Marta Sanz ha recibido el Premio Herralde por este libro.
(Que no es lo mismo.)
Y la razón de que se lo hayan dado, el premio, el Herralde, a Marta Sanz, toda vez que se ha (hemos) (he) descartado que tenga algo que ver con la calidad de la obra en cuestión, ha de ser o bien de orden sexual o bien de orden amistoso. (¿He oído «o bien de orden comercial»?(1)) Será que abraza bien, que tiene una sonrisa bonita o tal seguridad en sí misma que levanta España ella sola. O será por contestataria. Igual es que le tienen miedo y prefieren pagarle alguna terapia. Insisto en que por el libro no es. Seguro. O casi. Insisto, también, lo siento, en que no lo ha ganado. Y aquí sí que no tengo dudas.
Me puedo equivocar, pero sería la primera vez.
Se supone que Farándula trata sobre el mundo del teatro y un poco del cine, algo de la televisión… Un grupo de gente prepara, con un presupuesto irrisorio que viene a dar una idea bastante aproximada de lo mal que está el panorama, una obra de teatro llamada “Eva al desnudo”. La obra está basada en la película del mismo nombre, película que, si no han visto, no sé qué coño hacen que no se la estánbajando comprando. Los actores son una mujer que entra en la madurez, en cierto modo reconocida (dentro de unos límites bastante estrechos en que menea su farandulismo) y un tanto belicosa, como nos gusta imaginar a la propia Marta Sanz, También aparece la clásica jovencita alocada que quiere triunfar y que parece dispuesta a lo que sea para ello, incluyendo participar en un reality tipo mujeres hombre y viceversa. Otros actores, meros figurantes, interpretan papeles fácilmente reconocibles también en la película/obra de teatro en que se inspira la obra.
Me puedo equivocar, pero sería la primera vez.
Se supone que Farándula trata sobre el mundo del teatro y un poco del cine, algo de la televisión… Un grupo de gente prepara, con un presupuesto irrisorio que viene a dar una idea bastante aproximada de lo mal que está el panorama, una obra de teatro llamada “Eva al desnudo”. La obra está basada en la película del mismo nombre, película que, si no han visto, no sé qué coño hacen que no se la están
Marta Sanz reproduce, pues, un poco a su manera y otro poco también, el universo de miserias que ya en su momento evidenció Mankiewicz, lo que viene haciendo doblemente prescindible esta novela.
Pero el problema no es este, al fin y al cabo hace ya tiempo (desde Shakesperare, más o menos) que dejamos de buscar originalidad en los argumentos de las obras que leemos. El problema es otro. El problema es el aburrimiento al que Marta nos somete página tras página a golpe de enumeraciones. No voy a perder el tiempo reescribiendo precisamente aquello que recomiendo no leer, pero baste decir que no veía tal cosa desde la etapa dorada de Joaquín Sabina. Sirva como ejemplo que mientras para unos la gente son nietos de toreros disfrazados de ciclistas, ediles socialistas, putones verbeneros, para otras la gente es
«[…] son maestras de niños huérfanos, niños huérfanos, campeones paralímpicos de natación, asesinos, la madre Teresa de Calcuta y el Papa del Palmar de Troya, violadores, viejecitas que viven solas y que nunca han roto un plato, científicos locos, trabajadores del matadero, especuladores, mujeres generosas que preparan grandes cenas y se quedan a velar a los pacientes de los hospitales, estudiantes desesperados, auxiliares de enfermería que te cogen la vena a la primera -¡benditas sean!-, traperos multados por la policía municipal, parados de cincuenta que parece que ya han cumplido setenta y nueve, actrices que dejan de trabajar por viejas pellejas, adulteradores de potitos, aceites y otros alimentos, maltratadores, conductores que atropellan a un chiquilín y se dan a la fuga, donantes de sangre, prestamistas, cofrades de semana santa, tasadores del precio del agua, sacerdotes pederastas, ateos filántropos, gitanos que se rompen la camisa en las bodas, lectores que estropean los libros y lectores que los dignifican, defraudadores, chóferes de coches oficiales que piden compasión…»
Y un largo etcétera. Tanto como 900 palabras más. Y esto, así, sin parar, casi página tras página, en un intento no sé si abarcarlo todo o demarcar demasiado.
Se olvida, Marta, de que la paciencia del lector no es infinita pero se olvida también de crear personajes que no sean meros arquetipos de las películas de otros (el joven galán triunfador que fracasa cuando descubre que tiene conciencia y decide politizarse frente a la vieja gloria que muere de hambre mientras espera el tan cacareado y tantas veces prometido Hogar del actor, proyecto de geriátrico subvencionado que nunca llegó); se olvida de dotar a su novela, no de un argumento, que lo tiene, sino algo que obligue al lector a leer, (y no me refiero necesariamente a una trama (2)) que lo invite a esforzarse o que directamente le prometa, aunque sea mentira, que al volver la página todo será diferente, que no se va a encontrar lo que sabe que se va a encontrar, que todo va a terminar como sabe que va a terminar, que oculta un as en la manga, Marta, o un conejo en su chistera.
A no ser, claro, que en realidad todo esto no vaya de cine y teatro sino de literatura, que lo que ocurre entre bambalinas sea fiel reflejo de aquello que ella conoce mucho mejor: jóvenes escritores con ese mal de altura que les lleva a mirarlo todo por encima del hombre; mujeres de cierta edad y reconocido prestigio ya un poco hartas de todo; superventas de éxitos que penden de hilos o meros espectadores, escritores con labia pero sin posibilidades a quienes sólo les quedan ya el postureo de fin de carrera literaria:
«Natalia de Miguel mantiene otra conversación con su supuesta mejor amiga. Las dos, sentadas en posición de loto sobre la colcha rosa de una cama con dosel, se cogen las manos: «Tía, esta noche voy a tener una cita con Alb.» La amiga hace un mohín que, como es habitual -Valeria había empezado a comprender los tics, las sinestesias y los automatismos del programa-, se subraya por medio del ruido de la puerta con los goznes rasgados por el óxido: «¿Con Alb? Pero si es un chulo.» La mejor amiga se come las vocales a una velocidad vertiginosa. En ese mismo instante Alb se pone crema concentrando toda su atención en el bíceps de su brazo derecho. Natalia alardea de vocabulario: «Sí, tía, es un narcisista. Pero me encanta.»
Porque si esto así, si esto va de meter pullas y dar patadas y collejas y poner en evidencia las vergüenzas del gremio al que la propia Marta se adscribe mal que le pese y más desde que acepta regalías como esta, entonces sí le abrimos la muralla, la dejamos pasar y hasta le damos un beso en la boca por valiente, porque no hay acto más digno que mostrar la verdad que se oculta a la vista de todos y encima declararte culpable.
Bromas aparte y ya para terminar quiero decir, en mi humilde (es un decir) opinión, una novela es algo más que un nombre en la portada; que esa editorial no es lo que era y que un premio amañado ya no hace currículum.
(1) Un par de semanas después de haber escrito (que no publicado) este post apareció en Jot Down una larga entrevista con la escritora en la que afirmaba lo siguiente:
«[...] para mí el Premio Herralde, sumado a una trayectoria de veinte años de escritura pública, ha sido completamente decisivo. Yo cuento en cada momento lo que quiero contar, lo que me duele y me inquieta, con premio o sin premio; a veces esas cosas no interesan. Y no llegan a un público grande. Sin embargo, otras veces eres capaz de sintonizar con un público más grande: ese ha sido el caso de Farándula y en eso soy muy consciente de que los premios funcionan como mecanismos de publicitación de textos, autores y editoriales.En España… En España, sí. Los que fomentan las propias editoriales, sí. Los premios que no son a obra ya publicada, sí».
(2) A este respecto, Marta también se pronuncia (o justifica) en la ya mencionada entrevista:
«Lo que digo es que dentro de una sociedad neoliberal se explota extremadamente esa forma [la trama]. Esa forma, porque, como te decía antes, considero que todas las formas son ideológicas. La decisión estética de privilegiar la trama por encima de otros elementos narrativos, esa estrategia estética, es la expresión de una ideología neoliberal que busca la asequibilidad y la comercialidad de los textos. El reconocimiento por parte del lector, la familiaridad y el «no molestar».[…]A qué le llamamos escribir bien, a qué le llamamos un narrador ágil, por qué escribir bien se asocia con ser un virtuoso constructor de tramas, en cuatro rasgos, con no ser informativo, con no hablar de política en la literatura, con ser expresivo y no explicativo.»