Mostrando entradas con la etiqueta Los Z. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Los Z. Mostrar todas las entradas

sábado, 17 de marzo de 2012

Los Z - Parte 4

por Lilián Cámera


Todo comenzó después de la tormenta que casi destruyó la ciudad. Un silencio sobrecogedor ganó las calles cuando el fluido eléctrico nos dejó a oscuras por varios días. Quizás vino en el agua o a través del aire como un polen maligno. Los síntomas eran difusos: dolor de cabeza, fiebre, a veces una ligera tos, como cualquier gripe. Después apatía, un cansancio enorme que obligaba a estar en cama con las persianas bajas, porque la luz se volvió intolerable. Las extremidades parecían hinchadas, tumefactas, pero lo peor era el rostro. Al principio pequeñas manchas, luego una explosión de verrugas o algo parecido a unas excrecencias. Nadie iba a trabajar ni comía, menos aún salía de sus casas. Así la ciudad se fue apagando, la basura y la desidia lo ganaron todo. Los meses rodaban con lentitud y los espejos se fueron rompiendo casi sin querer uno a uno.

Después un día empezó la reconstrucción. Sin decir palabra, en medio de ese silencio hubo sonidos de pasos, las manos se pusieron a la obra y la electricidad se recuperó. No pasó mucho hasta que el transporte llevó a cada quien a su trabajo, la rutina se reestableció de alguna manera aunque algo había cambiado para siempre. Ahora no hace falta hablar para comunicarnos, la carne encontró otro modo de dar su mensaje. Por fin somos una verdadera comunidad aunque hubo que cambiar algunos hábitos de alimentación. Borrados de un yo marchamos como las hormigas, tal vez ajenos a una lúcida singularidad pero por cierto más eficaces.

(¿Fin?)






Imagen: ©Pilar Zeta - "The Effect of Absurd memories" - Created for the OUTLAND Collective's exhibition 'Beyond'

miércoles, 7 de marzo de 2012

Los Z - Parte 3

por Lilián Cámera

(viene del capítulo anterior)

Tiempo después de lo sucedido con el niño, los Zeta dejaron de recibir visitas. No se los veía ya comprando comestibles, ni siquiera el diario. Le llevaban todo a la casa y se lo dejaban en la entrada. Uno de ellos salía tapado desde la cabeza a los pies para retirar las cosas, permitiendo ver apenas una sombra a la altura del rostro, sin responder a los chistidos de los vecinos. Al principio insistimos con los dulces y tortas. Pese al miedo, teníamos la firme convicción de poder mantener a raya la transformación que comenzaba a operarse. Era una cuestión de buenos modales. Así golpeábamos inútilmente, pero con bríos, a su puerta. Nos llamó la atención la cantidad de papel que recibían, pilas y pilas de anotadores, cuadernos, resmas en tamaño carta. ¿Qué escribían los Zeta? Quizás paliaban su dolor con la poesía, pero era raro imaginar al señor Zeta, contador público, bajo el influjo de las musas. ¿Acaso relataban lo acontecido como una forma de sacar provecho de tamaña desgracia? ¿Nos sorprenderían a todos contando con lujo de detalle sobre aquello que ocupaba lentamente sus cuerpos? Un día, revolviendo la basura que sacaban a la madrugada, encontramos algunos de esos papeles arrugados en pequeños bollos. No entendimos una palabra, más bien parecían las trazas de un animal que intentara escribir con sus garras. ¡Qué difícil es tomar notas! exclamó alguno para disimular. Por las dudas, ahora tratamos de mantener nuestra cortesía desde la vereda, sin traspasar las rejas del jardín. No se sabe lo que el arte puede… 

(continuará)

Imagen: © Pilar Zeta

miércoles, 29 de febrero de 2012

Los Z - Parte 2

por Lilián Cámera


Al principio pasábamos por el comedor sin prestar atención a los retratos. Los Zeta mantenían la costumbre de recibir a las visitas en el living, sentados muy rígidamente. Sus ojos se movían desacompasados del cuerpo, como una maquinaria defectuosa que se ajustara un minuto después de lo esperado. No siempre fue así. En una época era usual escucharlos reír al compás de la música a todo volumen y el aroma de la comida recién hecha. Eso hasta que pasó lo del niño. Habrá sido la tristeza, pero ellos se convirtieron en seres taciturnos, en figuras abstractas que salían para comprar el diario o el pan. Por pena los visitábamos seguido, llevando una torta o frascos de dulces caseros. Fue ahí que empezamos a notar que la foto del niño iba cambiando, a la vez que los ojos de los Zeta se volvían más inquietos y animales, autónomos de una carne que no podía acompañar su esencia. Al principio fue una pequeña mancha, luego sombras, grises absurdos para una foto color. Una tarde, alguien pudo distraer los ojos de los Zeta para observar con todo detalle la transformación. Ya no quedaron dudas, lo que fuera que le sucediera al retrato tenía íntima relación con los cuerpos estáticos del living. Del rostro del niño se propagaba una masa infecciosa en línea directa a los ojos paternos: la culpa agrandaba el vacío, la humanidad perdida, el devenir animal.


Imagen: © Pilar Zeta

domingo, 19 de febrero de 2012

Los Z - Parte 1

por Lilián Cámera

La tormenta de hojas llegó al jardín de los Zeta un día agobiante de verano. Llegó sin aviso como las plumas del ave que yacía sobre el césped, primero en un dulce vaivén y luego con furia colándose por ventanas abiertas y rendijas. El pequeño Zeta jugaba en el porche y por momentos se abanicaba con un sombrero viejo. Sus manos se tornasolaban del ocre a un rojo viscoso, apretando y soltando espasmódicamente. No hubo tiempo de nada. En cuestión de segundos los gritos de la madre destemplaron la tarde. Un murmullo ininteligible brotaba de lo que había sido la cara del niño, aún sosteniendo el sombrero su figura se encumbraba detrás de las cortinas como un árbol diminuto con piernas. Desde entonces los vecinos murmuran que los pájaros rodean la casa en círculos concéntricos pero jamás se posan en su techo o sobre las flores del terreno. Todo, hasta el juego, tiene su precio.

Imagen: © Pilar Zeta