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martes, 1 de julio de 2014

Angel Di María




Angel came down from heaven yesterday
he stayed with me just long enough to rescue me
And he told me a story yesterday,
About the sweet love between the moon and the deep blue sea
And then he spread her wings high over me
hhe said hhe's gonna come back tomorrow

And I said "fly on my sweet angel,
Fly on through the sky,
Fly on my sweet angel,
Tomorrow I'm gonna be by your side"

Sure enough this morning came on to me
Silver wings silhouetted against the child's sunrise
And my angel he said unto me
"Today is the day for you to rise,
Take my hand, you're gonna be the champ,
You're gonna rise"
And he took me high over yonder

And I said "fly on my sweet angel,
Fly on through the sky,
Fly on my sweet angel,
Forever I will be by your side".

Lo llaman 'Fideo' por su físico desgarbado: 1,80 metro de alto y 70 kilos.

De chico Ángel ayudaba a su padre Miguel en la carbonería que tenían y su mamá lo llevaba en bicicleta a los entrenamientos del club Torito. De ese club fue transferido a Rosario Central a cambio de 35 pelotas.

Di María se siente orgulloso de sus orígenes y lo demuestra un tatuaje que lleva en el brazo izquierdo, que dice "Nacer en La Perdriel fue y será lo mejor que me pasó en la vida".

miércoles, 28 de julio de 2010

Escuchame un cachito

(sobre el kilombo de las escuchas)


por oac

Dice José en un comentario al post anterior:

"decís que para vos hay valores estéticos objetivos y que hay modos, entonces, de establecer lo bueno o lo mejor".

Hmmmm... A esta altura ya hemos escrito mucho, pero no recuerdo haber dicho eso jamás.

Lo más parecido que creo haber escrito
es esto:

"Yo no creo que el desagrado que me produce la música de Iorio sea una cuestión de gusto subjetivo. De modo que trato de buscar en la obra de Iorio las marcas que me distancian de él".

Así que no hablo de objetividad, pero sí de un compromiso de fundar mis dichos acerca de la obra sobre marcas reconocibles en la obra antes que en preferencias subjetivas. Creo que este es el asunto más difícil, miles de veces me topé con él en discusiones sobre cine o música. Y creo que la filosofía y la epistemología no tienen aún una respuesta buena para este problema.

Ante todo, aclaro: no creo en la objetividad ni de las ciencias naturales ni de las sociales; mucho menos en el terreno del arte. No creo que existan valores estéticos objetivos que permitan establecer lo bueno y lo mejor.

Pero que no sea posible la objetividad no implica que entonces el arte sea el reino de los gustos subjetivos. El problema es que sujeto y objeto son dos conceptos complementarios y se implican mutuamente. Y juntos fracasan para establecer una noción de verdad en la ciencia y son totalmente inadecuados para el arte.

El arte no es subjetivo, desde ningún punto de vista.

La música no está en mi subjetividad, aunque sí habita en mi escucha (en la escucha de cada cual). ¿Cuál es la diferencia? En que no hay música sin escucha, pero a la vez la escucha no inventa la música, la oye. La música no es una cosa que exista por sí misma, entre otras cosas, circunscripta en un espacio y un tiempo determinados. ¿Dónde está la canción? En la escucha. El compositor es un oyente que no inventa su música, sino que la oye antes que los demás.

La música es un poner en marcha la escucha como escucha. (jajaj: perdón si esto suena estrafalario, pero no encuentro un modo más preciso de decirlo). Una sinfonía o un blues no están en las partituras, ni en los dedos de los instrumentistas, ni adentro de los instrumentos, ni en la garganta del cantante, ni en los surcos del vinilo, ni el los datos del CD, ni en el oxígeno de la sala (aunque necesiten de al menos algunos de estos elementos para atravesarlos). La música sólo existe en la escucha. Esto es puesto de manifiesto por la mutación musical del siglo XX (aunque ya estaba ahí desde el principio). La brisa de unas bicicletas que pasan se vuelve música cuando se convoca a unos oyentes a escucharla de ese modo. Después, la brisa de las bicicletas al pasar sigue siendo sólo brisa. El silencio en la naturaleza no existe. Sólo hay silencio en la música, es decir, cuando un oyente detecta una variación en el volumen del ruido ambiente como un lapso vacío entre dos sonidos.

En la vida cotidiana todo el tiempo escuchamos, pero estamos sumidos en lo escuchado y no reparamos en la experiencia misma de la escucha. La música es esa experiencia que nos hace reparar en la escucha, nos hace percibirnos escuchando. Se trata de una escucha articulada como un habla. No emana de sensaciones subjetivas: responde a secuencias, relaciones, variaciones, intervalos, repeticiones, silencios, superposiciones, texturas. Estos elementos no se hallan tan precisamente codificados como el lenguaje verbal, por lo que nos resulta más fácil hablar de la letra de una canción y mucho más difícil hablar de la música. Pero, dado que están perfectamente articulados, no son puramente inefables y las palabras pueden entablar un diálogo con ellos.

Lo que nos conmueve o nos repele en una canción está ahí y no se funda en ningún gusto subjetivo, aunque nos resulte tan dificultoso primero detectarlo y, en segundo lugar, comunicarlo a otros. La política de una canción también se juega ahí, en la escucha, en el tipo de vínculo que establece la canción con el oyente, en el tipo de oyente que reclama, en lo que espera de él y en lo que él es capaz de darle a ella.

¿Por qué Noche Transfigurada de Schömberg constituye un acontecimiento político? Porque desarregla la escucha establecida. Una música así transforma el mundo, porque hace aparecer experiencias hasta ahora no previstas, se pone en tensión con la tradición, expande los límites de lo hasta ese momento aceptado como música, cuestiona los saberes que sobre la música se han solidificado, cuestiona por tanto a las instituciones que legitiman lo musicalmente aceptable y también los modos de escuchar. Cada mutación en la historia de la música vuelve a desacomodarlo todo: los cuartetos de Beethoven, los blues de los algodonales, Schömberg, la trompeta de Davis, la discografía de los Beatles, la voz de Dylan, Stockhausen, la guitarra de Hendrix desacomodan todo: a los oyentes, a los maestros, a los manuales, los modos de circulación y de puesta en escena de la escucha musical. A partir de ellas, el mundo se oye de otra manera.

Y la escucha nunca es un acto solipsista, siempre se escucha con otros, junto a otros, aunque sea "contra" otros. Esto es, a mi parecer, una auténtica expansión de los límites del mundo, de los vínculos humanos, una transformación de las subjetividades.

Una canción nos enseña a percibirnos, nuestro léxico sentimental se configura, en gran medida, con canciones, vamos a la música cuando estamos alegres o tristes, o cuando nos enamorados, para que ella nos permita comprender lo que nos pasa. La canción nos precede, porque somos el resultado de las canciones que escuchamos. Pero también nos resulta posible volver a la canción, para escucharla ahora de otra manera, para desarticular nuestra primera escucha, la que nos marcó a fuego, y encontrar en ella los elementos en que consiste, desarmarlos y volverlos a armar.

Todo esto es un trabajo que excede totalmente el pastoso y equívoco concepto de "gusto".

Bueno, espero no haberme ido al carajo. O, al menos, de irme al carajo sólo un poquito. Todo empezó con Iorio. Y ahora me pregunto si Iorio no será una mutación de la escucha que no me resulta posible reconocer. De ser así, espero que alguien me lo haga comprender.

Y aquí les dejo a uno que provocó menudo lío en nuestros oídos:



(continuará)