(Cada luchador tiene una pelea
que lo hace o lo rompe, Elia Kazan)
Elia Kazan (1909-2003) es uno de los
directores cinematográficos más influyentes en la historia del cine. De una
manera directa, a través de sus propias películas, y de otra, incluso más determinante,
a través de la labor del Actors Studio, la asociación que (junto
con Cheryl
Crawford y Robert Lewis) fundó en 1947 y en la que se han formado grandes actores
y directores que han consolidado unas formas de interpretar y dirigir basadas
en “el
Método” (derivado del sistema del dramaturgo ruso Konstantín Stanislavski, que
propugnaba que el intérprete ha de dejar que la personalidad del personaje
sustituya a la suya propia).
Los actores directamente formados
en el Actors son innumerables (Paul
Newman, Al Pacino, Marilyn Monroe, Jane Fonda, James Dean, Dustin Hoffman, Marlon
Brando, Eva Marie Saint, Robert De Niro, Jack Nicholson, Steve McQueen…)
y la influencia de la institución sobre la actual manera de entender la
interpretación, incuestionable.
Sin embargo, cuando en el 1999, el
nonagenario y achacoso Elia Kazan, arropado por Robert
de Niro y Martin Scorsese (admirador declarado de Kazan como fundador del
cine moderno en Estados Unidos) subió al escenario del Dorothy Chandler Pavilion
a recoger el Óscar honorifico que reconocía toda su trayectoria profesional
(ya tenía dos como director), la mitad de los asistentes al acto no aplaudió al
anciano director. Mientras, en la calle, se enfrentaban grupos de manifestantes
a favor y en contra de Kazan.
Elia Kazan y Martin Scorsese |
La polémica se había gestado medio
siglo antes, cuando, en 1952, Kazan testificó ante el Comité
de Investigación de Actividades Antiamericanas. Inicialmente, se negó a
dar nombres y se limitó a reconocer que había sido militante comunista de 1934
a 1936, pero después identificó como comunistas a ocho miembros del extinto Group
Theatre (la asociación que entre 1931-1941 llevó a cabo los postulados
teatrales más innovadores y en la que Kazan había destacado como director).
Más tarde, denunciaría también a Lee Strasberg, el director artístico
del Actors
Studio.
Kazan nunca mostró
arrepentimiento por su delación, nunca se excusó (como, por ejemplo, hizo el
actor Sterling Hayden). Sí explicó su actitud como la de alguien que
estaba profundamente agradecido a las posibilidades que las libertades de
Estados Unidos le habían ofrecido (griego, nacido en Estambul, había emigrado a
Estados Unidos con su familia, huyendo de la miseria). En Estados Unidos pudo
estudiar arte dramático en Yale, convertirse, primero, en un aclamado director
de teatro y, a partir de 1944 (cuando dirigió Un árbol crece en Brooklyn),
en un gran director de cine. Dos de sus más sobresalientes películas, La
ley del silencio (1954) y América, América (1963) pueden
entenderse, precisamente, como nacidas de esa necesidad de explicarse, que no
de excusarse.
La ley del silencio,
nació de la colaboración de Kazan
con el gran guionista y escritor Budd Schulberg (1914-2009). El director y el
guionista tenían origines muy diferentes: Schulberg se había criado en Hollywood,
como hijo de uno de esos judíos talentosos y ambiciosos que crearon la
industria cinematográfica norteamericana (Memorias de un príncipe de Hollywood
es el título que Schulberg dio al apasionante libro en el que relata sus
primeras décadas de vida, como espectador, primero en Nueva York y después en
Hollywood, del desarrollo del cine como el primer arte convertido en industria).
Sin embargo, el príncipe y el
emigrante pobre tenían algo fundamental en común: ambos fueron unos delatores.
Schulberg había sido comunista
y uno de los fundadores del sindicado de guionistas de Hollywood pero,
horrorizado por las noticias de las matanzas de Stalin, abandonó el partido. En
1941 ya se había puesto en contra a gran parte de los jerarcas de Hollywood con
su novela ¿Por qué corre Sammy? Quizás para congraciarse con ellos y
poder volver al mundo en que se había criado, en 1951 fue uno de los testigos
amistosos que declararon ante el Comité de Actividades Antiamericanas.
Se puede decir, eligiendo una
frase que él mismo usa en sus memorias sobre algo que nada tiene que ver con
“la caza de brujas” (en su libro no toca ese asunto, puesto que cierra sus
recuerdos mucho antes de que eso ocurriera), que “el valor subjetivo capituló ante
una cobardía realista”.
Un sonriente Schulberg declarando ante el Comité |
A uno de los que Schulberg
denunció fue a su viejo amigo Ring Lardner junior, quien había
entrado en el partido comunista precisamente por influencia de Schulberg.
Ring
Lardner fue uno de “los diez de Hollywood” que,
acogidos a la Quinta Enmienda, se negaron a declarar y fueron condenados a un año de cárcel, mil dólares de multa y a la expulsión de Hollywood.
Lardner junión relató aquellas
vicisitudes en sus memorias, tituladas Me odiaría cada mañana -porque eso,
precisamente, es lo que dijo al negarse a declarar: "Podría contestar, pero si
lo hiciera me odiaría cada mañana"-. Sobre la traición de Schulberg
escribió: "Aunque no trabajaba entonces en Hollywood… Budd
sintió
la urgente necesidad de exculparse, y por ello recurrió al procedimiento de
acudir a la comisión, bendecir sus desvelos, perorar un rato sobre la amenaza
comunista tanto en casa como en el resto del globo y dar unos cuantos nombres
de cosecha propia. Lo mismo hizo Elia…".
Esas eran las historias que pesaban
sobre Kazan y Schulberg cuando colaboraron, en 1954,
para realizar una película On the Waterfront (La
ley del silencio, en España) que convirtieron en una apología de la
delación y, por extensión, en una justificación de la traición de ambos a sus
compañeros y amigos.
Budd Schulberg creó el
guion partiendo de artículos de prensa sobre corrupción en los muelles, aunque,
significativamente, en su versión los sindicatos portuarios, que estaban
dominados realmente por comunistas, aparecen controlados por grupos
mafiosos.
La película estuvo nominada a 12
categorías de los Óscar y logró ocho: a la mejor película, al mejor director (Kazan)
, al mejor actor (Brando), a la mejor actriz de reparto (Eva Marie Saint), al
mejor guion original (Budd Schulberg), al mejor montaje (Gene
Milford), a la mejor dirección artística (Richard Day) y a la mejor
fotografía (Boris Kaufman).
Marlon Brando como pensativo Terry Malloy |
Como protagonista de la película,
Kazan
tuvo el acierto de, frente a la idea inicial de que fuera Frank Sinatra, elegir
a Marlon
Brando, uno de los discípulos del Actors Studio con el que ya había triunfado,
primero en Broadway y luego en Hollywood, con Un tranvía llamado deseo y
(A
Streetcar Named Desire, 1951) y, en 1952, con ¡Viva Zapata! (en la que
ya se mostraba inequívocamente en contra de los procesos revolucionarios, viciados
por la corrupción de sus líderes).
Si hace tiempo, al comentar El
beso de la muerte (1947), de Henry Hathaway, la explicábamos como un alegato en favor de la
delación que debía de ser entendido en el contexto histórico y social de la
llamada “guerra fría”, La
Ley del silencio significa un gran salto cualitativo en ese mismo
alegato, entendible también por ese contexto (lucha en el interior del país
contra el comunismo a través del Comité de actividades antinorteamericanas
y en el exterior a través de la guerra de Corea) y por las circunstancias comentadas
de su director, Elia Kazan, y su guionista, Budd
Schulberg.
El argumento se centra en el
personaje de Terry Malloy, un boxeador fracasado, que es utilizado por el gánster
Johnny
Friendly (Lee J. Cobb) como cebo para asesinar a un estibador rebelde a
su autoridad (con esas escenas impactantes se inicia la película) y también
para obtener información del grupo de estibadores conjurados con el padre
Barry (Karl Malden) contra los mafiosos. Terry encontrará,
finalmente, la redención gracias al amor de Eddie Doy (Eva
Marie Saint) y de las enseñanzas del padre Barry, aunque para
ello deba delatar a la organización mafiosa de la que también forma parte su
hermano Charley y destruir a este.
La película significó el triunfo
absoluto de Marlon Brando, que bajo las órdenes de Kazan supo sacar todos
los registros interpretativos necesarios para caracterizar al desconcertado,
tierno y a su manera, muy desvalido Terry Malloy; un personaje al que Schulberg
dotó de dos grandes pasiones propias: la de la cría de palomas, que el
guionista practicó en su juventud (incluso llamó al personaje de Eva
Marie Saint con el nombre de su primera paloma) y el boxeo, pasión esta
que acompañaría a Schulberg toda su vida.
Marlon Brando y Rod Steiger en la escena del taxi |
Brando, sin embargo, no
guardaba buen recuerdo de la película (lo cuenta Luis Gasca en una
biografía del actor). Así, por ejemplo, de la escena quizás más conmovedora,
esa en la que Terry, en un taxi, reprocha a su hermano que le hubiera
utilizado en peleas amañadas para ganar dinero a costa de hacerle perder los
combates (“Podría haber tenido clase. Podría haber sido un triunfador. ¡Podría
haber sido alguien en vez de un vago, que es lo que soy!”), dijo:
“Tuvimos que rodar la escena siete
veces, y a mí no me gustaba la forma en que estaba escrita. Yo estaba harto de
la película. Rodábamos en Nueva Jersey en pleno invierno, ¡qué frío, Dios!
Además yo tenía otros problemas en aquel momento. Problemas con las mujeres.
También esta esa escena. Déjame pensar… La rodamos siete veces porque Rod Steiger
no podía parar de llorar. Es uno de esos actores a los que les encanta llorar.
La repetimos una y otra vez. La primera vez que vi La ley del silencio, en la
sala de proyección de Elia Kazan, pensé que era tan terrible que me fui sin
decirle nada”.
Marlon Brando y Eva Marie Saint |
El resto de los actores
realizaron también grandes interpretaciones: Eva Marie Saint, que siempre
recordó lo amable que había sido con ella Brando y que, en este, su primer
papel cinematográfico, fue recompensada con el Óscar a la mejor actriz
de reparto; Lee J. Cobb, en uno de esos papeles secundarios de malvado que
tan bien interpretó a lo largo de su carrera; Rod Steiger, como Charley
Malloy, y, por supuesto, Karl Malden, como padre
Barry. Aunque ninguno lo obtuvo, los tres fueron candidatos al Óscar
al mejor actor de reparto.
Tanto Saint como Steiger
habían sido alumnos del Actors Studio. Y Cobb
y Malden
también habían estado vinculados a Kazan como actores de teatro.
Pelea entre Johnny Friendly (Lee J. Cobb) y Terry Malloy (Marlon Brando) |
Sobre Lee J. Cobb señalar que
en 1953, un año antes de participar en esta película, también fue llamado a
declarar ante el Comité, ante el cual delató a una veintena de compañeros.
El personaje que interpreta Malden,
el
padre Barry, es el encargado de apuntalar ideológicamente la delación,
incluso comparando con Jesucristo a quienes en la película
delatan a los mafiosos, puesto que considera que emprenden sus particulares viacrucis
para lograr salvar a sus congéneres del mal.
Especialmente significativa es la
conversación entre uno de esos futuros mártires con el padre Barry:
Dugan: Aquí, en el
muelle, todos somos s. y m.
Padre Barry: ¿S. y m.?
¿Qué es eso?
Dugan: Sordos y mudos.
Aunque nos estuviesen matando, no podríamos chivarnos…
Padre Barry: …en este
país nos queda siempre un recurso: defendernos, señalar a los desaprensivos.
Justificar la lucha de lo justo contra lo injusto. Lo que para ellos significa
delación es para vosotros libertad…
Karl Malden como Padre Barry |
Karl Malden ya se había
llevado ese Óscar por su trabajo en 1951 en Un tranvía llamado deseo,
también con Marlon Brando y bajo la dirección de Kazan, con el que
seguiría interpretando algunos de sus mejores papeles.
Muchos años después, Malden,
que era miembro de La Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas, y que había
sido su presidente entre 1989-1992, fue el principal valedor de Kazan
para que se le concediera ese Óscar honorífico del que hablábamos
inicialmente.
Ante las críticas
que recibió por su defensa de Kazan, el actor contestó tajantemente "Siempre
he admirado su trabajo, no su ideología política".
Aunque Malden hacía trampa,
puesto que lo reprochable no es la ideología sino la traición, lo cierto es que
su pragmatismo puede ser la actitud más acertada en los casos en que debamos enfrentarnos a creadores geniales en su arte
pero moralmente reprobables en sus actitudes personales: admirar su obra y
condenar sus conducta.
Admiremos, pues, La ley
del silencio.
Yolanda Noir