Donde se entiende por qué J.A. Barrueco no es cronista de viajes profesional
Uno tiene que saber lo que quiere contar cuando escribe una novela. Tiene que saberlo si no quiere que le llamen nocillo, por ejemplo, que de todos los insultos literarios es el peor de los posibles. José Ángel Barrueco no tiene ese problema; él sabe perfectamente lo que pretende ser ASCO: “[...] aquí lo que importa es contar la travesía, describir el comportamiento de la gente, hablar algo de las tierras que visitamos en aquel crucero de lujo, con servicios y ofertas de hotel de cinco estrellas.” Lo que no entiendo es que, si lo tiene tan claro, Barrueco, venga, exactamente 522 palabras después (las he contado), a decirnos lo siguiente: “[…] sentía retortijones reales porque esa mañana, nada más despertar y meterme en la ducha, no logré aliviar los intestinos, algo que suele sucederme cuando es tan temprano” (los alivió, les diré, 7.326 palabras más tarde: “Mientras subía las escaleras me entró el apretón.” Ahí.) La pregunta es, ¿exactamente qué parte del barco tiene metida Barrueco en el culo para sentirse en la obligación de contarnos semejante estupidez?
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Donde se da razón del quiero y no puedo que es ASCO
ASCO narra la experiencia vital de hacer un crucero de lujo por el mediterráneo durante siete días. ASCO es Barrueco y su familia viviendo a todo tren en un barco enorme con piscina y todos los excesos imaginables. ASCO bebe los vientos por “Algo supuestamente divertido que no volveré a hacer” que es un extenso artículo magistralmente escrito por David Foster Wallace en el que se narra la experiencia de hacer un crucero de lujo durante siete días no recuerdo por dónde. “Algo supuestamente…” es imprescindible leerlo; ASCO es imperativo no hacerlo.
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Donde se explican las razones por las que creo que J.A. Barrueco confunde buena literatura con excrecencia literaria.
“Pero volvamos a la entrada, al momento en que el Zenith iba penetrando despacio en las inmediaciones de la ciudad, como un acto de amor y sexo”, por ejemplo, así como toda la parte dedicada a Venecia (capítulos 5 y 6) en la que cuenta con todo lujo de detalles de lo que se pone o se quita o de los calores propios de llevar calcetines o lo de tener que ducharse cada dos por tres o las conversaciones de mierda de los pasajeros a las que el asiste desde su posición de gran hermano; ese continuo perdonarle a todo el mundo la vida y ser al mismo tiempo la mejor persona, el ser humano más humano que puedan conocer en la vida. Sólo los hijos de puta deberían escribir libros de viaje y Barrueco se ve a leguas que no lo es.
A continuación otro ejemplo de los muchos que invitan a abandonar la lectura: “Como ya habíamos cenado, no quise probar cada fruta, algo que sí hicieron algunas personas. Me bastó con una pequeña pieza de ciertas frutas, sólo para probarlas.”
Más: “Salí corriendo con mis chanclas y el libro en la mano. Cuando estaba a punto de llegar a las puertas de cristal del Windsurf, una de las suelas de las chanclas patinó con el suelo húmedo por culpa de la proximidad de la piscina y de los bañistas que no dejaban de caminar para aquí y para allá y de entrar y salir del agua, y di un resbalón y mi cuerpo se tambaleó y estuve a punto de caer de espaldas. Pero recobré el equilibrio y no caí al suelo: pude haberme roto la crisma.” (Quita, quita, qué disgusto más grande, madre mía)
Hoy me he levantado un poco sádico. Más: “Cuando algún fulano trataba de pasar por delante de nosotros para escoger sitio como si la vida le fuera en ello o fuese a presenciar el desfile de una estrella del pop o de la monarquía, uno de nuestros familiares le decía en tono socarrón: Pase, amigo, no se lo vaya usted a perder...” Yo es que me parto con estos chistes made in casa de la pradera de la Barrueco’s Family. En serio, es un no parar. Barrueco es tremendo, tremendo. Debo insistir: la gente tan guay no debería escribir estas cosas. Lo digo completamente en serio.
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Donde me hago eco de lo injusta que es la vida.
Leyendo el ensayo de David Foster Wallace inmediatamente antes o inmediatamente después o inmediatamente antes y después de la cosa esta de Barrueco, este medio ensayo medio novela medio artículo periodístico, o leyendo, simplemente, como sea, ambos escritos, no puede hacer uno otra cosa que lamentar la enésima injusticia del día: que siempre se suicide el escritor equivocado.
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Donde se descubre que el problema de Barrueco es la memoria
“Tres o cuatro días antes de partir le comentamos a un amigo nuestro propósito de hacer un crucero y él me aconsejó que leyera el reportaje de David Foster Wallace en el que cuenta su epopeya en un barco de lujo. Yo había leído años atrás dicho texto, incluido en el libro Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer, que es, además, el título de ese reportaje. Tantos años atrás que ya no lo recordaba o sólo tenía un vago recuerdo pese a que su lectura me había fascinado. Lo releeré antes de embarcar, le dije. La relectura, sin embargo, fue aplazada entre unos motivos y otros y decidí releerlo a mi vuelta. Tal vez, en mi inconsciente, no quería volver a ese libro para que no influyera demasiado en mi propio viaje.” (Asco)
“Sólo a mi regreso del crucero recordé que Wallace había viajado en un crucero. Imagina mi estupor cuando supe que era el mismo barco, vendido por una empresa norteamericana a una española. Cuando un maestro ya ha tratado el tema, lo mejor es citarlo, reconocer que ya había alguien que lo hizo mejor. Por eso sus citas sirvieron de autoridad y le dieron un enfoque ensayístico al libro.” (Entrevista de Miguel Baquero para Revista Grupo Literaturas)
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Donde se le hace un ruego a José Ángel Barrueco.
¡¡Borra, coño, Jose Angel!! ¡Borra! ¡Hay cosas que no le importan a nadie! Esto lo digo por la segunda mitad del libro, que es un desastre que no hay por dónde coger. Decir veinte veces que David Foster Wallace se ahorcó no aporta nada, ni que el gel que se ponían en las manos cada cinco putos minutos no era jabonoso, ni que la gente era gorda y glotona.
En esta especie de novela (el reto, en ocasiones, parece estar en escribir algo que no se adscriba a nada) hay demasiado de algo que no interesa en absoluto básicamente porque no tiene maldito interés. Estoy hablando del propio Barrueco y su actitud de mirar a todo el mundo por encima del hombro o creer que, de todos, el más educado y, con diferencia, inteligente, es él: “A la gente estas visitas le despertaban sus ganas de ver o practicar deporte. A mí, desde que estaba en Grecia, me acometieron ganas de releer a Homero.”
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Donde se extraen CONCLUSIONES
ASCO no es malo porque exista WALLACE. El problema de que exista Wallace es que Wallace escribió la que probablemente sea la mejor crónica de un crucero de lujo que he leído nunca, siendo, por otro lado, la única que conozco. Tratar de superar o simplemente ponerse a la altura es un suicidio en toda regla. El Wallace de “Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer” es inteligente, elegante, irónico, divertido no: desternillante y un excelente retratista de las miserias propias y ajenas. Barrueco, en cambio, no puede ni soñar con llegarle a Wallace a la suela de los zapatos. No es divertido, su estilo es simple, vulgar, nada elegante; no es inteligente, no es perspicaz, no ve lo que otros no ven y su obsesión por cosas como el peso o las dietas contamina el relato continuamente con reflexiones de Perogrullo.
Puede ser que la diferencia entre ambos sea abismal porque mientras que Barrueco vieja en un crucero por el placer de hacerlo a Wallace lo meten en un crucero de placer por el placer de verlo sufrir. Barrueco va de asocial pero se somete a vivir una experiencia que disfruta con placer y de la que luego sacará un libro (llamado Asco, que ya tiene cojones) mientras que Wallace ES un asocial que viaja con la única intención de escribir un artículo. La diferencia es que uno pasará a la historia como uno de los grandes cronistas de nuestro tiempo y el otro será aquel desconocido que un día trató de imitarle y se dio la gran hostia.
Es un error (y un horror) escribir un libro que escribió mucho mejor otro hace demasiado poco tiempo. Es un error mayúsculo que sea en el mismo barco, que todo sea exactamente igual, que hasta las toallas del bidet sean las mismas, que todo haya sido dicho ya. Y es un error que aún así se empeñe Barrueco en dejarlo todo por escrito citando hasta cuarenta veces al escritor anterior. Este libro, ASCO, es una cagada monumental. Es un libro que no merecía ser escrito y que, desde luego, no tenía que haberse publicado.