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viernes, 30 de diciembre de 2016

"Maus", de Art Spiegelman: una novela gráfica impresionante



Título: Maus
Autor: Art Spiegelman
Editorial: Reservoir Books
Género: novela gráfica, histórica, biografía
Páginas: 296
Publicación: Julio 2014
ISBN9788439720713

   Maus es la biografía de Vladek Spiegelman, un judío polaco superviviente de los campos de exterminio nazis, contada a través de su hijo Art, un dibujante de cómics que quiere dejar memoria de la aterradora persecución que sufrieron millones de personas en la Europa sometida por Hitler y de las consecuencias de este sufrimiento en la vida cotidiana de las generaciones posteriores.
  Apartándose de las formas de literatura creadas hasta la publicación de Maus, Art Spiegelman se aproxima al tema del Holocausto de un modo absolutamente renovador, y para ello relata la experiencia de su propia familia en forma de memoir gráfica, utilizando todos los recursos estilísticos y narrativos tradicionales de este género y, a la vez, inventando otros nuevos. La radicalidad narrativa de esta obra marcó un antes y un después en el universo de la novela gráfica.

   Hacía muuuuucho tiempo que había oído hablar de esta novela gráfica y la tenía en mi punto de mira. Pensé aprovechar mi Reto Novela Gráfica de este año para leerla y... casi me pilla el toro. Pero al final, aquí estoy, in extremis, reseñándola.
   Y he de decir que me ha encantado. Bueno, no sé si encantar es la palabra correcta, teniendo en cuenta la temática de la obra, pero desde luego me ha impactado y me ha fascinado descubrir una historia mil veces contada (aunque no por ello pierda fuerza ni dolor) narrada de una forma diferente.
   ¡Y qué forma! No solo porque se trata de formato cómic sino por las posibilidades que el juego entre el texto y la ilustración permite, los toques metaliterarios, los continuos viajes en el tiempo y la fabulosa metáfora animal que incluye. Voy por partes.
   El juego entre texto e ilustración es propio del género pero creo que aquí es llevada a un nivel más alto. Spielgeman se autoproclama narrador testigo, creador y hasta cierto punto protagonista de la historia, como hijo del personaje central que es. Así, el autor plantea esta novela como el resultado de las conversaciones que habría mantenido con su padre sobre sus vivencias durante el Nazismo. Pero lo que más me gusta es que incluye también esas conversaciones, lo cual le da un toque humano y de verosimilitud muy importante.
   El medio expresivo permite también jugar con los recursos a su alcance (cambio de mayúsculas a minúsculas, desorden de las viñetas que obliga a leer, por ejemplo, algunos fragmentos de arriba hacia abajo en vez de hacerlo de izquierda a derecha; las expresiones de los personajes, el cambio de tipografía...) para darle profundidad estilística y estética a la novela. Y eso que la puesta en escena es bastante sobria: ilustraciones en blanco y negro y texto. Y punto. ¡Pero qué bien aprovechada está esta austeridad!
  Hablaba antes de los viajes en el tiempo como otra de las características que más me han gustado. Unos viajes en el tiempo propiciados por esas conversaciones entre padre e hijo y, por lo tanto, por ese juego constante entre el presente narrativo (el momento en el que los dos personajes hablan y los acontecimientos que les van ocurriendo en esa época) y el pasado que nos va desgranando Vladek, segundo narrador (aunque sea indirecto) de la novela. Este cambio de tiempos no resta intriga ni emoción a la historia (vale, sabemos que Vladek que sobrevive, pero ahí está la clave de su trayectoria); todo lo contrario: nos permite ver las consecuencias de lo vivido, tanto en Vladek, como en la madre de Art, también superviviente de los campos de exterminio, pero que acabó suicidándose sin más explicaciones.
    El vistazo al presente nos da la oportunidad de conocer al Vladek anciano y comprobar cómo todo aquello cambió su vida y su carácter. De vivir en un entorno acomodado en Polonia, Vladek pasó al miedo de las persecuciones, al hambre de los campos de exterminio y al nuevo comienzo que supuso el final de la II Guerra Mundial. Y todo ello le ha moldeado hasta hacerle como es. Y hay que quererle así, por muy difícil que sea convivir con él.
   Este juego de tiempos también nos permite, en un momento dado, viajar al futuro (al futuro desde la perspectiva del presente narrativo que marcan las conversaciones entre padre e hijo). Así, al comienzo de la segunda parte (en la edición que yo he leído aparecen las dos juntas pero, originariamente, la primera fue publicada en 1980 y la segunda, en 1991), la ilustración nos sitúa en el futuro en el que el padre ya ha muerto y Art está intentando acabar la novela, escuchando las cintas, documentándose, creando. Y esa imagen es espectacular, es apabullante, es de las que te golpean la conciencia: su mesa de escritor y dibujante se asienta sobre una de las montañas de cadáveres de Austwich. Una imagen que permite muchas lecturas y que nos habla de cómo el autor llegó a involucrarse en la historia, al tiempo que nos vuelve a centrar en el foco del asunto narrado: el holocausto y sus millones de muertos.


METALITERATURA Y METÁFORA


    Esta ilustración me da pie a hablar de los dos aspectos que mencionaba al comienzo de la reseña y que aún no he tocado: la metaliteratura y la metáfora. La metaliteratura aparece con frecuencia a lo largo del texto puesto que Art se pregunta muchas veces cómo enfocar la historia, cómo dibujar a los personajes, cómo continuar la metáfora que ha creado, cómo hacer vívido el testimonio de su padre. La ilustración a la que hago mención, con la fuerza que da la imagen del escritor en su mesa sobre una montaña de cadáveres creo que da buena muestra de ese proceso creativo, del dolor que puede llegar a causar, de sus motivaciones y también de sus consecuencias.
    Además, en otro momento de la novela, el autor incluye otro cómic, anterior a ella, que publicó y en el que daba su versión sobre el suicidio de su madre. Aquí nos deja no solo leer aquella obra, sino ver cómo ha influido su lectura en su padre, al tiempo que nos permite conocer algo más al propio autor.
    Y dejo para el final una de las claves más importantes de la novela: la metáfora. Como se puede ver en la portada de la obra, los personajes que aparecen en la novela no son humanos, son animales. Los nazis son gatos y los judíos son ratones. Siguiendo esa lógica, los alemanes que delataban a los judíos son cerdos y los americanos que liberaron los campos, gatos. Una manera de significar sin necesidad de palabras, de mostrar muchas cosas sin decirlas.
    Y la ilustración de la que hablaba profundiza en la metaliteratura y en esa metáfora porque justo ahí se ve que el autor es humano pero tiene una careta de ratón sobre la cara. Es el único momento en el que ocurre y tiene una fuerza brutal. Despierta muchas reflexiones y muchas preguntas. Y, desgraciadamente, también muchas respuestas.
   Así pues, Art Spielgeman es capaz de ofrecernos una obra que nos habla de un tema archiconocido pero con una nueva dimensión: la que da el trabajar con ilustraciones y texto, por un lado, y la que permite ser hijo de un superviviente del holocausto. Ahí es nada.
  Nos seguimos leyendo.
   Incluyo este libro en los siguientes retos:
  •  Reto Novela Gráfica3/3

lunes, 19 de diciembre de 2016

"Reencuentro", de Fred Ulhman: una novela que es un flechazo



Título: Reencuentro
Autor: Fred Ulhman
Editorial: Tusquets
Género: novela corta, histórica
Páginas: 128
Publicación: 01/01/1987
ISBN978-84-7223-241-9

   Dos jóvenes de dieciséis años son compañeros de clase en la misma selecta escuela de enseñanza media. Hans es judío y Konradin, un rico aristócrata miembro de una de las más antiguas familias de Europa. Entre los dos surge una intensa amistad y se vuelven inseparables. Un año después, todo habrá terminado entre ellos. Estamos en la Alemania de 1933, y, tras el ascenso de Hitler al poder, Konradin entra a formar parte de la fuerzas armadas nazis mientras Hans parte hacia el exilio. Tan sólo muchos años después, instalado ya en Estados Unidos, donde intenta olvidar el siniestro episodio que los separó amargamente, y en principio para siempre, «reencuentra» Hans, en cierto modo, al amigo perdido. Esta pequeña obra maestra resurge hoy con la misma capacidad de conmover que cuando se publicó por primera vez en 1960. Su repentino e inesperado enorme éxito le ha merecido ser finalmente traducido y leído en el mundo entero.

   ¡Cuánto me gustan las novelas que no son lo que parecen! Esas que parece que están contando una cosa y, en realidad, te están queriendo decir otra. O esas en las que el final cambia la perspectiva de todo lo leído, o de una parte. O de un personaje. O de una historia. Esta es una de esas novelas. Es corta y certera y tiene un final tan impactante que no he podido dejar de compararla con un flechazo: raudo y directo al corazón. 
   Llegué a ella gracias a Alejandra, mi bibliotecaria de cabecera, tras preguntarle por un libro cuyo autor tuviera un apellido que empezara por U (una de las letras que más me cuesta encontrar siempre para el Reto Autores de la A la Z; elegir a Unamuno todos los años... no es plan). "¿Que no has leído a Ulhman??!!!", me dijo, sorprendida. "Pues tienes que hacerlo. Ya verás". Y ya he visto. ¡Vaya si he visto!
    La narración en primera persona nos va descubriendo el universo de Hans, un judío alemán, en la Alemania de 1933. Tímido y reservado, Hans no tiene muchos amigos así que cuando llega Konradin, nuevo en la escuela y casi tan apocado como él, ve en él la posibilidad de hacer un amigo. Y así es. La primera parte de esta corta novela nos descubriendo la relación que irá naciendo entre ambos. A base de retazos y de episodios, Hans nos va contando los encuentros (y algunos desencuentros) con su nuevo amigo.
    La segunda parte, sin alejarse de lo personal, de la intrahistoria de los dos amigos, abre la puerta a la Historia con mayúsculas. Y, así, el ambiente prebélico, la ideología nazi, la incredulidad de los judíos ante lo que estaba por venir... se va colando en las páginas de la novela, llenándola de un contenido bien diferente.
    Finalmente, hay una tercera parte, muy breve, que casi funciona como epílogo, en el que Hans cierra la historia, años después, y nos desvela el final de muchos de sus amigos, la trayectoria de sus padres y, claro está, la de él mismo. Y en ese cierre, concretamente, en la última frase (así que no te aconsejo que la leas si eres de los que le echa un ojo al último párrafo de un libro cuando lo está leyendo) está el dardo, la flecha, el puñal que se clava en el corazón y en la conciencia y que le da un nuevo sentido a lo leído.
   Me ha encantado el ritmo de la novela, suave y lento, como si no pasara nada, y ese final que rompe toda la percepción que el lector tenía de ella. El autor consigue que te confíes en esa historia de amistad que avanza al mismo ritmo pausado que la propia narración y, aunque el título (ese reencuentro que va pesando en la historia como una losa, porque no sabes cuándo, ni dónde, ni en qué condiciones se va a producir, a pesar de que intuyes que tendrá lugar y que será importante porque, si no, ¿a qué viene el título de la novela?) va condicionando de alguna manera la lectura, no te prepara para lo que llegará al final. Así que la sorpresa y, diría yo, la conciencia, la reflexión, la hora de las preguntas y de las respuestas del propio lector, se abren justo cuando se cierra el libro.
   Esto no quiere decir que no haya reflexión a lo largo de sus páginas. El lector, conocedor de la historia (o, mejor dicho, de la Historia), va hilando sus propias sensaciones y pensamientos a medida que va leyendo las vivencias (tan normales, tan alejadas de los titulares, tan humanas) de los personajes. Pero el narrador (y, por lo tanto, el autor) no siembran la lectura de comentarios ni de reflexiones a posteriori, como sí ocurre en otras novelas. Esos comentarios tipo "no sabía que aquella amistad cambiaría su vida para siempre", que pretenden fomentar la intriga pero que a veces llegan a ser agotadores, no aparecen aquí. Y, la verdad, creo que no los necesita. Creo que Ulhman considera que el lector es lo suficientemente inteligente como para ver esos comentarios que podrían haber estado donde no hay más que narración e argumento.
   Así pues, me ha encantado esta pequeña historia que es tan grande. Esta pequeña historia que parece inocente y no lo es en absoluto. Esta novela corta que humaniza una parte de la Historia y que nos habla de los seres pequeños, de las personas que protagonizaron sus capítulos (para bien y para mal) pero nunca serán recordados, que nunca aparecerán en las enciclopedias. Esos seres pequeñitos que vivieron y sintieron, que quisieron y que sufrieron.
  Nos seguimos leyendo.
   Incluyo este libro en los siguientes retos:
  •  Reto Olvidados29
  •  Reto Autores de la A a la ZU 25/26

martes, 31 de mayo de 2016

"La habitación de los niños", de Valentine Goby: un relato desgarrador de una verdad terrible

http://siruela.com/catalogo.php?id_libro=3016&completa=S


Título: La habitación de los niños
Autora: Valentine Goby
Traducción: Isabel González-Gallarda
Editorial: Siruela
Género: novela histórica, intimista
Páginas: 200
Publicación: Marzo 2016
ISBN: 978-84-16638-69-7

  1944, campo de concentración de Ravensbrück. Cuarenta mil mujeres libran una batalla diaria por la supervivencia en un universo en el que la vida no tiene cabida. Pero siempre hay un espacio para la esperanza: la habitación de los niños.
  Mila, una jovencísima militante de la Resistencia francesa, es deportada a Ravensbrück tras ser detenida en una acción clandestina. Al igual que las demás prisioneras políticas, se siente aliviada al saber que no será condenada a muerte, pero lo ignora todo sobre el viaje que le aguarda y las normas necesarias para sobrevivir en su futuro lugar de confinamiento. Gracias a la solidaridad de las compañeras y a una tenacidad inquebrantable, Mila conseguirá vislumbrar un rayo de luz en mitad de las tinieblas al descubrir el Kinderzimmer, un barracón destinado a los recién nacidos; un lugar lleno de vida en mitad de un paisaje de desesperación al que la protagonista se aferrará con todas sus fuerzas, por ella y por el niño que lleva en su seno.
  En esta intensa y conmovedora novela, convincente recreación de uno de los más dramáticos episodios de la historia del siglo XX, Valentine Goby consigue articular lo indecible, transmitiéndonos todo el coraje y la esperanza de un grupo de mujeres anhelantes de libertad.
   Mira que he leído libros duros, que he leído libros sobre la II Guerra Mundial, el nazismo y los campos de concentración y mira que he leído libros duros sobre esa temática (jamás olvidaré La bibliotecaria de Auswitch o Y tú no regresaste)... pero creo que pocos como este. Me atrevería a decir que es el libro más duro que he leído en mi vida. Y es cierto que nuestra sensibilidad (en general o hacia un tema en concreto) en el momento en el que leemos un libro es determinante, pero este libro es duro lo leas cuando lo leas. Es más, recomiendo leerlo (porque recomiendo leerlo, y lo hago, además encarecidamente) en una época de estabilidad, tranquilidad y felicidad. Porque si no... En fin, no sé qué podría pasar si no tienes el estado mental adecuado para enfrentarte a lo que nos cuenta Valentine Goby.
    Aunque, pensándolo bien, más que contarnos, Goby  nos lleva al campo de Ravensbrück y logra que compartamos sensaciones con quienes llegan a él al comienzo del libro (Mila y su prima Lisette). Y uno de los métodos mediante los que consigue meternos en el campo, en el horror que vivieron las 132.000 personas que se calcula que estuvieron presas en él, es el uso del lenguaje y el estilo en el que nos llega la historia. Por un lado, el narrador en tercera persona omnisciente pretende ser aséptico y mostrarnos la realidad tal cual es, sin paños calientes, sin medias tintas, si eufemismos. Pero, en ocasiones, utiliza una segunda persona que viene a ser una especie de conciencia de Mila, alguien que a veces le recrimina, a veces le aconseja y muchas veces le da ánimos para continuar.
     El estilo (pulcro, desnudo, parco y tremendamente certero) también favorece esa impresión de asepsia que hace que el texto duela. Pero, a veces, ese estilo pulcro se contagia por unos toques de poesía que no embellecen el momento si no que hacen duela aún más. Todo ello consigue no solo que te involucres en lo que se cuenta sino que reflexiones sobre cómo te han contado este mismo cuento otras veces, cómo se han suavizado algunas aspectos, cómo se han poetizado otros e, incluso, cómo en ocasiones se han regodeado en los puntos más dramáticos pero olvidando que ese dramatismo le pasó a alguien, que hubo un ser humano detrás de ese dolor.
   Y aquí no ocurre eso. Aquí no se pierde el punto de vista humano (para lo bueno pero también para lo malo) en ningún momento. Siempre ves que ese dolor, ese bastonazo, ese robo, esa muerte, ese castigo; esa esperanza en la libertad le ocurre a alguien, hace que alguien sienta y, por lo tanto, tú también lo sientes.
      Como también sientes (porque la autora es capaz de hacer que lo sientas) la incertidumbre que siempre provoca que te hablen en un idioma que desconoces. Cuando Mila y Lisette llegan a Ravensbrück, uno de sus primeros problemas es acatar una serie de órdenes que no comprenden. ¿Cómo obedeces a quien no entiendes? Pero Goby mantiene ciertas palabras en alemán durante todo el texto, por lo que la reflexión sobre el lenguaje y los límites que nos marca en el conocimiento del mundo continúa vigente durante toda la obra. Y su incomprensión (¡qué fácil lo tenemos hoy con internet!) favorece esa sensación de miedo, de ausencia, de temor a equivocarse y a sus consecuencias.
    Goby recrea, pues, de manera soberbia pero terriblemente descarnada, la realidad de las 40.000 mujeres con las que compartió espacio esta Mila inventada pero que podría haber sido cualquiera de ellas. Cualquiera que tenía una vida, que luchó por lo que creía justo y que acabó convertida en un esqueleto humano y sin dignidad alguna. Cualquiera que llegó a Ravensbrück con un hijo creciendo en el vientre y que tuvo que parir de cualquier forma entre el frío, la mugre, los piojos y el hambre. Cualquiera que tuvo que luchar por sacar a su hijo adelante y ver cómo otros niños morían tras los tres meses de esperanza de vida que concedía a los recién nacidos la forma de vida en el campo. Cualquiera que perdió a alguien allí, cualquiera que se preguntó si le quedaría alguien fuera, cualquiera que perdió la esperanza y cualquiera que se agarró a la más mínima señal para seguir viviendo. 
     En definitiva, un libro tremendo, muy difícil de leer pero que todos deberíamos leer. Un libro que nos hace sentir y reflexionar y, sobre todo, desear que todo aquel horror no se vuelva a repetir. Jamás. 
     Nos seguimos leyendo.
   Incluyo este libro en los siguientes retos:
  •  Reto 100 libros: 48/100
  • Reto Genérico: 28 (1/1 histórico de pasado reciente)/40
  • Reto Mujeres Laureadas: 3/5 (Premio de los Libreros franceses 2014)
  • Reto Yincana Histórica: 4/35
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