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viernes, 9 de abril de 2021

El juicio de los 7 de Chicago

Los tiempos convulsos hacen que las grandes plataformas que producen cine se reinventen. Netflix estrena en la pantalla de tu casa pelis que compiten a mejor cinta en los Óscars con mascarilla de este año.  Aaron Sorkin dirige “El juicio de los 7 de Chicago” que compite en las categorías de mejor película, mejor guión original y mejor actor secundario. Mujeres, pocas, como pasa con otras muchas pelis que no aprueban el test de Bedchel.


Sinopsis:

Es 1968, una época de fervor juvenil. Francia hace su revolución de mayo, Praga y México DF lo intentan pero son aplastados por ejércitos propios o ajenos. En los EEUU, superpotencia del mundo occidental desde el fin de la segunda guerra mundial, el poder capitalista ve con horror cómo la juventud rechaza y protesta sus actitudes beligerantes, sobre todo en Vietnam, donde miles de norteamericanos, normalmente, pobres, mueren en una guerra a la que nadie entiende qué rayos han ido a hacer allá. Diversos movimientos como los pacifistas convencidos, estudiantes izquierdistas, defensores de los derechos civiles, hippies, panteras negras y activistas por un mundo mejor anuncian que acudirán para protestar delante de la convención demócrata a celebrar en Chicago con el fin de elegir postulante a inquilino de la casa Blanca.  Hay que tener en cuenta que es año de elecciones, que los movimientos por los derechos civiles intentan acabar con el racismo institucional y que han matado a Martin Luther King y a Robert Kennedy. El presidente Lyndon B. Johnson prefiere no volver a presentarse después de un mandato y pico (Juró el cargo de presidente con el cadáver agujereado de Kennedy aún caliente).  La situación se le va de las manos a la policía y a la guardia nacional y, para cubrir la barbaridad agarran a siete tipos representativos de los movimientos contestatarios y los someten a un juicio demencial y amañado que tiene lugar en 1970 y que es un escándalo supino.


Basado en hechos reales:

La película se basa en el juicio con frecuentes flashbacks a aquél  agosto de Chicago. Nos presenta con cierta gracia a los ocho, porque fueron ocho, encausados. El octavo detenido, el único que está en prisión acusado de un crimen, es un líder de los panteras negras (Bobby Seal) que es desasistido de una manera odiosa durante el juicio aunque su causa acaba siendo sobreseída .



El  resto de los siete enjuiciados son miembros de diversos colectivos: Estudiantes por una sociedad democrática, Movimiento Nacional para el fin de la guerra de Vietnam, activistas sueltos y los dos de los dirigentes del partido internacional de la juventud, o los YIPPIES, por sus siglas en inglés. El juicio, claro está, es una farsa política con intenciones de dar castigos ejemplarizantes .

Ambiente caldeado

Los dos gallitos del corral están encarnados por dos actores ingleses. Eddye Redmayne , que encarna a Tom Hayden, líder de los estudiantes por la sociedad democrática y Sacha Baron-Cohen, que se mete en la piel de Abbie Hoffman, líder de los Yippies y hábil monologuista. Sacha Baron-Cohen, por cierto, está nominado como mejor actor de reparto para los óscars y, la verdad, su papel es de lo mejor de la peli.  Otros actores destacados son Mark Rylance, como el abogado defensor, Joseph Gordon-Levitt, como joven e incisivo fiscal y Frank Langella, que se mete en la piel del juez.


Juicios paralelos:

A quien le gusten las pelis de juicios, y sobre todo, de juicios amañados, esta peli le va a encantar. Se nota que Aaron Sorkin le tiene pillado el truco a los guiones “políticos”.  Muchas de los diálogos son espléndidos, sobre todo los de Abbie Hoffman (Sacha Baron-Cohen) que se toma a cachondeo el juicio ¿Qué otra cosa puede hacer?.



 Este año del covid debe de ser el de las filmaciones de juicios-farsa, porque hará bien poco se pudo ver una miniserie llamada Altsasu  en un par de canales autonómicos.  La miniserie retrataba de una manera ficticia ciertos hechos manipulados por intereses ocultos  y el posterior juicio cuyas sentencias ya estaban dictaminadas de antemano.



Quizá  encontramos ciertas semejanzas con “en el nombre del padre” por lo de las detenciones arbitrarias, los juicios injustos, las sentencias ejemplarizantes y la indefensión de sus detenidos, y, como en esta cinta de Jim Sheridan, que ya pasa del cuarto de siglo, se edulcoran ciertas cosas para hacer más entretenida la historia al público y menos demoledora, como que el padre y el hijo compartieran celdas en el mismo talego cuando la política de dispersión de presos es tan común en países con problemas armados sin resolver.


No fue en Chicago, pero sí en Boston, donde fueron ajusticiados hace ya cien años dos emigrantes italianos de ideología anarquista que se comieron un juicio denigrante lleno de mentiras y xenofobia. El problema para estos inocentes llamados Sacco y Vanzetti es que los ahorcaron. Por si a alguien le interesa esta triste historia de una injusticia flagrante hay una película italiana que explica el padecimiento de estas dos víctimas de la justicia  rodada con la cadencia transalpina propia de su época.


A más ver, sobre todo, en pantalla,

Juli Gan.

viernes, 15 de marzo de 2019

Quiz Show (El dilema)


Me llamo Noemí y me gusta la tele
Léase esto con voz de alcohólica anónima y visualícese con una franja negra sobre mis ojos. ¿Por qué? Porque a veces es precisa una previa declaración de culpabilidad antes de declarar que te gusta la tele. Pero así es: señoras y señores, ME ENCANTA LA TELE. Me chifla.
Y permítanme, antes de proseguir, un inciso sobre los tremendos prejuicios que arrastramos en este asunto. Veamos. Cuando yo digo que me gusta el cine, nadie supone que me gusta TODO el cine; se da por hecho que hay películas que adoro y otras que detesto. Nadie me replica “¿Sí? ¿Te gusta el cine? ¿Te gusta Aquí llega Condemor, el pecador de la pradera?”
Sin embargo, cuando digo que me gusta la tele, casi todo el mundo me lanza una pregunta sobre la mal llamada telebasura. Y no, señoras y señores, dejando aparte el temazo de la (repito) mal llamada telebasura, que se merece todo un post, declaro que NO: no me gusta TODA la tele, como no me gusta todo el cine ni toda la música ni toda la literatura.
¿Ha quedado claro? Vale, pues vamos al lío. Dado que me gusta tanto la tele y tanto el cine, por fuerza tengo que ADORAR las pelis sobre televisión. Y una de mis favoritas es “Quiz Show (El dilema)”, de Robert Redford.

Es-cán-da-lo, es un escándalo
Quiz Show está basada en el libro Remembering America: A Voice From the Sixties, que recoge las memorias de Richard N. Goodwin, un letrado que hizo una brillante carrera política en los Estados Unidos. Goodwin comenzó como funcionario en el Congreso y, recién salido de Harvard, le tocó investigar varios escándalos acaecidos en concursos televisivos de preguntas y respuestas.
A mediados de la década de 1950 la televisión era la nueva reina de los hogares estadounidenses, los concursos de cultura general arrasaban en las audiencias y sus protagonistas se convertían en tremendos ídolos populares. En tal contexto esplendoroso cayeron como un jarro de agua fría las denuncias de amaños de varios exconcursantes de Twenty One y Dotto.
El dilema se centra en lo sucedido en uno de estos concursos, Twenty One (El Veintiuno).

Charles Van Doren, el chico de oro
A finales de la década de 1950 Herb Stempel arrasaba en El Veintiuno. Herb era un joven padre de familia, judío de Queens, de orígenes humildes. Había sido el típico niño con gafas, empollón, sabelotodo, nada popular en un barrio “durito”, que inesperada y repentinamente se había convertido en un héroe, un ídolo mediático, porque respondía acertadamente a todas las preguntas del concurso. Gracias a la televisión, la gente lo adoraba por la misma razón por la que antes lo detestaba.
El bueno de Herb reina en las audiencias hasta que deja de hacerlo: cuando los índices emprenden una curva descendente, la cadena de televisión y el patrocinador de El Veintiuno, un complemento alimenticio llamado Geritol (impagables los espacios publicitarios viejunos), comienzan a buscarle un reemplazo y, envuelto en un halo luminoso, se les aparece Charles Van Doren.
Van Doren era el yerno que toda madre querría para su hija; e incluso para su hijo: rubio, guaperas, patricio, hijo de intelectuales de Manhattan, profesor universitario… Los productores creen haber dado con la gallina de los huevos de oro y preparan minuciosamente su enfrentamiento televisivo con Stempel, en el que este cae derrotado de manera sospechosa al fallar una pregunta muy fácil.
Van Doren comienza, pues, su reinado, hasta que las denuncias de Stempel hacen saltar todo por los aires.

La moraleja
Quiz Show nos hace ver, una vez más, que la tele es esencialmente entretenimiento, aunque revestido de otras cosas (cultura, deporte, política, lo que sea) y que, salvo en raras ocasiones (televisiones públicas que no dependen en tan gran medida de los ingresos por publicidad), todo lo supedita a las audiencias; ergo hará lo que sea para elevarlas, para mejorarlas; lo que sea; y eso supone pisotear la ética, mentir, manipular, corromper, amañar… Esto es, comportarse de manera terriblemente cruel.
Puede que lo más cruel de la peli sea la diferencia de trato que los productores de El Veintiuno dispensan a Stempel y a Van Doren: judío de Queens, inestable, gafoso, empollón y resentido social versus guapo de Manhattan, joven, rico, patricio y brillante.
Y la moraleja final puede resumirse en que todos somos corrompibles; todos, hasta los más nobles, los más elitistas, incluso quienes no necesitan una manita de ayuda para triunfar en la vida, porque ya nacieron con casi todo. Y a casi todos nos encanta que nos admiren y nos dejamos adular, dejamos que nos hagan la ola, que nos pudran de halagos y nos hagan creer que somos sandiós.
Porque los corruptores son hábiles. Los corruptores no se presentan un buen día ante la puerta de nadie y le dicen “te pagamos esta cantidad de dinero a cambio de”. No. Se acercan con otro discurso, con otra excusa, y te van envolviendo, te van atrapando en sus sutiles redes hasta que ¡pam!, caes y te ves haciendo lo que quieren que hagas. El dilema muestra a la perfección este proceso lento, paciente y delicado, inapreciable casi, que lleva a un hombre tan íntegro y honrado como cualquiera, a la más vulgar infamia.

Ficha técnica (filmaffinity.com)
Título original Quiz Show
Año 1994
Duración 130 min.
País  Estados Unidos
Dirección  Robert Redford
Guion  Paul Attanasio
Música  Mark Isham
Fotografía  Michael Ballhaus
Producción  Hollywood Pictures, Wildwood Enterprises, Baltimore Pictures