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lunes, 19 de octubre de 2015

La hermana, de Sándor Márai

"Algunos hombres aman con el cuerpo, otros con el dinero o con el intelecto. Yo amo con la música. En nuestra relación, la música ha constituido un vínculo más estrecho que cualquier vínculo erótico y carnal. Tú que entiendes de todo y me hablas de la otra orilla, seguramente sabes qué fuerza tan inmensa posee la música. Tiene más fuerza que el beso, que la palabra, que el tacto. Lo que uno ya es incapaz de contar con el cuerpo y el espíritu, termina contándolo con la música. Yo he sido la única persona que ha sabido hablarle a ese cuerpo precioso y enfermo... ¿Acaso no lo sabías? Le hablaba con la ayuda de la música."

"Hay algo que tiene más fuerza que mi cuerpo, más fuerza que mi enfermedad, que la pasión y la voluntad del mundo, si, algo más fuerte que el destino y Dios: la disciplina del artista, la conciencia del demiurgo que no se apaga mientras no haya cumplido la tarea de la creación."






Intentar desgranar o trazar una línea temática sobre esta obra es una tarea imposible. La obra de por sí no lo hace, se esconde bajo las líneas y es la lectura abierta a la percepción la que logra extraer el jugo esencial; una sensación con la que se queda el lector  tan difícil de explicar con palabras.
Una primera parte  acoge al lector en un refugio de montaña  en vísperas de Navidad junto a unos personajes que parecerán cargar con el peso narrativo pero que acaban siendo circunstanciales. Se encuentran imposibilitados de salir de las cuatro paredes del edificio debido a las terribles inclemencias metereológicas. Márai parece aquí dar señas sobre el amor en la juventud, en la senectud, sobre el verdadero y el interesado, sobre el que vemos como convencional y el que vemos como insólito... Esta introducción que puede parecer insustancial al cabo de la novela y en el conjunto de la obra está ya cargada de introspección aunque su único cometido sea presentar al personaje principal: un hombre llamado simplemente Z. y al narrador inicial, justo antes de que sea el propio Z. el que tome la voz del relato.

El narrador se encuentra con Z., un eminente pianista y viejo conocido de tiempos pasados y mejores a quien una rara enfermedad todavía no había inhabilitado sus prodigiosos dedos de artista que conseguían arrancar al unísono composiciones de Chopin y Bach de un piano y el aplauso unánime del público. Después de una extraña despedida entre ambos, el narrador descubre que Z. ha muerto y recibe un manuscrito del artista contando "sin pretensiones literarias" los años de su enfermedad y cuidado de parte de unos médicos y unas monjas en un monasterio. Con la lectura del manuscrito por parte del narrador se produce el cambio de voz y será Z. quien nos introducirá en la novela  a través de estas páginas que decide ceder al narrador inicial.

Es aquí donde el lector debe abrirse al libro y dejarse arrastrar por la sensibilidad existencialista de Márai recordando que la sensación será la de encontrarse a la merced de un río de caudal furioso pero que ofrece ramas a las que aferrarse. ¿Querremos hacerlo?

Sirve de poco enumerar los hechos que ocurren durante la convalescencia de Z. (quién va, quién viene, quién habla, quién escucha). El manuscrito empieza con la toma de conciencia de una enfermedad que terminará imposibilitando al artista además de sumirlo en un estado de suspensión en el espacio y en el tiempo en el que las ramas querrán, o bien  ser asidas con fuerza al sonido de una voz femenina que le susurra "No quiero que te mueras", o bien esquivadas, entregándose de esta forma a lo inexorable o simplemente ignoradas a conciencia y a petición expresa para ello del pianista para que le sean administrados sedativos y morfina. La novela trata, pues, de la vida, de la muerte y del instante exacto entre estas ralentizado por los estados de ánimo del protagonista.

En su memoria aparece E., un antiguo amor imposible, no consumado y objeto de obsesión del artista. ¿Es E. el desencadenante de la enfermedad? Los médicos intentarán disuadir a Z. de amar de distintas maneras como cura de una enfermedad cuyo remedio no puede ser administrado de forma volitiva, intentarán convencerlo de que hay verdades supremas y divinas, otras mujeres, otros placeres pero ¿cómo cejar en el empeño de amar? 

Los diálogos entre los médicos y las monjas enfermeras se van intercalando con series de monólogos internos en los que priman la voluntad de vivir como método de curación a pesar de lo que dejamos por el camino. Surgirán dos preguntas : ¿muero con lo que tengo o sigo viviendo sin ello?

El libro posee además un componente autobiográfico claro, no hay más que hacer un viaje corto por la vida documentada del autor y de las visicitudes que hubo de pasar ¿cuántos instantes exactos entre vida o muerte? ¿Cuántas agonías ralentizadas por la incertidumbre, por los acontecimientos de su vida se asemejan con los de Z?  Márai siguió viviendo a su pesar y a pesar de todo, agarrándose con tenacidad a las ramas del río furioso de la vida hasta que, llegado al invierno de su vida, agotado por el hastío y la lucha constante tomó una decisión final. He evitado hablar del contexto historico-social de manera expresa; lo que ocurre entre estas líneas es universal y atemporal. En esta obra que desprende introspección y sensibilidad nos vemos todos reflejados, vemos nuestra rabia, nuestra pasividad, nuestra lasitud y nuestra viveza, nuestros días, partidos en horas, fraccionados en instantes, instantes de mera vida, instantes de los que llevamos las riendas, instantes que se nos desbocan; todo puede ocurrir en un instante y en un instante cabe toda una vida.