La cicatriz, film inédito en Buenos Aires,
que veremos este sábado en La Tribu.
(Entrevista a Pablo Llorca realizada por Juan Aguzzi en el marco del MARFICI 2007)
—Quienes vimos sus películas en la edición 2006 del Marfici pudimos comprobar su diversidad temática pero también algunas constantes que remiten al universo sentimental: los celos, la infidelidad, el amor fou. ¿Desde dónde surgen sus historias y qué determina sus recursos estilísticos?
—Las historias surgen a veces de la pura imaginación personal, o de fuentes fílmicas, literarias, o de historias reales. Respecto al estilo, trato de evitar los apriorismos. Cada película es única y necesita una forma particular.
—Jardines colgantes propone un relato en el que espacio y tiempo arbitran el relato a su antojo y sumergen en un clima fantástico. Se hace inevitable pensar en Buñuel. ¿Admite alguna influencia del gran maestro del surrealismo?
—Buñuel me gusta mucho, sobre todo sus películas mexicanas. Jardines colgantes se aproximaría a él en la atracción por la morbosidad y el impulso de lo inconsciente. Pero no lo pensé de manera explícita cuando la hice; creo que su cine tiene una apariencia de rudeza de la que carece el mío.
— ¿Qué lugar cree ocupar en el cine español? ¿Reconoce alguna afinidad con Víctor Erice –sobre todo en la intención de experimentar y en el despojamiento de tradiciones–, con las primeras películas de Julio Medem, con Marc Recha o José Luis Guerín?
—Mi intención de experimentar se quedó en los comienzos, en algunos cortometrajes, tal vez más por mi inexperiencia que por vocación definida. Desde entonces me limito a contar historias de una manera sencilla o a contar ideas (como en Uno de los dos no puede estar equivocado) de una forma lo más simple posible. Creo que esto es bastante clásico y está presente en buena parte de la historia del cine. El problema es que el cine actual, en general, ha perdido el gusto por ese tipo de narraciones depuradas. Existen directores que todavía lo hacen (en España gente como Salvador García o Felipe Vega, en Europa ancianos como Eric Rohmer o más jóvenes como Aki Kaurismaki), pero son excepciones. Respecto de mi lugar en el cine español, no lo tengo muy claro. Y mi conexión con los directores mencionados no la veo.
—Usted ha sostenido que no hace cine de autor; sin embargo la factura de su cine, su estilo, los temas y hasta su rol de productor lo confirman en ese lugar. ¿Cómo explicaría esta dicotomía?
—Lo de productor es un accidente, una forma obligada de legalizar mis películas. Cuando digo que no hago cine de autor, aludo a una corriente que me pone un poco nervioso como espectador y de la que trato de huir: películas cuya justificación es ser fieles a un estilo reconocible. Insisto: cada película es diferente y requiere de su propia sintaxis.
—La espalda de Dios, La cicatriz y Uno de los dos no puede estar equivocado fueron grabadas en digital. ¿Cree que se trata de una herramienta eficaz para encarar los riesgos de sus propuestas?
—Más que eficaz, es imprescindible. Por lo económico del material y por la posibilidad de una tecnología de calidad con la que puedo trabajar de manera cotidiana, sin presiones de tiempo. Y también por las posibilidades de rodar de una manera distinta, grabando imágenes y sonidos fuera del rodaje e integrándolos luego en la película.
—El entramado complejo de sus films compromete la atención minuciosa del espectador. ¿Piensa que ese rol beneficia el encuentro entre obra y espectador?
—Creo que las películas pueden tener diferentes niveles de entendimiento y que, si uno alcanza varios, disfruta de la película de una manera más intensa. Pero para que una película resulte poderosa no es imprescindible una supuesta profundidad. Apariencias brillantes, que no parecían esconder mucho, han dado como resultado películas maravillosas. No hay que olvidar que Hitchcock fue el director más popular de su tiempo y el público no se cuestionaba si era profundo o no. Lo mismo sucede con otros directores ahora muy valorados, que eran consumidos como entretenimiento puro. Muchos de los que hacían cine de género norteamericano de los años 30 y 40 pueden ser vistos como ejemplo, aunque la idea que tengamos ahora de ellos sea diferente, una mirada poscahierista.
Este sábado en La Tribu (Lambaré 873) a las 19:00, La cicatriz y el cortometraje Las olas, ambos films de Pablo Llorca. Contaremos con la presencia de Diego Menegazzi (programador del MARFICI).