Mostrando entradas con la etiqueta James Rhodes. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta James Rhodes. Mostrar todas las entradas

jueves, 3 de marzo de 2016

‘Instrumental’ de James Rhodes

Hoy vamos a dejarnos de pesadas introducciones. Quién las necesita, verdad.

Hasta donde yo sé o hasta donde yo sabía hace escasamente una semana, James Rhodes no era nadie, o apenas nadie, si acaso un escritor primerizo. Me equivoqué, sí lo era. Alguien digo. Resulta que el tipo viaja por el mundo adelante tocando el piano y llenando salas y salones y auditorios. Es todo uno llegar y colgar el cartel de no hay entradas. 

En este libro cuenta cómo llegó a tal.

Empezó siendo violado durante cinco años desde que tenía seis. 

Sé lo que están pensando: así cualquiera. Pues no, para nada. Esto lo contó después, una vez llegó a lo más alto. El libro es la historia de su corta vida (no porque haya muerto sino porque todavía es bastante joven): el infierno por el que pasó, las pollas que chupó, las veces que fue sometido. En el colegio dio con un profesor de gimnasia bastante hijo de puta que primero lo cameló y luego lo embistió. Fue tal el abuso y fueron tanto los años que llegó a convertirse en una dinámica habitual, con todo lo que esto tiene de repugnante normalización. Es un infierno que cuesta imaginar, de modo que no voy a perder el tiempo en intentarlo. 

La situación lo destrozó, cambió su vida, lo volvió medio loco, adicto a las drogas, al alcohol, las autolesiones; sumen a esto problemas de memoria, incapacidad para relacionarse… no sé, la lista es demasiado larga:

«[…] autolesiones, depresión, adicción al alcohol y a las drogas, cirugía reparadora, trastorno obsesivo-compulsivo, disociación, incapacidad de mantener relaciones funcionales, rupturas maritales, ingresos forzosos en instituciones mentales, alucinaciones (auditivas y visuales), hipervigilancia, síndrome de estrés postraumático, confusión y vergüenza asociadas al sexo, anorexia y otros trastornos de la alimentación».

Pese a todo, salió adelante. Claro, dicho así parece fácil pero el tipo se las arreglará fenomenalmente bien para dejar claro que para nada. Durante doscientas y pico páginas seremos testigos del horror. En algún momento su rabia será nuestra rabia.

De lo que no nos vamos a librar será de las repeticiones. Ahora estoy bien ahora no. Ahora te lo cuento, ahora también. Doscientas recaídas, a cual más bestia, intentos de suicido… bueno, no sé, el historial completo. Pero lo bueno no es esto. Quiero decir por lo bueno, que lo que hace interesante esta telenovela no es la interpretación, la iluminación o el decorado sino la banda sonora. Rhodes es un buen comunicador. Consigue que sientas lástima por él, claro que eso es fácil, diría incluso inevitable (y si no es así, pedazo de mierda, háztelo mirar) pero sobre todo logra que su pasión casi infantil por la música sea altamente contagiosa. 

Todos los capítulos arrancan con el título de una canción (que tendrán que bajarse de algún lado o buscar en youtube si son ustedes de esos) y una explicación acerca de la misma, que parece ser la técnica que siempre utiliza Rhodes en sus conciertos; un poco aquello que lo ha hecho famoso. Dice, por ejemplo, que Bach es Dios y que en condición de tal se follaba a sus incautas y jóvenes seguidoras, vírgenes y devotas, probablemente, muchas de ellas. Hoy, en este país, por decir mucho menos de esto ya te meten diez días en la cárcel pero fuera de aquí se ve que la gente tiene más sentido del humor y sabe perdonar la blasfemia o bien la interpreta debidamente y lo toma como el cumplido que es.

Pero estoy divagando.

El libro avanza, pues, entre la desesperación y la esperanza y la recaída y la desesperación y la esperanza y la recaída. Y así un buen rato hasta que en equis momento y puesto que hablamos de música y puesto que hablamos de música clásica, Rhodes nos da su versión sobre el estado de las cosas que, hablando mal y en plata, es poco menos que una auténtica mierda. Como en todas las esferas del arte, la música clásica, al igual que ocurre con la narrativa en el campo de la literatura, se ha vuelvo en exceso elitista lo que significa que se ha llenado de imbéciles que creen que lo suyo está un poco por encima de la media, que sólo unas mentes privilegiadas pueden acceder al templo que se han erigido a sí mismos y en el que se han enclaustrado. Esto invita claramente al alejamiento de las masas que, de puro ignorantes y miserables, se refugian en shakiras y bisbales. 

«Resulta evidente que hay problemas importantes en el mundo de la música. Una estrechez de miras por parte de casi todos los que ocupan posiciones influyentes, una negativa infantil, producto esencialmente del miedo y el conservadurismo, a tratar de llegar a un público más amplio, un desesperado aferrarse a lo conocido a pesar de las pruebas abrumadoras de que están en un barco que se hunde, la aversión y la crítica inmediata a cualquiera que se atreva a probar cosas nuevas con música antigua, y, lo que resulta más deprimente, el deseo avaricioso y codicioso de lograr que esa música increíble siga siendo solo suya y de una élite selecta que se ajuste a su criterio de lo que es un oyente válido».

Rhodes, que aspira a repetir lo de Richard Clayderman pero en chanclas, carga contra todo y contra todos y reclama una cura de humildad y modelos de distribución similares a los que ofrece el pop o lo que sea que se escucha hoy día, con la intención de llegar a más público y rendirlos a los pies de la Chacona de Bach o algún movimiento de un nocturno de Chopin. Y Rhodes tiene un plan, o por lo menos, una idea. Esta idea:

«Tengo tantas ganas de salir de la trinchera en la que la música clásica se ha metido ella sólita, que me encuentro en el proceso de crear mi propia discográfica, Instrumental Records. Quiero fundar mi propio centro de creación. […] Instrumental es un sello en el que podré dar a los músicos la oportunidad de grabar lo que quieran. Diseñaremos álbumes preciosos, haremos giras como discográfica, organizaremos conciertos que respetarán la música, a los músicos y al público, apoyaremos a los nuevos talentos con independencia de la edad y el aspecto, pagaremos a los músicos los royalties que merecen, les daremos un control mayor y más completo de lo que quieran hacer, alimentaremos y cuidaremos a una base de seguidores tanto en Internet como en la vida real, que nutran toda esta revolución musical de la que formamos parte».

Sé lo que están pensando y no, no creo que Rhodes haya escrito este libro vender su discográfica. PARA NADA. Lo digo completamente en serio. Bueno, es decir, medio completamente. La historia que cuenta es una historia que había que contar y creo que está contada como tenía que ser contada; otra cosa ya, que, aprovechando la oportunidad que le brinda escribir un libro que cuenta sea leído por masas ingentes de violonchelistas y flautistas, se haga un poco de publicidad. Sí llama la atención, debo confesarlo, la desvergüenza a la que llega cerca del final:

«Si estás leyendo esto y tienes algo que aportar, únete a mí. Si estás en una de las discográficas grandes y harto de que te traten como a una mierda, o si nunca has grabado nada pero te mueres de ganas de hacerlo, cuéntamelo».

Pero bueno, fue violado tantas veces y fue tal el desamparo y el desequilibrio mental que casi parece justicia divina que ahora se le llene el sello de arrebatados pianistas y atractivas violinistas y que entre todos saquen un disco que deje en pañales al primero que publicaron los triunfitos de marras.