, que acaban los dos en un hospital veintidós años después de haber salido hechos unos zorros del puto Vietman. Y dice el gangoso… No qué va, es broma. Están los dos en un hospital, eso es verdad. Esto también: la acción tiene lugar un día, un único día con su única noche y la novela es aquello que se cuentan uno a otro. Sobre todo uno al otro, que la cara la habrá perdido, el blanquito, pero la lengua se ve que la tiene intacta. El mutilado es más de profundidad en la mirada y dobles intenciones. Ya lo irán conociendo.

La situación es la siguiente: el negro no puede estar más jodido ni queriendo (ya es seguro a quién le darán el Oscar cuando hagan la película) y el blanco está allí por haber sufrido un desvanecimiento (de tantos) mientras se beneficiaba a la que parecía que iba a ser la mujer de su vida, una señorita de una juventud rayana en lo legal que va fina también de lo suyo. Resulta que a la pobra criatura, cuando tenía nada más que cinco años y jugaba en un jardín, la pilló por banda un perro cabrón que le dejo las piernas más machacadas que las teclas de un piano. 

Total, que están los tres para montar una parada de monstruos.

Pues bien, ese día pasa lo siguiente: 

«Le miré y pensé: «Cómo tiene que ser estar tumbado de espaldas sin brazos ni piernas, sin poder sonarte la nariz, ni poner la tele, ni fumarte un pitillo, ni beberte una cerveza, ni leer un libro, ni rascarte el culo».
—¿Desearías estar muerto? -le pregunté. Mantuve la cerveza oculta entre las sábanas y le miré directamente a los ojos. Ardían.
—Cada minuto que pasa -me respondió.
Me lo temía».

Mal rollito. O sea, veintidós añacos mirado al techo y recurriendo a la evasión mental como solución al lento paso del tiempo. Y mira que veintidós son muchos años pero ni con esas está nuestro protagonista tan loco como para no ver una posibilidad donde en realidad hay un hombre desfigurado. Y le dice, así como quien no quiere la cosa: mátame. Ni por favor le pide. El otro quenó-quenó que él no es así, que él sólo quiere dejar atrás los malos rollos. Y los problemas de conciencia, se ve. Qué malos rollos ni que ocho cuartos, le insiste el negro. Y entonces va y se le cuenta. Su vida digo. Se la cuenta. La novela es, pues, un negro con grandes carencias y un blanco con grandes lagunas pasando revista a la vida del segundo un poco por darle contenido a la novela y otro poco por darle al colega material para pensar en cómo llevarlo a su terreno. También para que tengamos muy clara una cosa: la suerte que ha tenido de dar con tan fantástica mujer, porque si a la novela le quitas demembramientos, desfiguramientos y dos o tres cervezas lo que te va a quedar es poco más que una historia de amor entre feos.

Toda la novela uno preguntándose si lo hará o no lo hará (matarlo, digo) y si lo hace por qué lo hace y si no lo hace cómo puede ser tan hijo de puta. No se plantea realmente una cuestión ética, que es lo primero que espera uno encontrarse, porque no se trata de convencer a nadie a golpe de argumentos desde el momento en que no hay nada que argumentar ni nadie a quien convencer: vivir así no sólo no es vivir, sino que es peor que morir y si no se hace lo que se tiene que hacer es, o bien porque no se tiene corazón o bien porque se tiene demasiado.


* * * * * * *


Por cambiar de tema, toda vez que no me interesa seguir hablando del asunto (que ya sé yo que, si sigo así, se me va a escapar lo que no debiera como, por ejemplo, la razón por la que prefiero reírme de la novela que sufrir con ella), les diré que esta es la segunda publicación de (redoble de tambores) una nueva editorial.

Sí, otra.

¿Hacemos publicidad? Venga, va, que no se diga.

Dirty Works se llaman, casi como la novela. Es decir, que te estrenas y te bautizas al mismo precio. Cuentan en su haber, los señores, con dos libritos. De momento. El diseño, muy bueno, las cosas como son. Tanto el título del libro como el de la editorial no pueden ser más atractivos ni queriendo. 

Lo otro que tienen por ahí es algo que también pinta bien, una cosa autobiográfica de Burrougs Jr. Y lo que está por llegar también promete, pero de eso ya se informan ustedes donde corresponda que a mí no me pagan por palabra. Aquí la web: http://www.dirtyworkseditorial.com/ que, por cierto, tiene un botoncito por ahí que pone blog que lo pinchas y hace clic y abre, pues eso, un blog, pero un blog más que interesante en el que Javier Lucini (editor, escritor y traductor) comenta, pues cosillas que va viendo tipo series (muchas series) pero sobre (aquí quería yo llegar) discos que va escuchando porque se los recomienda no sé quién de no sé qué tienda de Callao o por ahí. Bueno, el caso es que ni corto ni perezoso y sabiendo como sabemos que somos lo que comemos, vemos y escuchamos, me hice con un par de cosillas (tipo Gill Landry, William Elliot Whitmore, Old Crow Medicine Show…) que resulta que me vienen haciendo las horas muerta al volante y las lecturas de las últimas semanas un tanto más felices que antes. 

Y acabo ya esta reseña que iba a ser tan breve.

Dirty Works (y digo esto sin haber cruzado una palabra con ninguno de sus miembros, a los que conozco por ocultarse por otro botón de la web, y habiendo leído nada más que un libro que tampoco es que me haya dejado con el culo torcido) parece, así, a primera vista e independientemente de lo más o menos que te gusten estas cosas, una editorial con un estilo bastante definido, cosa que es muy de agradecer en estos tiempos de publicar lo primero que se ponga a tiro. Mi atención ya la tienen; mi dinero de momento no. Abusaremos un poco más de lo público, si nos dejan, y después… bueno, después ya veremos.

Les mantendré informados.