Las comedias de Francisco Lezama
Ivana, Renzo, Mariana o Lucrecia son avatares de una posición desterrada, indolente, lumpen-pequeño-burguesa, fijada en el tiempo de su postadolescencia, en sus empleos basura, siempre a punto de ser despedidos, siempre fingiendo que se van sin irse, apenas resbalando por los días y los barrios,. La única marca efectiva de sus vidas es la cotización del dolar: comprendemos qué pasa en el mundo porque el dolar sube en picada de 9 a 16, de 16 a 40. Una deriva postcatastrófica, existencial y a la vez política. Ellos tres o cuatro -la imprecisión es un rasgo de la poética de Lezama- son variantes apenas diferenciadas de estos nuevos pícaros, los pícaros cambiarios, pícaros sin alegría, sonámbulos sin fraternidad ni sueños (en algo me hacen acordar a los jóvenes sonámbulos del último Bresson, también vehículos del dinero, pero aquí es Argentina y la cotización siempre sube en picada).
Bribones sin propósito, zombies manejados por fuerzas bursátiles, los personajes de las comedias que Francisco Lezama viene esbozando desde hace una década, en películas cortas de una audacia circunspecta (La novia de Frankestein, Dear Renzo, Un movimiento extraño, los dos primeros co-dirigidos con Agostina Gálvez), registran el cimbreo de una mutación antropológica que en Argentina pueden caracterizarse como el tránsito desde la juventud macrista hacia la juventud mileista pero, evidentemente, dada la buena recepción que estas películas han tenido en festivales europeos, en otros lugares también proliferan y se llaman de otra manera. Son seres desprovistos de épica o algún carisma, de una intensidad que implosiona sin ninguna resistencia. Así se ve la mirada viscosa, las mejillas tensas y el cuerpo desgarbado de Laila Maltz como Mariana en Dear Renzo o como Lucrecia en Un movimiento extraño, con una inquietud que las toma por dentro y las doma por fuera. Extrañamente dóciles a las condiciones económicas de su existencia, experimentan sus propias derivas como fuerzas de un destino que se lee en las líneas de las manos o en el movimiento de un péndulo o un saquito de te. Y se traduce siempre mal.
Escuché decir que Freud caracterizaba las pulsiones de los sujetos por su manera de trabajar y amar. Lezama, sabiendo o sin saberlo, presiente a sus personajes con una modalidad arruinada de esas prácticas. Tienen empleos precarios y fluctuantes y sus raptos eróticos, sus súbitas calenturas también suben en picada como la cotización del dolar, a veces se confunden el negocio y el chape. Lezama ha mantenido a lo largo de una década una convicción en la aptitud de la comedia para registrar los movimientos de la época. Pero la comedia según aquí se entiende no es un código genérico sino cierta cualidad propia del cine para producir sentidos y rimas con aparentes incongruencias. La gracia no surge como un gag o una réplica ingeniosa sino como resultado de una elegancia fallida. Es elegante caminar por Palermo Chico, trabajar de guía turístico, de guardia de un museo o conseguir una beca en New York. Pero rapidamente -también así lo pide la duración de estos cortometrajes- esa elegancia aspiracional se desbarata cuando una frase es traducida mal a propósito, cuando se infiere una bajeza desleal sin que se note mucho. Estas tres películas breves de Lezama buscan el punto donde las aspiraciones de unas vidas impostoras asoman la punta de sus fallas: como se detienen en esos gestos leves y se disuelven en lo inadvertido, inducen a una sonrisa un poco amarga.
La disposición narrativa de estas películas -son tres pero pueden ser vistas como capítulos de una misma obra, como repticiones y variaciones de una falla que insiste- es elegante. El secreto estético del desapego de Lezama reside en que sabe abandonar a sus personajes en un punto neutro, sin que ninguna lucha se defina, ninguna escena, ningún daño, simplemente en un adiós inteligente que se llama corte a negro sin remate. Quizá la derrota haya ocurrido mucho antes de empezar y estos personajes ni lo sospechen. Se los ve desdichados pero dan un poco de risa porque no terminan de morirse del todo. Hay que pensar mucho en la comedia, no como género sino como forma de deshacerse elegantemente de estas contracturas fatídicas sin que nada se precipite. El rasgo al que Lezama recurre sistemáticamente es el del remate diferido y el tiempo engañosamente neutro. Este diferimiento y sustracción del remate la primera vez parece contingente y dispar. Cuando los cortos se ven uno tras otro se arma una melodía disonante y un ritmo irregular. Esa forma desplazada quizá se llame comedia y sea el modo en que el cine puede narrar una época desafinada.
Tres comedias sobre los vaivenes del dólar en Argentina.
Ultimas dos proyecciones
Domingos 20 y 27 a las 18:00 hs.
MALBA
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