por Esteban de Valle
Los muchachos de antes no usaban arsénico es una comedia de humor negro de José Martinez Suarez estrenada en 1976.
Un género poco cultivado por el cine argentino, estrenada a comienzos de la dictadura, donde el ingenio de los diálogos mordaces cruza una gama de textos y subtextos de fuerte poder simbólico y premonitorios ante el clima de época silenciado por el terror. Todo gira en torno a una antigua estrella de cine retirada y varios personajes aislados en una casa, donde los intereses de los personajes están cruzados, el cinismo y el ocultamiento están a la orden del día y las líneas de diálogos explicaban misteriosas desapariciones con frases tales como: "Se fué. Desapareció. No está." o "En fín. ¡Desaparecen tantas cosas hoy día!".
Requeriría un texto más extenso (y no pretendo hacerlo ahora) desgranar las comparaciones con El cuento de las comadrejas, la versión que realizó Campanella, director que hizo gala su cinismo de doble sentido, respecto de dos de sus películas que con distintos formatos llevan el mismo esquema: Luna de Avellaneda y Metegol, en el que el espectador empatiza con un héroe que lucha contra el avance neoliberal pero, sin embargo la lógica circunstancial que plantea el guión, indica que inevitablemente van a perder y no sólo eso, indica que es lógico y hasta deseable que pierdan.
Lo que de ninguna manera niego es la habilidad de Campanella como cineasta, sobre todo para manejar el plano simbólico, tanto en las estructuras, los diálogos, las imágenes y los objetos que conjuga. Un tipo de nivel simbólico que al que el cine actual (o posmoderno) renuncia y que aunque parezca tardío, a mí me resulta loable, aunque no esté de acuerdo con lo que determina.
Por ejemplo el poderoso plano final de El secreto de sus ojos, que completa el sentido de toda la película, con una mano cerrando una puerta, lo que implica claramente el imperativo de Campanella, nuevamente en la misma línea ideológica: cerrar la puerta al pasado para avanzar al futuro.
Así es que la ahora reconvertida trama de Jose Martínez Suarez, cuenta con una magistral actuación de Graciela Borges en el papel de la diva, que "accidentalmente", como al descuido ha "matado" con su estatuilla del Oscar, a las otras dos mujeres de la casa, esposas de un legendario director (Oscar Martinez) y su guionista (Marcos Mundstock), cuyos cadáveres convertidos en obras de arte, conviven en la mansión con los personajes que han acordado mantener el secreto, para evitar el escándalo con la prensa.
No hace falta mencionar que, dentro del clima de época que estamos viviendo, no es poco el peso simbólico que los estos actores tienen ya de por sí, por su vida pública y sus opiniones políticas, lo cual resulta indesligable desde el vamos. Me refiero a Luis Brandoni, Oscar Martinez y Marcos Mundstock.
Voy a intentar citar sólo dos diálogos mas o menos de memoria, para orientar el sentido en el que apuntan éstos subtextos:
En un momento la diva narcisista y glamorosa (una suerte de Norma Desmond argentina) le explica a una visitante, interesada en hacer negocios con la mansión, el motivo del ocaso en la carrera del cineasta:
- Tenía una carrera exitosa pero en los 70 se le ocurrió ir a Tucumán a filmar a los obreros de la zafra. ¡¿Con qué necesidad?!. Llegaron los militares y tuvo que exiliarse. Volvió con la democracia, pero ya estaba fuera de tono con la época. Había que susbsistir. Ahí fueé cuando se le ocurrió su peor fracaso, La gansa con panza.
Como si hiciera falta la conclusión, agrega:
- Los obreros de la zafra jamás le agradecieron nada.
La Diva ha estado enfrentada con el resto de los integrantes de la extraña "familia". Quiere vender la casa de su propiedad y dejarlos a todos en la calle. Brandoni, un viejo actor que ha fracasado por ser demasiado sentimental y que juega el papel de una especie de marido no reconocido, trata de hacerla entrar en razón, apelando a su corazón por lo mucho que han hecho por ella:
- Pero Mara. Somos una familia. Esta es la forma que hemos construído para vivir. Fuimos nosotros los que escondimos a tus muertos para que puedas vivir tranquila.
Frase que hiela, sin necesidad de mucha explicación.
Yo celebro un cine de diálogos ingeniosos, el humor negro y el nivel simbólico, cosas que no estarían nada mal.
Pero como siempre, a lo que apunta el contenido del discurso de Campanella, unido a la impactante presencia de los actores y sus posiciones políticas, es bastante claro o mejor dicho, oscuro. Aunque lo dejo picando, porque me gustaría hacerlo mediante un análisis más minucioso y extenso. Por ejemplo, faltaría analizar la otra operación extraña que realiza Campanella: aquí los viejos representan el fracaso de una época fallida, con la astucia necesaria para sobrevivir airosos, pero los jóvenes (Clara Lago y Nicolás Franchella) representan sin ambages el avance de la cultura neoliberal, pragmática y desalmada de los negocios. ¡Que ésta vez pierde! Hay todo un asunto en esa operación también.
El caso es que, después de las elecciones pasadas y con todo el impacto que esto ha provocado en los defensores macristas, justo fallece José Martínez Suárez. Motivo por el cual otra diva, pero de la vida real, su hermana Mirtha Legrand, se excusa por dos semanas de emitir sus almuerzos.
Lo cierto es que, ni siquiera asistió al velatorio de su hermano, quien de alguna manera se encargaba de poner paños fríos al antagonismo con su sobrina.
Para Josecito, las cosas no eran tan fáciles, poco tiempo después del estreno de Los muchachos..., en el 77, un grupo de tareas secuestra a su hija y su yerno.
Su hija fue liberada dos días mas tarde, pero su yerno se cree que fue asesinado con enfrentamientos fraguados. Oficialmente continúa siendo un desaparecido.
Según parece, la presencia de Mirtha en el velatorio, encontrándose con su sobrina, hubiera llevado una carga simbólica imposible de sobrellevar.
Es llamativo, el sincronismo de los acontecimientos, del alto poder simbólico que emana justamente la historia de esta familia, que hasta Clarín (ver acá) ha publicado éstos días un registro del 24 de marzo del 2018 de las opiniones de María Fenanda Martinez Suarez, sobrina de Mirtha, hija de José, sobre el gobierno de Mauricio Macri.
A la sasón todo indica que la puerta que se cierra al final de El secreto de sus ojos es un símbolo que no resulta premonitorio y que no pasa de ser una expresión del deseo fallido de Campanella.