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30 de abril de 2020

Génesis, Covid.19


Y el Papa dijo amén en la plaza vacía
y nadie respondió desde las nubes
y nadie respondió desde el espejo
porque todas las voces estaban bajo tierra
dulcemente acunadas por dejar de existir.


Y la Bolsa se hinchó como un pulmón
y contó las monedas del oxígeno
y desvió su aire hacia unas islas 
amarradas al mar con puntos de sutura
donde sólo hay lagartos y excepciones.

Y todos los países fueron uno
pero por sobre todo cada cual
porque muchos debieron elegir
entre virus y panes y unos pocos guardaron
un trozo de futuro en la nevera.

Y los supermercados se poblaron
de animales en busca de animales
de familias pastando todas blancas
en un campo de alcohol papel y plástico
y los guantes tecleaban el código del miedo.

Y cada sanatorio fue tormenta
y los techos llovieron y las puertas volaron
y el hilo de la vida se hizo nítido
y en los pasillos iba y venía la verdad
sin que nadie pudiera preguntarle.

Y las abuelas los abuelos vieron
con sus pieles de redes pescadoras
con las manos manchadas de memoria
con los ojos cegados de tanta lucidez
transformarse el derecho en aritmética.

Y la tecnología se hizo cuerpo
en quien ya la tenía y fue fantasma
para quienes tan sólo tenían cuerpo
y cantamos canciones que rimaban
y dijimos que nunca olvidaríamos.

Y muy pronto las voces nos quedamos calladas
en el lugar de siempre en los rincones
con zumbidos de mosca en un limbo diabólico
que es frontera entre el canto y el silencio
entre el luto y la amnesia de estar vivos.

30 de septiembre de 2018

Conversación en tres tiempos


Al niño que se fue le diría en voz baja:
esa rabia se puede dibujar, 
los muñecos que robes harán ruido, 
un hemisferio tuyo va a ser huérfano. 

Al joven que ya dejo le diría:
no creas que en el tiempo hay un mensaje, 
correr es impuntual,
elijamos camisas de colores absurdos. 

Al viejo que seré le pediría
que me recuerde así, arrugando papeles
para tantear su cara, 
que por favor me cuente si va a venir despacio.



[Del nuevo poemario Vivir de oído (La Bella Varsovia). Más aquí.]

14 de junio de 2016

Viajar de oído

Un Borges que me conmueve particularmente, y acaso no tan explorado, es el turista anciano que recorre medio mundo con su ceguera a cuestas. Ese que viaja de oído, a bordo de una elipsis permanente. Escuchando, palpando, oliéndolo todo. Deduciendo el lugar que visita. Ese que dicta breves, sagaces notas en los aviones hasta componer Atlas: un librito tan fragmentario en su escritura como unitario en su concepto, a caballo entre el poema en prosa y la crónica súbita. Ese Borges que entra en la Alhambra para descifrar el braille de las paredes. Que regresa a Ginebra para formular su teoría sobre las ciudades tímidas. Que pisa el desierto egipcio, se agacha trabajosamente para apretar un puñado de arena y, al dejarlo caer de nuevo, susurra: «Estoy modificando el Sahara». Ese último Borges que sintetiza el ínfimo, inconfundible rastro que dejamos al caminar.

19 de mayo de 2016

Nuevos apotegmas casuales de mi nonagenaria abuela Dorita


Yo más bien viajo alrededor de mi cráneo.

                                                *

A estas alturas no me acostumbro a nada, querido: sólo tengo malas costumbres arraigadas. 

                                                *


Estar así de sola es el caldo de cultivo del pensiero, ¿viste? 

                                                *

Soy la señora holachau. ¡Toda la vida despidiéndome!




[otros célebres apotegmas de mi abuela: unodos y tres]

16 de mayo de 2016

Más apotegmas casuales de mi nonagenaria abuela Dorita



No es que me acuerde de muchas cosas, es que todo lo que ustedes me preguntan cae en el veinte por ciento de lo que sí me acuerdo.

                                                *

El resumen es el total, querido. 

                                                *


¿Violenta, la película? Sí, bueno, yo qué sé: lo justo y necesario. 

                                                *

Acá sigo, por lo menos, de este lado del mostrador.




[otros célebres apotegmas de mi abuela: uno y dos]

20 de julio de 2015

Cuatro nuevos apotegmas de mi nonagenaria abuela Dorita



Yo ya no tengo etcétera.


                                                *

Qué largo es el partido y qué corto se hace.

                                                *

Es un ascensor inteligente: si no lo llamás, no viene.

                                                *

¿Adónde habrán ido todos mis años? Muchos se fueron -señalando a mi tía vestida con un jersey pistacho- a eso parado de verde.



8 de marzo de 2015

Cinco apotegmas de mi nonagenaria abuela Dorita



Una, a su edad, más que una persona es un período histórico.

                                                *

Yo ya no camino, más bien dejo que la inercia actúe sobre mí.

                                                *

Como apenas puedo moverme, procuro cultivar la nonchalance.

                                                *

El arte de ser vieja consiste en no pasar de la tranquilidad a la paz del cementerio.

                                                *

Hoy el mundo, lo sé bien, se ha llenado de viejucos hinchapelotas.


25 de septiembre de 2014

Dos sillas para Amis (y 4)

Respecto a su método de escritura, el joven Amis reivindicó el vodka-tonic como herramienta para estar «un poco más consciente». El Amis actual matizó que escribir es un acto más inconsciente, y también más físico, de lo que creemos. «Se escribe con el cuerpo», sintetizó, «y nuestro cuerpo es cada vez más viejo». Quizá fuera impresión mía, pero me pareció advertir que su mano izquierda temblaba un poco y él trataba de retenerla, obligándola a agarrarse siempre a algo. Ahora el entrevistador y los dos Amis conversaban sobre la muerte. El actual observó que la esencia de la juventud residía en mirarse al espejo y pensar: «Afortunado tú, listo tú, eso a ti no va a pasarte». El entrevistador finalizó interesándose por su disciplina diaria. «Es usted un adicto al trabajo», lo elogió. El joven Amis replicó: «No. Soy un adicto». El Amis actual se limitó a guardar un elocuente silencio. Instantes después empezaron los aplausos, y él se levantó y se alejó caminando con algún esfuerzo. Sus dos asientos volvieron a quedar vacíos.

23 de septiembre de 2014

Dos sillas para Amis (2)

La sesión que más me atrajo de todo el festival fue la denominada Re-entrevista a Martin Amis. El punto de partida era genial: repetirle al invitado exactamente las mismas preguntas que había respondido hace veinticinco años para la revista Interview, fundada por Andy Warhol, con el fin de asistir a sus reacciones, comentarios y cambios de opinión. La radical ironía de Amis resultaba ideal para esta puesta en escena basada en la distancia. Llegué temprano a The New School, cerca del distrito de Meatpacking, que hoy se ha convertido en otro ejercicio de reescritura: la apropiación de cierta periferia para volverla cool y lucrativa. En la primera fila había varias butacas con un letrero donde podían leerse, tres veces consecutivas, los nombres de Martin Amis y Salman Rushdie. Como una ausencia al cubo o una performance sobre los múltiples egos de un autor. Por fin se levantó el telón. La entrevista correría a cargo del ex director de Granta, mientras un actor interpretaría al joven Amis, entonando sus respuestas pasadas frente al Amis actual. Es lo más parecido a debatir consigo mismo que un autor estará nunca. El locutor anunció el acto como una oportunidad para rectificar, en vez de para reflexionar sobre las transformaciones que opera el tiempo. «Volver atrás, revisitarse y corregirse», exclamaba. En otras palabras, el locutor parecía creer que somos una sola persona a lo largo de toda nuestra vida.

30 de marzo de 2014

La casa y el viento

De visita en la hospitalaria Oklahoma, tierra de vientos y trenes, me entero de que pronto empezará la temporada de tornados, que en algunas zonas del estado pueden ser verdaderamente destructivos. Nadie a mi alrededor parece asustado por eso, o todos parecen haber aprendido a asustarse sin que nadie lo note. En la localidad de Moore, me cuenta una ancianita llamada Philis, varias casas vuelan cada año. Le pregunto cómo hace la gente para seguir viviendo allí. «Vuelven a construir sus casas, señor», me responde la anciana. ¿Y si al año siguiente vuelven a perderlas? «Entonces las construyen de nuevo, señor.» ¿Y por qué no se mudan a otro pueblo? «Porque esa es su casa.» Philis me sonríe y el rugido de un tren se lleva su siguiente frase hasta donde sólo el viento puede oírla.

5 de febrero de 2014

El hombre que descolgaba sus poemas

La primera vez que lo escuché, una noche en Granada, me llamó la atención el modo peculiar en que el maestro José Emilio Pacheco recitaba sus poemas, que no era precisamente su actividad preferida. Ya lo había dejado escrito: «Si leo mis poemas en público/ le quito su único sentido a la poesía:/ hacer que mis palabras sean tu voz». Es el pretexto más elegante que he leído para justificar la timidez. Además de una cierta desgana irónica al pronunciar sus versos, como si no terminaran de gustarle o estuviese a punto de corregirlos, Pacheco tenía otra costumbre teóricamente aberrante y que en él resultaba natural. Sin alterar el tono, interrumpía la lectura en cualquier punto y se ponía a comentarla, aclarar el sentido de una palabra o contar alguna anécdota. Pacheco descolgaba sus poemas como un cuadro, se daba un paseo y volvía a colgarlos cuando le venía en gana. Se trataba de un conversador artístico, y por tanto sus textos eran sólo una parte de sus creaciones verbales. Finalizado aquel recital, tuve la fortuna de charlar con él y, al mencionar un precioso inédito que acababa de leernos, susurré estúpidamente mi duda acerca de si una mecha aloja la llama o quizá la sostiene. Mientras me arrepentía de inmediato por mi juvenil atrevimiento, Pacheco empezó a dar saltos y exclamaciones y corrió a buscar una bolsa donde guardaba cientos de hojas. Una bolsa de plástico blanca, parecida a las de las fruterías. Entonces los políticos de turno, antes de llevárselo a su cena oficial, tuvieron que esperar a que el maestro Pacheco, garabateando sobre una pared como un niño de sesenta y tantos años, terminara de reescribir la metáfora. Maravillado, aquella noche pedí el deseo de envejecer como él: cada vez más curioso, más inquieto. Unas horas antes, Pacheco había sufrido una seria descompostura. De camino al hospital, había mirado al concejal y le había dicho: Me estoy muriendo, Juan, perdón por las molestias. Poeta de guardia, supo prestarle siempre más atención al verso que al protocolo. Si le pedimos que descanse en paz, es muy probable que su voz responda pensativa: ¿pero eso no es una redundancia? 

17 de enero de 2014

Neruda, fiesta y silencio (y 3)

Las casas de Neruda suscitan aforismos en sus visitantes. Más que lugar de reposo, un hogar es un espacio de mutaciones, en obsesiva construcción. Todo mirador tiene algo de barco: observar ya es desplazarse. Cada habitación merece ser espacio de amistad, así será poblada desde el suelo hasta el techo. El sabor del agua mejora en copas de colores, quizá porque cualquier placer tiene algo de sinestesia. Toda casa es un laberinto; su habitante también. Por lo demás, resulta llamativo que un hombre de cierta edad y con creciente sobrepeso insistiera en construirse siempre hogares altos, intrincados y difíciles de trepar. Su dueño jamás pareció pensarse débil, inválido o anciano al diseñarlos. Como si encaramarse fuese un atributo suyo. Eso también funciona a modo de autorretrato. En las casas de Neruda abundan tanto los sofás, mesitas y ventanas, los rincones ideales para leer o escribir, que imagino al poeta encerrándose finalmente en el baño, huido de sí mismo y sus voraces estructuras.

9 de marzo de 2013

La importancia de la nariz

Al maestro Medardo Fraile (1925-2013) uno le envidiaba todo menos la edad. Si a mí se me hubieran ocurrido el título y los relatos de Cuentos con algún amor, me habría dedicado a pescar por las tardes. A semejanza de su propia definición del género breve, Fraile te hace «meditar con suavidad» y te persuade de cualquier cosa, incluido lo invisible. Lejos del costumbrismo tradicional, el suyo era una especie de realismo travieso. Como explica Ángel Zapata en el prólogo a sus cuentos completos, cuando Fraile describe un bar nos ofrece más bien la ausencia del bar. Aquello casual, aéreo y contingente que puede haber alrededor: todo menos el bar. Su obra es el desarrollo de un minucioso plan de distracción. La mirada tierna y elusiva de Fraile podría resumirse en esta mínima observación que suelo recordar: «La estuvo mirando tres minutos; dos de ellos los dedicó a la nariz». Toda vida dura unos pocos minutos. Pero la nariz del autor conservará su olfato narrativo para siempre.

15 de febrero de 2013

De limón

Acabo de comprarle un helado a mi padre. Él me sonríe feliz. Nada más que decir del tiempo. 

11 de febrero de 2013

Fausto en la caverna

Fáusticamente, escribió Eugenio Trías en su Prefacio a Goethe: «Enemigo y amigo a la vez, el Tiempo fija un límite a la acción, obliga a la determinación, establece un dique a la omnipotencia del deseo: fija un pacto que permite el pasaje de lo posible a lo real». Durante sus últimos años, Goethe experimentó una atracción más romántica que su propia juventud. Con la monstruosidad que le era propia, Goethe no vivió su ancianidad como vida realizada, sino como tentación de eternidad. Amó, escribió y planeó con desmesura. A lo largo de su obra, observa Trías, «magnificó la acción. Y sin embargo, ¿no se hallan todos sus personajes aguijoneados por la duda?». Como todo gran lector, Trías tanteó un autorretrato en aquello que leía. A ese efecto, ciertos clásicos son espejos abismales. En sus Conversaciones con Goethe, Eckermann compuso un duelo de vampiros donde el discípulo se somete al maestro para sorber su sangre, mientras el anciano se deja exprimir sabiendo que necesitará la fuerza del joven para concluir sus trabajos. Desde extremos opuestos de la vida, ambos son Fausto y se defienden del tiempo. La descripción necrófila del cadáver de Goethe es digna de una novela gótica. Enamorado, triste y victorioso, el discípulo Eckermann ha sobrevivido al cuerpo del maestro, a costa de cargar con su fantasma. Enfermo hacía tiempo, Trías falleció ayer. Parece inconcebible que se muera la gente a la que leemos, igual que nos asombra subrayar pensamientos póstumos. Sus ideas continúan resonando en nuestras cabezas mortales. Como un juego de ecos que cambian de caverna, pero jamás se extinguen.

20 de agosto de 2012

De la dulzura

Esta tarde he ido al cine con mi abuela, a quien acaban de diagnosticarle una seria enfermedad, y la he visto sacarse de la boca, a escondidas, el caramelo que yo le había dado, envolverlo en un pañuelo y continuar mirando la pantalla sin siquiera parpadear. A mi abuela no le gusta comer caramelos, pero sí recibirlos. 

10 de agosto de 2012

Mafalda muda

El joven Quino cumple ochenta. Mafalda algunos menos, aunque ya va teniendo edad de criar nietos de su edad. La modesta épica de clase media que ilustra (y parodia) la serie explica, en parte, su poder de identificación. Otra razón más narrativa se encuentra en su multiplicidad de registros. Mafalda finge ser la protagonista estelar, pero estructuralmente es un hilo conductor. Lo crucial no son tanto sus intervenciones como sus interlocutores. Aunque tenga vocación de cuento, sus variopintas amistades la obligan a novelizarse, y en esa ramificación de voces se vuelve irresistible. Como lector, que un personaje tenga siempre una respuesta trascendente para todo me produce una mezcla de admiración e irritación. A veces no saber qué pensar sobre la realidad resulta más expresivo que impartir aforismos morales. Por eso mis mayores simpatías fueron desde el principio para Felipe, existencialista tímido, conmovedor en sus búsquedas y sus dudas. También me atrae la impaciencia de Guille, su capacidad para reflexionar y, en el cuadro siguiente, patear una tortuga. Los diálogos de Mafalda son memorables. Pero el Quino que más me entusiasma es el de sus otros álbumes, el mudo. Ese que nos delata sin panfletos, desnudando nuestra ideología en elocuente silencio.

(resumen del artículo publicado en Revista Ñ, 20-07-2012)

4 de julio de 2012

Padre pan

Encuentro un vídeo donde José Viñals recuerda, o saca del horno, a su padre panadero. Viñals fue mi maestro literario. Lo conocí a los 15 años, cuando no le hacemos caso a nadie pero tanto necesitamos consejos. Él me enseñó a discutir cada coma. A preguntarle al personaje. A ser respetuoso con la gramática y atrevido con la forma. Por violencias de la historia y también por vocación nómada, tuvo innumerables domicilios en Buenos Aires, Bogotá, Madrid, Jaén, Valencia, Málaga. Quizá se mudaba para volver a escribir desde cero. La última vez que lo vi, me recibió con su copa de coñac y su máquina de oxígeno. Le pregunté cómo se sentía. Él me contestó que se sentía atado a diez metros de cable. Pero que, cuando estaba optimista, pensaba en la ecuación del radio y la circunferencia y le salían más metros. Nos despedimos desdramatizando. Dije: ¡Descanse, general! José exclamó: ¡Descanso general, eso voy a tener! Su libro póstumo se titula Pan. Lo escucho recitar sobre su padre: «No tuve altura suficiente para darle la mano». Llegué a darle un abrazo a mi abuelo hipotético, al poeta panadero Viñals. Y es como si siguiera faltándome algo en los brazos.

15 de mayo de 2012

El apetito de Fuentes

Algo fantasmagórico sucede con el Boom. Mientras a García Márquez le inventaban una muerte en la Red, sus libros resucitaban en la feria de Teherán. Y, mientras Carlos Fuentes anunciaba que iba a empezar un libro, se le terminó la vida. Nunca tuve ocasión de tratar a Fuentes. Una vez le di la mano en Guadalajara. Saludaba mirando a los ojos y apretando. Transmitía una mezcla de ambición y sosiego. No parecía alguien que lamentara ser quien era. Tommasso Debenedetti, humorista italiano de inverosímil nombre y autor de la falsa noticia sobre Gabo, es experto en mentir entrevistas. He leído inmejorables entrevistas imaginarias, como las de Papini en Gog, las de David Foster Wallace en Brief Interviews with Hideous Men o las de Kurt Vonnegut en God Bless You, Dr. Kevorkian. Hoy en cambio nos parece inventada la entrevista real con Carlos Fuentes que, hace apenas 24 horas, publicó El País. En declaraciones casi póstumas, Fuentes dijo que bailaba, que tenía planes y que no tenía miedo. Abro Cambio de piel por el final. La penúltima línea todavía repite: «Sé que su apetito no está satisfecho».

14 de febrero de 2012

Quedarse mudo

Algunas de las mejores películas que he visto son mudas. Basta nombrar Nosferatu, La pasión de Juana de Arco, La quimera del oro o The Unknown. El cine mudo partía de una intensa paradoja de fondo: tenía el afán de la explicación (subtítulos, gesticulaciones, énfasis musicales) y la virtud de la elipsis. La omisión de un elemento básico potenciaba sus demás recursos. Trabajaba a partir de una carencia. Eso se llama estilo. The Artist no habla tanto del cine mudo como del paso del tiempo. Del ruido abrumador que hace en nuestra cabeza darnos cuenta de que envejecemos. De que nuestros sentidos también pierden vigencia. Quizá por eso la última palabra que se escucha en la película sea «¡Silencio!». El protagonista, la antigua estrella, cree que su tradición es superior. Que hoy se ha perdido el gusto. Hasta que empieza a intuir, a puros martillazos de presente, los límites de su propia estética. Y, como en una pesadilla lúcida, comprende que el lenguaje ha cambiado. Estreno históricamente oportuno, la película trasciende el culto al vintage para sugerir un posible destino para las artes analógicas. Da vértigo pensar no ya en su caducidad, sino en futuros tiempos, quizá no tan lejanos, en que las actuales generaciones digitales sentirán que el mundo ha dejado de comprenderlos. Y que internet era mucho más humano, cálido y artesanal que eso de ahora. Eso que desconocemos.