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viernes, 20 de junio de 2014

“Aniquilación” de Jeff Vandermeer

No sé ni por dónde empezar. 

Atentos al argumento:

En el planeta Tierra hay una zona X, que es un espacio de proporciones indefinidas que, al igual que la Nada de La historia interminable, avanza que te avanza y no deja de avanzar y a la que se llega no se sabe cómo, así, de repente. La zona X es, como su nombre indica, una gran incógnita que no se resuelve ni con la fórmula de la Coca-Cola. A ella llegan cuatro chicas como cuatro soles, la psicóloca, la antropóloga, la topógrafa y la bióloga, que se llaman entre ellas por sus quehaceres diarios, como en las novelas de Saramago: Pass me the butter, please, antropóloga. En este plan:

«La topógrafa blasfemó y se la quedó mirando. Tenía un genio que debió de considerarse una cualidad. La antropóloga, en su estilo, se levantó sin protestar. Y yo, en el mío, estaba demasiado ocupada observando como para tomarme personalmente aquel despertar. Por ejemplo, advertí la crueldad de la sonrisa casi imperceptible en los labios de la psicóloga mientras nos veía pugnar por adaptarnos, con la antropóloga todavía flaqueando y disculpándose por ello».

Total, que al llegar al Mundo Perdido se encuentran al jabalí de La princesa Mononoke y el bunker de Perdidos, primo-hermano de La Casa de Hojas y ya tienen para investigar un rato largo. Porque, a todo esto, no lo he dicho, pero ellas van a la Zona para investigar, enviadas por una gran corporación que además de no darles una triste pista de lo que se van a encontrar hace como Gran Hermano, les pone para que sufran más. A partir de ya todo son desconfianzas y no tardarán en ponerse de uñas, buenas son ellas, lo que las conducirá irremisiblemente a catastróficas crisis de convivencia.

«La topógrafa asintió malhumorada y apartó la vista. La psicóloga emitió un suspiro audible, de alivio o de cansancio.
—Pues está decidido —concluyó, y pasó rozando a la topógrafa para ir a preparar el desayuno. Hasta entonces siempre lo preparaba la antropóloga.»

Esto con la Nespresso no pasaba.

La cosa, pues, va de descubrir, con ellas, qué sitio raro es ese que se ha cepillado a los integrantes de no menos de once expediciones anteriores. La narradora es la bióloga, que ha ido allí para saber qué vainas ha pasado con su marido (también, en su momento, explorador) y con sus amiguetes, machos alfa todos.

La novela es de acción demorada, como la peli de El Hobbit, con esa eterna promesa de que pronto va a pasar algo. La bióloga va contando sus cosillas, intimidades, cómo era ella con su marido, ese hombre maravilloso que la apartó de la mala vida. La bióloga mola, en realidad, aunque es un poco Pocahontas. No era (es) una mujer cualquiera. Para nada. Bebía, iba con hombres y prefería mirar un caracol que ver un partido de futbol. Ahora se rebela no comprándose el iPhone y leyendo spoilers de Juego de Tronos. Es broma. Medio broma.

La novela es un pastiche. No pasa nada, los pastiches también tienen derechos, especialmente en las novelas de género. Lo que no tiene mucha explicación es que uno llegue a un mundo perdido, salvaje, inexplorado y con más misterios que dónde se fabrican y a lo más que lleguemos es a ver a punki haciendo grafitis y los restos de una batalla en la playa. Estoy exagerando. En realidad es todo mucho menos trepidante de lo que lo parece.

Lo bonito es que incluye mensaje ecologista, que es algo que no se ve todos los días. Qué coño, si funcionó con Avatar…

«Lo terrible, lo que no puedo ignorar después de todo lo que he visto, es que ya no estoy convencida de que se trate de algo malo. No ante la naturaleza inmaculada del Área X en comparación con el otro mundo, que tanto hemos alterado».

Ah, casi me olvido: esta es la primera parte de una trilogía, de ahí el encadenamiento de incógnitas, que es de suponer que se resolverá al final siempre que no vaya demasiado bien y haya que ampliar con episodios IV, V y VI o precuelas y spin offs.

Bueno, en fin, que tienes que tener un día muy bueno para que te guste esta cosa.