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lunes, 11 de noviembre de 2013

El marino que perdió la gracia del mar, de Yukio Mishima

"El peligro real no es más que la vida misma. Sin duda, vivir es el caos de la existencia y aún más que eso supone la tarea enrevesada de desmontar la existencia instante a instante hasta que el caos original sea restaurado tomando fuerzas de la incertidumbre y del miedo que el caos trae al recrear la existencia instante a instante. No se encontrará una tarea más dura que esta. No hay miedo en la propia existencia, ni tampoco incertidumbre pero vivir la crea."

Vivir atendiendo a las expectativas impuestas por la vida, por los demás, por nosotros mismos, desdibujarse y tratar de encajar luchando contra nosotros mismos, contra los elementos, contra el mar. Mishima crea perfiles en relieve que destacan de la mera existencia plana. Un marino, Ryuji, que encarna la fuerza, la virilidad, la lucha con el medio, los valores autóctonos; la propietaria de una tienda de antigüedades, Fusaku, que encarna la delicadeza, la femineidad , el goce de los placeres de la vida y el acercamiento a Occidente y por último, Naboru, un adolescente que se debate entre la infancia y la edad adulta. A medida que vamos pasando las páginas los personajes arquetípicos se van confundiendo con el medio, los trazos que los delinean se van borrando ocasionando que la protección que estos trazos ofrecen dé paso a un caldo de cultivo en el que les será imposible coexistir.

Naboru espía a su madre a través de un agujero en la pared desde la habitación contigua. Se siente fascinado por los barcos y su madre está dispuesta a consolar todos sus caprichos, un interés casi infantil por el mar nos oculta al principio la verdadera inquietud de Naboru y de su grupo de amigos autodenominados objeccionistas: desprecian lo subjetivo y los sentimientos humanos y tratan de llegar, mediante un entrenamiento ritual de endurecimiento que incluye matar y descuartizar gatos,  a la edad adulta libres de todo lastre de debilidad. Idealizarán al marino, prototipo del ser al que aspiran hasta descubrir que muchos de sus rasgos se alejan del ideal: sus sueños de grandeza, su inseguridad resurgida de un exceso de vanidad y sobre todo sus pretensiones al cortejar y luego enamorarse de la madre del adolescente que serán interpretados como signos de debilidad.

Los arquetipos hombre-mujer, fuerza-delicadeza, inocencia-perversidad dan buena idea del carácter de la narración. Es una novela marcada por contrastes, la vida del marino en tierra y sus aspiraciones contradictorias, la vida en soledad y en compañía. En ningún momento se disasocian estos opuestos hacia la búsqueda de un punto intermedio, el relato presenta cada una de las perspectivas de los tres personajes que no ceden ante la interacción llegando a un solipsismo que excluye a las otras dos. Y es esta exclusión el clímax del relato; la incapacidad de coexistir requiere una solución extrema.

El libro representa para muchos un testimonio clave del código moral y ético del autor que tomó medidas drásticas cuando sus ideales se vieron comprometidos. Un libro cruel, violento al plantear la incapacidad de supervivencia de contrarios extremos y aún así imprescindible.