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lunes, 27 de agosto de 2012

El erotismo en "Delta de Venus", de Anaïs Nin

  
    Ya conté en la reseña de Cincuenta sombras de Grey que no soy lectora ni de literatura romántica ni de literatura erótica, pero lo cierto es que después de leer a E. L. James y la reseña sobre Delta de Venus que publicó Pep Bruno me picó la curiosidad... y caí. Además, había leído la primera entrega del Diario de Anaïs Nin y, la verdad, me había dejado con ganas de más, de conocer su obra literaria, más allá de sus opiniones que la propia autora o sus amigos tenían sobre ella. Así que no lo dudé y lo incluí en mis lecturas para el Maratón de Lectura de agosto.
    He de decir que me ha sorprendido mucho, algunas cosas para bien y otras... no para tan bien. Quizá sea, ya lo he dicho, por mi inexperiencia en este campo, pero lo cierto es que hay algunos relatos que me han resultado como poco incómodos de leer. Advierto, en cualquier caso, que otros son maravillosos y que todos están muy muy bien escritos. Pero no sé si porque nuestros tiempos son diferentes, la sociedad ha evolucionado, antes era erótico lo que ahora es delictivo (o quizá siga siendo erótico, aunque a mí no me lo parezca en absoluto), porque se asocia la literatura erótica (como también pasa con parte del cine erótico o pornográfico) con cierto grado de perversión o de depravación o con la libertad más absoluta, porque la intención era provocar... o por cualquier otro motivo, lo cierto es que no comparto la visión de lo erótico que presenta Nin en algunos de estos cuentos. Comenzando por el primero, que casi consigue que desistiera de mi impulso de continuar profundizado en la literatura erótica. Seré yo, no digo que no, pero qué quieres que te diga, la pederastia no me resulta estimulante. En absoluto.
   Esa visión del sexo más allá de la convencionalidad de las relaciones matrimoniales típicas trae hasta los cuentos numerosos ejemplos del uso de la violencia o las drogas como potenciador del encuentro sexual. Además, el incesto, los encuentros homosexuales, la infidelidad o las relaciones espontáneas entre desconocidos también están muy presentes en un compendio de cuentos que, como la propia autora explica en su diario (los fragmentos en los que habla de ello aparecen en la edición que he leído, no sé si en todas), están escritos por encargo: durante los años 40, en época de bajos ingresos, Henry Miller y ella escribían cuentos eróticos para un enigmático coleccionista. En un primer momento, Anaïs los rechazo como parte de su propia creación, pero años más tarde, en los 60, descubrió tras una relectura que el hecho de que fueran un encargo, de que fueran eróticos y de que tuviera que plegarse a las exigencias del pagador (que le exigía que  se dejase de poesía y se centrase en el encuentro sexual en sí) no había conseguido eliminar su voz, el estilo propio de la autora. Ese que se filtra a través de todos los relatos, de todas las historias, que consigue presentar ambientes artísticos y exóticos con pinceladas tan certeras como hermosas y que llena la lectura de descripciones sexuales  poéticas, llenas de metáforas y evocaciones, explícitas sin caer en lo procaz, bellas sin caer en la cursilería.
    Pero lo que más me ha sorprendido es, en primer lugar, el protagonismo de la mujer y su actitud en los relatos. La mayoría no son mujeres no pasivas, sino totalmente activas, que desean, provocan el encuentro y disfrutan con él. Su seguridad frente al encuentro sexual tiene como consecuencia, a veces, un hombre paralizado ante mujer con esa iniciativa y que, además, hace gala de su inteligencia. La mujer activa sexualmente e inteligente no es el único modelo de mujer que aparece en la obra. También es frecuente el recurso al mito de la mujer fría, frígida, incapaz de sentir deseo y/o placer así como al mito erótico o sensual de la mujer en su papel de madre.
   En segundo lugar, me ha llamado la atención el análisis del componente psicológico que conlleva el sexo. Anaïs Nin conocía a fondo el psicoanálisis, tanto por ser paciente de psicoanalistas reconocidos (como Oto Rank, discípulo aventajado de Freud) como por estudiarlo y ejercerlo. Por eso, el psicoanálisis aparece en su Diario y también en estos cuentos. Incluso llega analizar el comportamiento sexual de algunos de los protagonistas de los relatos, como es el caso de Elena. Amplía, así, la dimensión meramente sexual del cuento erótico para fundirla con su esencia más humana, con la psique, con el componente mental.
    Hay mucho análisis del comportamiento humano frente al sexo y a los sentimientos en esta obra, superando el puro relato erótico o, incluso, pornográfico. Así, la autora indaga sobre la entrega y el rechazo, sexual pero también amoroso; sobre la obsesión o, invirtiendo el orden convencional, sobre el amor que puede llegar a surgir tras el o los encuentros sexuales, el amor que viene del sexo.
    En definitiva, que se puede ir más allá de la mera descripción de citas eróticas sin dejar de resultar estimulante; que se puede hacer buena literatura por encargo y dentro de un subgénero considerado menor o, incluso, marginal y que se puede ahondar en la esencia del ser humano, sus motivaciones, sus deseos, sus miedos, sus frustraciones, sus logros, sus retos o sus sueños cumplidos también a través del sexo.
   Nos seguimos leyendo.

Ficha técnica:



Título: Delta de Venus (Delta of Venus, 1969)   
Autor: Anaïs Nin 
Editorial: Bruguera    Género: Narrativa, cuentos, literatura erótica    Páginas: 234  
Publicación  Agosto 1983 (7º edición)                      ISBN: 9788402062208




miércoles, 18 de julio de 2012

Taras para toda la vida


    Dicen que hay tantas lecturas de un libro como lectores. Yo creo que hay más, porque un libro no te cuenta lo mismo en una época de tu vida que en otra. Tus experiencias son diferentes, tu conocimiento de la realidad y de la propia literatura, tus circunstancias en ese momento… En definitiva, hasta cierto punto, no eres la misma persona. Por eso, el libro te cuenta unas cosas y no otras dependiendo de cuándo lo leas. Por lo menos, a mí me pasa.
    Por eso, polémicas y calidad literaria al margen, a mí lo que me ha contado la trilogía “Cincuenta sombras de Grey” es la espeluznante historia de Christian Grey. (¡¡ADVERTENCIA!!: No sigas si no has leído la trilogía y estás interesado en hacerlo, porque voy a destripar parte de la historia, la clave que explica todo o casi todo). Pensar en ese niño con el pecho lleno de quemaduras de cigarrillos, que come guisantes congelados directamente del frigorífico porque está muerto de hambre y no encuentra nada más que llevarse a la boca, que toca a su madre muerta y la encuentra tan fría que la tapa con su pequeña mantita de bebé para intentar que entre en calor (un poco a lo Dexter, pero si baño de sangre); ese niño que no habla, que no soporta el contacto físico, que rechaza los abrazos, que nunca ha sentido lo que es que te hagan cosquillas y reír hasta no poder respirar… me parte el corazón. La risa de mi hija es el mejor regalo que puedo recibir cada día, es la melodía que más me conmueve, que más me llena; por eso trato de que ría todos los días, de que riamos juntas al menos una vez al día. Que un padre o una madre o cualquier adulto ligado a ese padre o esa madre prefiera el dolor a la risa… me dan escalofríos solo de pensarlo. Sé que es ficción, pero, lamentablemente, hay muchos casos reales así. O peores. Y eso sí que me hace desconfiar de la raza humana.


    Nunca he entendido que alguien pueda hacerle daño a un niño, pero desde que soy madre, los casos de maltrato, abusos, abandonos… me encolerizan y angustian a partes iguales. No comprendo, no me cabe en la cabeza, no puedo empezar ni a imaginar los motivos, traumas o emociones que llevan a una persona adulta a maltratar de ningún modo a un ser tan inocente e indefenso como un niño. Justo el lunes por la noche, después de acabar la trilogía, vi una información sobre abusos a menores en el Telediario (a partir del minuto 36:20, más o menos)… y desde entonces no he parado de darle vueltas al asunto.


    Ser padre es un ejercicio de responsabilidad y de madurez, porque exige mucho. Los niños te ponen a prueba, desafían tu paciencia y tu capacidad de reacción constantemente y es necesario tener una altísima dosis de autocontrol para sobrellevar la situación. Es cierto que a esto, como a casi todo, se aprende. Nadie nace siendo un buen padre, todos cometemos errores. Pero creo que la clave está en no perder la perspectiva, en no dejarte llevar por la rabia, el enfado o el miedo que puedas sentir en un determinado momento. El amor, el respeto hacia tu hijo y pensar siempre en lo que es mejor para él son, para mí, las claves que me frenan en esos momentos, las que me ponen en mi sitio y me ayudan a pensar en esos momentos de ofuscación. Pero maltratar o abusar sistemáticamente de un niño no entra en esta categoría. No creo que sea cuestión de autocontrol pero tampoco soy capaz de imaginar qué hay dentro de la cabeza y el corazón de alguien que hace algo así. ¿Falta total de empatía? ¿Traumas propios? ¿Carencia absoluta de sentimientos? Ni idea.
    Las consecuencias pueden ser devastadoras. Grey es solo un ejemplo literario y muchos de los asesinos de series como Mentes Criminales lo son en el plano televisivo pero lo cierto es que son miles los ejemplos de realidad. Y lo peor es que no hace falta llegar a tanto. Conocí a una mujer incapaz de trabajar en nada porque el carácter autoritario de sus padres había mutilado su autoestima hasta el punto de que ella se veía inútil para hacer cualquier cosa.
A una amiga mía le pasó algo parecido. A base de bromas, de comentarios jocosos, uno de sus progenitores había conseguido que llegara a crear que no valía nada. El tono pseudo-humorístico de tales comentarios le hacía dudar así que, por si las moscas, decidió crearse un personaje, una mujer valiente, capaz, profesional que le permitiese ser valiosa en lo laboral, al margen de lo que sintiera por dentro. Y lo consiguió. Nadie cree lo que piensa y siente en realidad, porque se la ve tan segura, tan preparada, que parece imposible que sea (o, más bien, se sienta) todo lo contrario por dentro. Es lo que le pasa a Grey: se parapeta detrás del gran papel de su vida, el de presidente de una grandísima compañía, y así logra pasar el día controlando sus miedos y su ira, autocontrolándose. Pero la procesión va por dentro. Mi amiga duda de sí misma a cada instante, no se siente capaz de dar un paso porque no se cree capacitada para hacerlo. Sólo cuando se pone la máscara, sigue adelante. Grey recurre a la ira cuando la situación le supera y a las relaciones sexuales violentas consentidas y controladas. Mi amiga hace tanto uso de su máscara, que ya duda de quién es en realidad y, en el fondo, se siente una gran farsante, una gran mentira.
    Es muy difícil superar con éxito una situación de abuso, de maltrato o que, simplemente, la persona o personas sobre las que gira tu mundo, las que son tu modelo de comportamiento, las que trazan tu mapa sentimental cuando eres niño te ofrezcan patrones totalmente equivocados. Si te apartan cuando intentas demostrarles cariño, si sólo se fijan en lo que haces mal, si no te dejan crecer como persona, si minan tu autoestima, si ponen coto a tu independencia, si no sientes su amor cuando tu personalidad se está formando, tu forma de ver el mundo, de relacionarte con los demás, de querer, de empatizar, de tratar al resto de las personas tiene que verse alterada. En algunos casos, gravísimamente. Y hasta para siempre.
    Nos seguimos leyendo.

miércoles, 11 de julio de 2012

¿Quién se atreve? "Cincuenta sombras de Grey", de E. L. James

 Dice Umberto Eco:
“La moda cultural es tan esencial al proceso de la cultura que, a menudo, solo a través del reclamo de la moda recluta aquella sus líderes futuros” (Umberto Eco, La estrategia de la ilusión)
   Sinceramente, no creo que Cincuenta sombras de Grey sea un fenómeno cultural, ni tan siquiera un fenómeno literario. Más bien creo que se trata de una moda editorial, que no es lo mismo. Pero bueno, el caso es que está de moda y una, que suele sucumbir a ella, atendiendo a su máxima de "habla solo de lo que conoces", ha caído.
    Confieso que fue Eco el que me llevó directa a los brazos de E.L. James. El calor, las vacaciones escolares, la desidia veraniega no se llevan excesivamente con la reflexión semiótica y, aunque La estrategia de la ilusión es un libro ameno y relativamente fácil de leer, propone muchos temas muy interesantes sobre los que pensar. Y tengo el defecto de pensar en lo que leo. Así que el domingo por la noche, después de pasar el día con Eco, mi cerebro no daba para más, pero tenía ganas de seguir leyendo, así que sucumbí. Abrí Cincuenta sombras de Grey y empecé a leer.

   A decir verdad, a los pocos minutos estuve a punto de dejarlo. Me parecía lento, flojo, intrascendente y no acababa de entender los motivos que movían a los personajes (y, para ser sinceros, tras acabar el primer libro, sigo en las mismas; habrá que esperar al final de la trilogía). A pesar de identificarme en ocasiones con Anastasia (Ana), la protagonista (su entrada triunfal en el despacho de Grey me recuerda a mi episodio con S.A.R. el príncipe Felipe: "a sus pies, alteza"... literalmente), no acababa de entrar en la historia. Si continué leyendo fue por pura curiosidad: curiosidad por saber de qué va este libro del que tanto se habla, curiosidad por saber si es para tanto, curiosidad por descubrir si es tan explícito como dicen (que lo es). Continué y me absorbió. Y continué y continué... hasta que acabé el libro el lunes por la noche. 544 páginas en menos de un día (el lunes por la mañana no pude leer ni palabra): sí que engancha.
   Literariamente, no hay mucho que comentar: narración fluida, personajes que evolucionan a lo largo de la obra y que van desvelando (con cuentagotas) sus misterios (dejando las oportunas zonas oscuras para que te quedes con ganas de más, obviamente), una trama que avanza linealmente... vamos, sin complicaciones. Lo mejor (coincido con Jaci Alía, que ha elaborado la reseña para Anika entre Libros): los correos electrónicos que se envían Ana y Christian y las referencias a la humanizada conciencia y a la diosa interior de Ana. Son el contrapunto humorístico y sincero a la complicada relación que establecen los protagonistas y creo que cumplen muy bien la función de aligerar la sordidez de parte del relato y el erotismo del sexo explícitamente descrito. Y la conseguida ambigüedad de Christian Grey, personaje sobre el que cae el peso de la trama, por mucho que el narrador adopte el punto de vista de Ana (por cierto, también me ha gustado mucho el uso del presente: la narración en tiempo actual, en el momento en que están pasando las cosas, introduce al lector en el trama y permite compartir sentimientos con Ana, descubriendo las sombras de Grey en el mismo momento en que ella lo hace y viviendo sus decisiones a tiempo real). Christian es el gran misterio por resolver, el leitmotiv de la novela, el elemento principal del argumento. 
    Él es el que introduce a Ana (y a nosotros con ella) en el mundo de sado y el universo del amo y la sumisa, el aspecto más polémico de la obra, el que más ampollas ha levantado. Y a mí es el que más me ha dado que pensar. Porque la obra reproduce (al menos, hasta el momento; sólo he leído el primer tomo) algunos de los clichés más típicos y manidos de la cultura patriarcal: el hombre controlador y la mujer sumisa (por mucho que Ana intente rebelarse en determinados momentos), el amor como salvación y transformación, el mito de la virginidad, el hombre rico empeñado en gastarse dinero en ti, la mujer inexperta sexualmente a la que un hombre experimentadísimo abre los ojos, etcétera. Pero también es verdad que te pone en la tesitura de pensar "¿y qué haría yo si estuviera en la piel de Ana?".
    En definitiva, es un libro para pasar el rato, muy apropiado para el verano (aunque no para leer en el metro, como bien señala Pandora Rebato), del que no sabremos si, como decía Eco, abrirá caminos para la literatura futura o se quedará en una mera anécdota que, una vez pasado el temporal, caerá en el olvido. Porque lo cierto es que comentarios sí que ha suscitado, aunque no descarto que la polémica haya podido ser azuzada con fines comerciales. Habrá a quien las referencias al sado le escandalicen; sinceramente, a mí me escandaliza más la tolerancia o la indiferencia social hacia casos como el del Grey niño, cuyo pasado vamos conociendo poco a poco. 
“-¿Por qué no te gusta que te toquen? –susurro, contemplando desde abajo sus ojos grises.
-Porque estoy muy jodido, Anastasia. Tengo muchas más sombras que luces. Cincuenta sombras más.” (Cincuenta sombras de Grey. E. L. James)
   Y, desde luego, no me escandaliza un libro explícitamente sexual enfocado al público lector femenino (esa etiqueta de "porno para mamás" que le han colgado al libro): no es el primero que lo hace (no es que yo haya leído mucha novela erótica o romántica, pero ahí está Rachel Green y su vicario para demostrar que tiene sus seguidoras) y hace tiempo ya que las mujeres nos quitamos la represión sexual de encima.
    Pero lo cierto es que el libro está dando que hablar. En la web oficial de la trilogía hay mucha información y enlaces a diferentes artículos y en Divagando entre lineas, una completísima reseña, además de un sorteo del primer libro. Por haber, hasta hay una universidad que ha esbozado un retrato de Christian, atendido a las descripciones de la autora en la novela. No digo que no, pero como la imaginación es libre y cada uno tenemos la nuestra, yo le veo más como al vampiro Eric Northman, pero sin colmillos. 
    Espero comentarios sobre el libro.
    Nos seguimos leyendo.

Ficha técnica:


Título: Cincuenta sombras de Grey                          (Fifty Shades of Grey)   
Autor: E. L. James 
Editorial: Grijalbo  Género: novela, romántica, erótica    Páginas: 544  
Publicación  Junio 2012    ISBN: 9788425348839
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