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martes, 6 de noviembre de 2012

"La deuda de Eva", de Alicia Giménez Bartlett: una interesante reflexión sobre la dictadura de la belleza


    Buceando el otro día en la página oficial de Alicia Giménez Bartlett descubrí que, además de novelas, también ha escrito ensayos y como ando con el Trabajo Fin de Máster, vi que los dos que aparecían podían servirme, así que los busqué en la biblioteca y los encontré. El primero de ellos es este, que devoré en un día (¡vaya inicio de mes de noviembre que llevo! A ver si mantengo mi furia lectora) y que me resultó bastante interesante.
    Giménez Bartlett reflexiona en él sobre el rechazo a la fealdad y el deber de belleza impuesto o autoimpuesto principalmente a las mujeres a lo largo de los siglos. Basa su estudio en diferentes libros publicados al respecto, mucha observación, conversaciones y entrevistas y mucho sentido común. Por eso, a las ideas que a todos se nos han ocurrido alguna vez sobre el tema, la autora suma un respaldo teórico, psicológico, sociológico e histórico que las sustenta, refuta o completa.
    La obra se divide en tres grandes bloques: tras un prólogo (lleno de humor) en el que la autora explica el porqué de este ensayo, Giménez Bartlett realiza un didáctico viaje histórico en el que analiza cómo han ido cambiando los cánones estéticos a lo largo de los siglos, poniendo de relieve la volubilidad de los preceptos y la subjetividad en la percepción de la belleza. Este recorrido le sirve a la autora para reflexionar sobre cómo contribuyen el arte y la literatura a crear y asentar los nuevos cánones de belleza y para estudiar la influencia de la fotografía o el cine (que, a diferencia de la pintura, la escultura o la literatura reflejan una mujer real, no recreada... al menos, en teoría) en la evolución de dichos preceptos.
    En segundo lugar, da un repaso a algunas mujeres consideradas como feas (aunque, como siempre, sin unanimidad) pero que consiguieron triunfar en sus respectivas profesiones, a pesar o, a veces, a causa (precisamente) de su fealdad. Científicas, literatas, políticas y reinas, deportistas, cantantes, actrices... desfilan por las páginas de este libro mostrando que no siempre la fealdad es sinónimo de fracaso, aunque en algunos casos sí lo sea.
    Tras este exhaustivo repaso, que incluye un puñado de fotos ilustrativas, Giménez Bartlett finaliza su ensayo incluyendo la opinión de algunos hombres cuya profesión o dedicación está relacionada con juzgar a las mujeres por sus cualidades físicas y estéticas: un fotógrafo, un médico cirujano, un diseñador, un director de cine... Todos ellos corroboran la subjetividad del ojo que mira a la hora de valorar la belleza, negando, incluso, la mayoría de ellos (en realidad, solo uno dice lo contrario) que existan mujeres feas. En este sentido, me quedo con una de las frases del director de cine Bigas Luna: "Es fea aquella que se cree fea a sí misma". No solo la subjetividad sino la autoestima, la autorreferencia, la imagen que proyectamos es fundamental a la hora de mostrar o captar la hermosura.
    La autora hace hincapié a lo largo de todo el ensayo de esa obligación de ser bellas que pesa sobre las mujeres, obligación que no es exclusiva de nuestro tiempo. Aunque, viendo la cantidad de productos y sistemas de corregir o, al menos, enmascarar la fealdad que tenemos a nuestra disposición hoy en día (desde cremas hasta cirugía), quizá se podría concluir que hoy es fea la que quiere serlo. 
    Giménez Bartlett se pregunta por qué, si sobre nosotras pesa esta losa, no hemos hecho que la belleza y el cuidado personal sea también cualidad fundamental en los hombres, reflexionando sobre cómo, por ejemplo, la escritoras no se detienen a describir la apariencia física de los personajes masculinos que protagonizan sus obras, algo que sí hacen (y a veces con profusión) los escritores. En cualquier caso, no pasa por alto que las tendencias están cambiando y que hoy la hermosura (y la juventud) es un valor en sí, obligatorio en muchas profesiones tanto para hombres como para mujeres.
    Al hablar sobre el deber de belleza de la mujer, la autora baraja un concepto que a mí me ha parecido fundamental: la libertad. La dictadura de la belleza convierte, en muchos casos, a la mujer en mero objeto, en réplica de sí misma (no hay más que ver cómo se homogeneizan las caras de quienes pasan por el quirófano por motivos estéticos o, como ya comenté una vez, cómo se uniformiza a las mujeres en los programas de cambio de imagen). Por eso, debe haber un mínimo de libertad de elección, un margen para elegir, para que el deber de hermosura no se convierta en esclavitud.
    En general, he disfrutado leyendo (y aprendiendo) de este ensayo sobre algo aparentemente tan frívolo como la belleza pero que acaba teniendo muchas connotaciones sociales, psicológicas, laborales... Aunque he de confesar que, en algunos casos, si hubiera tenido delante a la autora (¡ya quisiera yo!) hubiera discutido algunas de sus afirmaciones. Y, otras veces, hubiera comentado con ella, con gran pesar, cómo algunos de los supuestos que ella da por hechos en 2002 (cuando publicó el libro) han sido vergonzosamente superados diez años después. Por ejemplo, en un momento dado, asevera "Nunca la condición femenina fue más respetada en los países ricos que en la actualidad. Jamás la mujer había llegado tan alto. El futuro no parece tener fronteras para los planes femeninos de desarrollo profesional. ¡Al fin libres de la dictadura de la belleza! No se imagina uno la descripción de una empresaria con grandes responsabilidades económicas incluyendo labios de rubí o dientes de perlas. A nadie se le ocurriría denostar a una ministra porque tiene mala figura o pies demasiado grandes". ¡Ay, Alicia! ¡Qué pena tener que llevarte la contraria! ¡Qué desilusión recordar el incidente de Leire Pajín y su biquini y los comentarios que esas fotos suscitaron! ¡Cómo se la juzgó por su imagen y sus cinco kilos de más! Eso, por no hablar de justo el caso contrario: cómo se criticó a Trinidad Jiménez por aparecer "demasiado guapa y sexy" en los carteles de la campaña electoral para Alcaldía de Madrid. Qué tristeza me da que Alicia no tenga razón. ¿Será que involucionamos?
   Nos seguimos leyendo.

Ficha técnica:



Título: La deuda de Eva. Del pecado de ser feas y el deber de ser hermosas  
Autor: Alicia Giménez Bartlett 
Editorial: Lumen    Género: ensayo    Páginas: 185  
Publicación  1/1/2002    ISBN: 84-264-8000-4

jueves, 20 de septiembre de 2012

"Las desterradas hijas de Eva", de Consuelo G. del Cid: la descripción del horror más absoluto


   Hay libros que no gusta leer. No porque estén mal escritos, porque no tengan estructura, porque los personajes no estén bien construidos o porque la historia no te atraiga lo más mínimo. No. Hay libros que no gusta leer porque es inconcebible que lo que te están contando sea verdad. Porque hacen que te cuestiones la naturaleza del ser humano, la raíz de la maldad, la falta de empatía, el fundamentalismo de algunas ideologías, la verdad absoluta de la que se creen poseedores algunas personas que, en mi opinión, no es solo que estén equivocadas, es que son ellas las que no deberían existir.
   Hay libros que te conmueven y hay libros que hacen que se te revuelva el estómago, que llores de rabia e impotencia, que se te encojan las entrañas al pensar en lo que debieron de pasar sus protagonistas y al reflexionar sobre cómo es posible que un ser humano le haga eso a otra persona, a otro igual.
   Todo eso es lo que sentí este verano cuando leí Las desterradas hijas de Eva, de Consuelo García del Cid Guerra. Un testimonio real sobre lo que ocurrió en algunas instituciones que supuestamente servían para proteger a las mujeres durante el Franquismo y la Transición. Pero nada más lejos de la verdad. El relato de los sucesos, las palabras de las víctimas y la reflexión sobre lo que ocurrió son escalofriantes, inconcebibles. Y lo que es más, al peso de lo que les hicieron, las mujeres que pasaron por estas torturas han tenido que sumar no solo unas consecuencias psicológicas terribles, sino también el silencio, la ocultación, el que nadie conozca lo que les ocurrió. Mucho menos, que alguien lo haya llevado a los tribunales. Ahora salen a la luz pública. Espero que se haga justicia.
    Enlazo no sólo la reseña que he hecho para Anika sobre el libro, sino también la página de la autora y algunas otras webs de interés sobre el tema. A ver si por fin sale de las tinieblas de la ocultación.

  •     Reseña: Auspiciados por el Patronato de Protección a la Mujer franquista, existían toda una serie de instituciones que poco o nada tenían que ver con lo que proclamaban: proteger a la mujer. Consuelo García del Cid publica ahora el resultado de sus investigaciones sobre lo que ocurrió en centros como el Preventorio de Guadarrama, la Maternidad de Peña Grande o el Reformatorio de San Fernando. Lugares en los que se encerraba a niñas y jóvenes cuyo único delito había sido quedarse embarazadas (en muchas ocasiones como fruto de una violación, incluso de sus padres o hermanos) o ser demasiado rebeldes para un régimen que subyugaba a la mujer e impedía toda libertad y capacidad de decisión para ella. (seguir leyendo)
    Nos seguimos leyendo.


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