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domingo, 14 de octubre de 2018

Nick Cave & The Bad Seeds - Malvinas Argentinas - Octubre 2018


por María Pía Chiesino

(12 de octubre a las 23:32)

Escribo esto mientras escucho Skeleton Tree, el disco que sacó Nick Cave cuando se murió su hijo Arthur. Un disco negro, bello y jodido de bancar. Como Blackstar, de Bowie. Discos de Parca.

Escribo esto porque hace cuarenta y ocho horas estaba en el Malvinas Argentinas, escuchando el increíble show de Nick Cave en Buenos Aires.

Escribo esto porque durante las dos horas y media que duró el recital no hubo cuerda de mi ser que no sonara de manera afinada con el universo. Acorde pleno. Con armónicos y todo.

Escribo esto porque hasta el lunes a la tarde la entrada para ver a Nick Cave & The Bad Seeds me esperaba en la boletería del Ópera. Ese día la retiré. Al límite, al filo de perderla. Hay filos peores, desde luego.

Escribo esto porque cuando la retiré pensé que el miércoles no iba a tener ganas de salir de mi casa a la noche y que, si la ofrecía en las redes, la vendía y recuperaba la guita en minutos.

Escribo esto porque estoy feliz de no haber hecho eso, porque tengo dos horas y media de belleza en el centro de mi alma, para siempre.

Escribo esto porque fuimos con Viviana y su hermana en auto, y allá nos encontramos con Caro que guardó cuatro lugares espectaculares para ver y escuchar cualquier show, y éste, ni hablar.

Escribo esto porque me sentí feliz cuando a la salida me encontré con algunos de mis ex vecinos de la calle Jujuy y sentí que el alma de Damián Garcia también andaba por ahí.

Escribo ésto porque me sentí feliz también cuando me crucé con Alfredo Rosso saliendo del estadio, a quince centímetros del piso, "like me". Expreso Imaginario, los seres cortados por la misma tijera desde los setenta, "toda la historia del rock en una sola persona", Rosso estaba en el aire.

Escribo esto porque Edu Fabregat caminaba por el Campo y era tanta la gente que gritar era inútil, pero me llegó que "Nick Cave es el presidente del universo y viva Perón, carajo".

Cuando un artista se deshilacha en el escenario, dispara cosas que no buscó, ni sospecha.

Cave se deshilachó, y mientras lo hacía organizó al público para que hiciera los coros de "Anillos de Saturno", uno de los temas del disco que necesitó grabar cuando se le murió un hijo.

Al día siguiente de semejante show, estaba en la radio, con una compañera, en una nota que nos hacían para hablar de la catástrofe de la educación en el conurbano. Y estaba con los pies en la tierra, y Nick Cave seguía por ahí, y le daba alegría a mi corazón.

Escribí ésto, porque este año vi en vivo a Patti Smith y a Nick Cave en Buenos Aires, una ciudad que se esmera en ser horrenda y lo está logrando, pero en la que, por momentos, aún sucede belleza.

Esa belleza me tocó dos veces en 2018. Cartón lleno.

Escribí esto, porque no sé qué voy a sentir en diez días, pero hoy, 12 de octubre, yéndose, estoy feliz de lo que hice con mi vida, hasta ahora.

No sé por qué escribí todo esto. O sé que lo escribí porque me lo dispararon Nick Cave y su belleza. 

La belleza de las malas semillas.

Benditas sean.

martes, 26 de mayo de 2015

Nomeolvides

Fotografías: Esteban del Valle

por María Pía Chiesino

Hace trece años, el 24 de mayo de 2002, a la noche, habíamos ido con mis compañeros de laburo (una escuela para adultos del Partido de San Martín) a comer a una parrilla. Solíamos hacerlo. La víspera del 25 de mayo era una de las fechas en las que, después del acto, comíamos juntos. Ese año, 2002, el país estaba arrasado. Hecho mierda estaba. A pesar de eso, un grupo de docentes del conurbano sentíamos que, si no quedaba nada para hacer, por lo menos nadie iba sacarnos la dicha de sentarnos a compartir un pedazo de carne, una ensalada y un vaso de vino. ¿Nos conformábamos con poco? Puede ser. Lo cierto es que si uno miraba alrededor, no había nada.

En la parrilla había un televisor. Y a las doce de la noche del 25 de mayo, la cadena nacional puso una bandera en la pantalla y empezó a sonar el himno. Y ahí se me partió la cabeza en ocho. No por nosotros, que nos paramos "como correspondía". Un par de mesas al costado, una mina que estaba sentada con otra no se paró. Ni amagó pararse, y lloró, sentada a esa mesa, mientras duró la canción patria.Y, cuando digo que se me partió la cabeza, lo digo porque lo que yo sentí mientras la miraba llorar fue que nadie tenía derecho a decirle que se parara o que cantara media estrofa. ¿Quién carajo era nadie en ese momento para pedirle (pedirnos), algo así?
El himno terminó y cada mesa siguió con lo suyo.

Trece años después, a veces me pregunto en qué andará esa mina que lloraba las lágrimas que nosotros nos tragábamos. No lo sé. No voy a saberlo nunca, claro. Pero pasé parte de la noche del 24 de mayo de 2015 escuchando al Tata Cedrón, regresado a la patria y cantando "Nomeolvides" de Jauretche, Las lágrimas que se me cayeron anoche fueron de emoción, de alegría, y de "menosmal". Ayer fue el cumpleaños de esta patria que los argentinos empezamos a recuperar en 2003. En ese momento yo no me daba cuenta. No creía en nada ni en nadie. Ahora siento que nunca voy a terminar de agradecerle al Pingüino todo lo que nos devolvió. Las ganas de cantar el himno, de hablar de la patria, y de cantar "Nomeolvides", llorando de la emoción, con un cantor popular que tuvo que irse del país durante treinta años y que pudo elegir volver.