"Los psiquiatras son locos sin gracia, repitió, payasos ricos que tiranizan a los payasos pobres de los pacientes con bofetadas de psicoterapia y pastillas, payasos ricos rebozados en el tonto orgullo de los policías, del orgullo sin la generosidad ni la nobleza de los policías, de los dueños de las cabezas ajenas, de los etiquetadores de sentimientos de los demás: es un obcecado, un fóbico, un fálico, un inmaduro, un psicópata: clasifican, rotulan, investigan, remueven, no entienden , se asustan de no entender y sueltan de las encías en descomposición, de las lenguas sucias de coágulos y costras, [...] sentencias definitivas y ridículas. El Infierno, pensó, son los tratados de psiquiatría, el infierno es la invención de la locura por los médicos, el infierno es esta estupidez de comprimidos, esta incapacidad de amar, esta ausencia de esperanza, esta pulsera japonesa de exorcizar el reumatismo del alma con una cápsula por la noche, una ampolla bebible en el desayuno y la incomprensión de fuera para adentro de la amargura y del delirio."
Conocer el infierno a partir de tres viajes simultáneos, como si fueran caminos, líneas con una convergencia tan leve que casi resultan a la vista paralelas pero que por no serlo terminan confluyendo en un punto a un día de distancia. Tres carreteras, la primera simboliza el desplazamiento físico, del sur de Portugal a Lisboa, la segunda, un recorrido por la memoria histórica extraído de los recuerdos de las propias vivencias del autor, desde el retrato de la sociedad portuguesa hasta las experiencias del autor en Angola durante la guerra de Independencia; la tercera, la ruta más dolorosa, un viaje hacia dentro de su ser, de descubrimiento, exponiendo las propias flaquezas al mundo, tres carreteras que desembocan en un solo destino: el sentimiento de desencanto y de hastío existencial.
Como en los dos libros anteriores, Memoria de elefante y En el culo del mundo, una narración en tercera persona desambiguadora, un "yo" extirpado del cuerpo y situado como testigo ocular de la propia existencia toma la voz del relato dando coherencia y ahondando en el camino vital que empieza en los dos primeros libros y que culmina en este título que cierra la trilogía.
De fuerte contenido autobiográfico, el texto, escrito en un lirismo fluctuante que va desde la poesía en prosa más elevada hasta el uso de metáforas más crudas y realistas, revela un cinismo, un desespero e incluso cierta dosis de rencor que desemboca en una amargura latente y finalmente reconocida y encarada para darle voz casi como método terapéutico de choque. Se trata de un monólogo interno, un flujo de conciencia desesperado, asaltado y avivado por el recuerdo de las experiencias del pasado del autor durante el conflicto de Angola y presentes, ante los enfermos que deambulan por el hospital psiquiátrico en el que trabaja, con los que llega a equipararse por su estado vital y por la poca perspectiva de cura.
Y se suman otras secuencias de recuerdos: un matrimonio fallido, lo que fue la vida durante la niñez, durante las primeras experiencias amorosas, la percepción de la vida antes de la toma de conciencia de la realidad del mundo... Recomendable, sin vacilaciones, la trilogía al completo.