(Waldo Lydecker)
En
1946 Francia aún sufría las terribles
heridas causadas por la Segunda Guerra Mundial. Eran tiempos de racionamiento,
depuraciones, duelo por los muertos y por las ilusiones perdidas… Era una época en la que poder disfrutar de
algún momento de evasión de la cruda realidad resultaba especialmente necesario; sobre
todo si esa evasión se conseguía a través de unas películas tan magníficas como
lo eran algunas de las que, llegadas desde Estados Unidos, se estrenaron en
Francia durante aquel verano: El halcón maltés (1941), de John
Huston, Laura (1944), de Otto Preminger,
Historia
de un detective (1944), de Edward Dmytryk; Perdición (1944), de
Billy Wilder; La mujer del Cuadro (1944), de Fritz
Lang…
Estas películas tenían unas características comunes que permitieron a la crítica francesa acuñar un nuevo término, “film noir”, para referirse a ellas. En todas se aglutinaban elementos de otros géneros, especialmente del policiaco de los años 30 y del melodrama, macerados en una cierta ambigüedad moral y un marcado pesimismo existencial que casaban muy bien con el espíritu de postguerra. Con una conjunción de la estética expresionista de origen alemán y del realismo del cine norteamericano, se retrataban las pulsiones más oscuras del ser humano, tanto como individuo como en sociedad, en unas atmósferas densas y peculiares que se convertirían en impronta del género negro.
Todas las películas mencionadas son grandes hitos del género, pero quizá la que haya alcanzado mayor carácter mítico sea Laura, porque es la que mejor combina melodrama, intriga y sugestión. Esas características, junto con la intensidad de su fotografía en blanco y negro, la utilización del flash-back y de la voz de un narrador implicado en la trama, la magia de su música y la utilización de diversos puntos de vista en la investigación del crimen, sentaron muchos de los principios del cine negro.
Estas películas tenían unas características comunes que permitieron a la crítica francesa acuñar un nuevo término, “film noir”, para referirse a ellas. En todas se aglutinaban elementos de otros géneros, especialmente del policiaco de los años 30 y del melodrama, macerados en una cierta ambigüedad moral y un marcado pesimismo existencial que casaban muy bien con el espíritu de postguerra. Con una conjunción de la estética expresionista de origen alemán y del realismo del cine norteamericano, se retrataban las pulsiones más oscuras del ser humano, tanto como individuo como en sociedad, en unas atmósferas densas y peculiares que se convertirían en impronta del género negro.
Todas las películas mencionadas son grandes hitos del género, pero quizá la que haya alcanzado mayor carácter mítico sea Laura, porque es la que mejor combina melodrama, intriga y sugestión. Esas características, junto con la intensidad de su fotografía en blanco y negro, la utilización del flash-back y de la voz de un narrador implicado en la trama, la magia de su música y la utilización de diversos puntos de vista en la investigación del crimen, sentaron muchos de los principios del cine negro.
Pero
Laura
es, sobre todo, la historia de dos obsesiones por una misma mujer; una mujer,
que, fluctuando entre el sueño y la realidad, se convierte en una nueva
versión, mucho más sugerente, de la femme fatale del género negro.
La
trama de la película parte del hallazgo del cadáver desfigurado de una mujer
asesinada en el apartamento de Laura Hunt, una exitosa
creativa publicitaria. Lógicamente, se piensa que se trata de la propia Laura. El teniente de la policía Mark
McPherson
(Dana
Andrews)
se encarga de la investigación y la centra en el círculo íntimo de Laura:
su gran amigo y mentor, el corrosivo escritor Waldo Lydecker
(Clifton
Webbs),
su prometido, el playboy Shelby Carpenter (Vicent
Price), y su tía, la sra. Treadwell (Judith Anderson, la
inolvidable señora Danvers de Rebeca). Las sospechas sobre cada
uno de ellos van sucediéndose según avanza la historia, con una gran sorpresa
en mitad de la película (¿sueño o realidad?) y un vibrante desenlace.
A
través de los testimonios de todos ellos, y de sus diferentes puntos de vista, McPherson
va recreando las últimas horas de vida de Laura, a la vez que va quedando
subyugado tanto por la personalidad de la difunta como por su gran belleza, plasmada
en el omnipresente retrato de la joven asesinada. Precisamente, ese retrato se
convierte en una especie de fetiche sobre el que gira la obsesión de McPherson
por Laura.
El rodaje de Laura ha pasado a la historia cinematográfica como uno de los más conflictivos que se recuerden. La película fue, inicialmente, pensada en la Fox como un producto de serie B que iba a ser dirigido por un director prácticamente desconocido, el austriaco Otto Preminger. Esa era la situación, cuando el poderoso jefe de la Fox, Darryl Z. Zanuck, intervino para ascender la película a la categoría A, relegando a Preminger, con quien tenía una historia previa de enfrentamientos, a funciones de producción y encargando la dirección a Rouben Mamoulian, tras haberse negado Walter Lang y Lewis Milestone a ocupar el puesto.
Tampoco aceptaron el papel protagonista las hermosas Jennifer Jones y Hedy Lamarr. Por ello, recayó en la jovencísima (23 años), y también muy hermosa, Gene Tierney.
El rodaje de Laura ha pasado a la historia cinematográfica como uno de los más conflictivos que se recuerden. La película fue, inicialmente, pensada en la Fox como un producto de serie B que iba a ser dirigido por un director prácticamente desconocido, el austriaco Otto Preminger. Esa era la situación, cuando el poderoso jefe de la Fox, Darryl Z. Zanuck, intervino para ascender la película a la categoría A, relegando a Preminger, con quien tenía una historia previa de enfrentamientos, a funciones de producción y encargando la dirección a Rouben Mamoulian, tras haberse negado Walter Lang y Lewis Milestone a ocupar el puesto.
Tampoco aceptaron el papel protagonista las hermosas Jennifer Jones y Hedy Lamarr. Por ello, recayó en la jovencísima (23 años), y también muy hermosa, Gene Tierney.
Incluso
el papel de Waldo Lydecker no estuvo adjudicado a Clifton
Webb
hasta el último momento, puesto que Zanuck no quería, inicialmente,
dárselo. Afortunadamente, Preminger se impuso; Webb
obtuvo el papel y realizó una
interpretación tan buena de Waldo Lydecker que esa fue una de
las bazas decisivas del éxito de la película. Su rostro anguloso, sus gestos
elegantes, fueron perfectos para definir la personalidad del ficticio escritor
que decía sobre sí mismo: “Escribo con una pluma de ganso que mojo en
veneno”. Con este papel, Webb relanzó su carrera y obtuvo una
nominación al Óscar como mejor actor de reparto.
Ya iniciado el rodaje, Zanuck, descontento con Mamoulian, prescindió de él y volvió a encargar la dirección a Otto Preminger, que lo primero que hizo fue echar al director de fotografía y sustituirle por Joseph La Shelle. Ese, quizás, fue el mayor acierto de Preminger, puesto que la fotografía en blanco y negro de La Shelle (premiada con el único Óscar que obtuvo la cinta) fue esencial para crear la atmósfera de sugestión, misterio e irrealidad que recorre la película.
Preminger también contrató a nuevos guionistas y encomendó la música a David Raskin, que compuso el pegadizo y sugerente tema central de la película. Otra de las decisiones inmediatas del director austriaco fue sustituir el cuadro de Laura, que había pintado Azadia Wewman, esposa de Mamoulian, por una fotografía de Gene Tierney pintada con ceras para simular un retrato al óleo.
Ya iniciado el rodaje, Zanuck, descontento con Mamoulian, prescindió de él y volvió a encargar la dirección a Otto Preminger, que lo primero que hizo fue echar al director de fotografía y sustituirle por Joseph La Shelle. Ese, quizás, fue el mayor acierto de Preminger, puesto que la fotografía en blanco y negro de La Shelle (premiada con el único Óscar que obtuvo la cinta) fue esencial para crear la atmósfera de sugestión, misterio e irrealidad que recorre la película.
Preminger también contrató a nuevos guionistas y encomendó la música a David Raskin, que compuso el pegadizo y sugerente tema central de la película. Otra de las decisiones inmediatas del director austriaco fue sustituir el cuadro de Laura, que había pintado Azadia Wewman, esposa de Mamoulian, por una fotografía de Gene Tierney pintada con ceras para simular un retrato al óleo.
Tras
el inmenso éxito de Laura, Mamoulian
afirmó que, aunque Preminger aseguraba que había desechado todo el material
anterior, su concepción de la película seguía siendo la que vertebraba la
película. No se puede saber cuánta verdad pueda haber en esa afirmación; lo único cierto es que todas las decisiones,
las muchas modificaciones y cambios que se produjeron desde que se inició el
proyecto, confluyeron en el magnífico resultado final.
Y también es cierto el que a Preminger se le debe otro de los grandes hitos del género negro: Cara de Ángel (1952); eso y su carrera posterior como director avalan su talento: Carmen, El hombre del brazo de oro, Buenos días tristeza, Anatomía de un asesinato, El cardenal, Éxodo (con la que Preminger rompió, como ya había hecho Michael Douglas, “la lista negra”, al incluir al proscrito guionista Dalton Trumbo en los créditos), Tempestad sobre Washington (en la que Charles Laughton realizó su última gran interpretación)… son pruebas incontestables de su valía como director.
Otto Preminger, uno de esos grandes directores cinematográficos de origen judío que encontraron refugio en Estados Unidos al huir de los nazis (como Lang o Wilder, por ejemplo), se caracterizó por su tiránico carácter durante los rodajes (quizás no fue casual que, como actor, se especializara en papeles de militares germánicos). En el caso de Laura, además de los problemas con Zanuck, tuvo fuertes enfrentamientos con Vera Caspary, la autora de la novela original.
Caspary, también de origen judío, había logrado el éxito más importante de su carrera con la publicación, en 1942, y posterior adaptación al teatro, de Laura. Feminista por convicción, la escritora plasmó en la novela sus ideas de emancipación femenina; así la protagonista es una profesional de mucho éxito que, aunque ha recibido una ayuda decisiva de Lydecker en el inicio de su carrera, ha triunfado gracias a su propio talento.
Es
también muy interesante observar cómo la relación de Laura con su prometido, el
atractivo pero frívolo y amoral Shelby Carpenter es una especie
de reflejo invertido de comportamientos tradicionalmente masculinos: la muy
competente e inteligente Laura tiene una relación sentimental
con el que también es su subordinado en el trabajo (empleo que ella le ha
conseguido), un hombre sin más cualidades que su
simpatía y atractivo físico (“Una belleza masculina en apuros”,
tal y como le define Waldo con su habitual sarcasmo); un
hombre al que Laura, en la mejor tradición del hombre poderoso con la mujer conquistada,
hace regalos absurdamente caros (una pitillera de oro que se convierte en otro
de los objetos claves de la trama). Ya se lo dice Waldo a Laura:
“…
tienes una trágica debilidad: para ti un hombre es un cuerpo bien constituido y
fuerte y siempre sales dañada”. ¿No es esa una debilidad tradicional de
muchos hombres que ocupan posiciones de poder? Lo peculiar, en aquella época, era
que Caspary
hiciese a Laura participe de esa actitud.
Curiosamente, aunque la cinta es fiel en lo esencial a la novela, Caspary, que sería ella misma una guionista de éxito, no se sintió satisfecha con el resultado de la película.
Curiosamente, aunque la cinta es fiel en lo esencial a la novela, Caspary, que sería ella misma una guionista de éxito, no se sintió satisfecha con el resultado de la película.
En
cuanto a los protagonistas, Gene Tierney y Dana
Andrews,
Laura significó para los dos el
espaldarazo definitivo en sus carreras. Tras esta película, ambos gozaron
durante unos años del estrellato conseguido. Gene tuvo papeles
memorables como el de la perversa Ellen de Que el cielo la juzgue o
el fantasmalmente romántico de la Sra. Muir; por su parte, Dana
participó en una de las más grandes películas de la época: Los mejores años de nuestra vida (1946),
de William
Wyler. Y Preminger volvería a contar varias veces con ellos, juntos (Al
borde del peligro, otra intriga criminal, de 1950) o por separado (Andrews en ¿Ángel o diablo? (1945) y
Entre
el amor y el pecado (1947), y Tierney en Vorágine (1949).
Pero
ambos, cada uno a su manera, estaban atormentados por terribles demonios personales
que hicieron que, a partir de la década de los 50, sus carreras iniciaran un
prematuro declive. Dana Andrews era alcohólico. Gene
Tierney
sufría serios problemas depresivos provocados, al parecer, por el
nacimiento de una hija nacida con graves deficiencias físicas y mentales debido
a que una admiradora contagió la rubeola a la actriz cuando estaba embarazada
de la niña. La desgraciada historia de Gene
inspiró la trama de una de las novelas de Agatha Christie, El
espejo se rajó de lado a lado (1962).
Sin embargo, en el mejor momento de su carrera, Tierney y Andrews formaron una pareja esplendorosa en una de las más bellas y míticas películas que el género negro nos ha dejado: Laura, quizás la que mejor conjuga misterio y glamur, romanticismo y obsesión, sueño y realidad.
Sin embargo, en el mejor momento de su carrera, Tierney y Andrews formaron una pareja esplendorosa en una de las más bellas y míticas películas que el género negro nos ha dejado: Laura, quizás la que mejor conjuga misterio y glamur, romanticismo y obsesión, sueño y realidad.
Yolanda
Noir