Porque no sé por dónde empezar es por lo que voy a empezar por aquí: yo les cuento muy someramente y con rigor cero el argumento, ustedes precipitan juicios a placer y luego sacamos conclusiones y al troll que llevamos dentro. Atentos.
Esto empieza con uno que roba una baratija y otro que lo persigue. El primero monta una serpiente y el segundo una libélula granate. Te meas. Juegan a la pilla hasta el fin de mundo conocido, cuando el malo se escapa cruzando un abismo insondable —que de todos los abismos son los mejores— y el otro no porque es medio planta de interior y aquello le supera por todos lados. El ladrón se ha llevado una reliquia de valor incalculado que nadie sabe qué es pero que probablemente lo mismo pueda salvar el universo que preparar huevos con chistorra. Le gente, pese a su confesa supina ignorancia, se enfada más que en twitter y prometen lapidaciones y degüellos a tumba abierta por el robo motivo por el cual tres personajes, inocentes como corderitos, salen por patas, por listos y por huevones.
Ahora —y si voy a entrar en detalle que ya les adelanto que sí— viene la parte en que les cuento aquello que, mientras dibujo las frases en mi cabeza segundos antes de plasmarlas en el papel, me lleva a preguntarme en qué demonios estaba yo pensando mientras leía y no dejaba esta novela y si no será mucho acto de fe tanto acto de fe en según quién.
Asumo la contradicción y sigo.
Los tres estos, es decir, el soldado Inmaculado, un pedazo de imbécil como no se ha visto en la literatura desde Frodo; la ejecutiva estresada y el mismísimo Gandalf redivivo, una suerte de Virgilio desorientado, recorren los varios círculos de la tierra media siguiendo la vía del tren en busca de la entrada al inframundo al que se han llevado la Piedra Filosofal (mero MacGuffin de esta primera parte) para lo cual tendrán que cruzar minas Tirith, entre otras maravillas de una naturaleza hostiable como pocas. Completan el ka-tet el marionetista loco, también llamado Miyamoto el Cabrón (que ya me dirás tú si no había nombres mejores), josiño el trampero y la novia ninfómana de Conan. Y todos con caracoles en la cabeza, porque en este mundo, en este Círculo Crepuscular del Tren Chuchú, la simbiosis lleva tiempo de moda siendo los moluscos lo más: inteligentes, divertidos, terapéuticos, rejuvenecedores (baba de caracol: un clásico de la cosmética); el complemento perfecto para el hombre del mañana, que unidos a la babosa telégrafo, el milpiés locomotora, la oruga quitanieves o la avispa guardián son como para no salir de la charca en la puta vida.
O sea, TE MEAS.
La novela es básicamente otra puta novela sobre tres, cuatro o cinco que van en busca de algo que como poco salvará el mundo para lo cual han de cruzarlo (el mundo, digo) de punta a punta viviendo en el durante mil aventuras, saliendo de apuros varios y descubriendo el amor, el valor de amistad y la intemperie.
Puestos a buscarle defectos, la novela adolece por todas partes de consistencia —no siendo las más de la veces una suerte de viaje trasnochado y psicodélico que obliga a aceptar caracol como animal de compañía— además de ese mínimo exigible que sería, más que un correcto worldbuiding que cree saber hacer cualquiera que haya jugado un par de veces al Age of Empires, una correcta construcción de personajes que sean algo más que estereotipos y que directamente no tengan la profundidad de un plato de sopa porque luego llega el clásico momento Comunidad del anillo y no te dan las cuentas, ni las razones de peso para justificar tamaños sentimientos en semejante unión.
(Ni malditas las ganas, dicho sea de paso, de seguir justificando, por mucha Cuestión de Gusto que sea, un exceso tal de coloquialismo en la prosa que más parece una manera de disimular carencias varias que un estilo macarrónico propio, íntimo y personal).
Con todo (ahora, los besos) la propuesta, en general, es sugerente (en particular ya no tanto, al menos durante una torpe y casi diría juvenil (infantil, incluso, me temo, en más de una ocasión) primera parte frente a una segunda donde a Bueso, toda vez que ya ha presentado personajes y situaciones, se le nota más relajado y centrado en la historia). No soy experto en literatura fantástica española pero así a bote pronto diría que esto se acerca bastante a la idea que personalmente tengo de Propuesta Ambiciosa (todo lo ambiciosa que pueda ser una propuesta como esta, se entiende) (y lo digo como un cumplido desde el momento que la literatura —literatura en general, no exclusivamente la de género, que, como digo, desconozco— que se practica en este país lleva demasiados años anclada en el conformismo, la apatía y la ausencia total de, insisto, ambición). Le habrá salido mejor, le habrá salido peor, le habrá salido para menores de quince (he aquí, en mi opinión, su mayor y peor defecto; que quisiera yo hablar de un Bueso duro de roer y me tengo que joder, morder la lengua y llevar el libro a la estantería de mis hijos), pero ahí está.
(Me he saltado la parte que tiene que ver con la promoción del libro, esa que trata el tema de la varias ediciones más o menos limitadas y las portadas más o menos variadas —con diferencia lo más divertido del asunto— por varias razones pero fundamentalmente por una cuestión de tiempo y espacio y por no abusar de su santa paciencia y…, bueno, mira, porque cada uno hace con su dinero lo que quiere, desde comprarse un iPhone para mandar whatsapps a comprarse un libro numerado y forrado con pan de oro o firmado con sangre y semen del autor).