En Turín, junto a la Piazza Carlo Alberto, me topo con la casa donde vivió Nietzsche. Aquí escribió sus páginas más cercanas a la lucidez de la enajenación, o la enajenación de la lucidez, incluyendo su autobiografía. El reciente volumen Escritos de Turín reúne inéditos de entonces. Una lápida conmemora, con inconfundible léxico fascista, el primer centenario de Nietzsche en 1944, durante el ocaso de Mussolini: «En esta casa conoció la plenitud del espíritu que roza lo desconocido, la voluntad de dominio que suscita el héroe...». Un homenaje otoñal a la locura mientras Europa luchaba por recuperaba la cordura. La fecha de la inscripción me sobresalta: 15 de octubre. Igual que hoy. Al borde de la lápida, alguien ha dejado una rosa. Blanca. Fresca. Leo la etiqueta: «Rosa Fiori. Corso Allamano». Pregunto dónde está eso. «Lejos», me dicen, «lejos». ¿Se marchita el fascismo? Nietzsche, no.