Terminé este libro al tercer intento. Esto es un mal rollo terrible, no sólo porque conozco a Rubén sino porque viene a demostrar(me) que algo no ha ido bien desde el principio, toda vez que el libro tiene no más de 120 páginas de letra legible (diría incluso bonita si no fuera una cursilería impropia de este blog).
Leo a Rubén Martín con sincero interés. Me siento, abro su libro —me torturo y busco sin éxito la forma de sobrellevar el peso de los injustificables 22 euros invertidos— y me dejo llevar. Cómo no hacerlo; presten atención al comienzo:
BOGDANO SABE QUE SU PADRE ya no es capaz de distinguir entre trabajo y realidad. Es algo que le preocupa.
Lo que está haciendo ahora Bogdano es ensillar su cabeza. Su propia cabeza. Asegura las hebillas, tira de correas de cuero, sube a su frente y pica espuelas en sus mejillas. Corre hacia aquí. Nos rebasa. Vemos entonces que en realidad corría hacia allí. Reparamos también en que eso que al principio habíamos tomado por su cabeza no es más que la cabeza de un caballo común. Las retransmisiones tienen ese problema: todo lo que se dice, por el simple hecho de decirlo, suena y es impostado. Pero el caballo se aleja, así que es necesario que empecemos a movernos, de otro modo no vais a entender nada. Azuzad a vuestras cabalgaduras, manteneos a su paso y atended a mis advertencias durante la persecución. Nadie muere en esta historia, niños, apenas ningún Bogdano ha sido maltratado para hacer posible la diversión de hoy; nadie sufre verdaderamente en esta excursión de Bogdano por la logorrea, por una logorrea que él conoce ya de memoria, que ha recorrido al menos dos o tres veces antes a lo largo de treinta y tantos años de vida y treinta y tantos años de hacer gárgaras con su propia lengua. Independientemente del número de personas que veáis padecer a manos de nuestro concursante en este particular safari para necios, recordad que toda esta barbarie se encuentra más en palabra que en acto.
Hay que estar un poco loco para escribir algo como esto (siendo esto el libro en su totalidad) y mucho para publicarlo. Y hay que tener mucho de algo que no sé qué es para plantearse simplemente buscarlo, no digamos ya comprarlo, no digamos ya leerlo. No digamos ya terminarlo.
“Menos joven” es el falso título de un libro llamado “El peinado de Calígula” que en la ficción es el nombre de un programa de radio dirigido a niños a los que se trata como adultos y que tiene maneras de concurso. De hecho todo el libro es el locutor retransmitiendo la jugada del protagonista, Bogdano en este caso, que, subido a un caballo (a la cabeza de un caballo) debe cazar a sus ídolos, entendiendo como ídolo “un enemigo de culto, alguien que era amigo y ya no lo es, para que me entiendan los más pequeños”. Y hasta aquí la parte fácil.
El mensaje, que se va dejando caer poco a poco entre la siempre incansable y en ocasiones por barroca insoportable verborrea del locutor, viene a ser algo así como el deseo de matar al padre, acabar con los mitos heredados y crear un altar al que subir a quienes deseemos admirar, héroes de ayer-hoy-y-siempre o no. Esta idea es, con diferencia, lo mejor de la novela, y el modo de plantearlo, un programa de radio para niños dirigidos a los adultos en la que el protagonista ha de ir cazando a los ídolos de su infancia, me parece, lo digo en serio, fantástica. La clase de premisa que entusiasma. Pero todos los excesos son malos. Al final (y al principio y en el durante) el autor acaba por agotar al lector con ese estilo retorcido, alambicado y lo que venía siendo una magnífica idea acaba en un sinfín de palabrotas que no favorecen precisamente el avance de la narración.
En la declaración de intenciones de El peinado de Calígula se alude de manera expresa a nuestro repudio hacia la facilona alegoría de matar al padre y a nuestro deseo de sustituir dicha repugnante alegoría por la más sensata «charla con el padre», pero el carácter obcecado de Bogdano nos obliga a lavarnos las manos ante una eventual extralimitación. No habría nada de respetable en ella, pero tampoco es que haya nada de divertido en lo respetable (la contextualización me está matando). Bogdano es libre de caer en la encerrona en espiral de su rabia y contravenir el contrato con nuestra organización, que a fin de cuentas no compromete a otra cosa que a un chit-chat con tus ídolos: «Querido sir Richard Burton, sir humano, vengo a darle una lección de anatomía de mi melancolía: acaba usted de ganar un premio, pero el problema es que me lo ha ganado a mí, y eso es imperdonable».
[La reseña es abandonada en este punto exacto, ni antes ni después]