“No
suelo dar consejos a los actores. Están aquí para hacer su trabajo” (Otto
Preminger).
Esta
frase puede dar una idea equivocada de la manera en que Preminger dirigía sus
películas. La realidad es que manejaba con mano de hierro a los actores que
trabajaban bajo sus órdenes y que su mal genio durante los rodajes era
legendario.
Preminger nació en 1905 en lo que entonces era
una parte del Imperio Austro-húngaro y hoy es una zona de Ucrania. Desde muy
joven tuvo el deseo de ser actor y a ello se dedicó desde los dieciséis años,
aunque para contentar a su padre, fiscal general del Imperio Austro-húngaro, también
se licenció en Derecho.
Trabajó
con Max
Reinhardt, el legendario director austriaco que introdujo el
expresionismo en el cine y el teatro; un expresionismo que llegaría a
convertirse en impronta del cine germano e influiría también en el cine negro
norteamericano.
Aunque
a Preminger
le apasionaba actuar, pronto empezó a quedarse calvo lo que limitó el tipo de
papeles que podía interpretar; ello hizo que se volcará en la dirección teatral
y también en la cinematográfica, con un éxito que justifico que, en 1935, Darryl
F. Zanuck le llamara a Los Ángeles para trabajar en la Twentieth
Century-Fox.
La
relación de Zanuck y Preminger fue turbulenta y determinó
en gran medida los vaivenes que sufrió la carrera estadounidense de Preminger,
hasta que en 1944 logró hacerse con la dirección de Laura, cuyo éxito
inmediato colocó al austriaco entre los directores más importantes del momento.
En Laura
sobresalía ya la capacidad de Preminger para combinar cine negro y
melodrama, lo mismo que logró en Cara de ángel (1952)
Si
en Laura
regaló al género uno de sus personajes femeninos más simbólicos y atrayentes,
el de la mujer soñada, en Cara de ángel, con Diane
Tremayne, le dio el de la mujer temida, la mujer-mantis que devora al
hombre objeto de sus anhelos.
Una
de las características fundamentales del género negro es, precisamente, la
figura de la “femme fatale”, el personaje femenino cuyos deseos o acciones desencadenan
la acción que muchas veces concluye con la destrucción del hombre u hombres que
han sido atraídos por el magnetismo de esa mujer. En Cara de ángel, esas
motivaciones, que tienen un contenido enfermizo, se imponen claramente a la
inercia del hombre objeto del deseo femenino.
Efectivamente,
en ningún ejemplo mejor que en Cara de ángel es mayor esa perdición
masculina, en cuanto a que el hombre objeto de las maquinaciones femeninas no
participa en ellas y solo es culpable de pasividad. Precisamente, esa es una de
las características más originales de esta película: el papel activo de la
mujer frente al pasivo del protagonista masculino.
Así,
el protagonista de la historia, Frank Jessup (Robert Mitchum), aunque
se siente inicialmente atraído por la belleza y el estatus económico de Diane,
pronto se da cuenta del peligro que entraña la joven tras su rostro angelical;
por ello, en un momento de la película, Jessup le dice a Diane:
“Todavía
no he conseguido saber lo que hay realmente detrás de tu bonita cara, pero lo
que sin duda he aprendido es a no ser un inocente comparsa. Es algo que acaba
haciendo daño”.
Sin
embargo, a pesar de ser consciente del peligro, Jessup es incapaz de
escapar de la órbita de Diane y se convierte, precisamente, en
ese inocente comparsa que no deseaba ser.
Frank Jessup, un antiguo piloto de
carreras cuya vocación fue truncada por la guerra, aparece al inicio de la
película como un modesto conductor de ambulancias que solo sueña con montar su
propio taller mecánico y que, atrapado en las redes de Diane, acabará trabajando
como chofer de la familia Tremayne.
Diane Tremayne odia a su madrasta (muy
bien interpretada por Barbara O´Neill), porque es su rival
en el amor paterno (Diane sufre un evidente complejo de Edipo) y porque es la dueña
de la fortuna sin la que ella y su padre un escritor sin ganas de trabajar,
estarían arruinados (y en el papel de padre, un perfecto, como siempre, Herbert Marshall).
Frank conoce el odio de la joven hacia su
madrastra y los planes que Diane teje contra ella, pero no hace
nada al respecto. Es un hombre sin verdadera voluntad, que no llegará a caer en
la trampa del enfermizo amor de Diane pero tampoco será capaz de
romper los lazos con ella, por mucho que sepa que debe temerla (“¿qué
hombre está seguro con una mujer como tú?”, le dirá); cuando lo intenté
realmente, sentenciará el destino de los dos.
Como
contraposición al peligroso desequilibrio de Diane y a la estulticia
de Frank,
en la película hay otro personaje femenino muy atractivo (interpretado por Mona
Freeman): el de Mary Wilton, la novia de Frank,
una joven con mucho más carácter e inteligencia que él. Ella sabe que Jessup
no la merece y no vacila en tomar las decisiones adecuadas al respecto. Es otro
de esos interesantes personajes femeninos característicos de las películas de Preminger.
Preminger, que decía "En cada película colaboro
con el guionista de 10 a 12 horas diarias”, contó para adaptar el
relato original, de Chester Erskine, en que se basó Cara de ángel, con la
colaboración del grandísimo guionista Ben Hecht, que no apareció
acreditado en los títulos (el guion lo firmaron Frank Nugent y Oscar
Millard) debido al boicot al que en aquellos años le sometió Gran
Bretaña para castigar su apoyo al movimiento sionista en lo que era el Mandato
británico de Palestina.
Y
también contó con la omnipresente música de Dimitri Tiomkin y la
magnífica fotografía en blanco y negro de Harry Stradling en la que la
herencia expresionista germana de Preminger está perfectamente
matizada por el realismo norteamericano (la casa oscura y sombría en contraste
con el exterior luminoso propio de Beverly Hills, por ejemplo).
Con
todos estos elementos, Preminger construye un sólido,
sobrio y sombrío relato sobre la turbiedad de las relaciones entre cuatro
personas: padre, madrastra, hija y chofer, donde los personajes fuertes son las
dos mujeres, que se imponen a la debilidad de carácter de los dos hombres.
En
esta historia no hay cabida para la pasión, y mucho menos para un amor que no
sea una manifestación enfermiza de poder. Precisamente, la frialdad del relato es
su máxima cualidad y la que le aleja del melodrama hasta llevarlo al puro
género negro. Unos años antes, con similar argumento y con la actriz fetiche de
Preminger,
la hermosa Gene Tierney, el director John M. Stahl solo habría logrado un
vistoso, aunque exitoso, melodrama: Que
el cielo la juzgue.
En
Cara
de ángel destaca también la parte del metraje dedicado al procedimiento
judicial, un terreno en el que Preminger, quizá por sus estudios
legales, se siente evidentemente cómodo y en la que se advierten ya algunas de
las características que convertirán otra película del director, Anatomía
de un asesinato (1959) en una de las mejores películas judiciales que
se han rodado. En este caso, el juicio y todas las escenas en las que aparece
el cínico abogado defensor de Diane, interpretado por Leon
Ames, contienen una sutil crítica del sistema judicial norteamericano.
Cara
de ángel fue la
primera de las cuatro películas que Jean Simmons rodó para la RKO
Pictures, la compañía de Howard Hughes. Simmons, una juvenil
estrella británica, había llegado a Estados Unidos acompañando a su novio, y
pronto marido, el también actor británico Stewart Granger. En Estados Unidos, Hughes
se hizo con el contrato de Simmons y convirtió a la actriz en
objeto de deseo. Al parecer, Jean Simmons no se avino a las
intenciones del magnate y Hughes le zancadilleó impidiéndole
que protagonizase Vacaciones en Roma, de William Wyler, la película que
convertiría en estrella a Audrey Hepburn.
Jean
Simmons, sea por
la persecución de Hughes (ella siempre negó el acoso del millonario) o por su propia
personalidad, no llegó nunca a ser una estrella rutilante al modo de otras de
Hollywood, pero si fue una gran actriz, como supo demostrar en todas las
películas en las que actuó, destacando Horizontes de grandeza, esta vez sí
con William
Wyler (1958), El fuego y la palabra (1960), de Richard
Brooks (su segundo marido) o Espartaco (1960), de Stanley
Kubrick.
Como
mera curiosidad, comentar que, en Cara de ángel, Jean Simmons utilizó una
peluca, al igual que había hecho Barbara Stanwyck al encarnar a otra
de las pérfidas más peligrosas del cine negro, la Phyllis Dietrichson de Perdición.
Se ve que a las malas les sienta bien la peluca.
De
Mitchum
poco se puede decir, más allá de lo que demostraron sus más de cincuenta años
de carrera. Su gran baza fue dejar que los personajes que interpretaba llenaran
su inexpresividad. Adicto, camorrista y mujeriego en la vida real, en el cine
supo construir personajes inolvidables… Como predicador psicópata, soldado
Allison, sheriff degradado o ex detective perseguido y alcanzado por su pasado…
es uno de los grandes del cine.
Y,
además, Mitchum fue uno de los pocos que hizo frente al déspota Preminger.
En las primeras escenas de Cara de ángel, Mitchum tenía que
abofetear a Jean Simmons. Preminger ordenó repetir varias
veces la escena y, antes las quejas doloridas de Simmons, el director le dijo
que quería verla llorar de dolor. Entonces, Mitchum le dio un
terrible bofetón a Preminger mientras le preguntaba: “¿Así está bien?”. Preminger
intentó que Hughes despidiera a Mitchum, pero no lo consiguió porque
en aquellos momentos Mitchum era un valor seguro en las
taquillas.
Otto
Preminger fue un
hombre de personalidad muy compleja y contradictoria. Según los que le
conocieron, era encantador en la vida social y un tirano en su faceta profesional
(son palabras de Kirk Douglas que, en su autobiografía, completa la descripción
diciendo que profesionalmente “actuaba como el sádico comandante nazi que
interpretaba en Stalag 17”). En sus películas se atrevió a afrontar
temas socialmente rechazados en su época (la drogadicción, el racismo…). Cuando
le pareció oportuno se enfrentó a los poderosos (sus peleas con Zanuck,
el vulnerar “la lista negra de Hollywood” al incluir a Dalton Trumbo en los
créditos de Éxodo…), y también fue el primer director que dio tratamiento
de estrellas a actores negros en su película Carmen Jones (por ella,
la actriz Dorohy Dandridge fue la primera actriz negra nominada al Óscar
como actriz principal)…
Otto
Preminger tuvo un
triste final: se arruinó para financiar la que fue su última película, El
factor humano (1979), que resultó un gran fracaso. Murió de un ataque
al corazón en 1986, después de haber pasado sus últimos años enfermos de alzheimer.
Los amantes del género negro le recordaremos siempre por dos películas inolvidables: Laura y Cara
de ángel, la del final impactante en las colinas de Beverly
Hills.
Yolanda
Noir