Hoy llegan los bárbaros.
¿Por qué inactivo está el Senado
e inmóviles los senadores no legislan?
Porque hoy llegan los bárbaros.
¿Qué leyes votarán los senadores?
Cuando los bárbaros lleguen darán la ley. [...]
Porque hoy llegan los bárbaros. Nuestro emperador
aguarda para recibir a su jefe. Al que hará entrega
de un largo pergamino. En él
escritas hay muchas dignidades y títulos.[...]
¿Por qué de pronto esa inquietud
y movimiento? (Cuanta gravedad en los rostros.)
¿Por qué vacía la multitud calles y plazas,
y sombría regresa a sus moradas?
Porque la noche cae y no llegan los bárbaros.
Y gente venida desde la frontera
afirma que ya no hay bárbaros.
¿Y qué será ahora de nosotros sin bárbaros?
Quizá ellos fueran una solución después de todo.
(Kavafis-1904)
No hay mejor introducción a Esperando a los bárbaros del escritor sudafriano J.M. Coetzee que el poema del griego Konstantinos Kavafis del que tomó el título para su novela. Un poema críptico en gran parte porque no revela a quien va dirigido, un texto sobre el que mucho han especulado los expertos: la teoría de Rangavís, quien lo defiende como un reflejo del anhelo egipcio por una invasión sudanesa ante la ocupación británica es la teoría más aceptada y nos sitúa en la antesala del desarrollo argumental de la novela de Coetzee.
Coetzee tampoco nos dará pistas sobre quienes son los bárbaros, ni tan siquiera nos dará un contexto histórico o una ubicación específica de donde ocurre la trama contribuyendo así a la extrapolación universalista de los hechos narrados. Si bien la acción de la novela puede tener lugar en Sudáfrica también podemos transferirla a cualquier territorio en el que la barbarie civilizada se erija como modo de vida y por extensión a ciertos patrones de pensamiento discriminante arraigados en el subconsciente colectivo que rozan si no aprueban del todo una actitud de naturalidad con la segregación o el racismo.
Un magistrado sin nombre y cercano a la vejez ha sido siempre un fiel servidor del "Imperio" ocupándose de un asentamiento fronterizo al que llegan rumores de ocupación inminente por parte de los bárbaros, habitantes indígenas de la región. El dirigente del Imperio enviará hombres para lidiar con los supuestos bárbaros. El magistrado presenciará las atrocidades cometidas contra los prisioneros de una expedición perpetrada por el Imperio, hecho que hará que se plantee la legitimidad del modo de actuar de los opresores llegando a la compasión por los oprimidos y culminando en el cuidado de una indígena, acto que será tomado, entre otros, como una rebelión contra el Imperio.
La figura del magistrado no es la de héroe al uso, se trata más exactamente de un antihéroe, un personaje obsesionado por su edad y estado físico que llega a la intimidad con la indígena aunque teme establecer una relación sólida con ella. En la incursión del magistrado en los territorios indígenas con el fin de ayudarla a volver con los suyos caerá prisionero del Imperio que lo tratará como a un traidor. Este hecho marcará el punto de inflexión de la novela. ¿Quiénes pertenecen a una sociedad civilizada? ¿Quiénes son los bárbaros?
Una novela magnífica cargada de símbolos, el paso de las estaciones como metáfora del paso del tiempo y la decadencia del cuerpo, símbolos que aparecen con frecuencia en los sueños del magistrado y cuyo análisis necesitaría de un anexo a la reseña. Prevalecen sobre todo los temas principales, que se superponen a la trama creando una sensación de desasosiego por la toma de conciencia de una realidad universal partiendo de las consecuencias del imperialismo, ampliando el espectro fuera de las fronteras del apartheid y aplicándolo a otras situaciones a lo largo de la historia: una novela que no carece de episodios violentos, en los que la tortura y el miedo actúan como arma de doble filo tanto para quien los inflige como para quien los sufre. Los temas de la justicia, ley y civilización se van entrelazando desde el principio de la novela haciendo que el concepto claro que tenemos aparezca borroso y confuso, ciertas aseveraciones implícitas parecen formar parte del entendimiento universal y pueden sorprender por evidentes, como ejemplo: la tortura no es jamás, bajo ningún concepto, forma adecuada de aplicar la justicia, una afirmación de ética básica que muy pocos contradirían. Coetzee, provisto de los ejemplos creados para su historia nos incita a mirar alrededor y a preguntarnos qué hemos aprendido en miles de años de civilización.
Una novela magnífica cargada de símbolos, el paso de las estaciones como metáfora del paso del tiempo y la decadencia del cuerpo, símbolos que aparecen con frecuencia en los sueños del magistrado y cuyo análisis necesitaría de un anexo a la reseña. Prevalecen sobre todo los temas principales, que se superponen a la trama creando una sensación de desasosiego por la toma de conciencia de una realidad universal partiendo de las consecuencias del imperialismo, ampliando el espectro fuera de las fronteras del apartheid y aplicándolo a otras situaciones a lo largo de la historia: una novela que no carece de episodios violentos, en los que la tortura y el miedo actúan como arma de doble filo tanto para quien los inflige como para quien los sufre. Los temas de la justicia, ley y civilización se van entrelazando desde el principio de la novela haciendo que el concepto claro que tenemos aparezca borroso y confuso, ciertas aseveraciones implícitas parecen formar parte del entendimiento universal y pueden sorprender por evidentes, como ejemplo: la tortura no es jamás, bajo ningún concepto, forma adecuada de aplicar la justicia, una afirmación de ética básica que muy pocos contradirían. Coetzee, provisto de los ejemplos creados para su historia nos incita a mirar alrededor y a preguntarnos qué hemos aprendido en miles de años de civilización.