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viernes, 25 de mayo de 2018

Senderos de gloria


«Hay ocasiones en que siento vergüenza de pertenecer a la humanidad…» (Coronel Dax, en Senderos de gloria).

El próximo once de noviembre se cumplirán cien años del final de la Primera Guerra Mundial, la mayor catástrofe de la humanidad hasta ese momento.

Por supuesto, el horror de aquella guerra ha sido ampliamente reflejado en la literatura y el cine. De todas las películas que tratan sobre la llamada Gran Guerra, Senderos de gloria (Paths of Glory) de Stanley Kubrick, quizá sea la más impactante.

Desde el punto de vista cinematográfico, esta película significó un hito a partir del cual se produjo un cambio sustancial en el tratamiento del cine bélico.

Para que se pudiera llegar a rodar una película tan atípica respecto a la mayoría del cine de su época fue necesaria la conjunción de diversos factores.

En primer lugar, la aparición, en la década de los cincuenta del siglo veinte, de una nueva mentalidad en algunos directores de Hollywood que, en pugna  con el poderoso código Hays (cuyo promotor murió en 1954), comenzaron a adentrarse en temas espinosos; fue el caso de  Daniel Mann, Elia Kazan, Sidney Lumet, Richard Brooks, John Huston, Otto Preminger, Robert Aldrich, Nicholas Ray y Stanley Kubrick.
En segundo lugar, la intervención de Kirk Douglas. Douglas había comenzado su carrera cinematográfica en 1946, con El extraño amor de Martha Ivers y, con la mezcla de inteligencia, voluntad férrea, y grandes dotes interpretativas que le caracterizaban, había conseguido comenzar la década de los cincuenta siendo ya una estrella de Hollywood. En 1955, dio un nuevo paso en el control de su carrera y fundó su propia productora: Bryna, llamada así en honor a su madre.

El propio Douglas, en su más que recomendable biografía El hijo del trapero (que trapero fue su padre, un judío ruso analfabeto), relata la gestación de la filmación de Senderos de gloria:

“Vi una película modesta, titulada the killing (Atraco perfecto). Una cinta de exiguo presupuesto y que dio exiguos beneficios. Su estructura era insólita, el estudio no tenía fe en ella y la lanzó tímidamente. Pero despertó mi curiosidad y quise conocer al director, Stanley Kubrick, un chico que se había iniciado como fotógrafo a los diecisiete años en la revista Look. Le pregunté si contaba con otros proyectos. Me dijo que tenía un guion, Paths of Glory (Senderos de gloria), de Calder Willingham y Jim Thompson, basado en la novela de Humphrey Cobb (1935), que trata de la sed de fama del alto mando de Francia en la Primera Guerra Mundial y que causo tantas muertes innecesarias… Lo leí y me enamoré de él”

“Stanley  -le dije-, no creo que esta película dé un céntimo, pero tenemos que hacerla”

Efectivamente, Kubrick era, quizá, el director que mejor encarnaba esa nueva manera de entender el cine de la que hablábamos. Así lo había demostrado en esa película, Atraco perfecto, que había encandilado a Douglas al mostrar, con ritmo vertiginoso, los diferentes puntos de vista de los participantes en un atraco. Esa película supuso  un avance en la renovación del cine policiaco iniciada por John Huston, en 1951, con La Jungla de asfalto y  que culminaría  Orson Welles con Sed de mal (1957).

Douglas logró que United Artists aceptará, con reticencias puesto que ya habían perdido dinero con Atraco perfecto, financiar la película con un pequeño presupuesto de 3 millones de dólares.

Puesto que los recursos eran escasos, se decidió rodar en Alemania, en Múnich y sus alrededores, donde los castillos y campos se parecían a los franceses pero los costes eran menores, ya que la economía alemana todavía estaba en recesión tras la devastación producida por la Segunda Guerra Mundial.
Cuando Douglas llegó a Alemania para iniciar la filmación se encontró con que Kubrick, ayudado por Thompson, había cambiado sustancialmente el guion. Buscando hacerlo más comercial -«Necesito ganar dinero», fue su justificación- había introducido diálogos disparatados y había rematado la historia con un absurdo final feliz. Douglas discutió con Kubrick e impuso  que se rodara el guion original.

Paradójicamente, esa película que Kubrick estuvo a punto de desvirtuar es hoy considerada por muchos la mejor de su filmografía.

La película se basa en la novela del mismo título de Humphrey Cobb, un veterano de la Primera Guerra mundial, que utilizó para el título de su obra un fragmento de un poema de Thomas Gray (1716-1771): «Los senderos de gloria no conducen sino a la tumba».

Cobb se inspiró en hechos reales ocurridos durante la Gran Guerra. Así nos lo dice en el inicio del libro:

«Todos los personajes, unidades militares y lugares mencionados en el presente libro son ficticios. No obstante, si el lector pregunta ¿sucedieron realmente estos hechos? El autor responde: “Si”…» Y después pasa a señalar las fuentes en las que se basa su novela, para acabar mencionando la noticia publicada en The New York Time el 12 de julio de 1934: «Los franceses absuelven a 5 fusilados por rebelión en 1915, dos de las viudas reciben una indemnización de 7 centavos cada una».
Porque el libro se basó en el fusilamiento,  ordenado por el general francés Deletoile, de cinco soldados, elegidos por sorteo,  para que sirvieran de ejemplo tras el fracaso de un ofensiva mal dirigida y peor planeada.

Kubrick y los otros dos guionistas adaptaron la novela a sus intereses; uno de ellos, que el personaje del coronel Dax, que en la novela tiene una intervención importante pero breve, cobrará mucho mayor protagonismo, puesto que iba a ser el interpretado por Douglas.

Tomando esos hechos reales como referencia, la película se desarrolla en 1916, cuando los ejércitos francés y alemán llevaban dos años desangrándose en la llamada guerra de trincheras.

Acuciados por la necesidad de presentar alguna victoria, el Estado Mayor francés, a través del general Broulard (magníficamente interpretado por Adolphe Menjou) logra que el general  Mireau (encarnado por George Macready, en una gran actuación) ordene a su regimiento un ataque suicida sobre una inexpugnable  posición alemana, La colina de las hormigas.

Toda la película es excepcional en cuanto a la manera de presentar, con rigor e intensidad, las diferentes personalidades de los personajes; sin embargo, cabe destacar la  conversación inicial entre Broulard y Mireau por su inmenso cinismo.

Así, cuando Broulard le sugiere que, con su regimiento exhausto, intente tomar la colina, Mireau se niega puesto que sabe que es imposible. Sin embargo, cuando Broulard le comenta que en el Estado Mayor han pensado en él para ascenderlo a general de División, se produce un cambio en Mireau que queda magníficamente reflejado en el siguiente diálogo:

Mireau: La vida  de uno de esos soldados significa para mí más que todas las estrellas y condecoraciones de Francia.

Broulard: Ya… ¿Entonces, crees que tus hombres no pueden llevar a cabo ese ataque?

Mireau: No he dicho tal cosa. Nada es imposible para ellos si se les despierta su espíritu de combate.

Broulard: No me equivoqué al venir aquí (queda implícito el que Broulard, sumamente cínico e inteligente, había juzgado adecuadamente la ambición Mireau). Eres el hombre que puede tomar la colina. Y en lo que respecta a tu estrella…

Mireau: Eso no tiene nada que ver con mi decisión. Si acaso sería lo contrario.

Broulard: Me doy perfecta cuenta, Paul.

El paseo, previo al ataque, que Mireau da por las trincheras sirve para apuntalar la dicotomía que domina toda la película: el mundo de los soldados, relegados al infierno de las trincheras y sin ningún control sobre sus destinos, y el de los altos oficiales, a salvo en los salones lujosos donde disponen, con total arbitrariedad, de las vidas de sus subordinados. De esta visión dual, sólo se salva el coronel Dax, que comparte trincheras y penalidades con sus hombres.
Como era previsible, el ataque es un terrible fracaso. La matanza que los francés sufren cuando intentan avanzar hacia la posición enemiga supera, incluso, el porcentaje de bajas, un escalofriante 60%, que Mireau había considerado asumible.

Ante la inutilidad de la sangría, el segundo batallón no llega a salir de las trincheras. Mireau, enloquecido por la rabia, ordena a la artillería que abra fuego sobre ese batallón (lo que denominan, muy eufemísticamente, «Proyectiles que se quedan cortos»). El capitán artillero se niega.

Buscando una cabeza de turco que oculte su culpa, Mireau consigue, sin gran esfuerzo, que Broulard autorice un consejo de guerra sumarísimo, aunque ha de conformarse con que se juzgue “tan solo” a tres hombres, elegidos al azar o por oscuros motivos (y quien desee leer el libro, disfrutará con el relato, más detallado que en la película, de esa elección).

Dax, abogado criminalista en la vida civil, se enfrenta duramente a Mireau y consigue que se le permita actuar como defensor en el juicio que se lleva a cabo sin ninguna garantía procesal.
El juicio, la lucha desesperada de Dax, las horas postreras  de los condenados y su asesinato encubierto de justicia patriótica están tratados con la misma perfecta eficacia que las escenas de las trincheras y de la ofensiva. Destacan los violentos y expresionistas contrates de luz que enfatizan el dramatismo de las escenas y que ponen de manifiesto la pericia de Kubrick como fotógrafo (ya comentamos que ese fue su inicio profesional).

Para facilitar los amplios movimientos de cámara que utilizó el director, se excavaron trincheras de dos metros de ancho y sesenta obreros recrearon un campo de batalla embarrado como escenario de la desastrosa ofensiva francesa.


Y especialmente hermosa y conmovedora es la escena final de la película, en la que Kubrick consigue devolver la dignidad humana a la masa despersonalizada de soldados gracias a la emoción que les produce la canción de una prisionera alemana (la actriz alemana Christiane Harlan, que se convertiría en la tercera, y definitiva, esposa de Kubrick).

Senderos de gloria quizás sea la mejor película antibélica que jamás se haya rodado; y consigue ese efecto porque no apela al sentimentalismo sino a la razón del espectador. Sus escenas buscan, por encima de cualquier otro objetivo, la veracidad en la presentación del horror y la sinrazón y es ese realismo lo que llena de congoja y rabia el ánimo de quien ve la película.

Con su obra, Kubrick consiguió que el público juzgase no a unos oficiales concretos en unos hechos concretos, sino a toda la organización militar francesa y, por extensión, a cualquier organización militar. Es decir, sometió a los mandos militares a un juicio tan sumarísimo como el que la misma película narraba.
Cuando Mireau dice «No podemos dejar que los soldados decidan si una orden es posible o no. Si resulta imposible, la única prueba válida serían sus cadáveres en las trincheras» el espectador no sólo le condena a él sino a todo lo que representa.

Y si, al final de la película, Dax consigue acabar con la carrera de Mireau, esto supone poco consuelo para el espectador, ya que Broulard, principal instigador del drama, sale indemne y no es difícil, incluso, imaginarlo ocupando algún Ministerio (esta caída final de Mireau sí es una concesión de la película al interés comercial que no aparece en la novela).

Obviamente, la película suscitó enorme controversia desde su mismo estreno, el 18 de septiembre de 1957 en Múnich, y estuvo prohibida durante muchos años en varios países europeos: en Francia fue prohibida hasta los años 70; en Bélgica hubo manifestaciones contra ella; incluso Suiza la rechazó como «propaganda subversiva contra Francia». En España no fue estrenada hasta 1986.

Pero lo cierto es que, aun aclamada por la crítica,  tampoco tuvo éxito de público en los países en los que no fue prohibida. Hacía tan solo doce años que había acabado la Segunda Guerra Mundial y la mayoría del público no deseaba revivir los horrores de la guerra.

Douglas y Kubrick rodaron juntos otra gran película, Espartaco (1960), con la que también renovaron otro género cinematográfico, el péplum.

Sin embargo, a pesar de la ideología izquierdista que los unía, durante el rodaje de Espartaco se manifestaron fuertes disensiones entre ellos. Finalmente, en 1961, el director, que había firmado un contrato por el que debía realizar tres películas para la productora de Douglas, pidió que el contrato se cancelara y el actor aceptó.

Kirk Douglas cuenta en sus memorias que uno de los motivos de su enfrentamiento con Kubrick fue que éste quiso apropiarse del guion de Espartaco, puesto que el verdadero guionista,  Dalton Trumbo -proscrito de Hollywood por su negativa a declarar ante el Comité de Actividades Antiamericanas- no podía firmarlo. Douglas no sólo se opuso, sino que hizo que Trumbo apareciese en los créditos de Espartaco, con lo que dinamitó, de facto, la lista negra de Hollywood.

Esta versión sobre la falta de escrúpulos de Kubrick parece veraz si tenemos en cuenta que Jim Thompson –el magnífico escritor de novela negra que también participó en el guion de Senderos de gloria- demandó, y ganó el juicio, a Kubrick para que reconociese su trabajo en Atraco perfecto.

Según Douglas, Kubrick tenía mucho talento y un ego inmenso. Al principio ese ego le divertía, pero dejo de hacerlo cuando Kubrick empezó a contar que Douglas sólo había sido un empleado en Senderos de gloria. La personalidad de Kubrick condujo al actor a realizar su propio juicio sumarísimo del director:

«Todo esto demuestra que no es necesario ser una buena persona para tener un gran talento. Puedes ser una mierda y tener talento; inversamente, puedes ser la mejor persona del mundo y no tener ninguno. Stanley Kubrick es una mierda con talento”.

No se puede opinar mejor de un creador, ni peor de un ser humano.

Yolanda Noir