Esta colección de relatos está llena de viejos y de gilipollas. Y de viejos gilipollas. De gilipollas siempre, y de viejos, casi. Trata mucho de lo que debe saltar a la vista justito antes de morir, (“…se aprende mientras se vive, aunque no sé de qué sirve, así, justo antes de morir”) así como de aquello que tiene que ver con saber que tu vida es una mierda y que tú no serás nunca nada más que un imbécil y un indeseable. Los protagonistas de estas historias son seres tristes, cínicos, desencantados de la vida. Hartos de la vida. Unos tipos geniales, en definitiva.
“Mientras estaba allí sentado, pensando en cómo librarme de él –pensé incluso en prenderle fuego, siempre llevo conmigo un encendedor con llama alta-, ocurrió una de esas casualidades que favorecen a uno: tuvo lugar un accidente.”
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Un tipo interesante, Askildsen. En una entrevista rescatada de El País en 2008 aseguraba llevar once años sin publicar nada simplemente porque llevaba once años sin escribir nada que le gustase le suficiente para sacarlo a la luz. Y hablamos de un hombre que escribe -o escribía, por entonces- un poco cada día. Empieza cuentos que no termina, dice, porque no sabe qué hacer con ellos. “He escrito algunos principios, pero llego a un punto desde donde ya no puedo continuar. […] Quiero, pero no puedo.” ¡Chapó! Supongo que a sus 80 años Askildsen podría simplemente dejar de escribir o pasarse al microrrelato del mismo modo que Transtromer se pasó al haiku quizá viendo que aquello no daba para mucho más después del ictus, pero no lo hace. Askildsen, digo; no lo deja. Escribe, fracasa y vuelve a intentarlo y vuelve a fracasar y si no sale, no sale, pero no publica cualquier chorrada ni se junta con cuatro amiguetes para publicar una antología de memeces en la editorial de alguno de ellos.
Entrando en materia: Askildsen, en la misma entrevista: “El cometido del autor es hacer leer al lector. No se tiene el derecho a esperar algo del lector. Si consigues que él muerda el anzuelo, también hay que subir el pez del agua. Y entonces mi intención es que el lector en cierta manera sea sinónimo del pez que llega a tierra y se queda coleando y que no necesariamente se lo pase muy bien. Yo deseo crear desasosiego. No me gusta un relato que no crea desasosiego.” Y sí, es cierto. Yo, sufrido lector de relatos –género con el que trato de reconciliarme con notable éxito– doy fe: salvo contadas excepciones, todos estos cuentos pueden presumir de tener un anzuelo cojonudo. Y sí, otra cosa no, pero desasosiego hay para dar y tomar.
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Este recopilatorio relativamente pequeño agrupa tres libros de relatos: Últimas notas de Thomas F. para la humanidad, Un vasto y desierto paisaje y Los perros de Tesalónica. En ellos todos los protagonistas son hombres adultos cuando no directamente viejos que parecen tener algún problema con el mundo. Pero ojo, no esperen vejetess encantadores, reflexivos, serenos, sabios, dulces y gentiles como papás noeles, sino ásperos como papel de lija, duros como piedras, no se sabe si inmaduros o podridos, agresivos, egoístas, solitarios, enfermos. Son personas que han llegado un punto en el que la proximidad de la muerte ha terminado por alejarlos definitivamente de los demás; para quienes una simple barandilla en las escaleras es el factor determinante en sus relaciones sociales.
“Todo podía suceder. Y allí estaba, en la acera de enfrente, el viejo profesor Storm, del instituto. «Felix», grité, pero estaba tan poco acostumbrado a usar la voz que no me salió gran cosa. Nos separaba un denso tráfico, y ni él ni yo nos atrevíamos a cruzar la calle, habría sido estúpido perder la vida de pura alegría, cuando me había aguantado sin ella durante tanto tiempo.”
Hombres que no aman a sus mujeres, que no siente cariño por sus hijos. Hijos que no aman a su parejas, que no sienten afecto por su padres. Hermanos que se desprecian, se temen, se odian, se desean. La familia como un infierno inevitable; esa grupo de gente con la que hay que sentarse en los entierros cuando lo que uno realmente quiere es masturbarse pensando en la compañera de clase de su hija adolescente. Hombres que salen a pasear cuando la tensión se vuelve insostenible pero que vuelven cada noche a casa para terminar de emborracharse y meterse en la cama de espaldas a su mujeres fantaseando con que se mueran de una puta vez y los dejen vivir en paz, vaciar los cajones, ganar espacio en su propia casa. ¡Tener un poquito de libertad, por el amor de dios! No es tanto pedir, lo de estos hombres.
“Tenemos que estar contentos con lo bien que vivimos, dice la gente, la mayoría vive peor. Y luego toman pastillas contra el insomnio. O contra la depresión. O contra la vida”. (Últimas notas de Thomas F. para la humanidad)
Unos capullos, vaya; pero unos capullos encantadoramente cabrones, si acaso tal cosa es posible. Pues de esos perfectos imbéciles lúcidos e inadaptados a la vez que repugnantes y comunes, esta plagadito, pero plagadito de verdad, este pequeño recopilatorio de un más que interesante escritor injustamente ignorado en nuestro país; que es enterarme de que sólo se ha publicado una pequeña parte del total de su obra y me entran unas ganas de cagarme en todo…
“Aunque siento cierta predilección por las catástrofes, no me gusta nada convertirme en el centro de atención ajena.”