“El
público nunca se equivoca. Un miembro individual del público puede que sea un
imbécil, pero si juntas a mil imbéciles en la oscuridad tendrás a un genio de
la crítica”.
El
que se equivocó fue Wilder (ya lo pone en su lápida: “…nadie es perfecto"):
mil imbéciles, si se sienten juzgados, pueden ser implacables con una película,
por muy buena que sea. Eso fue lo que pasó con Ace in the Hole (1951) que,
siendo una gran película, se convirtió en un fracaso de taquilla debido a unas
causas muy interesantes de analizar.
Entre
1938 y 1950, Wilder había formado un gran equipo con el guionista y escritor
Charles Brackett. Primero crearon guiones maravillosos para directores como
Lubitsch (La octava mujer de Barba Azul o Ninotchka) o Howard Hawks (Bola de fuego) y, más
tarde, cimentaron juntos la carrera de Wilder como director, colaborando en los
guiones de todas las películas que dirigió, desde El mayor y la menor hasta El
crepúsculo de los dioses, con la única excepción de Perdición, en la que
Brackett se negó a participar porque
encontraba la historia excesivamente
sórdida. Con El crepúsculo de los dioses volvieron a ganar un Óscar al mejor
guion (ya habían ganado otro por Días
sin huella) y perdieron su amistad.
Es
de suponer que la ruptura de una fructífera relación de 12 años pesó en Wilder;
quizás significó para él una especie de
punto de inflexión que le llevó a buscar el tema de la primera película que hizo
tras la ruptura en su propia experiencia personal, porque Wilder, antes de
emigrar a Estados Unidos huyendo de los nazis, había iniciado su vida laboral
como reportero.
Efectivamente,
Wilder había trabajado en Austria y Alemania como cronista deportivo y de
sucesos. Su recuerdo de aquella etapa profesional no era bueno: “También hice
reportajes de sucesos. Era un trabajo sucio… Tenía que levantarme a las cinco,
coger el tranvía e ir a casa de los padres del asesino para pedirles una foto
de su hijo, o visitar a alguien cuya mujer había perecido en un incendio. Era
muy embarazoso”.
Este
espíritu, muy crítico para con la prensa sensacionalista, es el que aparece en El
gran carnaval (también emergerá, mucho más atemperado por la ironía y el humor,
en Primera plana, de 1974).
Wilder
ya había demostrado que no temía elegir temas complicados: el alcoholismo, el
asesinato, la mezquindad de la industria cinematográfica… pero en Ace in the
Hole se enfrentó a dos fuerzas enormes: el gremio periodístico y el público
norteamericano. Ambas, unidas, convirtieron a la que es una excelente película,
aunque no sea la mejor de Wilder, en un fracaso de crítica y taquilla en
Estados Unidos, no así en Europa donde consiguió el Premio del Festival Internacional de Cine
de Venecia 1951.
La
historia, como es característico en el cine de Wilder, se cuenta con sencillez y economía de alardes
técnicos; eso sí, utilizando el set más grande no bélico construido hasta el
momento. La película tiene un gran
realismo, un toque documental favorecido
por la participación como guionista del periodista Lesser Samuels.
Esa
es una constante en el cine de Wilder: la importancia del guion. Él lo
expresaba muy claramente: “Lo más importante es tener un buen guion. Los
cineastas no son alquimistas; no se puede convertir un excremento de gallina en
chocolate”.
Chuck
Tatum (Kirk Douglas) es un periodista que llega a Albuquerque, en el Estado de
Nuevo Méjico, tras haber perdido su trabajo en Nueva York por culpa de su
afición a la bebida y a las mujeres. Con su coche averiado y sin dinero,
utiliza toda su labia para conseguir
trabajo en el modesto periódico
local, “Sun Bulletin”:
Charles
Tatum (K. Douglas): “Señor Boot soy un periodista de 250 dólares a la semana.
Se me puede contratar por 50. Conozco los periódicos por delante y por detrás,
de arriba abajo. Sé escribirlos, publicarlos, imprimirlos empaquetarlos y
venderlos. Puedo encargarme de las grandes noticias y de las pequeñas. Y, si no
hay noticias salgo a la calle y muerdo a un perro. Dejémoslo en 45”.
Al
cabo de un año de periodismo rutinario, Tatum está desesperado por “morder a
ese perro”… por cazar una noticia que le permita volver a la gran ciudad y al
gran periodismo.
En
esta situación, su jefe, el mencionado Sr. Boot, le encarga cubrir una noticia local en las
afueras de la ciudad. Camino del lugar, Tatum se entera por casualidad de que
un hombre, un tal Leo Minosa (Richard Benedict), que regenta un motel de
carretera con sus padres y esposa, ha
quedado atrapado en una cueva mientras buscaba restos indígenas.
A
Tatum, la curiosidad le hace entrar en la cueva y contactar con el atrapado
Minosa. Inmediatamente, la situación le hace pensar en William Burke Miller “el
reportero que entró (en una cueva) en busca de la noticia y salió con el premio
Pulitzer”.
Efectivamente,
Miller fue un periodista que, realmente, ganó el Pulitzer al cubrir el caso de Floyd
Collins, quien, en 1925, murió tras dos agónicas semanas atrapado en la Mammoth Cave, en Kentucky. Las labores del
fallido rescate congregaron a una multitud, a un “gran carnaval”, en torno a la
cueva y fueron seguidas con inmensa expectación en todo Estados Unidos.
Y
Tatum se dispone a “cazar” la ocasión de lograr el reportaje de su vida. A
cualquier precio. Incluso al de alargar a días un rescate que podría hacerse en
unas horas…
Para
que Tatum consiga sus propósitos de alargar innecesariamente la situación debe
contar con la complicidad de una serie de personajes: de la mujer de la víctima,
una muy acertada Jan Sterling (el papel le valió el National Board of Review de
1951 a la mejor actriz) como mujer fría y calculadora; del corrupto sheriff Gus Kretzer (también estupenda
interpretación la de Ray Teal), al que Tatum, sin gran esfuerzo, convence de
las ventajas que para su reelección tendrá alargar el calvario de Minosa; del
contratista que lleva a cabo las labores de rescate (Frank Jacquet), que también se presta a los
manejos del periodista para así asegurarse los contratos municipales; hasta el
muy joven aprendiz de fotógrafo, interpretado por Robert Arthur, cae
inmediatamente bajo el influjo de Tatum y de su propia ambición.
Unos personajes todos que sirven para mostrar un amplio repertorio de miserias humanas: la despiadada ambición profesional, el afán de dinero, de poder político, la cobardía… Esa es la principal peculiaridad de esta película de Wilder: que la acritud de la crítica que realiza no queda suavizada en ningún momento por el humor, como suele ser habitual en el resto de su filmografía.
Unos personajes todos que sirven para mostrar un amplio repertorio de miserias humanas: la despiadada ambición profesional, el afán de dinero, de poder político, la cobardía… Esa es la principal peculiaridad de esta película de Wilder: que la acritud de la crítica que realiza no queda suavizada en ningún momento por el humor, como suele ser habitual en el resto de su filmografía.
Aquí,
al contrario que en las mayorías de las películas de Wilder, no hay ni un solo
personaje por el que el espectador pueda sentir simpatía. Sólo la víctima, refugiada
en su patético, por ilusorio, amor conyugal; sus padres, ella sumida en la
religiosidad y él en el estupor; y el
director del periódico local, no son unos canallas. Aquí no hay, como en otras
películas del director, sorpresas en
cuanto a la personalidad de los personajes: no hay buenas personas que encubran
rasgos de villanía, ni villanos con rasgos de nobleza. Los canallas lo son de
principio a fin.
La máxima conmiseración la provocan los padres, porque el espectador sabe lo que ellos ignoran: que el hombre al que tan agradecidos están por lo intentos que, ellos así lo creen, está haciendo por salvar a su hijo, en realidad está prolongado cruelmente su agonía. Este es, precisamente, un juego habitual de Wilder, hacer partícipe al espectador de detalles fundamentales de la historia ignorados por algunos de los personajes claves.
La máxima conmiseración la provocan los padres, porque el espectador sabe lo que ellos ignoran: que el hombre al que tan agradecidos están por lo intentos que, ellos así lo creen, está haciendo por salvar a su hijo, en realidad está prolongado cruelmente su agonía. Este es, precisamente, un juego habitual de Wilder, hacer partícipe al espectador de detalles fundamentales de la historia ignorados por algunos de los personajes claves.
Cuando
el otro único personaje decente de la historia, el director del periódico,
llega al lugar del suceso para intentar controlar la actuación de Tatum, se
cruza este mordaz y esclarecedor diálogo entre ambos:
Charles
Tatum (K. Douglas): “Si hace falta hacer un trato con ese sheriff corrupto...,
por mí, bien. Y si tengo que aliñarlo con una maldición india... y una esposa
con el corazón destrozado... por mí, bien”
Jacob
Q. Boot (Porter Hall): “Por mí, no. Eso es un periodismo falso e injusto, eso
es lo que es”
Charles
Tatum: “Injusto no, es un periodismo que llega a las entrañas, Sr. Boot.
Interés humano”.
Jacob
Q. Boot: “Ya me ha oído, falso”.
Porque
si para Boot la máxima periodística debe de ser “Tell the Truth” (“Di la
verdad”), tal y como figura en un cuadrito colgado en su redacción, para Tatum
lo es, por encima de cualquier consideración moral, satisfacer la curiosidad humana, que él
explica de la siguiente manera:
“Coges
un periódico, lees algo sobre 84 personas o 284 o un millón, como en las épocas
de hambre en China. Lo lees, pero no te afecta. Una sola persona es diferente;
completamente diferente. Eso es la curiosidad humana. Alguien completamente solo. Lindberg atravesando el Atlántico…”
Y
en torno a la cueva donde Minosa permanece solo, innecesariamente atrapado, se
organiza el gran carnaval: miles de curiosos ansiosos de exacerbar sus
sentimientos con la tragedia ajena; atracciones y mercadillos para que éstos
pasen el rato y gasten su dinero; periodistas llegados de lejanas redacciones
porque la noticia, hábilmente gestionada por Tatum, se ha convertido en
nacional… Incluso se cobra la entrada al enorme reciento donde se especula con
la desgracia humana, y el precio va subiendo al compás de la expectación de la
masa por el destino del desgraciado Minosa.
Y
esa masa humana, ávida de sensaciones, es personalizada por Wilder en la pareja
que, con sus dos hijos y en su auto caravana, son los primeros en llegar al
espectáculo, como reivindicarán más tarde (un detalle curioso: el cabeza de
familia, un vendedor de seguros encarnación viva del “estadounidense medio”,
pertenece a la compañía Pacific All-Risk la misma que Wilder uso en
Perdición). Y esa masa humana, tan crudamente retratada como cómplice de la prensa, al convertir la
desgracia de Minosa en producto de consumo, será también la que después no
perdone a Wilder en la taquilla verse reflejada tan rigurosamente.
Kirk
Douglas realiza una de sus mejores interpretaciones (y eso es mucho decir de un
actor que realizó muchas a lo largo de su dilatada carrera), a pesar de que, tal y como cuenta en sus
memorias, El hijo del trapero, en su opinión: “mi personaje de Ace in the
Hole era extremadamente brutal”, y por ello le dijo a Wilder:
K.D.
-Billy ¿no te parece que debería hacerlo un poco más blando, algo más simpático,
para volverlo comprensivo al público?
B.W.
- Interprétalo con la mayor brutalidad posible. Desde el principio.
Y Kirk obedeció impecablemente a Wilder y se convirtió en la personificación de la ambición sin escrúpulos; del hombre al que cuando, ya muy tardíamente, le recorra un ramalazo de remordimiento, no se cuestionará a sí mismo, sino que volcará toda su ira en otro personaje igualmente despreciable, la esposa (y tanto se metió Douglas en el papel que estuvo a punto de estrangular realmente a Jan Sterling en la escena en que su personaje intenta ahogar a Lorraine Minosa). Tatum llegará, incluso, llevado por su desmedida ambición, a intentar convertir ese arrepentimiento suyo final en la gran crónica de su vida.
Y Kirk obedeció impecablemente a Wilder y se convirtió en la personificación de la ambición sin escrúpulos; del hombre al que cuando, ya muy tardíamente, le recorra un ramalazo de remordimiento, no se cuestionará a sí mismo, sino que volcará toda su ira en otro personaje igualmente despreciable, la esposa (y tanto se metió Douglas en el papel que estuvo a punto de estrangular realmente a Jan Sterling en la escena en que su personaje intenta ahogar a Lorraine Minosa). Tatum llegará, incluso, llevado por su desmedida ambición, a intentar convertir ese arrepentimiento suyo final en la gran crónica de su vida.
Pero
eso sí, Douglas, que también era ambicioso en cuanto a su carrera, a pesar de
la gran opinión que le merecía Wilder, “Disfruté trabajando con Billy Wilder. Es un director brillante, un
escritor lúcido y un prolífico narrador de anécdotas”, rechazó al año siguiente
la proposición de volver a trabajar con él en Stalag 17 (Traidor en el
infierno), porque temió las consecuencias que pudieran tener para su carrera
el volver a interpretar a otro personaje despreciable. Kirk comenta en su
autobiografía “No comprendí lo que sería
capaz de hacer Billy con la película. El papel lo interpretó Bill Holden y ganó
un Óscar. Me quedé mudo”.
Douglas
y Wilder no volvieron a trabajar juntos, a pesar de mantener la amistad nacida
durante el rodaje de El gran carnaval.
Sobre
el fracaso de la película, Kirk opinó: “Creo que Ace in the Hole es una de
las mejores películas de Billy Wilder. Fue un éxito en el resto del mundo, pero
en Estados Unidos no iba nada bien, por lo que la cambiaron el título y paso a
llamarse The big Carnival. A mi juicio
la falta de éxito se debió a la prensa… A los críticos les encanta criticar,
pero no les gusta ser criticados. Además, Billy Wilder estaba transmitiendo el
siguiente mensaje al público en general, al hombre de la calle: “Estos sois
vosotros, los que os detenéis a contemplar los accidentes”.
Por
su parte, Wilder consideraba que el
motivo del fracaso de la película era que el verdadero malvado, más que Tatum,
era el público que demandaba sensacionalismo para alimentar su morbosa
necesidad de sensaciones: “Nadie quiere verse a sí mismo en el papel de
malvado. ¡Cómo se puede atraer a la gente al cine, a contemplar un espectáculo,
cuando se le está echando en cara las bestiales consecuencias que puede tener
el afán de espectáculo".
En definitiva, la película fracasó porque no cumplió el objetivo que, para el mismo Wilder, debía de tener el cine: “Si el cine consigue que un individuo olvide por dos segundos que ha aparcado mal el coche, no ha pagado la factura del gas o ha tenido una discusión con su jefe, entonces, el cine ha conseguido su objetivo”.
En definitiva, la película fracasó porque no cumplió el objetivo que, para el mismo Wilder, debía de tener el cine: “Si el cine consigue que un individuo olvide por dos segundos que ha aparcado mal el coche, no ha pagado la factura del gas o ha tenido una discusión con su jefe, entonces, el cine ha conseguido su objetivo”.
El
gran carnaval, en cambio, lo que hace es que el espectador no olvide en ningún
momento las miserias de la condición humana. Por ello, el gran Wilder, que a lo
largo de su carrera ganó seis Óscar y recibió 21 nominaciones, pagó la
arriesgada apuesta que hizo con esta película con el primer fracaso comercial
de su carrera.
Yolanda
Noir