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sábado, 14 de marzo de 2015

Juana Molina, Acorazado Potemkin, Coiffeur, Gabo Ferro

Encuesta: músicos argentinos del siglo xxi (viene de acá) *


por Oscar Cuervo

Si tengo que pensar en las piezas más bellas de la música argentina del siglo que comienza, se me aparecen obras que son destilados de las grandes tradiciones populares del siglo anterior: el folk límpido, elegante y final de Cerati, la aspereza con que Liliana Herrero deconstruye la proyección folklórica modernista de los 60 y la repone en un contexto surcado por el rock y la nueva canción latinoamericana, las crónicas negras del Salmón, como exasperación resacosa del realismo urbano de Moris y Manal, la voz salvaje de Luciana Jury que trae ecos de todas las voces de todos los desiertos que lleva en su sangre… Pero si tengo que pensar en una forma cancionística (es un decir) que se afinque directamente en el siglo XXI, lo primero y lo segundo que se me ocurre es Juana Molina. Me explico: en un juego retro-prospectivo, yo podría pensarme en los 80 imaginándome canciones como las de El Salmón, Maldigo, Fuerza Natural o En desmesura, como prolongaciones posibles de la música popular argentina moderna. Obviamente, no podría imaginar las canciones mismas, pero sí la línea de puntos que ellas vendrían a ocupar en continuidad con aquel presente ya pasado. En cambio, no parece que la forma musical que cultiva Juana Molina a partir de su disco Segundo pudiera preverse en los años 80 (a menos que se prestara atención a un detalle muy lateral y anómalo de aquel entonces, sobre el que volveré).

En la canción juanina (¿o molina?) tal como queda delineada a partir de Segundo, hay una nueva sintaxis pop que se hizo posible por la mutación de las condiciones de producción de la música, una artesanía tecno-hogareña que prueba timbres inauditos, casi cómicos, en el galponcito del fondo de su casa y enuncia sus voces desde esa intimidad. Juana hace música como quien dibuja sola en su gabinete en las horas altas de la noche, sin pensar en “mi nuevo disco”; menos aún en “los Cuarenta Principales”, o “cuántas estrellas me pondrá la Rolling Stone”. Ella pensó desde hace mucho la música de otro modo, como si probara y anotara en un cuaderno variantes de comidas con los restos que hay esa vez en la heladera e inventara manjares culinariamente incorrectos pero ricos. [Completo acá]

Acorazado Potemkin # 12


por Santiago Segura

Una guitarra entrecortada de sonido sucio y rítmica tangoide da comienzo a Mugre (2011), debut discográfico de Acorazado Potemkin. El primer estribillo del trío que conforman Juan Pablo Fernández, Federico Ghazarossian y Luciano Esain grita: "En algo vos y yo nos parecemos: andar buscando revancha". En "Algo", la canción que contiene esa guitarra renegada y ese estribillo desafiante, está condensado el estilo de un grupo que con dos discos ya se hizo lugar entre los artistas más interesantes de los últimos quince años (aunque el proyecto apenas si llega a los seis años de vida).

Sabemos que Acorazado corre con ventaja: son una banda nueva pero sus tres componentes llevan años batallando escenarios. Perdonen por repetirlo pero es inevitable: Ghazarossian fue bajista de Don Cornelio y Los Visitantes, además de empuñar el contrabajo en Me Darás Mil Hijos y junto a los cantores de tango Cardenal Domínguez y Ezequiel Uhart; Fernández era la voz de la Pequeña Orquesta Reincidentes; Esain golpeaba parches en Plaimobyl y grabó en discos clave de estos años como Flopa Manza Minimal y No es de Coiffeur, mientras que hoy (com)parte los tiempos del trío con su labor en Valle de Muñecas y Motorama.

Coiffeur # 12



por Maximiliano Diomedi

"El momento, la acción, el movimiento. ¿A vos qué te parece? ¿qué pensás al respecto?". (Qué mala suerte, 2006).

La aparición de Coiffeur en 2005 trajo una frescura celebrada en esos primeros años del siglo XXI. Llegó del oeste con una voz urgente que, envuelta en susurros, desafiaba con cantar "al oído", pero al rato nomás era alzada para contar historias de caras sonrojadas, purpurinas en el armario, besos en el placard, siestas abrazados y sentimientos difíciles de expresar. Esa grabación austera fue el primer paso en la búsqueda por dejar constancia de un mundo propio que incluía conceptos, palabras y sonidos que lo sacarían del lugar común del músico de "postura macha", como cantaba Moris. Las suyas, en el fondo, quizás también fueran, en palabras de Gabo Ferro, canciones que un hombre no debía cantar. Coiffeur percibió que estaba empezando "una nueva era para salir a caminar buscando el sol" y decidió intervenir a fondo. [Completo acá]

Gabo #12



por Carmen Cuervo

Gabo pasó los primeros 5 años del siglo en un silencio musical. Recién en el año 2005 edita su primer álbum solista, Canciones que un hombre no debería cantar, obra que este año cumple una década. Pidió una guitarra prestada y compuso en ocho días los doce temas que conformarían el disco. No se iba a grabar, porque Gabo suponía que nadie iba a comprarlo, dado que su estilo había cambiado desde la distorsión y la furia hacia la calma de la guitarra acústica y su voz. Ariel Minimal lo produjo y un amigo poeta le prestó el dinero para editarlo.

Así explica la incisiva pluma de Gabo la razón de su título en el booklet del disco:

"¿¡Un hombre no debería cantar cosas así!? declaraba escandalizada Edith Piaf en 1959 después de escuchar interpretar a Jaques Brel "Ne me quitte pas".

Allí Brel interpretaba a un hombre que suplicaba no ser abandonado, bajo palabra de reducirse casi a la nada. ¿Qué escandalizaba a la Piaf? ¿Acaso ver a un hombre en el lugar que cierta (gran) parte de la sociedad y la cultura venían (con pocas excepciones) colocando a la mujer?¿Qué cosas deberíamos, entonces, cantar los hombres?". [Completo acá]

* Proseguimos con la publicación de textos que analizan la obra de los músicos más votados en nuestra gran encuesta sobre la música argentina del siglo xxi. Acá encuentran los primeros textos. Cada uno de los textos completos pueden leerse en el blog Un Largo. Continuará.