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sábado, 29 de noviembre de 2008

Guerín

Por Andrés Di Tella

Florencia

Mientras no hacía turismo, tuve oportunidad de ver algunas películas. Entre ellas, una vez más, Una fotos en la ciudad de Sylvia de José Luis Guerín, que ya había visto el día del estreno en Barcelona y que repetí en Princeton. Pero esta vez era en una función con música en vivo, a cargo de un conjunto italiano de... ¿free jazz? No estaba mal la música, pero me parece que los músicos sufrían un poco de horroris vacuis y no dejaron de tocar ni un minuto. De cualquier manera, la película para mí pierde mucho sin el silencio, que es lo que le da intensidad a las imágenes y esa atmósfera como de recogimiento a la proyección, de modo que estar ahí, en la sala oscura, mirando las fotos y los intertítulos que desfilan silenciosamente por la pantalla, se convierte en una experiencia inusual, próxima a la lectura.

Guerín andaba con un libro de arte, "Breve historia de la sombra", que me dio ganas de leer. Y me sorprendió con su conocimiento, o mejor dicho absoluta familiaridad, con el arte del Renacimiento, del que Florencia está plagada. En algún momento, a propósito de las secuencias de su película filmadas --o fotografiadas-- en Florencia, me empezó a hablar de la "mujer pantalla", en referencia al episodio de la Vita Nuova de Dante en que Dante, para disimular su amor por Beatriz, corteja abiertamente a otra dama. Por eso mismo, por ser algo secreto, su amor por Beatriz se vuelve más intenso. Esa otra dama es "la mujer pantalla" y esa, dijo Guerín, es la clave de la película. Por eso tenía que filmar en Florencia. Me recordó el concepto de Freud, de "recuerdo pantalla" (no sé si es el término que se usa en castellano, en inglés sé que se dice screen memory), que Guerín desconocía.

Es que Guerín es casi como un hombre del Renacimiento, o en todo caso de altri tempi, en el sentido de que parece vivir en un lugar muy alejado no sólo de Freud sino de cualquier contemporaneidad. Sus referencias cinematográficas, de las que habla con pasión ni bien alguien parece saber de qué está hablando, son Griffith, Murnau, Dreyer, Flaherty. Pero también Marey y Muybridge. No es casualidad que haya llegado a hacer una película muda. Pero, más que nada, Guerín tiene en la cabeza nombres, como Piero della Francesca, Paolo Uccello, Masaccio, que para mí suenan muy lejanos, como de otra galaxia. Hablar con él me ayudó a entender que es de esa galaxia que vienen sus películas. La mirada sobre la mujer que propone el ciclo de "la ciudad de Sylvia" (la película de ficción llamada En la ciudad de Sylvia, el experimento documental Unas fotos en la ciudad de Sylvia y la instalación Las mujeres que no conocemos) puede efectivamente parecer demasiado estetizante y estereotipada, incluso machista. Pero hablar con Guerín me hizo recuperar el primer impacto que me produjo la visión de Unas fotos... y, a la vez, advertir que la gran originalidad del proyecto tiene que ver, precisamente, con esa pasión de Guerín por los orígenes, por los orígenes del cine y de la fotografía, y por la imagen primigenia de la mujer que se puede apreciar en el arte que él ama. Y entrar en contacto con ese universo, tan lejano, es una experiencia que vale la pena. Y la Florencia medieval, el marco más apropiado imaginable.

Posdata en Buenos Aires: Me acabo de comprar Breve historia de la sombra, de Victor Stoichita, y cuál no es mi sorpresa, después de haber escrito lo anterior, al leer en la contratapa las palabras de Stoichita: "La relación con el origen (la relación con la sombra) marca la historia de la representación occidental. El propósito de estas páginas es seguir el hilo y los hitos de ese recorrido. No debemos extrañarnos del retraso que, en relación con la historia de la luz, caracteriza a la historia de la sombra, su explicación reside seguramente en que en realidad es el estudio de una entidad negativa".

jueves, 27 de noviembre de 2008

El narcisimo de las pequeñas diferencias

Por Andrés Di Tella

Florencia

En todas partes (y tiempos) se cuecen habas. En la Piazza della Signoria hay un impresionante monumento a Neptuno (foto), hecho en mármol de Carrara por Ammannati. Parece que Michelangelo se enojó porque no le dieron el encargo a él y dejó para los años una frase de resentido --¡Michelangelo resentido!-- que es como mejor se lo recuerda hoy a su rival: "Ammannato, Ammannato, che bel marmo ha rovinato!"

sábado, 22 de noviembre de 2008

463 scalini

Por Andrés Di Tella

Florencia

Esta mañana me desperté con vocación turistica. Por recomendación de José Luis Guerín, que anda por aqui, y que conoce Florencia como pocos (aqui filmó, o mejor dicho, fotografió buena parte de Unas fotos en la ciudad de Sylvia), fui al Duomo, probablemente el ícono mas famoso de una ciudad de íconos. Hay que subir 463 escalones para gozar de la mejor vista de Florencia. No los conté. Simplemente leí un cartelito, en la puerta de la escalera, que decia: "463 scalini - non c'e ascensore". Dudé de seguir la recomendación de alguien que no se animó a acompañarme, por sufrir de claustrofobia, mal del que yo también padezco, mezclado con un poco de vértigo. O sea, el peor programa imaginable: subir una estrechísima e interminable escalerita claustrofóbica, hecha para monjes diminutos del siglo XVI, y llegar al punto mas alto de la ciudad, sacudido por el viento y el vertigo... Alguna vez leí que el vértigo era el deseo de tirarse, no sé si será así, pero cada vez que estoy en una gran altura y sufro de vértigo, no puedo dejar de pensar en esa idea. No tenia ganas de tirarme pero sospechaba que seguir el consejo que Guerin mismo no se animaba a seguir podía ser una experiencia que valiera la pena. A mitad de camino, casi me arrepiento, pero tampoco era facil volver atrás o, mejor dicho, abajo. Al llegar a la cima de la escalera, sin embargo, ver aparecer finalmente el panorama en 360 grados de esta ciudad quedada en el tiempo (no hay edificios de mas de tres pisos y son casi todos antiquisimos) fue una visión que no creo vaya a olvidar. Y los 463 scalini algo tuvieron que ver...