Tengo un rubor casi permanente en las mejillas producto de la insistente sonrisa que empuja con fuerza la comisura de los labios hacia los pómulos, una media luna convexa dibujada en el rostro, un gesto característico, risueño- lo definen algunos, tranquilo y despreocupado-lo definen otros. El opuesto de mi afuera está en mi adentro; una tendencia a la melancolía que me obliga a veces al recogimiento. El refugio está a la intemperie. Hay días en los que el clima nos deja opacidad de hielo en los cristales y nos vemos más allá, hay días en los que el calor extrae del asfalto una bruma que enturbia el panorama y torna en plomo el aire. Hay días en los que el ruido habitual de la ciudad sube un tono en estridencia y no puedo soportarlo. En estos días decido esconderme al aire libre. Con ambos pies fuera del umbral, la sonrisa vuelve a cobrar vida y se intensifica a la vez que me imagino, cayado en mano y hato a la espalda, un ser migratorio.
Camino, me alejo, los pasos me sumen en la inconsciencia, el calor, el frío, el ruido van cayendo detrás de mí y se van haciendo añicos. Empieza así el ritual del reencuentro conmigo mismo. Tras algunos kilómetros avisto el sendero, el calor, el frío y el ruido son ya inertes. Hierba y piedras a ambos lados y aves rapaces surcando los cielos. me adentro en el camino, en busca del refugio y cruzo el río, pienso en cómo el caudal se ajusta al flujo de mi sangre y llego al pie de la colina. Trepo con ahínco, con el esmero justo ¡tengo siempre tantas ganas de llegar! La impaciencia se apodera de mis actos, el corazón late alterado, excitado anticipándose al reencuentro. Me siento en la roca, con los pies colgando y miro, respiro, he migrado, estoy aquí, cuento los pasos recorridos. Prosigue el ritual. Doblo las rodillas y apoyo los talones en el borde, oigo el silencio y me entrego a la roca, me extiendo de espaldas sobre ella que me recibe fría o caliente, según el deseo del clima. No tardo en amoldarme a su forma, a su temperatura, cierro los ojos para estar más despierto, abro los sentidos. Aquí es donde me siento guarecido, solo sobre el campo, el río y las piedras, acompañado de mi soledad.