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jueves, 9 de julio de 2009

Unas fotos en la ciudad de Sylvia, un lado B


por oac

Este sábado a las 19:30, penúltima función del ciclo La más grande historia del cine jamás contada + una yapa.

Esta vez veremos Unas fotos en la ciudad de Sylvia, lo que podría considerarse el "lado B" de En la Ciudad de Sylvia (ambos films realizados simultáneamente por José Luis Guerín en 2007).

Acerca de la cualidad de "lado B" de Unas fotos..., puedo decir lo siguiente: allá por 2004 el director español se propuso contar en una película una experiencia personal que vivió 22 años atrás, cuando viajó a la ciudad de Estrasburgo, fascinado por la historia que cuenta Goethe en El joven Werther (que transcurre precisamente en Estrasburgo). En ese viaje Guerín conoció a una chica, Sylvia, con quien tuvo apenas un encuentro, pero de la que no pudo olvidarse nunca más. 22 años después, entonces, Guerín vuelve a Estrasburgo en busca de esa mujer inolvidable... o para hacer una película acerca de la imposibilidad de olvidar a esa mujer.

Esa película sería En la ciudad de Sylvia, una película de ficción filmada en los mismos lugares en los que años antes conoció a esa chica. Pero en el proceso de realización de este film de ficción, Guerín se dedicó a deambular por diversas ciudades (además de Estrasburgo, Madrid, Roma, Florencia) fotografiando a mujeres que el cineasta veía en las calles, para encontrar la clave visual del film que iba a realizar. El patrón a seguir era: ver a una mujer hermosa y empezar a seguirla para fotografiarla. Fotografiar a mujeres hermosas para hacer el boceto de una película o hacer una película que sirva de pretexto para seguir a mujeres hermosas y sacarles fotos. Contar la historia de aquella mujer que no pudo olvidar desde su juventud para intentar reconstruir aquella imagen fantasmal acechada por el tiempo y el riesgo del olvido o usar ese recuerdo acechado como pretexto para acosar con la cámara a mujeres nada fantasmales, bien carnales.

La cuestión es que Guerín filmó esa película llamada En la ciudad de Sylvia (que vimos en el ciclo La otra el año pasado); pero de ese proceso también le quedaron cientos de fotografías de mujeres que Guerín persiguió por diversas ciudades europeas, que usó como boceto del film de ficción. En determinado momento Guerín advirtió que en ese boceto de imágenes fijas y mudas había otra película... que contaba la misma historia de un modo muy diferente. Unas fotos en la ciudad de Sylvia es esa película, realizada enteramente con fotos fijas (bueno, casi enteramente) y sin ningún sonido en absoluto. Un misterio dentro de otro misterio. El lado B de una película hermosa.



Hay quienes dicen que los lados B de los discos contienen las mejores canciones, aquellas en la que las bandas se atreven a tomarse riesgos que el mercado puede no aceptar. Son grandes canciones eclipsadas por los hits que contienen los lados A. Los fans de los grupos, a menudo, cultivan un amor especial por el lado B de los discos. Creo que este concepto se puede aplicar a Una fotos en la ciudad de Sylvia. Cuenta la misma historia, recorre los mismos lugares, pero de un modo enteramente diferente. Quizá En la ciudad de Sylvia haya sido nada más que un pretexto para que Guerín se pudiera dar el lujo de filmar una película tan extraña como Unas fotos en la ciudad de Sylvia.

Editada finalmente en 2007, esta película del siglo XXI es también un intento de volver al origen: al origen del cine, al origen de la fotografía, al origen de una obsesión amorosa.

Algo de esto dice Andrés Di Tella:

"Guerín es casi como un hombre del Renacimiento, o en todo caso de altri tempi, en el sentido de que parece vivir en un lugar muy alejado no sólo de Freud sino de cualquier contemporaneidad. Sus referencias cinematográficas, de las que habla con pasión ni bien alguien parece saber de qué está hablando, son Griffith, Murnau, Dreyer, Flaherty. Pero también Marey y Muybridge. No es casualidad que haya llegado a hacer una película muda. Pero, más que nada, Guerín tiene en la cabeza nombres, como Piero della Francesca, Paolo Uccello, Masaccio, que para mí suenan muy lejanos, como de otra galaxia. Hablar con él me ayudó a entender que es de esa galaxia que vienen sus películas. La mirada sobre la mujer que propone el ciclo de "la ciudad de Sylvia" (la película de ficción llamada En la ciudad de Sylvia, el experimento documental Unas fotos en la ciudad de Sylvia y la instalación Las mujeres que no conocemos) puede efectivamente parecer demasiado estetizante y estereotipada, incluso machista. Pero hablar con Guerín me hizo recuperar el primer impacto que me produjo la visión de Unas fotos... y, a la vez, advertir que la gran originalidad del proyecto tiene que ver, precisamente, con esa pasión de Guerín por los orígenes, por los orígenes del cine y de la fotografía, y por la imagen primigenia de la mujer que se puede apreciar en el arte que él ama. Y entrar en contacto con ese universo, tan lejano, es una experiencia que vale la pena. Y la Florencia medieval, el marco más apropiado imaginable".

Antes de Unas fotos en la ciudad de Sylvia, proyectaremos el último capítulo de las magníficas e inolvidables Histoire(s) du cinéma de Jean Luc Godard. Para ver ambas maravillas hay que llegar puntualmente (sábado 19:30, Lambaré 873).

sábado, 29 de noviembre de 2008

Guerín

Por Andrés Di Tella

Florencia

Mientras no hacía turismo, tuve oportunidad de ver algunas películas. Entre ellas, una vez más, Una fotos en la ciudad de Sylvia de José Luis Guerín, que ya había visto el día del estreno en Barcelona y que repetí en Princeton. Pero esta vez era en una función con música en vivo, a cargo de un conjunto italiano de... ¿free jazz? No estaba mal la música, pero me parece que los músicos sufrían un poco de horroris vacuis y no dejaron de tocar ni un minuto. De cualquier manera, la película para mí pierde mucho sin el silencio, que es lo que le da intensidad a las imágenes y esa atmósfera como de recogimiento a la proyección, de modo que estar ahí, en la sala oscura, mirando las fotos y los intertítulos que desfilan silenciosamente por la pantalla, se convierte en una experiencia inusual, próxima a la lectura.

Guerín andaba con un libro de arte, "Breve historia de la sombra", que me dio ganas de leer. Y me sorprendió con su conocimiento, o mejor dicho absoluta familiaridad, con el arte del Renacimiento, del que Florencia está plagada. En algún momento, a propósito de las secuencias de su película filmadas --o fotografiadas-- en Florencia, me empezó a hablar de la "mujer pantalla", en referencia al episodio de la Vita Nuova de Dante en que Dante, para disimular su amor por Beatriz, corteja abiertamente a otra dama. Por eso mismo, por ser algo secreto, su amor por Beatriz se vuelve más intenso. Esa otra dama es "la mujer pantalla" y esa, dijo Guerín, es la clave de la película. Por eso tenía que filmar en Florencia. Me recordó el concepto de Freud, de "recuerdo pantalla" (no sé si es el término que se usa en castellano, en inglés sé que se dice screen memory), que Guerín desconocía.

Es que Guerín es casi como un hombre del Renacimiento, o en todo caso de altri tempi, en el sentido de que parece vivir en un lugar muy alejado no sólo de Freud sino de cualquier contemporaneidad. Sus referencias cinematográficas, de las que habla con pasión ni bien alguien parece saber de qué está hablando, son Griffith, Murnau, Dreyer, Flaherty. Pero también Marey y Muybridge. No es casualidad que haya llegado a hacer una película muda. Pero, más que nada, Guerín tiene en la cabeza nombres, como Piero della Francesca, Paolo Uccello, Masaccio, que para mí suenan muy lejanos, como de otra galaxia. Hablar con él me ayudó a entender que es de esa galaxia que vienen sus películas. La mirada sobre la mujer que propone el ciclo de "la ciudad de Sylvia" (la película de ficción llamada En la ciudad de Sylvia, el experimento documental Unas fotos en la ciudad de Sylvia y la instalación Las mujeres que no conocemos) puede efectivamente parecer demasiado estetizante y estereotipada, incluso machista. Pero hablar con Guerín me hizo recuperar el primer impacto que me produjo la visión de Unas fotos... y, a la vez, advertir que la gran originalidad del proyecto tiene que ver, precisamente, con esa pasión de Guerín por los orígenes, por los orígenes del cine y de la fotografía, y por la imagen primigenia de la mujer que se puede apreciar en el arte que él ama. Y entrar en contacto con ese universo, tan lejano, es una experiencia que vale la pena. Y la Florencia medieval, el marco más apropiado imaginable.

Posdata en Buenos Aires: Me acabo de comprar Breve historia de la sombra, de Victor Stoichita, y cuál no es mi sorpresa, después de haber escrito lo anterior, al leer en la contratapa las palabras de Stoichita: "La relación con el origen (la relación con la sombra) marca la historia de la representación occidental. El propósito de estas páginas es seguir el hilo y los hitos de ese recorrido. No debemos extrañarnos del retraso que, en relación con la historia de la luz, caracteriza a la historia de la sombra, su explicación reside seguramente en que en realidad es el estudio de una entidad negativa".

sábado, 22 de noviembre de 2008

463 scalini

Por Andrés Di Tella

Florencia

Esta mañana me desperté con vocación turistica. Por recomendación de José Luis Guerín, que anda por aqui, y que conoce Florencia como pocos (aqui filmó, o mejor dicho, fotografió buena parte de Unas fotos en la ciudad de Sylvia), fui al Duomo, probablemente el ícono mas famoso de una ciudad de íconos. Hay que subir 463 escalones para gozar de la mejor vista de Florencia. No los conté. Simplemente leí un cartelito, en la puerta de la escalera, que decia: "463 scalini - non c'e ascensore". Dudé de seguir la recomendación de alguien que no se animó a acompañarme, por sufrir de claustrofobia, mal del que yo también padezco, mezclado con un poco de vértigo. O sea, el peor programa imaginable: subir una estrechísima e interminable escalerita claustrofóbica, hecha para monjes diminutos del siglo XVI, y llegar al punto mas alto de la ciudad, sacudido por el viento y el vertigo... Alguna vez leí que el vértigo era el deseo de tirarse, no sé si será así, pero cada vez que estoy en una gran altura y sufro de vértigo, no puedo dejar de pensar en esa idea. No tenia ganas de tirarme pero sospechaba que seguir el consejo que Guerin mismo no se animaba a seguir podía ser una experiencia que valiera la pena. A mitad de camino, casi me arrepiento, pero tampoco era facil volver atrás o, mejor dicho, abajo. Al llegar a la cima de la escalera, sin embargo, ver aparecer finalmente el panorama en 360 grados de esta ciudad quedada en el tiempo (no hay edificios de mas de tres pisos y son casi todos antiquisimos) fue una visión que no creo vaya a olvidar. Y los 463 scalini algo tuvieron que ver...


jueves, 16 de octubre de 2008

"En la ciudad de Sylvia" este sábado a las 19:00 en el auditorio La tribu

Por Oscar A. Cuervo

Son fragmentos de un discurso amoroso. Es sentarse en la mesa de un bar a mirar una tarde de primavera a las mujeres hermosas que pasan. El aire es fresco y benévolo, la luz trasmite alegría de estar vivo y ánimo de amar. Esas cosas por las que uno no quisiera despedirse nunca de este mundo, porque seguirá habiendo tardes frescas y luminosas cuando uno ya no esté aquí, y qué pena de sólo pensarlo, y gracias que estoy aquí, que una tarde así, que una brisa como esta me haya sido permitida.

Sería posible enamorarse una y mil veces y mil veces más. Ese deseo luminoso es el que anima la visión de En la ciudad de Sylvia, que no es una película perfecta, sino algo mejor, que no voy a explicar aquí, en parte porque ya me dediqué a pensarlo en un texto que aparece en La otra 19. Pero sobre todo porque no hay nada como ver esta deliciosa película.

Y después de esa tarde en la que todas pueden ser Sylvia vendrán las sombras y las huellas de otra que no es ella.

Este sábado a las 19:00 en el auditorio La tribu, Lambaré 873, En la ciudad de Sylvia, de José Luis Guerin.

lunes, 13 de octubre de 2008

El cine de José Luis Guerin: En Construcción

Esta semana en nuestro ciclo de cine (Lambaré 873, sábado a las 19:00) proyectaremos el último largometraje de José Luis Guerin, En la ciudad de Sylvia, de quien anteriormente se conocieron en Buenos Aires sus películas Innisfree, Tren de sombras y En construcción. Sobre En construcción Nicolás Saad escribió para revista La otra n° 11 el siguiente texto:



Por Nicolás Saad

Primero, un breve prólogo: un barrio a principios del siglo pasado en clásicas imágenes de archivo, que parecen ir perdiendo objetividad documental –o la compostura– cuando la cámara deja las vistas descriptivas de la vida social para seguir los pasos de un marinero que se aleja tambaleándose, como un héroe del cine que hubiera recibido un disparo, o simplemente como un borracho. Entonces irrumpe el color, junto al violento taconeo de alguien que cruza el cuadro de derecha a izquierda en menos de un segundo. Bastan los primeros planos de la película para advertir que estamos ante un cineasta mayor. La cámara está puesta frente a un muro descascarado; en el ángulo superior derecho, una expresiva serie de nueve ojos pintados (tres filas de tres: parecen metáfora de algo, como si hubiesen sido concebidos para la película); abajo, en el suelo, palomas picoteando pan; y en la franja central de la pared, vacía, espacio para el título, y la inscripción: «Cosas vistas y oídas durante la construcción de un nuevo inmueble en ‘El Chino’, un barrio popular de Barcelona que nace y muere con el siglo». De pronto las palomas vuelan. El sonido gutural que producían, bajo y asordinado, es abruptamente sucedido por un potente aleteo múltiple. La imagen frontal del muro se monta con planos más cerrados, igualmente frontales, de un panel en el que se dibuja una perspectiva del proyecto arquitectónico que modificará el barrio. Los planos, de tamaños diversos, son atravesados diagonalmente por palomas y más palomas, en un montaje notable. La imagen frontal cruzada por movimientos diagonales será una constante en buena parte de la película.

Pero poco se dice de En construcción si se habla sólo de su concepción visual y sonora. José Luis Guerín, junto a un grupo de estudiantes de cine, se pasó tres años filmando una obra, con paciencia y sabiduría, y fue capaz de encontrar unos personajes asombrosos. Entre los vecinos destaca un ex marino que tiene algo de viejo cascarrabias y algo de profesor chiflado, viajó por medio mundo, anda siempre con un gorro de turista y va por ahí tratando de vender objetos curiosos que recolecta. Entre los obreros, un marroquí parlanchín fervientemente marxista que tiene la melancolía de un poeta. Si fueran personajes de ficción, a ambos les sobrarían atributos. Es concebible un poeta marxista, un poeta marroquí, un marroquí marxista; las tres cosas juntas sólo se obtienen de la realidad. Y lo mismo con el viejo. En esta película los hallazgos formales se combinan con los hallazgos de personas memorables, como si eso fuera lo más fácil del mundo.

Entre los obreros y los vecinos se produce en un caso un cruce vibrante. Un joven encofrador y una chica que sale a colgar la ropa al balcón de enfrente se miran, se sonríen, conversan, se enamoran. El romance está tan logrado, las sonrisas, los pequeños celos, todo eso es tan perfecto, que uno no sabe ya qué pensar. Aquí, como en otras zonas de la película, es evidente la puesta en escena. Sin embargo la sensación de verdad que se transmite es indiscutible. Para terciar en el debate que se originó acerca del género, Guerín dijo que hizo una película “de naturaleza documental”. No hay un solo diálogo escrito; y los diálogos, plagados de humor, sensibilidad y sabiduría popular de distinto calibre, están entre lo mejor que se haya oído últimamente. Por ejemplo los comentarios de los vecinos perplejos ante la aparición de unas tumbas romanas. O esa noche en la que el vasco y el marroquí levantan una pared (¿tienen que trabajar de noche –no lo parece– o se trata de una decisión más de la puesta en escena?), y mantienen una de esas charlas que sólo pueden darse en un tiempo robado, en soledad, cuando la gente duerme, y que quedan flotando en la memoria.

En la narración de este largo proceso, arte del tiempo a pequeña y gran escala, más que identificación con los personajes lo que se da es un encariñamiento, una cercanía: como en un campamento, como en una temporada en otra parte, fuera del tiempo de la normalidad, que inevitablemente extrañaremos cuando se acabe. Quizá por eso, al final, cuando el edificio está casi terminado y una agente inmobiliaria lo muestra a distintas parejas burguesas, suena como una verdadera afrenta un comentario al pasar acerca de la ropa tendida en los balcones o el aspecto de los vecinos. Poco después, una nenita que va con sus padres a visitar un departamento saluda a un hombre que está en un balcón del edificio de enfrente, un tipo silencioso y de rostro indescifrable que se ha dejado ver aquí y allá durante la película, y ahora mira a otro lado, sin responder al saludo. La madre, para que la nena no se inquiete, le dice que el hombre no la vio. ¿Realmente no la vio, o evita saludarla? Ahí, en esos segundos de incertidumbre, está el clímax de la película. Y en la resolución, quizás, la clave de su naturaleza indiscernible.

domingo, 21 de septiembre de 2008

José Luis Guerín en La otra 19: Ultimo cine

Por Oscar A. Cuervo

- En tu cine hay una referencia fuerte al cine clásico (John Ford en Innisfree, Hawks en En construcción) pero los procedimientos formales están ligados al cine moderno.



- Es que la modernidad surge de la asimilación del pasado, así lo reconozco en los cineastas de la modernidad que más aprecio, como Godard u Oliveira. En el renacimiento, uno de los momentos más fuertes de la historia del arte, se hizo una asimilación del gran arte clásico. A mí me gusta pensar que lo que nos diferencia de la televisión es que en el cine tenemos una memoria que empieza con los hermanos Lumiere. Pero también hay un lado fastidioso de la cinefilia, el guiño forzado de muchos cineastas que filman la Gran Vía de Madrid como si fuera la 5ª Avenida de Nueva York, y son incapaces de ver sus calles, alienados por una acumulación de referencias, de miradas que remiten a otras películas. Ese guiño es muy empobrecedor a mi juicio y es lo que menos justicia le hace a los creadores a los que intentan emular, porque aquellos creadores eran tipos libres, capaces de ver sus calles. Y estos ya no ven calles, ven sólo películas.


Este fragmento de la entrevista que le hicimos a Guerín en abril, cuando estuvo en el BAFICI presentando su adorable par de películas (En la ciudad de Sylvia y Unas fotos en la ciudad de Sylvia) transita de algún modo por este tema del que venimos hablando aquí desde hace rato (ver Etiqueta Cine del milenio): la tensión productiva entre un cine que podríamos denominar "narrativo industrial" y una cierta tendencia del cine contemporáneo.

Después, analizando estas dos películas de Guerín, a mí se me ocurrió algo más al respecto (los que no quieran enterarse de detalles de la trama de En la ciudad de Sylvia no lean lo que sigue):



La sinopsis del díptico de Sylvia es bastante engañosa, porque expone un sentido lineal que la visión de las películas sólo nos permite descubrir gradual y parcialmente. Podríamos contarlo así: un hombre vuelve después de unos años a la ciudad en la que conoció a una mujer a la que no pudo olvidar. Cree reconocerla en un bar, la sigue tenazmente por la calle, pero cuando se le acerca, ella dice que no es la que él busca. El se queda frustrado, inquieto, perplejo, buscando a Sylvia entre otras que pasan. El fantasma de la mujer ausente termina impregnando a toda la ciudad: el deseo se disemina por los lugares que ella antes pisó, como si fuera un perfume. Todas las otras pueden ser ella y ninguna lo es. Es probable que ni siquiera la misma Sylvia pueda llenar ya el lugar del recuerdo. El deseo de restituir una imagen perdida remite directamente al Hitchcock de Vértigo, pero lo decisivo es que Guerin no puede volver a Vértigo, así como su protagonista no puede volver a Sylvia (y como el propio Scottie en Vértigo no podía volver a Madelene). No poder volver a Vértigo significa que es imposible volver a mirar a una mujer como Hitchcock nos enseñó verla. Y que no es posible filmar una ciudad como Hitchcock la filmó.

Y después, en La otra 19, la cosa sigue y sigue.

domingo, 20 de julio de 2008

El estado del cine y el estado del mundo


Por Oscar A. Cuervo

En el número de próxima salida de La Otra, nos dice José Luis Guerín: “Hay un lado fastidioso de la cinefilia, el guiño forzado de muchos cineastas que filman la Gran Vía de Madrid como si fuera la 5ª Avenida de Nueva York, y son incapaces de ver sus calles, alienados por una acumulación de referencias, de miradas que remiten a otras películas. Ese guiño es muy empobrecedor a mi juicio y es lo que menos justicia le hace a los creadores a los que intentan emular, porque aquellos creadores eran tipos libres, capaces de ver sus calles. Y estos ya no ven calles, ven sólo películas. Cuando el cine en lugar de servir para ver mejor la vida y las cosas sirve para no ver, se convierte en algo endogámico, cerrado sobre sí mismo, poco fértil”.

Creo que este párrafo sirve para comprender la posición de Guerín en el cine contemporáneo, que se aprecia perfectamente en películas como En construcción o En la ciudad de Sylvia. Y también se aplica al mejor cine que se está haciendo en el mundo desde hace unos 15 años. Una tendencia que aparece en países sin gran tradición cinéfila (aunque no exclusivamente en ellos), de lo que a veces imprecisamente se llama el “cine independiente”. Ha habido una fundación de la mirada en el cine de los comienzos del siglo 20 , que da lugar al gran cine narrativo norteamericano. Y esa mirada se agota en la década del 80. Sus más dogmáticos defensores (como el crítico argentino Ángel Faretta) identifican ese agotamiento con la muerte del cine, sin más. Probablemente no se tomen el trabajo de ver las películas de Guerín, las de Hou Hsiao Hsien, Jia Zhang-ke, Tsai Ming Liang, Apichatpong Weerasethakul, Lisandro Alonso, Raya Martin, Brilhante Mendoza, tampoco las de Gus Van Sant, Aleksander Sokurov y tantos otros, con la excusa de que eso “ya no es cine”.

Es que este cine se ha desembarazado (no gradualmente, sino de manera súbita) de esa sintaxis cinéfila convertida en “deber ser” que terminó por ahogar la mirada cinematográfica, después de haber dado magníficos frutos durante 8 décadas. El cine contemporáneo es lo que es por su situación histórica: porque coexiste con el imperio aplastante de la imagen televisiva y publicitaria, y porque tiene tras de sí la hermosa estela de un clacisismo al que es imposible volver.



Y el cine contemporáneo tiene muchas otras cosas, pero sobre todo es el que se desarrolla en el contexto de una cultura, una política y una economía globalizadas. Esto lo determina, por un lado, desde las condiciones de su producción, distribución y exhibición: ya no se sitúa en el contexto de una “industria” y hay un intento de recuperar cierta actitud artesanal que la tecnología actual facilita; tampoco resulta muy accesible en las salas comerciales dedicadas casi enteramente a los blockbusters (esta semana, Batman, el caballero de la noche). Se difunde azarosamente en festivales de cine, salas de arte y ensayo, cineclubes; se adquiere muchas veces bajándolo de internet y se esparce por medio de copias caseras.



Y por el otro lado, este estado del mundo determina también aquello que este cine muestra: un mundo donde conviven ruinas, desechos industriales, culturas primitivas en fricción con énclaves futuristas: una neobarbarie post-moderna poblada de gadgets, basura, humo, telefonía celular, casuchas de cartón, gentes que en medio de todo eso viven como pueden. Estos cineastas han vuelto a filmar sus calles, a usar el cine para ver mejor la vida en lugar de dedicarse a ejercer una lengua muerta.



De esto se trata el ciclo de cine contemporáneo que empezamos hoy en La Tribu (Lambaré 873, domingos 19:00). Hoy empezamos con I don't want to sleep alone, de Tsai. Y en las próximas semanas seguimos con

LA MUERTE DEL TRABAJADOR (Michael Glawogger, 2005)
SYNDROMES AND A CENTURY (Apichatpong Weerasethakul, 2007)
MALA NOCHE (Gus Van Sant, 1985)
DEAD OR ALIVE (Takashi Miike, 1999)
PLACERES DESCONOCIDOS (Jia Zhang-ke, 2002)
GOOD BYE SOUTH, GOOD BYE (Hou Hsiao Hsien, 1996)
y otras que se irán agregando, algunas sorpresas y algunas visitas.

viernes, 18 de abril de 2008

BAFICI: recta final


Por Oscar Alberto Cuervo

Vamos entrando en la recta final, hay películas que ya no se van a proyectar, pero hay otras que se han agregado en los últimos días. Como no vamos a hacer a tiempo de reseñar todo lo que hemos visto antes de que el festival termine, no quiero dejar de recomendar con entusiasmo algunas de las que para mí son las sobresalientes de entre las que vi. Quizá puedan tratar de verlas:


Paranoid park (Gus Van Sant)
I'm not there (Todd Haynes)
Useless (Jia Zhang-ke)
Possible lovers (Raya Martin)
Morceaux de conversations avec Jean-Luc Godard (Alain Fleischer)
Mala noche (Gus Van Sant).

Las anteriores son las que más me gustaron entre las que hay aún posibilidades de ver.
Pero cuando haga mi top twenty final, no creo que puedan faltar
Liverpool (Lisandro Alonso)
Encounters at the End of the World (Werner Herzog)
En la ciudad de Sylvia (José Luis Guerín)
Unas fotos en la ciudad de Sylvia (José Luis Guerín)
El país del diablo (Andrés Di Tella)
La orilla que se abisma (Gustavo Fontán)
Profit motive and the whispering wind ( John Gianvitto)

Y todavía me faltan ver varias.

viernes, 11 de abril de 2008

BAFICI: Unas fotos


Por Oscar A. Cuervo

Todo aquello que en En la ciudad de Sylvia encanta, en Unas fotos en la ciudad de Sylvia se potencia hasta límites inauditos. Se ha dicho: Guerín conoció a una chica hace unos cuantos años en Strasburgo, no pudo olvidarla, volvió a buscarla, no la encnontró, pero encontró una idea de film. La idea: una mujer conduce a otra y a otras, y en la busca toda la ciudad se impregna de ella/ellas. Al desaparecer la figura, aparece un entorno. Un flujo de vida que evoca a la desaparecida. La mujer, la figura: ficción. El entorno, la ciudad: documental.

La mejor película del BAFICI 2008 hasta el momento.

jueves, 10 de abril de 2008

BAFICI: primera jornada

Por Oscar A. Cuervo

Mi BAFICI empieza musical y depresivo famoso: Joy Division de Grant Gee. No está mal: el documental sobre la banda liderada por Ian Curtis no va a cambiar la historia del cine. Pero incluye algunos registros en vivo en los que impresiona la mirada acuosa del cantante epiléptico y finalmente suicida. A pesar de las disquisiciones de Pablo Schanton en SIN ALIENTO (el diario del BAFICI) acerca de los pormenores del suicidio de Curtis, no es en los detalles biográficos donde puede descollar una película así: el cantante no tiene un suicidio más interesante que el de cualquier otro. Lo que sí puede deslumbrar es la atonía emocional que exhibía Curtis en el escenario y la aspereza de una música que captura el desaliento de una época y una ciudad: Manchester, fines de los 70.

La primera película del BAFICI siempre se beneficia por la adrenalina acumulada por días de grilla y catálogo y la incertidumbre de haber optado o no por lo correcto. En la segunda película viene el relajamiento y el sueño. Para una ocasión así no es aconsejable elegir Fengming, a Chinese Memoir del prestigioso Wang Bing. Son 3 horas y 4 minutos en los que monologa la escritora He Fengming, relatando todas las persecusiones sufridas por ella y su esposo a lo largo de tres décadas del comunismo chino. Film programático donde los haya, la determinación inflexible de Wang Bing consiste en no dejar a su protagonista ni a sol ni a sombra (literalmente), en planos medios fijos que acompañan el tono monocorde que ella emplea para contar sus penurias. Es una obra que asume su carácter de documento al pie de la letra, sin interferencias estéticas más que un montaje ínfimo. Tanto rigor me cansó y el sueño me venció en más de una ocasión. Fengming es una película que en todo caso merece verse después de haber dormido bien y fuera del contexto frenético de un festival.

Mi tercera fue: Chacun son cinéma, la de los 33 cineastas top del nuevo milenio rindiéndole tributo a los 60 años del festival de Cannes. La acumulación de situaciones desarrolladas en el contexto de una sala cinematográfica termina por volverse fatigosa. Muchos de los cortos no pueden esquivar un look de spot publicitario, con remates de ingenio y glamour incluidos. La vanidad de algunos de los realizadores convocados los hace auto-homenajearse (tribute yourself, diría Charly): es el caso de Lelouch, Youssef Chahine o Lars von Trier. Del lote se destacan con toda comodidad unos momentos fulgurantes de David Lynch y el lirismo de Tsai Ming-liang.

Donde el BAFICI empieza a tomar forma es con En la ciudad de Sylvia . Es que José Luis Guerín toma riesgos, busca por zonas del cine no demasiado transitadas, y en lugar de hacer un film redondo y perfecto de acuerdo con normativas probadas, ensaya nuevas posibilidades en cada secuencia. Su película contiene tantos links al cine clásico (Vertigo, Rebecca) como al moderno (el Antonioni de El eclipse) y al contemporáneo (la exploración del espacio visual y sonoro de las ciudades que practica, por ejemplo, Hou Hsiao Hsien en Cafe Lumiére). No es que la película esté plagada de citas: es que discurre y zigzaguea entre los límites de la narratividad y la experiencia no narrable.


No vaya a creerse que se trata de un ejercicio intelectual: es un goce de formas y movimientos, pleno también de caras muy hermosas.

BAFICI: En la ciudad de Sylvia


Por Martha Silva

Hemos visto En la ciudad de Sylvia, primera parte del díptico de José Luis Guerín (la otra es Unas fotos en la ciudad de Sylvia). Parece ser que este es el orden adecuado para verlas. También se presenta en el BAFICI el cuaderno de notas Algunos paseos por la ciudad de Sylvia de Carlos Losilla y Jaime Pena, que es una suerte de desagravio hacia Guerín por el "desprecio institucional", que mereció en España este díptico.

En el libro se incluyen varios ensayos escritos por críticos reconocidos, como David Bordwell y Miguel Marías, entre otros. Según dice Lee Marshall en uno de los capítulos esta historia de Sylvie -o con Sylvie- parte de un encuentro real que Guerín tuvo con una joven en 1980 en el bar Les aviateurs de Strasburgo. Volvió allí y nunca la encontró. Es lo mejor que pudo haber sucedido, porque de haberla encontrado no hubiera sido la misma Sylvie. La realidad nunca se compadece con la visión romática, idealizada, que guardamos en el recuerdo.

Más allá de las referencias a Hitchcock, Bresson, Rohmer y otros ídolos del cine -que lo son también de Guerín-, más allá de las invocaciones a Petrarca y su amada Laura, estamos ante una Sylvia que nunca aparece, situada en el lugar del misterio.

martes, 8 de abril de 2008

BAFICI: corazonadas

Por Oscar A. Cuervo

No parece prudente dejar pasar el díptico que presenta José Luis Guerín: En la ciudad de Sylvia y Unas fotos en la ciudad de Sylvia. Por los antecedentes de Guerín: autor de esa maravilla llamada En construcción. Y porque, a juzgar por los comentarios de quienes las vieron, Guerín vuelve a lograrlo, caminando por ese borde entre ficción y registro documental que se ha revelado tan fructífero en los últimos años, del cual Guerín es uno de sus más felices exploradores. Hay una historia de amor, o el recuerdo de ella, o su construcción imaginaria. Y también esa notable capacidad para poetizar la captura del espacio sonoro y visual de una ciudad contemporánea (antes Barcelona, ahora Estrasburgo).


Dos películas también presenta Gus Van Sant: la primera que hizo, Mala noche, y la última, Paranoid Park. No hace falta explicar la importancia de Van Sant en el panorama cinematográfico actual: es uno de los que está haciendo el cine del nuevo milenio. Paranoid Park continúa en la senda de la trilogía de los jóvenes perdidos integrada por Gerry, Elephant y Last days que volvió a poner a su autor en el centro de la creatividad, después de una década del 90 algo borrosa. Mala noche, su debut de 1985, anticipa sus rasgos más caracterísiticos, ese lirismo crudo para hacer foco sobre jóvenes desamparados de ciudades chatas, deseso homoerótico y una cierta tonalidad cassavetiana.

A Lee Kang-sheng lo conocemos como el alter ego de Tsai Ming-liang: protagonista de todas sus películas sin excepción, desde Rebeldes del dios neón hasta No quiero dormir solo. Tsai y Lee configuran un dueto creativo que se suele comparar con el que en la nueva ola francesa hacían Truffaut y Jean Pierre Léaud. El propio Tsai confiesa que Lee es algo así como el coautor de sus películas y que aspira a seguirlo filmando de acá hasta que la muerte los separe, registarndo cada transformación del cuerpo de Lee como asunto excluyente de su cine. Pero resutla que el propio Lee se largó como cineasta: ya conocimos en un BAFICI anterior The missing, su más que interesante debut. Ahora Lee llega con su segundo largometraje, Help me, Eros. Y parece que va a estar presente el propio Lee in the flesh: increíble va a ser cruzarse por los pasillos del Abasto a uno de los íconos emblemáticos del cine actual.

Y después hay una película que se llama Chacun son cinéma, producida a propósito del 60 aniversario del festival de Cannes e integrada por 33 episodios cuyos autores me eximen de todo comentario: Theo Angelopoulos, Olivier Assayas, Bille August, Jane Campion, Youssef Chahine, Chen Kaige, David Cronenberg, Jean-Pierre Dardenne, Luc Dardenne, Manoel de Oliveira, Raymond Depardon, Atom Egoyan, Amos Gitai, Hou Hsiao-hsien, Alejandro González Iñárritu, Aki Kaurismäki, Abbas Kiarostami, Takeshi Kitano, Andrei Konchalovsky, Claude Lelouch, Ken Loach, David Lynch, Nanni Moretti, Roman Polanski, Raúl Ruiz, Walter Salles, Elia Suleiman, Tsai Ming-liang, Gus Van Sant, Lars von Trier, Wim Wenders, Wong Kar-wai, Zhang Yimou.