Mostrando entradas con la etiqueta exterminio judío. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta exterminio judío. Mostrar todas las entradas

viernes, 5 de febrero de 2016

"Y tú no regresaste", de Marceline Loridan-Ivens: dura, breve, intensa e imprescindible

  En cuanto vi este libro entre las novedades para reseñar para Anika entre Libros supe que me iba a gustar. Pero no sabía que me iba a enamorar y a golpear hasta los extremos que lo hizo. Dura... pero una de mis mejores lecturas de 2015. Sin duda.

Y tú no regresaste
Título: Y tú no regresaste
Título Original: (Et tu n'es pas revenu, 2015)
Autor: Marceline Loridan-Ivens
Editorial: Salamandra Colección: Narrativa Salamandra


Copyright:
© Éditions Grasset & Fasquelle, 2015
© Ediciones Salamandra, 2015
Traducción: José Manuel Fajardo
Edición: 1ª Edición: Septiembre 2015
ISBN: 9788498387117
Tapa: Blanda
Etiquetas: autobiográfica, basada en hechos reales, campos de concentración, epistolar, supervivientes, genocidio, exterminio, holocausto, nazismo, judíos, literatura francesa, novela, Birkenau, Auschwitz
Nº de páginas: 96



Argumento:

  En segunda persona y con todo el desgarro de una hija cuyo padre nunca regresó de Auschwitz, Marceline Loridan-Ivens indaga en esta novela corta en las heridas que quedan abiertas para siempre y en las consecuencias del genocidio nazi, tanto para quienes estuvieron allí como para quienes tuvieron familiares en los campos. Volvieran o no volvieran.


Opinión:


  Tiene mucha razón la primera frase de la sinopsis que la editorial ha colocado en la contraportada de este libro: hay libros que se quedan en nosotros, que nos dejan una marca en el alma o en el corazón o en la cabeza que no se borrará ni se olvidará por mucho tiempo que pase. Y este es uno de esos libros, una de esas obras capaz de conmoverte hasta lo más profundo pero, al mismo tiempo, hacerte pensar, hacer que reflexiones sobre un pasado que sí, pasó, pero cuyas consecuencias aún seguimos viviendo.
  Escrito en segunda persona, como una larga carta que la autora escribe a su padre, esta novela tan corta como intensa, nos devuelve al horror de los campos de concentración y de exterminio. Tanto Loridan-Ivens como su padre fueron capturados y llevados a Auschwitz (él) y a Birkenau (ella), dos campos tan cercanos que muchas veces se consideran uno solo, el mayor de todos, pero lo suficientemente separados como para no saber nada el uno del otro o para sufrir el tremendo castigo que conlleva la alegría mostrada por un encuentro fortuito.
  Sin recrearse en el horror, con un tono emotivo pero no victimista, Loridan-Ivens va desgranando su experiencia como judía capturada, explotada, sometida. El hambre, las constantes humillaciones, la vivencia de la muerte como algo cotidiano, la incertidumbre de no saber de tu familia, ni si quiera qué va a ser de ti; la frustración, pequeños guiños de complicidad y la falta absoluta de humanidad de quienes los retuvieron son algunas de las cuestiones ineludibles que salen a colación en este texto. Cuestiones que ya han sido abordadas en otros libros y otras novelas pero que aquí, quizá por la concentración expresiva, por la intensidad de lo contado, por la contención de sentimientos o por ser la visión de una chica de quince años que sobrevivió, se hacen más profundas, más impresionantes.
  Loridan-Ivens no se centra solo en compartir con su padre ausente sus vivencias en los campos nazis sino que también analiza el después, lo que ocurrió una vez que ella volvió a casa y su padre no, cómo se lo tomaron su madre y sus hermanos, con qué cargas ha tenido que convivir día a día por ser una superviviente del holocausto que regresó a casa sin el padre con el que se la llevaron. Dibuja, así, el perfil de una familia que nunca se sobrepuso al exterminio y que nunca perdonó o superó o logró reponerse de la falta del padre. La autora reflexiona, de este modo, sobre el día después, el año después… la vida después de algo así y lo hace desde una óptica personal (su propia experiencia) pero también extrapolable a otras muchas personas que vivieron un infierno como aquel.
  Y, sin embargo, y a pesar del dolor, de las emociones, del horror, de la rabia y de la incomprensión, creo que el fondo de esta novela corta es alegre. O, por lo menos, optimista. Pasó, sí, y  nunca lo podremos olvidar pero, como dice Loridan-Ivens al comienzo del relato, "a pesar de lo que nos pasó, yo he sido una persona alegre […]. Alegre a nuestra manera, para vengarme de estar triste riéndome de todos modos". Una actitud que queda por escrito en las primeras líneas de este relato pero que también queda plasmada en la forma de vivir que se descubre a lo largo de sus páginas y en la fotografía que ilustra la biografía de la autora, una fotografía que muestra una sonrisa como pocas, una sonrisa tremendamente feliz. Una sonrisa que, tal vez, es patrimonio exclusivo de quien sobrevivió a pesar de todo y de quien le da una bofetada al dolor y a la humillación con la fuerza de la alegría.

   Enlace a la reseña original.
   Nos seguimos leyendo.

lunes, 24 de diciembre de 2012

"La bibliotecaria de Auschwitz", de Antonio G. Iturbe: los libros como medicina para el alma

Ficha técnica:


Título: La bibliotecaria de Auschwitz
Autor: Antonio G. Iturbe
Editorial: Planeta           Género: novela, novela histórica Páginas: 488 
Publicación:  18/09/2012    ISBN: 978-84-08-00951-1

Sinopsis (editorial):


   Sobre el fango negro de Auschwitz que todo lo engulle, Fredy Hirsch ha levantado en secreto una escuela. En un lugar donde los libros están prohibidos, la joven Dita esconde bajo su vestido los frágiles volúmenes de la biblioteca pública más pequeña, recóndita y clandestina que haya existido nunca.
   En medio del horror, Dita nos da una maravillosa lección de coraje: no se rinde y nunca pierde las ganas de vivir ni de leer porque, incluso en ese terrible campo de exterminio, «abrir un libro es como subirte a un tren que te lleva de vacaciones».
   Una emocionante novela basada en hechos reales que rescata del olvido una de las más conmovedoras historias de heroísmo cultural.
   Los amantes de la lectura sabemos bien de los poderes curativos de un libro. Sabemos que abrir un libro es como el primer día de vacaciones, o una cerrilla que ilumina la oscuridad más cercana y te ayuda a asimilar cuánta queda aún a tu alrededor, o como emprender un viaje, o como conseguir un adosado para tu cerebro o como la abrir una ventana por la que entre el viento fresco capaz de renovar tus propios puntos de vista. Pero no está de más que alguien lo ponga por escrito. Y eso es lo que hace, precisamente, Antonio G. Iturbe: crear unas metáforas tan maravillosas como algunas de las que acabo de describir y dejar constancia escrita de lo que suponen la literatura y la cultura para el ser humano (una lección que viene estupendamente recordar en estos tiempos de crisis, en los que los presupuestos para educación y cultura adelgazan año tras año). Pero Iturbe hace algo más: construye una grandísima alegoría que no solo nos advierta de que esto es así sino que nos lo demuestre de la manera más visual posible: nos hace ver con nuestros propios ojos que los libros son capaces de sembrar semillas de esperanza y esbozos de sonrisas aun en el escenario más cruel imaginable, aun en el momento histórico más deleznable, aun en el rincón del mundo donde la desesperanza campa a sus anchas, aun en los corazones de quienes creen que el futuro es hoy porque son incapaces de imaginar un mañana: Auschwitz.
   La bibliotecaria de Auschwitz es uno de esos libros que te llenan el corazón. De alegría y de tristeza, casi a partes iguales. Porque lo que te está contando no puede ser más cruel, más indignante, más intolerable, más descorazonador. Pero también porque lo que está contando no puede estar explicado de mejor manera: con la dosis justa de realidad (tu imaginación y tu bagaje cultural, literario, cinematográfico e histórico completan el resto), la proporción exacta de sentimiento (un poco más haría que el libro cayera en lo sensiblero y un poco menos conseguiría que el lector no conectara con una historia tan humana contada del modo más frío) y la cuota justa de poesía. Una poesía capaz de crear una metáforas tan brillantes como los libros que iluminan la oscuridad de los judíos de Auschwitz, de dar lugar a frases que guardar como grandes tesoros de la palabra y de consolar el maltrecho corazón de quien esté bebiendo la historia que cuenta Iturbe.
   Una historia que (el título no podía ser más revelador) nos habla de una pequeña (pequeñísima) biblioteca ilegal y clandestina creada en el corazón del horror nazi: el campo de concentración (o de exterminio, o de experimentación médica, o de demostración fehaciente de hasta dónde es capaz de llegar el fanatismo y la crueldad humana) de Auschwitz. Una biblioteca y su bibliotecaria, claro, porque sin alguien que los cuide, que los proteja, que los esconda (aun arriesgando su propia vida) y que los cure cuando están enfermos, una biblioteca no es tal, sino solo un puñado de libros abandonados y desvencijados. La bibliotecaria es Dita, una adolescente de 14 años, capaz de vencer al miedo y de regalar un poco de ilusión a quienes soliciten los libros que ella atesora. La de Auschwitz es una biblioteca tan especial, que no solo tiene libros físicos, sino que también tiene libros vivientes: lectores que en su día disfrutaron tanto con una obra que esta se quedó en su corazón y en su cabeza hasta tal punto de que son capaces de contarla, transmitirla y conseguir que siga viviendo en otros.
   Antonio G. Iturbe nos va desvelando los avatares de esta bibliotecaria a través de un narrador omnisciente que a veces, haciendo gala de la férrea burocracia nazi, se esfuerza por atarse a la mucha documentación que sobre Auschwitz existe actualmente ("No está documentado si Rudolf Rusenberg lloró", nos dice) pero que sabe lo que ocurre en cada corazón, en cada barracón, en cada catre, en cada rincón de Auschwitz. Incluso fuera: sabe qué pasa con los que se fugan, con los que aun no han entrado, con los que consiguieron huir, con los testigos de tanta crueldad, con quienes pudieron actuar y se creyeron las mentiras nazis, con quienes lucharon por arrojar luz en la oscuridad de los campos de concentración, con quienes lo consiguieron.
   Un narrador que nos habla en presente. Un presente que sabe del futuro pero que sitúa al lector en un espacio temporal en el que el futuro es hoy y es imposible pensar en lo que ocurrirá más allá de esta noche. Consigue, así, transmitir al lector la sensación de incertidumbre, o de desesperanza, o de aplazamiento de los sueños (porque soñar causa demasiado dolor), o de anestésico de los sentimientos (porque sentir no sirve más que para aumentar el sufrimiento) de quienes malvivieron en Auschwitz. Consigue así que el lector se contagie (aunque sea mínimamente) del estado de ánimo general de los habitantes del campo de concentración, que se haga una idea más cercana, más humana, más comprometida de lo que allí ocurrió.
    Eso es, precisamente, lo que dice el propio autor cuando, en su "Etapa final", toma el testigo del narrador para contar, en primera persona, la historia de esta novela: "En internet hay toneladas de información sobre Auschwitz, pero la documentación solamente te habla del lugar. Si quieres que un lugar te hable a ti, has de ir allí y quedarte el tiempo suficiente para escuchar lo que tenga que decirte". Si leer es viajar, Antonio G. Iturbe nos traslada a Auschwitz y actúa de mediador, de canal de comunicación, para que el lugar nos hable en primera persona, nos relate el horror que se vivió allí, nos presente al hombre que cazaba copos de nieve como mariposas, al que se enamoró de un imposible, al que regalaba lápices como quien regala flores, al que dejó su vida entre el implacable fango, a los profesores que trataban de crear una infancia lo más normal posible para los niños que vivían en la mayor atrocidad, al líder capaz de insuflar fuerza y esperanza, al que traiciona y al que es traicionado, a la mujer que crea espacios de fe dentro de los vestidos y a la adolescente capaz de cuidar y expandir esa fe; la fe de los libros.
    La bibliotecaria de Auschwitz es uno de esos libros que hay que leer, que te tocan el corazón y la cabeza casi a partes iguales. Uno de esos libros por cuyas páginas se avanza con la sonrisa y la lágrima en la cara. Un libro duro (durísimo) en muchas ocasiones pero capaz de convertir en literatura (en alta literatura, diría yo, en literatura con mayúsculas) una historia real que nos habla de valentía y de miedo, de fe y de desesperanza, del pasado que siempre puede volver a ser presente si cometemos el error de olvidarlo o ignorarlo, del poder de la palabra y de quienes sacan fuerzas de flaqueza para seguir adelante, luchando por lo que cree, aunque el viento sople demasiadas veces en contra.
    No puedo por menos que agradecer de todo corazón al autor que haya rescatado una historia tan fabulosa como esta y lo haya hecho con tanto acierto. Y también a O Meu Cartafol y Momentos de Silencio Compartido, porque sin su lectura conjunta es probable que yo hubiera tardado muchísimo más en conocer (y disfrutar) un libro como este. 
     Aquí puedes leer una entrevista de Momentos de Silencio Compartido al autor y aquí el BBF que le dediqué.
      Incluyo esta reseña en el Mes de la Novela Histórica organizado por Libros que hay que leer.
    Nos seguimos leyendo.
 
Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...