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viernes, 23 de agosto de 2024

Ray Bradbury: un recorrido personal


por Cristian Bonomo

LA SIRENA

En 1986, a mis quince años, recibí como regalo Las doradas manzanas del sol

El primer cuento que leí, "La Sirena". 

Desde aquel día tengo intacto en la memoria ese impacto emocional, melancólico y profundo. 

Un día, hace muchos años, vino un hombre y escuchó el sonido del océano en la costa fría y sin sol, y dijo: «Necesitamos una voz que llame sobre las aguas, que advierta a los barcos; haré esa voz. Haré una voz que será como todo el tiempo y toda la niebla; una voz como una cama vacía junto a ti toda la noche, y como una casa vacía cuando abres la puerta, y como otoñales árboles desnudos. Un sonido de pájaros que vuelan hacia el sur, gritando, y un sonido de viento de noviembre y el mar en la costa dura y fría. Haré un sonido tan desolado que alcanzará a todos y al oírlo gemirán las almas, y los hogares parecerán más tibios, y en las distantes ciudades todos pensarán que es bueno estar en casa. Haré un sonido y un aparato y lo llamarán la sirena, y quienes lo oigan conocerán la tristeza de la eternidad y la brevedad de la vida».

Bradbury cuenta el origen de esa historia. 

Un día, caminando con su esposa por la playa de Venice, California, vio la estructura abandonada de una montaña rusa y se dijo: ¿qué hace ese dinosaurio recostado en la arena? 

Hace diez años armé un club de lectura de sus libros, El Club de la Salamandra. Nos reuníamos cada tanto y yo editaba los cuentos por separado para repartir y proponía algunas lecturas y búsquedas. Para uno de esos encuentros armé un powerpoint con la traducción de "La sirena", para tener la experiencia de una lectura colectiva. Tengo dos discos de lecturas de Ray Bradbury por él mismo. Uno de ellos, Fantastic tales (1979) tiene 14 de sus cuentos. Edité su lectura del cuento acompañándolo de la obra Waiting for Cousteau de Jean-Michel Jarre y, mientras escuchábamos el audio, yo iba pasando las placas del powerpoint de manera simultánea con la traducción. Tiempo después hice la experiencia en un video pero, sin la licencia correspondiente, fuera de mi computadora, el video se ve con la marca de Filmora que ahora es más grande que años atrás. Quizá retome el esfuerzo. [Link al cuento completo]

LA CANCIÓN DE YLLA

Inmediatamente después de Las doradas manzanas... vino la trilogía dorada: Crónicas Marcianas, El Hombre Ilustrado, Fahrenheit 451.

En la primera expedición de las Crónicas Marcianas, la presencia de los hombres de la tierra llega primero, antes que los cuerpos, como música.

Caía la tarde, y mientras se paseaba por entre las susurrantes columnas de lluvia, la señora K se puso a cantar. Repitió la canción, una y otra vez.

—¿Qué canción es ésa?, —le preguntó su marido, interrumpiéndola, mientras se acercaba para sentarse a la mesa de fuego.

La mujer alzó los ojos y sorprendida se llevó una mano a la boca.

—No sé.

El sol se ponía. La casa se cerraba, como una flor gigantesca. Un viento sopló entre las columnas de cristal. En la mesa de fuego, el radiante pozo de lava plateada se cubrió de burbujas. El viento movió el pelo rojizo de la señora K y le murmuró suavemente en los oídos. La señora K se quedó mirando en silencio, con ojos amarillos, húmedos y dulces al lejano y pálido fondo del mar, como si recordara algo.

—Drink to me with thine eyes, and I will pledge with mine (Brinda por mí con tus ojos y yo te prometeré con los míos) —⁠cantó lenta y suavemente, en voz baja⁠—. Or leave a kiss within the cup, and I’ll not ask for wine. (O deja

un beso en tu copa y no pediré vino).

Cerró los ojos y susurró moviendo muy levemente las manos. Era una canción muy hermosa.

—Nunca oí esa canción. ¿Es tuya?, —⁠le preguntó el señor K mirándola fijamente.

—No. Sí… No sé —titubeó la mujer⁠—. Ni siquiera comprendo las palabras. Son de otro idioma.

 

DE LAS LECTURAS

Ray Bradbury vino a la Argentina dos veces. La primera, en 2007, me la perdí, Cuidando a mi primer sobrino, en Longchamps, vi por tele que estaba en la Feria del Libro firmando libros y yo sin saberlo. Se fue emocionado, diciendo que fue una de las experiencias más maravillosas de su vida, por el afecto de la gente. La segunda, en 2006, otra vez en la Feria del Libro, pero ahora en una video-conferencia; ahí estuve. Me senté atento y emocionado de verlo. Nunca antes había escuchado o leído a Bradbury en primera persona. Luego de ese día volví a coleccionar sus libros y ahí sí empecé a tener libros con sus escritos en primera persona. Esa tarde descubrí que todas las cosas de las que él nos hablaba yo ya las sabía, y las sabía a través de sus cuentos.

Quisiera destacar tres cualidades que se encuentran en sus cuentos a través de tres personajes:

 La curiosidad en Cecy Elliot ("La Bruja de abril", Las Doradas manzanas del Sol).

— La imaginación en Fiorello Bodoni ("El Cohete", El Hombre Ilustrado).

— El cariño en Harrison Cooper ("Los últimos sacramentos", Más rápido que la vista).

Cecy es una brujita que tiene la facultad de meterse dentro de las cosas para saber qué se siente. Puede ser un perro, una paloma, un pétalo, un grillo o el rocío y vivir su experiencia. Un día, decide saber qué es enamorarse. 

Fiorello Bodoni logra hacer un viaje inolvidable con sus hijos.

Una mañana, Harrison Cooper se despierta triste, melancólico, y al afeitarse ve por el espejo cómo se le cae una lágrima. Una visita le hace dar cuenta de que con su máquina del tiempo puede hacer viajes a momentos históricos, ahí cae en el por qué de su estado de ánimo y decide visitar a tres de sus escritores favoritos que murieron sin reconocimiento alguno.

Harrison Cooper se puso de pie sigilosamente, echó un vistazo hacia la escalera y luego, cargado con el dulce peso de los libros, entró en aquella habitación en la que las velas ardían a cada lado de la cama, donde el hombre agonizaba recostado, los brazos extendidos a ambos lados, la cabeza hundida en la almohada, los ojos cerrados en una mueca, la boca firme como si desafiara al techo, a la muerte misma, a que lo hundiera hasta ahogarlo.

Al primer roce de los libros, a un lado y luego al otro de la cama, el anciano aleteó los párpados y sus labios agrietados se partieron; de sus fosas nasales escapaba un silbido de aire.

—¿Quién anda ahí? —susurró—. ¿Qué hora es?

—“Cada vez que la boca se me tuerce en una mueca amarga, cada vez que en mi alma se posa un noviembre húmedo y lluvioso, entonces comprendo que ha llegado la hora de darme a la mar lo antes posible” —contestó el viajero a los pies de la cama, con voz serena.

—¿Cómo? ¿Cómo? —repitió rápidamente el anciano con voz casi inaudible.

—“Es mi manera de disipar la melancolía y regular la circulación” —volvió a citar el viajero, que se desplazó para colocar un libro junto a cada uno de los brazos del anciano moribundo, donde sus dedos trémulos pudieran rozarlos, tocarlos y acariciarlos como si estuvieran escritos en Braille.

De a uno por vez, el desconocido sostuvo en alto un libro tras otro para exhibir las cubiertas, luego una página y otra, donde las fechas impresas de aquella novela retozaban en la cresta de una ola para luego encallar para siempre en alguna playa de un futuro lejano.

Los ojos del enfermo se posaron largamente en las tapas, los títulos, las fechas y luego se clavaron en el rostro resplandeciente del viajero. Confundido, exhaló.

—Tienes la mirada de un viajero. ¿De dónde vienes?

—¿Se notan los años? —dijo Harrison Cooper inclinándose hacia él—. Bien, entonces le traigo una Anunciación.

—Esas cosas sólo les ocurren a las vírgenes —musitó el anciano—. No yace aquí ninguna virgen sepultada bajo los libros nunca leídos.

—Sin embargo, yo vengo a desenterrarlo. Traigo noticias de un lugar distante.

La mirada del enfermo se dirigió a los libros que descansaban bajo sus manos temblorosas.

—¿Son míos?

El viajero asintió con solemnidad, pero sus labios dibujaron una sonrisa cuando el rostro del anciano se tiñó de un color más tibio y la expresión de los ojos y la boca se tornó más anhelosa.

—¿Hay esperanzas, entonces?

—¡Claro que sí!

—Te creo. —El anciano tomó aire y preguntó: —¿Por qué?

—Porque lo quiero mucho —dijo el desconocido a los pies de la cama.

CON PASO DE PANTERA *

No aplastes ni arrebates; descubre y conserva;

con paso de pantera ve adonde duermen las verdades minadas

a detonar con sigilo las semillas ocultas

para que en tu estela, invisible, ignorada,

brote una riqueza exuberante y quede atrás

mientras te escabulles fingiendo que eres ciego.

Al volver al sendero que abriste en la jungla

descubre los desechos que hiciste a un lado;

las mínimas verdades y las grandes han aflorado allí

donde antes diste tumbos con loca inconsciencia

o algo parecido. Y así esas minas fueron detonadas

en fácil juego de paso y pisada y hallazgo;

pero sobre todo paso suelto; pisada, muy poca.

Presta atención, pero una pizca.

Desdeña el cuidado, muéstrate distante, haz caso omiso

de las millas, y detrás de tu sonrisa, como gatos,

vendrán a ronronear las metáforas, cada una un orgullo,

una espléndida bestia de oro que llevabas oculta,

convocada ahora en cosechas de sabana

vuelta elefante agamuzado que estremece

y atrona y desencaja para que la mente pasmada,

contemple la belleza pero perciba el defecto.

Luego, visto el defecto, como lunar en la más bella,

apresúrate a reconocer, entero, el Todo.

Hecho lo cual, finge no guardar ningún conocimiento;

con paso de pantera ve adonde duermen las verdades minadas.

* Poema del libro Zen en el arte de escribir (1990).

...

👆🏽 Esta es mi biblioteca Bradbury
Me enteré de la muerte de Bradbury mientras trabajaba en un negocio con atención al público. En un momento me aparté y me fui a un rincón trasero, a pensar un poco en él y todos los cuentos e imágenes que viven en mi cabeza desde esos quince años y pensé:

Él no lo sabía, pero era mi mejor amigo.

jueves, 6 de diciembre de 2018

Raudales / La bolsonarización buscada

Dejar el hogar no es fácil: La otra.-radio, 2/12/2018
Primera parte acá 
Segunda parte acá


Asunción es una ciudad muy colinada, -dice Iván- muchas subidas y bajadas, en su historia siempre estuvieron muy presentes los raudales. Se han llevado hasta iglesias enteras, una correntada de agua que pasa rápido y se lleva todo. Llueve mucho y, como es una gran pendiente, se arma un aroyo potente por la calle y arrastra con todo. Eso existe hasta hoy día. Se ha hecho de todo pero, entre cuestiones mal trabajadas y que la lluvia cambió y cada vez es más grande, sigue trayendo mucho problema eso. Y se lleva gente, se lleva autos, se lleva de todo.

Yo hice remo en la adolescencia en un club que no era el típico club de remo. Siempre el chiste en el club, que se llamaba Mbiguá, un club centenario de Asunción, era que se decía que había solo dos clubes de remo pobres en Sudamérica. Uno era el de Salto en Uruguay, que tenía el apoyo de la municipalidad por lo menos, y el otro era el club Mbiguá, que no tenía ningún tipo de apoyo de nadie y se inundaba cíclicamente.

Cuando uno vive en el agua, como yo buena parte del día, y todo el año, empieza a vivir la lluvia de manera distinta, empieza a tener una presencia importante. Porque la lluvia empieza a ocurrir muchas horas antes de que te llega hasta vos. Ves la nube, ves avanzar, ves una cosa grande, verde, ves que se cambia el color del agua, las olas que se empiezan a formar en una bahía, que no es grande, pero se empiezan a formar las olas. Hay muchos cambios drásticos que ocurren alrededor. Y eso me quedó muy grabado, dijo Iván en La otra del domingo.

Audio de la primera parte del programa, descargar acá.

Los programas que mejor salen son los más difíciles de postear. ¿Hago una lista de los temas hablados en la conversación? ¿Otra lista con las canciones? ¿Redusco la experiencia de transitar esas dos horas de la noche del domingo hacia la madrugada del lunes para forzarla a entrar en un concepto?

El domingo vino como invitado a La otra el sociólogo y escritor Iván Silvero Salgueiro, a quien conocí hace 26 años cuando él llegaba de Asunción a estudiar en la UBA, con sus 19 años vividos bajo la dictadura paraguaya, en busca de un clima de mayor libertad, proponiéndose conocer rápido la ciudad de Buenos Aires, tal como conocía al dedillo su ciudad natal. No exactamente una experiencia de desarraigo, porque su libro La lluvia muestra que sus raíces no fueron arrancadas, sino de algo que podríamos llamar un doble arraigo. Buenos Aires es la ciudad en la que ya vivió más de la mitad de su vida. A pesar de eso aún conserva el acento asunceno. El acento forma parte de lo que el lenguaje radial puede trasmitir y lo que yo escriba acá no. Esta experiencia de doble arraigo conserva el desgarro que supone, y constituye a gran parte de los habitantes de nuestro país. Contra eEse elemento se propone destruir la xenofobia que inyecta este infame régimen gobernante.


El macrismo intenta bolsonarizarse por no poder ofrecer un horizonte de felicidad popular, al contrario. Nos quieren empujar a fuerza de balazos, blindaje mediático y cortinas de humo, el régimen solo puede apostar a las pulsiones más bajas de crueldad y resentimiento. De ahí la agobiante promoción sin límites de la brutal, inepta y borrascosa Patricia Bullrich, la bolsonara argentina. El tercio filofascista de la población -no del pueblo, que es otra cosa- ahora se entrega a sustituir su fallida retórica republicana y honestista para imponer ahora la lógica de la muerte.

Iván cuenta en el programa cómo fue que derrocaron a Fernando Lugo en Paraguay mediante un golpe parlamentario que fue el ensayo que años después se aplicó en Brasil, nada menos. Visto en perspectiva parece mentira: cuando el parlamento paraguayo volteó a Lugo no alcanzamos a advertir que el enemigo estaba preparando una ofensiva contra todo el pueblo sudamericano. Ahora Paraguay tiene como presidente a "Marito" Abdo Benítez, un borrador de Bolsonaro, no casualmente, hijo de milico stronista, de discurso de derecha rancia. Silvero Salgueiro nos aconseja prestar atención a lo que sucede en Paraguay porque suele anticipar las políticas que el imperialismo después aplica en otros países de nuestra región

Audio de la segunda parte del programa, descargar  acá.

Dos horas de radio son más que lo que pueda escribir en este post, la conversación con Maxi Diomedi, las canciones, los deslices de la charla, el fútbol, los medios... Canciones muuy lindas, "Leaving Home Ain’t Easy", "Pedir la claridad", "El primer sueño del último suspiro" o "Maribel se durmió". O esta:


domingo, 2 de diciembre de 2018

Lluvia

Hoy 0 h en FM 89,3


"El cajón que me contenía, resquebrajado, se ha incrustado donde debería haber pulmones, ahora respiro madera y gusanos. Los movimientos de la tierra, con el paso de las raíces, hacen de mis restos un mosaico cubista, un mundo de desfases, dislocaciones, huesos en procesos de desorden.

"Quieto, contemplativo, soy testigo de puros movimientos, soy la inercia de otros impulsos, insumo y consecuencia. No me evaporo, pero pareciera. Puedo verme desde distintos ángulos, cada parte de mí, cada transformación que sufro en un rincón es un nuevo punto de vista que aprecia los demás restos. Soy justamente eso: restos, y soy lo nuevo: raíces, gusanos, abono, tierra, hojas".

[Fragmento de "Muerto y enterrado", de Iván A. Silvero Salgueiro, La lluvia, Libros del Perro Negro, 2018]

Iván Silvero Salgueiro nació un tórrido domingo de diciembre en Paraguay. Vivió una infancia de soles y raudales (era muy vago). Fue remero en la bahía de Asunción, donde conoció el río y las tormentas de verano, así como las largas lluvias de invierno.

Vino a Argentina en los 90. Desde entonces lo conozco, mientras él hacía el CBC en Paseo Colón y yo coordinaba allí el Taller de Pensamiento de donde salió todo lo demás que desde entonces hice.

El se recibió de sociólogo. Es hincha de Olimpia y de River. Publicó un libro de relatos, El Tren del Sur, y otro que yo digo es de prosa poética, La lluvia, aparecido recientemente en Santiago de Chile. Ciudad de México y Asunción.

Hoy a la medianoche viene a La otra, FM 89,3, Radio Gráfica, online acá.

Vamos a hablar de River.

Je.

Vamos hablar de La lluvia.


Y del proceso político paraguayo. El golpe parlamentario que derrocó a Fernando Lugo fue un ensayo de poderes trasnacionales que luego repitieron casi el mismo esquema nada menos que en Brasil y en otros países de la región. Hay que prestarle atención a eso.

domingo, 6 de agosto de 2017

Noelia en el País de los Cosos

por Carmen Cuervo

En la emisión del domingo pasado de La otra.-radio desarrollamos un análisis de la notable Noelia en el país de los cosos, una novela gráfica de Ignacio Minaverry publicada por la editorial Maroma hace pocas semanas. Pueden escuchar nuestro análisis radial clickeando acá

Originariamente fue publicada en episodios para el suplemento digital de la Agencia Telam y luego en la revista Fierro entre los años 2011 y 2015.

La historia esta localizada en la provincia de Buenos Aires. El guión combina el ingreso a la aventura de Noelia, una nena aburrida, cuestiones políticas tales como el neoliberalismo, la lucha de clases, los sindicalistas buenos y malos con todo tipo de seres extraños: diosas, monstruos, gigantes, guardianes mitológicos, personajes de cuentos infantiles y héroes del rock.

La novela tiene cuatro partes. En la primera, Noelia conoce a los Cosos, humanoides verdes o blancos. Es ayudada por la sacerdotisa sagrada Sahkokitara, una pelirroja exuberante cuyas armas son una guitarra eléctrica y un escudo. También conoce a la sirena Kalmari, diosa del mar. El mundo submarino es psicodélico, de colores estridentes. 


En la segunda parte, Noelia llega a San Miguel de los Abrojos, ciudad cabecera el partido de los Cosos. Ahí conoce a Ramoncito, personaje inspirado en el grupo punk Los Ramones y a Cara de Cráneo, que tiene tres personalidades: una normal, una agresiva y otra tramposa, expresadas por sus cambios de actitudes y de aspecto físico. En su travesía Noelia llega a la empresa Riomar que se dedica a extraer de los bosques el ámbar verde, la principal fuente de energía de esa región. La novela muestra también una infografía sobre el País de los Cosos, dividido en sur y norte, con poderes económicos distintos y grandes enfrentamientos sociales. 

En la tercera parte, Noelia viaja al sur, donde se encuentra con Kivaari, activista política extrema, armada con cañones y fusiles. En el País de los Cosos se desata la guerra civil. Entonces aparece el Viejo del Bosque, posible creador del País de los Cosos y de sus habitantes, a los que explota. El dibujo de este personaje tiene una cantidad de detalles casi barroca. 

En la cuarta parte se desarrolla la guerra civil entre el norte y el sur. Aparece otra infografía sobre la historia del conflicto y sus ejércitos. El arma que decide esta guerra es el color ámbar verde. 

En todo Noelia en el país de los cosos los cambios narrativos son acompañados por cambios de colores y estilos de dibujo.

Al final de la novela hay un agregado con varias tapas de la revista Fierro, también pueden verse los escudos y las armas de los principales personajes y la reproducción de bocetos originales de bocetos inéditos del autor.

Es muy hermosa y cuidada la edición que hace La Maroma Ediciones de Noelia en el país de los cosos, con un diseño delicado, impreso en papel ilustración que exhala un perfume muy placentero y realza los valores plásticos de la novela de Minaverry.


El libro puede conseguirse en:

El Quiosquito de Libros
- Mercado Libre
- Musaraña Libros (General José María Paz 1530, Vicente López)
- Punc (Belaustegui 393, CABA). Muy pronto en las comiquerías.

Para escuchar nuestro comentario radial de Noelia, descargar desde este link.

domingo, 3 de julio de 2016

La Gallega



por por Willy Villalobos - Fotos:CC BY-NC-ND 3.0 - M.A.ƒ.I.A *

“La pastafrola no salió bien, el piso quedó demasiado duro y casi no se puede cortar”, me dijo cuando nos conocimos hace unos cuantos años. Ella estaba de visita en mi posada, acababa de hacer el postre y suponía que el piso de su frola era una roca, pero en realidad lo que había hecho era perforar la tartera en varios lados al cortarla. Nos reímos mucho y luego jugamos a mirar cómo entraba el sol por los agujeritos. Así comenzó nuestra amistad y poco a poco fui espiando por esas ranuras abiertas a cuchillazos para saber cuál era el mundo de esta sencilla mujer de la provincia de Buenos Aires.

Lo primero que descubrí es que trabajaba en una casita de su barrio cuidando niños que vivían en ese lugar hasta que fueran dados en adopción. Esa casita, ese hogar, y les pido que se detengan en la palabra hogar, porque de eso se trata la tarea.



Cuando le pregunto cómo arranca el camino que la llevó hasta ese lugar, me dice: “Fue en la Universidad, si es que uno comienza en algún momento”, se ríe -ella siempre aprovecha la ocasión para reírse-, y agrega: “cuando cursaba la carrera en la Universidad de Lanús empecé a militar en el espacio del Centro de Estudiantes, hasta que terminé formando una lista, ganamos las elecciones y fuimos un muy buen centro de estudiantes, un espacio super participativo, democrático, lleno de vida, de ideas y de resistencia. Estábamos en el 2002.. 2004. Ahí conocí a un grupo de amigas, amigos y compañeros que le dieron un sentido más profundo y político a lo que hacía, pensaba y decía. Fue muy importante para mí. Desde ese espacio, desde esos vínculos, comenzó un caminito que llegó al Hogar. Trabajar ahí me abrió la cabeza y el corazón. Me atravesó como un rayo".



La Gallega cuenta su historia y aprovecha para resaltar su pensamiento político, que en la práctica le dio buenos resultados, pero por más que me quiera chamuyar o bajar línea yo estoy convencido de que ella tenía que llegar a ese hogar de todas maneras. ¿Por qué? Porque es una de esas personas que cree que las cosas se pueden modificar, que podemos ser mucho mejores de lo que somos y que todo empieza en la infancia. Debe ser muy difícil estar, laburar en un lugar donde viven pibes que han sido abandonados por sus familias. Pero todavía más complicado convertirlo en un hogar.

“Trabajar en el Hogar me abrió la cabeza y el corazón. Me atravesó como un rayo.”

Releo, porque normalmente cuando un rayo te atraviesa lo normal es quedarla, aunque en este caso parece que ese no fue el efecto.



Pero ella sigue: ”No me resulta fácil hacer este relato, porque es revivir parte de lo que te cuento. Las veces que tuvimos que poner el pecho por los pibes, frente a juzgados, defensorías, escuelas y hospitales. Era pan de todos los días el ”no corresponde que se atiendan acá, porque no tiene DNI". Los vecinos tampoco nos querían, no les gustaba que los pibes jugaran en la vereda los domingos o les revolearan sus juguetes. También con ellos hubo que hablar en buenos y en no tan buenos términos. O no querer darles vacante en la escuela porque "son pibes de Hogar”. Nos quisieron echar de todos los lugares que intentábamos ir la mayoría de las veces... cines, clubes, escuelas, hospitales..."-



“Sin duda, los momentos más lindos eran con los chicos jugando, aprendiendo, compartiendo y enseñándoles cosas lindas, como ir de vacaciones, meter las patas en el mar o salir a pasear de noche".

"Lo que más nos pedían era "¡miráme, miráme!", cuando jugaban o hacían algo nuevo. Lo más lindo que viví en el Hogar fue ver cómo cambia un niño que está pasándola muy mal y comienza a pasarla bien... a estar cuidado, querido, mimado. De hecho, decíamos "ahora tiene cara de nene, nena".



Pero la cosa no termina acá: producto de su trabajo le proponen ocupar un cargo en la Dirección Nacional de Registro Único de Aspirantes a Guarda con Fines Adoptivos, algo así como el ascenso a primera. Ahí conoció a los que junto con ella querían cambiar las cosas para que los pibes tuvieran una vida digna y a los otros que piensan que los chicos sin hogar, sin familia, son nada más que una mercancía. Por eso hubo que pelear contra las ONGs que se querían llevar sólo a los rubios o blanquitos, ir a los juzgados y enojarse al darse cuenta de que toda esa estructura estatal casi siempre había funcionado de una sola forma, en contra de los pibes.

Hay una anécdota que da cuenta del cambio del Hogar al Estado y ella la cuenta mejor que nadie: 

”Trabajando en la Dirección, una vez entramos a un hogar y rápidamente uno de los bebotes me pidió upa. Cuando lo agarré, la directora me dice: 'te queda lindo, ¿eh?', como si lo ofertara, como si fuera un sombrero. Era uno de esos hogares que separa a los más blancos y 'sanitos' de los otros”.



Poco duró la cosa, ya que a días de asumir las nuevas autoridades del país, elegidas democráticamente por la mayoría del pueblo, cambiaron a su jefa por otra quien, al llegar a su nuevo trabajo, comentó que no tenía ninguna experiencia en el tema, ya que era una abogada del Registro de Automotores.

Comenzaron los despidos masivos en el Estado, más de 25 mil personas quedaron en la calle acusados de ser ñoquis o militantes políticos, y a la Gallega también la echaron.



Luego del temblor que produjo el despido; la alternativa era buscar otro laburo, quedarse en casa o acercarse al gremio para reclamar por ella y por los demás compañeros. Lo primero que hizo fue volver al trabajo a reclamar para que revieran la medida, ya que ella era una buena laburante y su aporte había sido importante. En esas idas y venidas descubre que muchos de sus viejos compañeros se incomodaban ante su presencia, bajaban la vista como sintiéndose culpables. Otros, unos poquitos, se alegraban de verla.

Al poco tiempo ya no la dejaron entrar y puso el esfuerzo en la pelea sindical. No había pasado un mes y ya estaba criticando al gremio, porque no estaba bien organizado o porque no se hacía lo suficiente para pelear cada puesto de laburo que se perdía. El miedo había sido superado. La Gallega es una de esas personas que se hacen querer, o que las querés porque uno necesita tener amigas como ella.

Pero esta historia tiene final feliz porque finalmente la reincorporaron junto a otros 30 compañeros y ya está haciendo los trámites para volver al mismo trabajo y por si tiene problemas con la jefa (que no la quiso recibir) ya otros compañeros le ofrecieron opciones relacionadas con el tema de la trata de personas o la violencia de género. Esos temitas son los que le gustan a esta loca linda.


El día que la reincorporaron me llegó un mensaje justo cuando estaba por hacer un trámite en el Banco. Lo leo y se me caen las lágrimas. El cajero me pregunta si me pasaba algo. Nada, le dije, sólo buenas noticias.



* Ver el ábum de fotos completo acá.

domingo, 26 de junio de 2016

El llano, ese yermo al que cualquier militante le tiene cagazo


- ¿Vos tenés un plan B si se te cae esto? Si nos pegan una patada en el culo, digo...

- Eso no va a pasar -dice el Tano. Sabe de lo que habla Fede. El llano. Ese yermo al que cualquier militante le tiene cagazo. Significa desempleo, pero también, y sobre todo, alejarse de la cocina, del calor del poder. Es caerse de la rosca y esperar a que la rueda gire, desnudo en la intemperie. Para evitarlo hay que tener las fichas repartidas, jugar a varias bandas o tener un kiosco en el sector privado-, y si no, me pondré un parador en la playa. O me iré a recorrer el mundo.

- Qué hippie roñoso -contesta Fede-. No te la creés ni vos...

- Siempre te puedo sorprender.

- Yo me vuelvo a laburar a la ferretería de mi viejo hasta que consiga algo. Muy contento no se va a poner, pero bueno, desde ahí organizo la Resistencia.

- Una fiesta trabajar en una ferretería -el Tano saca un pucho del atado, lo acaricia con paciencia y lo enciende. Habla con el humo todavía apretado en la garganta-. No nos va a pasar nada, la Rusa siempre ayuda a los suyos. Si nos rajan, nos consigue laburo en otro lado, despreocupate. Y si no, lo conseguiremos nosotros, ya lo hicimos antes. Sabemos construir con tres palitos y alambre. No necesitamos un contrato para militar, eso es para mercenarios y arribistas, nosotros no hacemos política de cargos. Los usamos, por supuesto, eso lo sabemos los dos, pero son instrumentos de construcción como cualquier otro.

Fede lo mira. El Tano intuye que trata de percibir qué tan sincera es su confianza.

- Estamos en una coyuntura compleja, Fede. Si damos un paso atrás, en seis meses tenemos que cerrar las persianas e irnos a casa -dice el Tano. Hay que destrozar todos los miedos que puedan causar dudas dentro de la agrupación-. Si estamos todos juntos podemos dar pelea, se puede ordenar a la tropa. Pero cada vez tenemos más frentes abiertos al interior. Hasta nosotros, una agrupación chica, vivimos esas internas.

(Fragmento de Fuego amigo, novela de Juan Federico Von Zeschau, aparecida recientemente)


Fuego Amigo es una novela política sobre un grupo de jóvenes militantes envueltos sin aviso en una operación para voltear a una dirigente peronista que ocupa una Secretaría de Estado. La rosca se teje en todos los ámbitos de la noche porteña: fiestas empresariales, centros culturales, peñas, unidades básicas, caamientos, villas, fábricas derruidas, facultades. (...) Cada sucesión de encuentros va delimitando el off the record de la construcción política y el mundo del poder con sus penas y glorias, sus sacrificios y lealtades. (Texto de la contratapa del libro).


Juan von Zeschau nació en 1982 en Buenos Aires. En 2004, cuando estudiaba Ciencias Políticas en la UBA, empezó a militar en la facultad. Ocupó cargos políticos y electivos. Fue asesor de funcionarios nacionales de alto nivel y recibió becas para estudiar política en EEUU y España. Trabajó como periodista en los diarios Tiempo Argentino BAE, en la Agencia de Noticias Paco Urondo y revistas partidarias como Jotapé o Gestar.

Hoy a las 12 de la noche Juan von Zeschau viene a conversar a La otra.-radio, Radio Gráfica, 89,3, online clickeando acá.

martes, 23 de febrero de 2016

La jaula


por Mauricio Percara *

Hay un momento en que los hombres descansan, lejos, al otro lado del mundo, donde el sol se pone y las cigarras dan lugar a los grillos. Las mamás arropan a sus hijos, algún mate lavado, un café tibio y las voces incontables que retumban gritando los recuerdos del día que se fue. Justo en ese momento es que Beijing despierta.

Antes de que los primeros rayos del sol más amarillo alcancen las calles que aún bostezan, un hombre pasea a su pájaro por el parque. El ave no canta ni vuela, no sabe qué sabe, ni vive lo que vive sin querer vivirlo. Pero el señor, con sus 76 años, silba y se mueve adiestrando su cuerpo siempre joven en las artes del Tai chi chuan. El pájaro quisiera volar, como todos, como los hombres. El pájaro desea ser libre, como su dueño. El hombre salta, hace ejercicio. El ave, en un ataque frenético, aletea rápidamente y aún más aceleradamente se arrepiente de su arrebato de esperanza al chocar su cuerpo debilitado por el cautiverio contra el muro de alambre. El pájaro se sabe entonces pájaro y confirma que no fue creado para volar como un pájaro.

El hombre camina mirando al suelo y sueña despierto un rato, camina más lento, se detiene, el hombre sabe. El vientito sopla en el verano más caluroso que la Capital del Norte haya visto.

El pájaro no silba, porque el pájaro está muerto aunque no lo sabe, porque es un pájaro y los pájaros no tienen permitido pensar o sentir o quejarse por morir o silbar como pájaros. El hombre va al lago, mira su reflejo como por primera vez, como enamorado, como sintiéndose loco y extraño a sí mismo. Se observa detenidamente, sin pretenderlo.

El hombre se ve, sacude sus alas polvorientas deseando ver ese mundo que está fuera de su jaula, ese mundo del que hablan los pájaros.

Silencio, mudo, quieto. Hay gente que duerme en el piso de abajo.


* Publicado originalmente en el blog de Mauricio Percara.

miércoles, 3 de febrero de 2016

La crueldad burguesa


"Desde que empieza a dar sus primeros pasos en la vida, el niño proletario sufre las consecuencias de pertenecer a la clase explotada. Nace en una pieza que se cae a pedazos, generalmente con una inmensa herencia alcohólica en la sangre. Mientras la autora de sus días lo echa al mundo, asistida por una curandera vieja y reviciosa, el padre, el autor, entre vómitos que apagan los gemidos lícitos de la parturienta, se emborracha con un vino más denso que la mugre de su miseria.

"Me congratulo por eso de no ser obrero, de no haber nacido en un hogar proletario.

"El padre borracho y siempre al borde de la desocupación, le pega a su niño con una cadena de pegar, y cuando le habla es sólo para inculcarle ideas asesinas. Desde niño el niño proletario trabaja, saltando de tranvía en tranvía para vender sus periódicos. En la escuela, que nunca termina, es diariamente humillado por sus compañeros ricos. En su hogar, ese antro repulsivo, asiste a la prostitución de su madre, que se deja trincar por los comerciantes del barrio para conservar el fiado.

"En mi escuela teníamos a uno, a un niño proletario".

Así empieza "El niño proletario". Ni les puedo explicar cómo sigue porque a Osvaldo Laborghini no se lo puede explicar, hay que leerlo. Por momentos parece que la escritura de Lamborghini desborda los límites de la literatura. El filo hiriente de sus palabras saltan del papel y uno siente que le pegan en el cuerpo. Por momentos roza lo insoportable, no tanto por sus temáticas, que vienen de la tradición literaria argentina, sino porque hace aparecer la rugosidad, los rebordes, la violencia del lenguaje como lenguaje. Entonces se podría decir al revés: que Lamborghini es uno de los pocos que hace literatura, que muestra el lenguaje en su poder amenazante, mientras la mayoría solo escribe. Escribir, escribimos todos, pero unos pocos hacen patente la atrocidad del decir, uno de los acontecimientos más anómalos y riesgosos del universo.

Lamborghini no hizo una carrera de escritor normal. No era normal. Escribió mucho pero en su vida publicó poco y pocos lo reconocían como escritor. Como persona, dicen, no era fácil. Algunos que lo conocieron dicen que era jodido, o que estaba jodido (no es lo mismo). Pero qué importa lo que dice la gente. Después de muerto su obra se empezó a difundir, de apoco y cada vez más, se hicieron ediciones póstumas y su consideración creció. Hay quienes piensan que es uno de los más grandes escritores argentinos, el menos conocido entre los más grandes.

Yo digo que no soy crítico literario, pero leerlo es distinto a leer otra cosa, leer meros libros.

Su escritura es política, o sea: hacía política escribiendo. No "crítica social" o "denuncia" o "testimonio", como si hablara de cosas que pasan en la realidad. Escribir era continuar la política por otros medios. O quizás hacer la guerra. Su asunto la guerra de clases como acto aberrante de por sí. O más precisamente la guerra infinita de la clase dominante contra los oprimidos. Parecería que la clase burguesa no se conforma con dominarte, sacarte la plusvalía, quedarse con una parte de la riqueza que producís. Parte de su economía libidinal consiste en humillarte, gozarte, hacerte morir. La derecha hace política con la muerte. La crueldad no es un añadido, sino parte de lo que el burgués necesita para mantenerse tonificado. Esa es la intuición de Lamborghini. 

Yo vengo de una familia de trabajadores. Nunca me pasaron las cosas horribles que Lamborghini describe en "El niño proletario" ni de lejos. Pero algo de la hijaputez burguesa sentí cada vez que me tocó tratarlos. Sentís directo en tu cuerpo el desprecio que te tienen, incluso cuando no te dicen nada. La peculiaridad de "El niño proletario" es su punto de vista: el de los opresores en su faz más perversa. Cuando asoma alguna metáfora, la belleza, algún desborde "literario", surge como una supuración o como usurpación. Todo fuera de lugar. El arte en su escritura es improcedente, incómodo. 

Su procedimiento es hiperbólico pero no deja de ser realista.

Muchos han dicho que sus relatos anticiparon el horror de los campos de concentración de la dictadura. En estos días en que la derecha llegó al poder, yo sentí el desprecio de Macri, de Prat Gay, el cinismo de Lombardi y Avelluto. Y me acordé de Lamborghini.


Por eso publiqué en el blog Un Largo su cuento "El niño proletario". Lo pueden leer clickeando acá.

lunes, 7 de diciembre de 2015

La cordura del Fiscal


por Eduardo Rojas

En marzo de 1976 yo era estudiante de derecho; había comenzado a cursar Derecho Procesal I en la cátedra de un académico peronista cuyo nombre no recuerdo. En mi curso tenía varios compañeros que después fueron conocidos por su actuación política o profesional, Juan Pablo Cafiero, por ejemplo. Había también un muchacho flaco, nervioso, de pelo revuelto y grandes ojeras, más o menos de mi edad -25-, se llamaba Horacio, nos ubicábamos siempre en el mismo lugar –el fondo del aula- y nos hicimos rápidamente amigos. Junto a él se sentaba un hombre algo mayor (35 supe después) correcto y reservado, usaba siempre el mismo traje prolijo y desgastado, se peinaba hacia atrás con una pesada capa de gomina que le aplastaba el pelo y lo hacía brillar sobre su cabeza; usaba unos bigotes anchos con guías que le caían por debajo de los labios. Se llamaba Jorge y era muy amigo de Horacio. El 24 de marzo a la madrugada escuché por la radio que había comenzado el golpe militar tan anunciado; fue el comienzo de la dictadura, una de las primeras medidas de los subversivos fue el cierre de las universidades durante un mes. Pasado ese tiempo retomamos las clases, el clima en la Facultad, como el de todo el país, era muy distinto; Antonio, el padre de Juan Pablo Cafiero, estaba preso en el buque 33 Orientales junto a Menem, Lorenzo Miguel y otros peronistas notables, el antiguo catedrático peronista había sido expulsado y en su lugar la intervención militar había nombrado a un joven y brillante procesalista cordobés que había sido senador nacional hasta el mismo día del golpe. Se llamaba Fernando De La Rúa y él nos dio la clase inaugural “en la apertura de esta nueva etapa del país”. La presencié junto con Horacio; Jorge no estaba, ni retomó nunca al curso, ni volví a verlo jamás en la Facultad ni más tarde en Tribunales. Con el tiempo y la confianza suficiente, Horacio me contó la historia de su amigo; lo había conocido en el turno noche del colegio donde terminó el secundario; Jorge militaba en la resistencia peronista desde su adolescencia, había dejado varias veces el colegio por las exigencias de la militancia y la persecución política, incluso había estado preso algún tiempo durante la dictadura de Onganía. Por eso tardíamente terminaba el colegio mientras trabajaba, militaba y proyectaba casarse. Para ese momento ya era un cuadro muy bien formado. 

Cada noche después de clase, él, Horacio y un grupo de jóvenes alumnos que lo escuchaban con devoción iban juntos a un bar, allí discutían de política hasta la madrugada. Jorge les leía y recomendaba textos: Hernández Arregui, Pepe Rosa, Perón, Cooke, Fanon, algunos textos del Che. Para Horacio y sus compañeros, Jorge fue el hombre que los guió en su educación sentimental y política (en aquellos años una y la otra eran a menudo la misma cosa). Por esa misma época Jorge se había vinculado a las primitivas organizaciones armadas, había participado de la reunión en la que se dio nombre a la principal de ellas, Montoneros y actuado en algunos de sus operativos, ignoro en qué rol. Haya sido o no un hombre de armas, el 25 de mayo de 1973 se apartó de la organización; con una cordura que muchos de sus compañeros no tuvieron, consideró que no se podía combatir a un gobierno democrático, aún uno tan cuestionado como el de Perón-Isabel; era el tiempo de apoyar al débil status constitucional; desde entonces y hasta el 24 de marzo del 76 fue parte de la JP Lealtad formada por militantes peronistas que compartían sus ideas. Comenzó a estudiar derecho y se reencontró con Horacio. Unos días antes del golpe militar dejó a su mujer y a su hijo a resguardo, dejó su trabajo y su casa y se ocultó; no sé dónde ni cuánto tiempo pasó en la clandestinidad, pero esa decisión sensata le salvó la vida, su antigua militancia lo transformaba en víctima segura; Horacio pudo comunicarse con la esposa de Jorge y comprendió que no lo vería por un tiempo largo.

Mi amistad con Horacio se hizo más profunda en esos años de silencio obligado y discreción pública, se acrecentó en las interminables discusiones que teníamos, política y literatura eran los temas en que disentíamos. Porque no había ningún acuerdo posible; yo era una especie de izquierdista ingenuo contrario a la lucha armada y partidario de las grandes y prolongadas movilizaciones populares como herramienta revolucionaria; Horacio –que nunca había militado- era un exaltado. Defendía a la guerrilla peronista, se reivindicaba marxista y leía con la misma pasión a Freud, al budismo zen y a Ernesto Sábato, por el que experimentaba una devoción que parecía religiosa. Con el tiempo esa exaltación fue transformándose en un desequilibrio psíquico que lo llevaba desde profundos estados depresivos a otros de exaltación mística, paranoia e ira furibunda; por eso no me extrañé al enterarme de que mi amigo había sido internado con un brote psicótico. No sé cómo y cuándo salió de aquel estado, supe por sus padres que se negaba a ver a cualquiera de sus (pocos) amigos; desde entonces recordé siempre su honesta y fanática integridad, creía (y lo creo aún) que era ella quien lo había llevado al desequilibrio; éste me resultaba entonces, de una forma que no podía explicar, un síntoma de aquella época oscura.

Pasaron muchos años, un día –ya en democracia- reencontré a Horacio por la calle; estaba cambiado, tal vez para bien, había sufrido varias recaídas pero parecía tranquilo, producto –me dijo- de la medicina, el psicoanálisis y la meditación que practicaba con tanto rigor como la gimnasia y las artes marciales, seguía siendo el mismo tipo honesto y generoso que había conocido aunque había abandonado el marxismo; ahora observaba un catolicismo místico y fervoroso que sufría y gozaba por igual. Era un místico obsedido por una sexualidad exaltada e insaciable a la que se entregaba con culpa y fervor. Esperaba que Dios le otorgara la gracia de la sublimación, como a sus santos, pero ese favor divino nunca le llegó, Horacio era apenas un hombre de este mundo señalado por la marca de la pasión y el exceso. Quería ser escritor, imaginaba una novela de la que su amigo Jorge era el protagonista, símbolo y modelo de todo lo que Horacio admiraba en el hombre; sería el protagonista de una gesta heroica que iba cambiando e intrincando su trama en detalles cada vez más rebuscados. Mis contactos con él eran intermitentes y estaban gobernados por las alternativas de su enfermedad; lo vi subir y caer muchas veces empeñado con una voluntad de gigante en una lucha tenaz contra sí mismo, lo vi protagonizar extraños encuentros y sucesos que no encuentran su lugar en este relato, lo vi perdiendo su cordura, su matrimonio y su trabajo.

Un día me dijo que había reencontrado a Jorge, primero de forma casual, después respondiendo a una invitación, en el despacho de su amigo en los juzgados federales de Comodoro Py. El encuentro había sido cordial, recordaron las viejas épocas, Jorge le contó que había retomado el estudio, se había recibido y ahora ocupaba un cargo judicial importante. Horacio quería volver a verlo, se había propuesto ponerlo en contacto con John William Cooke –muerto en La Habana en 1968- con quien él tenía diálogos telepáticos ultraterrenos; traté de hacerle ver la inconveniencia de esos encuentros transmundanos, pero no me atendió o no me entendió. Fue la última vez que tuvimos una charla. Volvió a desaparecer; lo vi algún tiempo después parado en el medio de Corrientes a unos metros de Callao, ni prestaba atención a los autos que lo esquivaban, estaba frente a la sucursal de un banco extranjero, sus ojos saltones parecían a punto de explotar, el pelo canoso y abundante estaba erizado, gritaba y sacudía su dedo; amenazaba y acusaba al banco: explotadores, ladrones, ratas inmundas, capitalistas; prometía el castigo de Dios, que estaba de su lado.

No tuve el coraje de acercarme, no sé qué ayuda podría haberle dado. Me fui cuando comenzaron a escucharse sirenas desde el fondo de Callao.

No he visto más a Horacio, sin embargo he vuelto a recordarlo en estos días en que su amigo el Fiscal Federal Jorge Di Lello pidió el sobreseimiento del presidente electo Mauricio Macri en la causa por espionaje (ese Watergate local siniestro y sainetesco al mismo tiempo) contradiciendo el criterio que había sostenido durante toda la causa.

Sé como abogado que es muy difícil tener una opinión cierta de un proceso, si no se conoce aunque sea por referencias el expediente. Tendré entonces que respetar el criterio del Fiscal, más allá de la desconfianza y la repugnancia que el sobreseimiento anunciado me provocan; no tengo otra forma de informarme del caso que a través de los diarios que he leído con interés y detalle desde que comenzó la instrucción. La historia de Jorge Di Lello, al menos la que me contó mi amigo Horacio, habla de un hombre que siempre actuó con cordura y equilibrio.

La locura en cambio, hoy como entonces, es un vector de la época, el desvarío transparenta los signos de la infamia y la ubicuidad. Las líneas de fuerza de la historia atraviesan las sensibles membranas de la enajenación. La cordura del Fiscal se enfrenta al disparate maníaco de Horacio. Aunque usted no lo crea, los cuerdos siempre ganan y en nuestro país, contra lo que piensan muchos, estamos todos cuerdos. Como diría León Felipe: “Todo el mundo está cuerdo, terrible, monstruosamente cuerdo…Ya no quedan locos en España” (puede leerse Argentina).

domingo, 25 de octubre de 2015

Seguramente


por Mauricio Percara *

MUERE LEYENDO EL PERIÓDICO

Un individuo se encontraba en la comodidad de su hogar dando lectura al periódico, cuando sufrió un dramático Accidente Cerebrovascular (ACV) que lo condujo a su muerte. Sus familiares más próximos se encuentran desolados, ya que el difunto no contaba con ningún seguro de vida.


Ni siquiera leyendo el diario está uno seguro. Este tipo que se muere y sus familiares que no cobran un centavo. No asegurarse es ilógico. Que descaro el no hacerlo en estos tiempos que corren.

Ventanas cerradas, puerta con doble cerradura y llaves fuera del cerrojo, alarma antirrobos y contra incendios activadas, rodilleras bien colocadas ante posibles caídas, pañal de doble absorción bien sujeto —no hace falta una explicación aquí— y seguro de vida al día, como debe ser.

La existencia no es sencilla, es una incógnita constante. Nos pasamos las horas, los días y los años preguntándonos qué puede ocurrirnos y, definitivamente, tiene que ser de esta manera porque, como ya dije, la vida es un enigma.

Caminás sabiendo que podés tropezar, corrés conociendo los riesgos de lesionarte y jugás rugby olvidando que sos un ser mortal. Tan sólo tomarnos un segundo para meditar es suficiente para decidirnos o convencernos de que hacer eso que estamos por hacer es peligroso, predeciblemente dañino, tremendamente arriesgado. No digo que no comprendo a la gente que realiza actividad física, sino que no entiendo a aquellos que no toman los recaudos necesarios en ésa o cualquier situación de la vida.

Yo pago mensualmente veintitrés seguros. Puede parecer una exageración para un ignorante en el tema, a mí me parece una cifra completamente moderada. Son apenas los recaudos necesarios.

Si llega el fin del mundo, tengo un bunker preparado para la ocasión. ¿De verdad creen eso? ¡No soy un demente humanoide ermitaño oculto en una cueva y conviviendo con lobos!

Jamás llegaría a esos extremos, no creo que alguna vez el mundo llegue a su fin. Si es cierto que tengo un refugio preventivo para tornados. El último tornado registrado en mi ciudad data de hace 31 años, pero en esa ocasión fallecieron tres personas y un gato siamés. Seguramente quién escuche la historia se quedará pensando en el gatito, el pobre felino, pero también hubo tres personas que dejaron el mundo que conocemos, lo que significa una cifra importante a mi entender y, sobre todo, para una población de doce mil personas. Y sí, un hermoso gatito del que no se oyó jamás otro maullido.

No presto especial atención a las vacunas, quizás pueda resultarle extraño a algún distraído que me haya vacunado contra el ébola.

Asegurado en mi habitación, caminando descalzo sobre el cómodo piso de goma, me dirijo a la heladera y me preparo para disfrutar de un refresco. Me coloco mis pantuflas anatómicas, no es cuestión de confiarse del piso aislante, y abro el refrigerador. Agua tónica es mi elección.

Noto una hendidura en la pared, una pequeñísima grieta. Me preocupo, ninguno de mis seguros cubre roturas en las paredes. Comienzo a rasgar con mis dedos para descubrir que tan grave es esta situación. Acerco una silla de madera, ya que está algo elevada esta pequeñísima ranura. Me siento un poco enclenque sobre este asiento, acerco una reposera metálica: mucho mejor. Decido rápidamente que quitarme las pantuflas es un buen plan, utilizar las puntas de los pies para alzarme es una buena herramienta en esta ocasión. Me siento muy estable con el metal bajo mis pies descalzos.

Sigo rompiendo, analizando el porqué, cual es la razón de esta falencia en la pared. Utilizo una aguja de tejer para raspar más fuerte. En mi búsqueda alcanzo un cable, mi herramienta metálica rasga el plástico y creo un conducto perfecto para la electricidad. Sufro. No sé si mi seguro cubrirá una muerte tan sospechosa.


* Fragmento de Historias errantes de almas perturbadas, novela corta de Mauricio Percara, que se puede leer completa clickeando acá.

lunes, 19 de octubre de 2015

Yo qué soy


A propósito de la exploración del yo como sedimento de la escritura autobiográfica que emprende Ricardo Piglia en sus diarios y que retoma por otros medios Andrés Di Tella en su película 327 cuadernos (ver acá), me acordé de algo que yo había escrito en Kierkegaard: una introducción. Escuchar una voz, que dice así:

No se ha prestado suficiente atención a la forma en que la angustia aparece en uno de los padres de la filosofía moderna, René Descartes (1596-1650). A Descartes se lo califica como el paradigma del racionalismo y, no obstante eso, hay en él un preanuncio de la temática kierkegaardiana de la angustia. Esto nos lleva una vez más a relativizar las etiquetas con las que se clasifica a los pensadores. El libro de Descartes Meditaciones Metafísicas se suele tomar como texto fundante de la filosofía moderna. En él, Descartes propone experimentar de una manera radical y extrema la duda.

¿Qué es lo que yo puedo saber por mí mismo y no porque me ha sido dado por otro? ¿Qué es lo que yo realmente sé? Para detectar si sé algo por mí mismo tengo que someter a todas las cosas que hasta hoy creía saber, dice Descartes, a la duda: si algo sobrevive a la posibilidad de duda, entonces eso lo sé de verdad. Si algo me parece aunque sea mínimamente dudoso, entonces voy a hacer de cuenta de que no lo sé de verdad, lo voy a dejar de lado.

Empiezo dudando de los que mi ojos ven, de lo que mis sentidos me trasmiten, porque me doy cuenta de que mis sentidos a veces se contradicen y las cosas pueden ser de un modo diferente a cómo las veo ahora; más tarde puedo verlas de un modo distinto, por lo que resulta prudente desconfiar de los sentidos. Incluso el célebre argumento del sueño dice que esto que estoy percibiendo ahora puede que no esté ocurriendo realmente, ya que es posible que esté sumido en un sueño: puede que esté soñando que estoy leyendo este texto: ya me ha pasado a veces el creer que estaba en una determinada situación, cuando en realidad sólo se trataba de un sueño. Por lo tanto, dudo de este dato, que por otro lado parece tan cierto, como que estoy aquí en este momento. Y así puedo seguir dudando.

Incluso llega el momento en que la duda se extiende a todo. Descartes descubre que se puede dudar de las cosas que hasta ahora creí como más seguras; por ejemplo: de que 2 más 3 es igual a 5, cosas que nunca me atreví a concebir como si fueran erróneas. En la época de Descartes una certeza semajante sólo la podían otorgar las matemáticas. Dudar de la matemáticas, para un filosofo del siglo XVII, es algo terrible. Así Descartes llega a la sorprendente conclusión de que es posible dudar de todo, de modo que, si quisiera estar cierto de algo, el resultado de esta duda metafísica es que dudo de todo.

Entonces, en determinado momento, al comienzo de la “Meditación Segunda”, Descartes escribe esto: “La meditación que llevé a cabo ayer ha llenado mi espíritu de tantas dudas que desde ahora ya no estará en mi poder el olvidarlo. Y sin embargo no veo de qué manera podría resolverlas, pues como si de improviso hubiera caído en aguas muy profundas, estoy tan sorprendido que no puedo afirmar los pies en el fondo ni nadar para mantenerme a flote en la superficie”. O sea, las dudas me han llevado a no poder hacer pie en el fondo ni salir a flote hacia la superficie, en un estado de posibilidad. Es decir: nada cierto a lo que aferrarse.

Muchas veces, en la facultades de Filosofía, este pasaje se pasa rápido, porque se lo considera una especie de decoración literaria supérflua. Se quiere pasar enseguida a la parte argumentalmente fuerte, que se considera que es en el momento en que Descartes define su posición racionalista. Se olvida que, justamente, en el momento antes de llegar a hacerse la pegunta: “Pero yo mismo, ¿qué soy?” (porque eso es lo que está a punto de preguntarse: ¿qué soy yo?), antes de llegar a esa pregunta, lo que está a las puertas de esa pregunta es ese estado de angustia, de no poder hacer pie en el fondo ni salir a la superficie.

Esta angustia referida por Descartes no es un adorno literario, sino que es el componente necesario que anticipa y posibilita la pregunta: ¿qué soy? Y esta pregunta no es otra cosa que el descubrimiento de la vacilación, no de mi intelecto, no simplemente de mi saber, sino propiamente de mi ser. Lo que me angustia no es simplemente que me descubro como ignorante de algo, sino que descubro que todo mi ser está expuesto a la vacilación: soy yo mismo el que vacila. Tal vez por esto es que Kierkegaard unos siglos después dirá que la angustia es una aventura que todos los hombres tienen que correr, es decir, que todos han de aprender a angustiarse.

sábado, 10 de octubre de 2015

327 cuadernos, una charla con Di Tella y algunos apuntes


por Oscar Cuervo

1

327 cuadernos es un decir, una ocurrencia de Ricardo Piglia para ponerle un número a los cuadernos que abarca el diario personal que viene escribiendo desde hace medio siglo. Decir 327 cuadernos es hacer una ficción, porque nadie va a ponerse a contarlos o, si en todo caso Piglia los contó, no lo sabremos de verdad. Pero nos será suficiente que diga el número para que nosotros aceptemos esa precisión, después de todo irrelevante. 

Andrés Di Tella elige esa ocurrencia como título de su propio diario fílmico, en el que acompañará a su amigo (también su maestro, y esa doble posición de cierta cercanía y un poco de distancia va a determinar la perspectiva desde la que Di Tella nos abre la intimidad que a él le abrió Piglia), acompañará a su amigo, decía, en el ensayo de leer aquellos cuadernos, no se sabe cuántos. Piglia se refirió muchas veces a lo largo de estos años al diario y a la posibilidad de hacer de ellos una materia literaria. ¿O acaso el diario personal ya es literatura en el mismo momento en que fue escrito? Finalmente, vemos en 327 cuadernos, la película de Di Tella, el trabajo de Piglia de relectura y reescritura de esos cuadernos.

2

- Yo tenía una idea -dice Di Tella- que era hacer una especie de diario cinematográfico. Me compré una cámara y empecé a filmar tonterías, ramitas...

- ¿Tu propio diario?

- Mi propio diario, como en la escuela de Jonas Mekas o David Perlov, que es otro de mis ídolos. Una de las cosas que filmé fue a Ricardo desmontando su biblioteca, una cosa bastante simbólica, en la Universidad de Princeton, cuando estaba en esos días por volver a vivir a la Argentina, después de muchos años pasados en EEUU. En ese momento él me contó que estaba con el proyecto de ponerse a leer, finalmente, de una vez por todas, sus diarios, para editarlos. Que había intentado ya alguna vez pasarlos a máquina, le había costado mucho, pero ahora lo iba a hacer. Tenía que juntar los que tenía en EEUU, los que estaban guardados acá en Buenos Aires y los que tenía en unas cajas el hermano en Mar del Plata. Se iba a juntar con todo y por primera vez iba a ponerse a leer todo eso y a editarlo. Y esa escena que está en la película es la primera vez que él está sacando todos los cuadernos, los 327 cuadernos.

- ¿Antes de que él te propusiera o que vos le propusieras hacer una película con los diarios? 

- Sí, en ese momento... No, en realidad cuando saca los diarios ya estamos acá y estamos haciendo la película de los diarios. La idea era hacer algo juntos. El en los últimos años ya ha hecho distintas cosas, como queriendo salirse de la literatura, y yo también siempre me quiero salir del cine... Entonces, un matrimonio hecho... [se ríe].

- Huyendo ambos de sus respectivas parejas.

- Quizás mi patria sea el cine, pero siempre me exilio, siempre estoy buscando pasar primero por otro lugar que puede ser la literatura, en este caso, pero también puede ser el arte contemporáneo. Yo encuentro más estímulos e inspiración en la literatura que en el propio cine.


3

Lo primero que se escucha es la voz de Piglia: 

"Domingo, lunes 26... bueno, voy a leer esta página: 'En esos días, en medio de la desbandada, empecé a escribir un diario. Por supuesto, no hay nada más ridículo que la pretensión de registrar la propia vida. Y sin embargo, estoy convencido de que si no hubiera empezado esa tarde a escribirlo, jamás habría escrito otra cosa'". 

Piglia habla desde el espacio off, en primera persona, en un presente en el que lee lo escrito en otro presente desde el cual evoca "esos días" (pero, ¿cuáles días?) en medio de la desbandada, en los que toma la decisión de escribir un diario. Un lunes 26, una precisión en suspenso: no sabremos en qué año está escrito ese fragmento del diario en el que el propio diario recuerda cuando empezó a escribirse. Entonces la palabra funciona como un trampolín desde el que vamos haciendo saltos hacia atrás para recuperar presentes pasados. Subsiste la ilusión de que tirando de ese hilo llegaremos a un punto. Un presente original, el de la propia experiencia inmediata que ya no es recuerdo sino la vida itself

El abismo de una autobiografía. La escritura del yo. Como si yo estuviera primero y hubiera vivido lo que fui escribiendo. Como si ahora esa misma primera persona se pusiera a leerse a sí misma, como si en cierta forma fuera otra. ("Todo lo que leo no me gusta", va a decir Piglia en otro momento de la película, interrumpiendo la lectura de una página de los cuadernos, y no sabremos si no le gusta cómo está escrito, si no le parece buena literatura, o si prefiere no conectarse con la huella de la experiencia que esa página evoca; no lo sabremos. Pero sí podremos tomar nota de esa ajenidad que ahora le despierta lo que está leyendo y ha escrito. Yo impugno, como lector, al yo que fui cuando escribí eso en lo que ya no quiero o no puedo reconocerme). 

En realidad, me parece, la escritura del yo se hace al revés de lo que insinué en el párrafo anterior: el yo se va haciendo en la escritura y no está antes de ella. Escribo para narrarme y así me construyo como yo. Solamente soy el sedimento de todos esos relatos, lo que queda después de escribir todos esos cuadernos, o quizás lo que aparece al leerlos más tarde. Lo que queda después de narrarme quién he sido. El yo sale a la luz a fuerza de decir yo, porque, después de todo, es nada más que una palabra que dice cualquiera, y esa facilidad para decirla nos da la ilusión de creer que hay algo que preexiste, yo, cuando en realidad esa remisión al punto original en el que viví es una ficción. O mejor dicho: es la ficción.

La película de Di Tella se cruza en ese juego vertiginoso en el que ya nos pone Piglia. Porque esa voz en primera persona del inicio desembocará en unas imágenes de archivo, la Plaza de Mayo llena de antiperonistas. El 55. El momento en que por un golpe de la historia argentina empieza a gestarse la decisión de escribir el diario en medio de la desbandada. La irrupción brutal de la historia colectiva en la historia íntima: la familia Piglia debe irse de Buenos Aires a Mar del Plata porque el padre de Ricardo es perseguido por ser peronista cuando llega la dictadura del 55.

Pero las imágenes de archivo no surgen de los cuadernos, obviamente, ni forman parte de la memoria de Piglia, ni de sus propios archivos. Son memorias "puestas" por la película en un momento que no es el mismo en el que Piglia está leyendo esa página del lunes 26 de no sé qué año. La asociación entre la primera persona que lee ese cuaderno y la imagen que ahora vemos es operada desde un presente invisible en el que Di Tella monta la película. Hacia el final veremos una escena en la que Di Tella le proyecta a Piglia esas imágenes de archivo, proporcionadas por un coleccionista que no tiene con Piglia ninguna vinculación. Di Tella le explica a Piglia que se trata de la Plaza de Mayo llena de gente que celebra el golpe contra Perón, los pañuelos blancos. "Ah, mirá -dice Piglia-, Cristo vence". Y parece sonreir con cierto dolor.


En una segunda escena será el propio Di Tella el que hable en primera persona. No a Piglia: a nosotros, espectadores de su película, ¿un diario fílmico? Ese relevo de primeras personas se irán encadenando a imágenes de un presente en el que Piglia lee los cuadernos, sin respetar un orden de escritura y sin saber con qué puede encontrarse al abrirlos (listas: de boxeadores, de lecturas, de las cosas que importan en la vida, de las compras del día: listas anotadas sin ton ni son). Y también se irán encadenando a imágenes del coleccionista de filmaciones caseras que van a asociarse, por un truco de montaje, a las palabras leídas en los cuadernos y a otros recuerdos que afloran ahora, pero no están escritas en ningún cuaderno. 

Piglia habla de un encuentro con su prima Erica, en la adolescencia, una contingencia en la que aflora el deseo, la desnudez casual o preparada por ella. Y las palabras sobre Erica serán montadas a unas imágenes de una chica rubia filmada en un momento indeterminado, la prima de alguien, quizás, pero no Erica. 

Más adelante Piglia optará por transcribir algunas de las entradas de su diario desde la primera persona en que están escritas a una tercera persona. Y ahí reaparecerá Erica. Ella ya no es la observada sino la que observa, o más bien recuerda, un episodio en el que tuvo que guardar en su casa a una amiga militante del ERP, en plena dictadura de Videla, durante varios días. El relato está hecho en tercera persona, pero muestra tal grado de detalle (Erica se despide de su amiga, se besan, incluso con un rapto de tensión erótica, en medio de otra desbandada, un roce de la piel de la amiga de Erica) que deja la sensación de que ese relato remite a una experiencia del propio Piglia, enmascarado detrás de Erica. Para 327 cuadernos, la película, Erica es un nombre, un recuerdo, una imagen asociada de otra chica, un recuerdo asociado, quizás del propio Piglia. Una ficción.

Cuando Piglia haya renunciado a seguir leyendo esos cuadernos en primera persona, será Di Tella quien termine leyendo partes del diario con su voz en off para nosotros.


4

¿Cuál es el presente de un diario? se pregunta la voz de Di Tella sobre las imágenes mudas del diario fílmico de un escritor algo olvidado, Celso Amorim. El diario fílmico aparece en medio del otro diario, el de Piglia, a raíz de la necesidad de Di Tella de pensar la película que está haciendo. La intrusión de un diario en otro es la forma que dispone Di Tella para que la película se piense a sí misma. Lo que vemos es a una serie de escritores (García Lorca sonriente, un Borges joven tomando mate) que Amorim filmó por los años 30 y que Di Tella toma como oportunidad de interrogarse por la temporalidad del diario, o quizás, para ser más preciso, por la temporalidad del cine. 

Resulta problemático determinar en qué sentido las filmaciones de Amorim y la película de Di Tella son diarios fílmicos. La palabra "diario", usada por analogía con la escritura, supone una cierta secuencia cronológica lineal. Si se tratara estrictamente de un diario, el montaje ¿no debería limitarse a añadir fragmentos respetando el orden en el que fueron registrados, decidiendo a los sumo un corte de incio y un corte que dé término a cada fragmento?  

En el diario de Amorim citado por Di Tella vemos a los escritores posando para la cámara, pero no resulta evidente que se trate de un diario en sentido estricto. Lo interesante es que la pregunta de Di Tella, en el contexto de su propio ¿diario?, le permite instalar un principio de sospecha sobre la temporalidad del género "diario". Di Tella resalta que las imágenes en las que aparece Horacio Quiroga en el diario de Amorim están montadas con una delicadeza especial, de lo que infiere que en el momento de hacer ese montaje Quiroga ya podría estar muerto. El Quiroga que vemos es entonces un fantasma, según la intuición de Di Tella. 

En realidad todos los escritores que vemos están muertos. Todos fantasmas. La condición distintiva de Quiroga es que estuviera muerto cuando Amorim hizo el montaje y no cuando nosotros lo vemos. Pero la vida de una película empieza después de haber sido montada, cuando un espectador la ve. El presente del cine es el de la recepción y no el del registro. O en todo caso, hace falta distinguir tres presentes: el de la filmación, el del montaje y el de cada proyección. Mi presente de espectador es tan fugaz y escurridizo (mientras veo la película) que parece un poco arrogante adjudicarme un privilegio presencial respecto de Quiroga, Amorim y Di Tella. 

Quizás convenga incluirme en una especie de fatalidad fundante de la temporalidad cinematográfica en la que yo también ya estoy muerto en el momento de mirar la película. Quizás Quiroga me mira sonriente como diciendo "te estoy viendo pasar, como a cada uno de los espectadores que pasarán durante todo el tiempo que la película sea vista, yo me quedaré aquí mirándolos mientras las generaciones de espectadores vayan pasando y estaré aquí cuando nadie se acuerde de vos". Aunque ahora que escribo este texto, semanas después de haber visto 327 cuadernos, la mirada de Quiroga, el cuidado especial de Amorim al montarlo en su diario y la conjetura de Di Tella son sólo recuerdos de mi experiencia cinéfila y pretextos para escribir este texto.

Di Tella piensa en la operación de Amorim, en la delicadeza especial con la que trata la imagen de Quiroga, y evidentemente está pensando en su propio trabajo de montajista de imágenes fantasmales. En otro momento veremos a Gerardo Gandini, convocado en un impasse en el que a Piglia le han diagnosticado una enfermedad que hace peligrar la continuación de la película, y que finalmente va a torcer el rumbo del diario de la lectura de los diarios. Gandini aparece junto a una serie de amigos de Piglia a los que Di Tella convoca cuando no sabe cómo seguir la película, porque no sabe si Piglia podrá seguir filmando. Roberto Jacoby, Germán García, el Tata Cedrón y Gandini, como relevos del Piglia de pronto ausente. Vemos a Gandini en silencio, pero inmediatamente la voz de Di Tella nos dirá a nosotros y solo a nosotros que Gandini muere pocos días después de esa filmación. Así se abre otra vez, como con Amorim y Quiroga, una instancia de interrogacion por el presente que vemos.  

"¿Dónde estoy yo? Soy el que mira desde afuera" dice Ricardo Piglia desde el off de 327 cuadernos, mientras vemos unas filmaciones caseras que sólo por la asociación equívoca que opera el montaje de Di Tella podemos referir a sus palabras. 


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- Yo pensaba -le digo a Di Tella lo que yo pensaba- que la película empieza siendo una reflexión acerca de  la posibilidad de editar tus propios recuerdos, de manejarlos literariamente, de ficcionalizarlos, de mentir, pero de golpe el diagnóstico que recibe Piglia de su enfermedad es como un hachazo, para usar el título de tu película anterior [que parte literalmente la película al medio], algo imposible de fingir, una imposición de la vida, que es la mortalidad, que es lo que me parece que le da a la película esa gravedad que tiene.

- La verdad, no lo había pensado así como lo estás diciendo, pero me parece que sí, algo así pasa. En ese sentido, yo siempre tengo la sensación de que estoy armando algo con lo que pude rescatar [se ríe] de lo que fue el rodaje, accidentado, no pudimos llegar a hacer muchas de las cosas que íbamos a hacer, justamente por la enfermedad. Entonces es como que logré armar esto, atado con alambre, y espero que no se caiga. Y me es difícil verlo como una película que cuenta una experiencia, ¿no?

- Es un tema de tus películas. Por ejemplo, la zanja de Alsina, en El país del diablo, esas cosas que se empiezan y por una razón quedan truncas. O la industria Siam Di Tella en La televisión y yo. Los proyectos fallidos.

- Mirá vos, sí.

- Y acá está marcado por esa irrupción de la enfermedad.

- Es como la realidad, algo que no podés manejar. Es algo un poco paradójico, porque en un documental uno está esperando que suceda algo, y en este caso sucedió algo, pero fue terrible. No deseado, sino todo lo contrario. Ricardo decía, medio en joda, "bueno, ya tenés un final para la película, un poco de drama". Es algo que pasa mucho en los documentales, que está operando la realidad, la realidad en sí misma o algo que uno imagina que está operando fuera de escena. Algo que a veces le da fuerza a los documentales, que uno los completa con lo que sabe y sobre todo con lo que imagina. La famosa teoría del iceberg, del que solo se muestra una puntita. Y acá se ven puntitas del iceberg que fue la vida de Ricardo Piglia y a la vez los 60 años de la vida argentina. Son puntitas.

- Y el título, que promete 327 cuadernos [Di Tella se ríe al escucharme], por lo cual uno imagina una cantidad de relatos que en realidad...

- [risas] ...que son pocos. Lo que está es el iceberg invisible debajo del agua y eso vos como espectador lo tenés que completar. Con tus propias emociones, tus propios recuerdos. Y eso es lo que completa el círculo de la transferencia, en el sentido de que la película ya no está hablando de Piglia sino de vos.


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Clickeando acá puede escucharse el programa Patologías Culturales en el que aparece Andrés Di Tella hablando más extensamente de la película (de ahí fueron extraídos los fragmentos de la conversación antes transcriptos) y un análisis de 327 cuadernos que fuimos hilvanando junto a Maxi Diomedi en el aire radial, que dice cosas que aquí ni están escritas. 

Y aquí, unos bonus tracks de la conversación con Di Tella que quedaron fuera del programa:

- Sobre la emisión televisiva de 327 cuadernos: acá.

- Sobre los momentos de comedia que tiene la película (y en general, las películas de Di Tella): acá.

- Y una vuelta al hachazo que parte al medio la película: acá