viernes, 27 de octubre de 2023
71 Edición del Festival de Cine de San Sebastián
viernes, 20 de octubre de 2023
Dos pelis sobre el conflicto en Palestina
La situación bélica actual de Oriente Próximo, o lo que es lo mismo, el poder de un Estado contra gentes indefensas, me ha traído a la memoria un par de películas sobre el conflicto que vi hace unos cuantos años, pero que hoy quiero acercar al blog para dar un enfoque de una historia, como la de David contra Goliat, en la que David no gana porque no puede ganar cuando Goliat, o lo que es lo mismo, el estado de Israel, tiene, aparte de la fortaleza física del gigante matón, al ejército, las armas más modernas, el ejército mejor provisto, el respaldo de la potencia mundial, un apoyo en pasta con el que Palestina no cuenta y, además, toda la prensa y los medios de información que no dudan en intoxicar y en hacer propaganda “goliatera” en detrimento de ese pastorcillo palestino que es David, que nunca será rey de Israel.
Hanna K. (1983)
Esta peli francoisraelí rodada por Costa- Gavras, director experto en tratar temas, digamos, históricos con gran sensibilidad social, como ya vimos en Missing (Desaparecido) sobre un periodista norteamericanoeliminado por el ejército chileno después de su golpe de Estadohace ahora 50 años (Os recomiendo el enlace), nos retrata en esta peli, rodada en inglés, (Enlace, aquí) la historia de Hanna Kaufman (Jill Clayburgh), una abogada israelí, hija de supervivientes de la soah que, actuando de oficio, debe representar a Salim, un detenido palestino, al que acusan de terrorismo por haber aparecido en un lugar concreto en el peor momento.
Detenido por ilegal, hecho pasar por terrorista.
La primera escena nos enseña una típica casa de campo palestina a la que, después de acabados los títulos de crédito, obligan a evacuar a sus moradores para dinamitarla. Es el ejército israelí el que lo hace. Están expandiendo sus dominios y toda esa gente estorba.
Hanna tiene un romance con el fiscal del distrito (Gabriel Byrne) pero está casada con otro hombre, francés, con el que mantiene una buena relación y ello se ve cuando el francés viaja a Israel a visitarla.
A todo esto viene a sumarse la relación con Salim (Mohammad Bakri), el palestino misterioso. Los israelíes lo detienen por haber inmigrado ilegalmente, todo y que puede demostrar que es nacido en Palestina y que puede probar, pues tiene documentos que lo acreditan, que hay una casa en un nuevo asentamiento de colonos israelíes que pertenece a su familia desde el siglo XIX.
Aquí la injusticia es que este señor va a la cárcel porque ha entrado ilegalmente en la tierra donde nació y vivió pero de la que no tiene pasaporte de ese estado nuevo fundado hace 35 años (Es 1983). Lo gracioso es que, ante esta situación tan chusca promovida por el nuevo Estado, proponen a Salim nacionalizarlo sudafricano para que pueda vivir, sin derechos, claro, en su tierra nativa.
Tampoco se reconoce su propiedad. Ese pueblo fue derruido, sus habitantes expulsados y los nuevos colonos, de origen ruso, por lo que parece, llaman a ese nuevo pueblo de otra manera. Pero la casa, existe y es un museo que se puede visitar.
Por medio de la historia del triángulo amoroso, que realmente es un cuadrado, y sobre todo por los celos del fiscal sobre Salim, aprovecha su poder de miembro del Estado sobre un molesto inmigrante al que acusa de terrorismo para alejarlo de su obsesión amorosa, Hanna K.
Por cierto, Mohhamad Bakri es un actor y director palestino-israelí, de estos que cuentan con la nacionalidad en regla, padre del también actor Saleh Bakri, actor de la peli "la banda nos visita" de la que hablamos hace unos meses.
Los limoneros (2008)
Veinticinco años separan a la primera peli de esta que narra la lucha de Salma Zidane, una viuda propietaria de un limonar que plantó su padre, principal fuente de recursos de su subsistencia, contra el ministro de defensa israelí que, vaya por Dios, qué mala suerte para ella, es su nuevo vecino.
La peli hablada principalmente en árabe y hebreo narra el proceso que sufre la pobre Salma (También llamada Um Nasser, ya que entre los árabes es común llamar a los padres y las madres algo así como progenitores del hijo y este se llama Nasser, es decir, “madre de Nasser”).
Salma recibe una carta en hebreo, idioma que no entiende, en el que le dicen que le van a talar los limoneros porque son un peligro para la seguridad de la vida de la familia del ministro de defensa, vecino suyo. Eso, sí, se puede felicitar porque va a cobrar indemnización, cosa que con la ley de intifada, el Estado israelí podría arrancárselos sin compensación alguna.
Salma acude a un joven abogado Ziad Daud para litigiar. Es, verdaderamente, una lucha de alguien insignificante contra el estado. La pobre Salma recibirá en su terca lucha por salvar sus limoneros legados por su padre, presiones, pero no solo del Estado israelí, que, de primeras le prohíbe acceder a su campo. Se lo vallan y le ponen un vigilante. También la autoridad nacional palestina le pone pegas, primero porque “hay cosas más importantes que tu pequeño campo” y segundo porque empiezan a ver con ojo moralizante la relación de ella, viuda, con el joven abogado.
El ministro de defensa, Israel Navon, es el típico político con cara para la prensa, pelín dictatorial con su esposa, e hipócrita de bandera cuando explica a la prensa que él estaba a favor de mantener los limoneros, o cuando dice que su padre le enseñó que “a los árboles había que tratarlos como a un ser humano y no tocarles ni un pelo”.
La esposa del ministro, Mira, empieza a comprender a su vecina. Intenta acercarse pero, resulta que en aras de la seguridad, el servicio secreto se lo prohíbe. La mujer del ministro es otra mujer dominada por el hombre, da igual si es judío o árabe.
La corte decide de manera un tanto salomónica, como no podía ser de otra manera en el estado confesional de Israel. Aunque la historia de los limoneros, gracias a la prensa, ya es algo que ha pasado de doméstico a internacional, la corte israelí no puede dar la razón a la dueña de los frutales a la que se le impide el acceso a ellos, ni siquiera para regarlos. Así que deciden hacerle cortar el 50% de ellos para ampliar la seguridad del vecino y ministro.
La gracia final es que la pobre Salma ha ganado bien poco, pero el abogado ahora trabaja para la autoridad nacional palestina, un salto cualitativo. El ministro, para su seguridad, ve cómo le plantan un muro de hormigón, justicia poética y su mujer decide abandonarlo.
Ciertamente, hay más pelis sobre el eterno conflicto palestino-israelí que ya lleva 75 años de tensiones, pero estas son las que yo conozco y recomiendo ver. Las tenéis en el enlace en su versión original, antes de que Youtube o “quién sea” las borre.
Las similitudes de las pelis son, ciertamente, que en ambas existe el comodín del terrorismo para censurar legitimidades o detener a alguien, cosa que, por cierto, no hace sólo en estado de Israel. En ambas se deja ver qué estado es el que detenta la fuerza, esto es, el ejército. Y en ambas queda muy claro que, ante una situación en la que el ser insignificante me molesta, le mando al ejército a molestarle a su casa.
Obviamente, podéis estar de acuerdo o no, ahora bien, seguro que hay alguien -siempre lo hay- que no tolerará estas palabras aquí escritas. Antes de que opine lo que quiera quiero recordar que hablo de dos pelis que cuentan historias de ficción contextualizadas dentro de un conflicto extendido durante 75 años. Aparte de esto habría que repetir que son historias donde se narra la indefensión del débil frente al poderoso, y aquí ese David bíblico no tiene nada que hacer frente a Goliat con todos sus apoyos detrás.
Paz, salam, shalom.
viernes, 13 de octubre de 2023
The Split
Vengo hoy a hablaros de una serie británica, de la BBC, y de solo tres temporadas, lo cual es un dato importante para gentes vagas, como yo, a las que les da pereza hacer frente con retraso a más de cien episodios. No es el caso. The Split es asumible. Solo tres temporadas y, según he leído, parece ser que no tendrá ninguna más. Hay quien opina que la tercera y última no está a la altura de las otras dos, pero servidora de ustedes discrepa un tanto.
Bueno,
os voy contando. Por empezar por el título, os diré que split significa ‘ruptura’. Pero no sé por qué lo digo, pues seguro
que cualquiera de mi público lector sabe más inglés que yo.
El núcleo
protagonista es una familia londinense de abogadas matrimonialistas: una madre
y tres hijas.
La
mayor de las hijas, la prota más prota, se llama Hannah, en un clarísimo
homenaje a Hannah y sus hermanas; de
hecho, The Split tiene bastantes ingredientes del universo de Woody Allen. Trata
de una familia acomodada y poderosa que habita el centro de una gran ciudad y
mantiene unas relaciones familiares y sociales en las que todo el mundo engaña
a todo el mundo, todo el mundo esconde secretos y pretende difuminar un pasado,
si no turbio, al menos sí azaroso.
El glamur,
las clases altas londinenses, los modelitos caros, los tacones y los elegantes
despachos de abogados de alto standing y las tramas de líos amorosos (luego os
cuento) nos llevan sin remedio a acordarnos de The Good Wife y The Good Fight,
pero con la sobriedad y la dramaturgia de las producciones británicas, alejadas
por lo general de los retorcimientos de guion más típicos de los
norteamericanos. Tampoco es que en The Split resulten necesarios: los divorcios
en las clases adineradas tienen mucha literatura; una ruptura millonaria trae
mucha cola y los guionistas lo saben, como saben que, cuando se mezclan
trabajo, negocios y familia, algo estalla siempre.
Os
adelanto un poco el argumento. Hanna Stern (interpretada por Nicola Walker) está
en una fase delicada de su vida. Acaba de dejar el despacho de abogados
familiar, dirigido por su madre y especializado en divorcios, para fichar por
otro de más relumbrón de la city. Además, su padre, que las abandonó (a Hannah,
a su madre y a sus otras dos hermanas) cuando eran pequeñas para fugarse a
Nueva York con la niñera, infinitamente más joven, por supuesto, regresa a
Londres y no precisamente para pedir perdón, sino para reclamar la mitad de la
empresa familiar.
Por si
fuera poco, en el despacho nuevo Hanna se reencuentra con un antiguo novio que
parece no haberla olvidado. Y la relación con su marido no pasa por su mejor
momento.
Todos
esos detalles se nos van revelando a poquitines, en retazos de conversaciones,
en frases que se dejan caer como si nada y hacen que a menudo te preguntes ¿he oído bien?, ¿ha dicho lo que creo que ha dicho?
El
resultado es un melodrama a veces intensito, tan intensito que hay quien lo
califica de culebrón, pero con el acierto de invertir ciertos estereotipos de
género. Se nota en eso la mano de la guionista Abi Morgan, que firmó La dama de hierro, Shame y Sufragistas; está
acostumbrada, pues, a que los personajes femeninos conduzcan el carro de la
ficción.
Hablando
de personajes femeninos, una de las críticas más repetidas contra The Split es
que las tres hermanas protagonistas son demasiado arquetípicas. Y un poco
verdad sí es esto. Hannah, la mayor, es la mujer aparentemente perfecta (un
matrimonio duradero, tres hijos, un buenísimo currículum profesional…) que luego
muestra raptos inesperados de vulnerabilidad, fragilidad y desequilibrio.
Nina, la mediana, es la, de entrada, alocada, pero que va tomando decisiones
que la hacen desembocar en lo presuntamente maduro y convencional. Y Rose, la
pequeña, es la protegida de todas que no sabe qué hacer con su vida personal ni
profesional y va dando tumbos de extremo a extremo.
¿Un
poco prototípico todo? Pues sí, pero he de deciros que este esquema en
principio simplón mejora con la técnica de la que antes os hablaba, de ir
revelando detalles aclaradores, con un guion muy ágil y unas interpretaciones a
la altura de lo que se espera de los británicos.
¿Estáis
de acuerdo conmigo? Ya me contaréis. Recibid un saludo de vuestra amiga