Ayer por la tarde asistí a la última sesión de las IV Jornadas de Animación a la lectura organizadas por la biblioteca de Azuqueca de Henares. Nunca había participado en una iniciativa así y la verdad es que salí encantada. Encantada por la cantidad de cosas que aprendí, las sugerencias, las ideas... pero también por lo bien que me lo pasé. Y es que, además de ofrecer muchas aportaciones, bibliografía, recursos y experiencias, si algo hicieron los participantes fue contar, llevar a la práctica todo lo que nos estaban enseñando y demostrarnos que hay una forma lúdica y divertida de acercar la literatura a los niños, a los jóvenes y, también, a los adultos.
Si algo he aprendido es que la literatura no empieza por leer, sino por soñar, por imaginar, por percibir. Decía la narradora Estrella Ortiz que completar los huecos está en la naturaleza del ser humano, que en cuanto vemos una imagen ya estamos pergeñando un antes y un después, intentando adivinar qué ocurrió antes y qué pasará después. Y tiene razón. Una sola imagen ya puede servirnos para contar una historia. O una breve secuencia de imágenes muy sencillas. Y nos lo demostró, nos puso a prueba: nos ofreció varios materiales y en nada, cinco minutillos, teníamos que idear una historia. Te muestro un ejemplo de lo que hicimos. Nos presentó una cartulina negra que, al doblarla, creaba una secuencia (y dependía de cómo la doblaras y la desdoblaras para que el orden se ajustara a lo que queríamos contar cada una). Con algo tan sencillo, mi compañera y yo creamos una pequeña historia con moraleja y todo. Imagina que en vez de fotos son una cartulina que al doblarse y desdoblarse ofrece como resultado estas imágenes:
Media luna.
Luna llena...
con estrellas.
Luna sola...
media luna.
No sé si es fácil captar la idea, pero lo que quiero decir es que aprendí que no hacen falta grandes parafernalias para contar una historia sencilla y que con darle un poco de trabajo al cerebro, se pueden crear cosas realmente ingeniosas, maravillosas y que comuniquen. Además, el hecho de doblar y desdoblar la cartulina ya imprimía un ritmo a la historia, a lo que sumamos el tono de la voz, alegre cuando la luna estaba llena, en compañía, y triste cuando estaba sola y se sentía solo media luna. Gracias a Estrella también aprendí que hay libros ilustrados que buscan textos pero que también hay fragmentos y poemas increíbles que necesitan imágenes para ser narrados. Y aprendí que nadie cuenta los abecedarios como ella.
También nos enseñó muchísimas cosas sobre los álbumes y los libros sin texto la ilustradora Ester García Cortés. Además de hacernos entender que hay vida (gráfica) más allá de Disney y que existen obras maravillosas publicadas, andamió nuestras percepciones con un extraordinario soporte teórico que nos permitió conocer un poquito más el mundo y la jerga de la ilustración.
Concha Carlavilla se centró en la estimulación de los más pequeños, en cómo introducir a los niños, desde bebés, en el placer de las historias. ¿Cómo? Pues mi conclusión es que, ante todo, con mucho cariño, con inflexiones de voz, con colores y formas, con dibujos y cosas que puedan manipular, con ritmo, con rimas, con música, con canciones, con movimiento y, sobre todo, con narraciones que a ti te hagan sentir, que te estimulen, que te hagan soñar, que te gusten, que te enamoren.
Rosa Rubio, bibliotecaria de un pequeño pueblo de Asturias llamado Salinas, nos contó que el dinero no da la felicidad, que es mucho más importante echarle imaginación y, sobre todo, buscar el apoyo de la gente, de los vecinos, de los padres y de los niños. Así, es posible crear una red de bibliotecas nocturnas para leer en la cama, que te invadan los libro-virus y hasta que todo un pueblo se convierta en cuento.
Y con Raúl Vacas aprendí que no está de más ser un poco showman cuando uno quiere hacer vivir la literatura a otros, que un buen atrezo siempre es de agradecer (sobre todo si sorprende y sirve para captar la atención), que un poema con efecto nunca se olvida y que no hay mejor manera de leer un romance que hacerlo vestido para la ocasión.
Ya decía Mary Poppins que con un poco de azúcar la píldora pasa mejor. Y es que todo en la vida sale mejor si es divertido. Por eso, utilizar el juego y el humor para acercar a los más jóvenes a la literatura me parece una idea acertada. La cosa es que se dejen picar por el bichito de las palabras. Una vez que el veneno está en tu sangre, lo demás viene rodado. El regalo está hecho.
Nos seguimos leyendo.
Nos seguimos leyendo.