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29 de mayo de 2020
Salir
Salir por fin a la calle tras el confinamiento, no con sensación de libertad pero sí de cierta amplitud, me resultó una experiencia vagamente onírica: todo lo real parecía una frágil representación, un simulacro de algo que estaba a punto de desvanecerse de nuevo. Moviéndome por ese espacio recuperado no sentí alegría ni euforia, sino una asombrada vulnerabilidad, una emoción subterránea. Lo más memorable fue encontrarme a distancia con mi padre, que es enfermo cardíaco, después de meses sin vernos. Nos saludamos a la nipona en un parque cualquiera, nos sonreímos sólo con los ojos y nos pusimos a caminar juntos, en paralelo, mirando fijo al horizonte.
13 de febrero de 2019
Como niños muy viejos (y 2)
Enlazada con estas tensiones, la invocación matriarcal recorre todo el libro desde distintos roles y edades. Si, históricamente hablando, en el nombre del padre heredamos verdades absolutas, aquí se admite el susurro disidente de las dudas. Y también el arte de la artimaña. O ardid, palabra casi perdida con un toque de astucia, juego y fuego muy a tono con sus versos. «¿No era esto madurar?», se interroga Rosa Berbel, «¿elegir cosas/ y esconder la elección a los demás?» Hablamos de poemas de formación donde el crecimiento es moral, físico y narrativo. Se hace balance de lo aprendido. Se reconocen las mutaciones del cuerpo. Y se genera una distancia temporal, un espacio de observación que no existía antes de su escritura. No es tanto que en estos versos la adolescencia haya quedado muy atrás, como que se la ha dejado definitivamente atrás porque ha sido escrita. La autora maneja con agudeza el poder de este recurso. En el camino, asistimos a los cruces de lo íntimo y lo público, a lo político que asoma eludiendo el panfleto. Crecer es «andar más, con más miedo,/ por calles más vacías». Esta inquietud —por desgracia tan contemporánea— reaparece y se desarrolla en “Sisterhood”, que tiene la virtud de funcionar como conversación familiar, de cama a cama, y como himno colectivo, de experiencia a experiencia. Similar resonancia logra “Retrato de familia”, donde leemos: «Este diálogo, eterno de mudos/ y de sordos, de vivos y de muertos,/ se despliega infinito/ en el salón». En el salón o, se nos cuenta, en los trasteros. Los sótanos del patriarcado. Allí donde iniciarse no es cuestión de interiorizar el deseo propio, sino de asumir la violencia ajena. En ese texto que da título al libro, la niña reformula el conflicto de decir la verdad. ¿Aprendió a no decirla? ¿Quiso decirla y no pudo? ¿O la está diciendo ahora, cuando rompe su silencio? Quizá por eso las niñas de estos poemas se esconden debajo de la mesa. Debajo de la mesa, falso techo conquistado, pequeño cielo propio, está el único refugio de una infancia que se estaba preparando para salir, construirse un cuarto y hablar. Y que por suerte ha hablado. Ya lo creo que ha hablado.
4 de octubre de 2017
No tarda en irse
de dos gomas violetas que apretaban un ramito de espárragos:
una felicidad pequeña, variedad jardín, nada que ver
con la conversación inmensa y de piernas cruzadas que tuvimos
en la cama unos diez años atrás, o cuando apareció
como un espacio fino en una boca ligeramente abierta
que escuchaba a un amigo culpando a los demás
con una precisión casi cruel; la sensación de ser reconocido
al hacerse un espacio en esa boca que fue felicidad.
Estaba la felicidad de mi madre, sentados en un bus
de Londres, por haber viajado sola para ver a su hijo,
y parecía mucho más presente que todo el equipaje
que estábamos llevando y que pesaba tanto como su felicidad,
o que era acaso su felicidad. Es infrecuente
una felicidad de nuez como la que dejamos que reparta mi padre
cuando se pone muy sentimental, avergonzándonos a todos.
Y, por supuesto, el bobo sombrerito de felicidad que los niños
nos plantan cada vez que imitan el saber. O cuando me detengo
en algún escalón, inhalándola y exhalándola,
y permanecen la muerte y lo muerto que hay después de morirse,
susurrando una especie de canción sobre ella. O
a solas contigo, viendo televisión, cuando todos se deprimen
como troncos podridos por aquello que más nos importa,
porque -por muchas formas y grados que presente- la conocemos,
porque no siempre llega, y no tarda en irse.
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21 de marzo de 2017
Le regalé una lupa a mi maestro
como su colección de ojos.
En sus últimos años
—y todos fueron últimos—
no podía leer sin esa ayuda.
La ayuda es ilegible.
Movía su barriga entre paréntesis
arrastrando su máquina de oxígeno.
Fumaba sus hipérboles.
Tenía un surrealismo de víscera de campo.
De niño confundía caballo con papá.
Cierto día me dijo que soñó
con un hombre colgado de una soga:
un pie descalzo, el otro
con una media negra.
¿Por qué tenía pies que discrepaban?,
se preguntaba insomne mi maestro.
Cuando fui a dar el pésame
vi la lupa dormida
sobre una hoja en blanco,
aumentando el silencio.
(Poema inédito. En el Día Mundial de la Poesía
y en memoria de José Viñals, maestro en permanente aniversario)
27 de junio de 2016
Penúltima derrota frente al mar del sur
rompiendo cerraduras al unísono,
confiscando los ojos del padre labrador
y de la madre experta en cultivar su espalda
y los pies de sus hijos despeinados,
volcando nuestros lechos como botes,
arrancando las parras luminosas,
trazando con la espada la frontera,
después de que los bárbaros entrasen
acampando en las bocas,
llenando de monedas los zapatos,
cortándonos los dedos por la mecha,
apagando las velas tartamudas
que titilan al sur pero no alcanzan,
empuñando su lengua
y todo un diccionario de silencio,
acampando en las bocas,
llenando de monedas los zapatos,
cortándonos los dedos por la mecha,
apagando las velas tartamudas
que titilan al sur pero no alcanzan,
empuñando su lengua
y todo un diccionario de silencio,
después de que los bárbaros, en fin,
fuesen nuestros vecinos que saludan,
nuestra gente educada en traicionarse,
los niños partidarios del pedrusco,
los hermanos en bíblico negocio,
los abuelos a punto de exiliar a sus nietos,
el panadero horneando hambre,
el carpintero en manos del martillo,
nuestra gente educada en traicionarse,
los niños partidarios del pedrusco,
los hermanos en bíblico negocio,
los abuelos a punto de exiliar a sus nietos,
el panadero horneando hambre,
el carpintero en manos del martillo,
nadar en este mar es una acción política.
16 de septiembre de 2015
Comer del arte
Aterrizo por primera vez en Houston, Texas. El nombre del aeropuerto, George Bush, luce su mal augurio. Salgo al aire caliente y pegajoso. El taxista jamás ha oído hablar de mi hostal. Frunce el ceño cuando le muestro la dirección. Tiene que ser realmente muy pequeño, murmura, muy pequeño. Hostal Atenas. La Antigua Grecia perdida en un rincón de las llanuras texanas. Tras algunos esfuerzos, lo encontramos. En la recepción hay una pila de toallas acaso limpias y un microondas en marcha. Huele a ventilador con polvo. Me atiende un recepcionista inverosímilmente flaco. Se llama Juan y no habla español. Me pregunta si mañana necesitaré volver al aeropuerto. Cuando le digo que sí, el recepcionista se ofrece a llevarme en su propio coche. Le pregunto cuánto me costaría eso. Al principio intenta cobrarme más que un taxi oficial. Se lo hago notar con disgusto y entonces Juan, desplegando una sonrisa irresistible, me explica que es músico. Me entrega una tarjeta de cartulina verde: dice Professional Drummer y tiene un correo electrónico de yahoo. Le pregunto qué tipo de música toca. Toda, toda, contesta Juan, africana, blues, jazz, rock, española. Whatever you like. Menciono que mis padres eran músicos. Inexplicablemente, él adivina que mi madre tocaba el violín. La música es lo más grande, dice Juan, yo llevo diecisiete años alimentando a mis hijos gracias a ella. Al final convenimos un buen precio.
26 de diciembre de 2014
Talento para perder (5)
Cuando mis padres me anunciaron que nos íbamos del país, lo primero que hice fue elegir los libros que me llevaría y ponerme a grabar goles de Boca. En una nueva ironía xeneize, mi equipo al fin había empezado a ganar y ahora resultaba que tenía que irme. Apenas me había dado tiempo a disfrutar de dos copas sudamericanas y de la fugaz dupla Latorre-Batistuta. Mi deseo era mostrarle mi equipo argentino a mi primo español, seguidor del Real Madrid y admirador de la Quinta del Buitre. En cuanto aterrizamos en España con mis padres y mi hermano (a quien había convertido a la fe xeneize), me apresuré a extraer mi equipaje de goles. Le había ponderado mucho aquellas imágenes a mi primo, glosándolas con todo lujo de adornos y exageraciones. Nos sentamos en el sofá emocionados, dispuestos a contemplar la mayor belleza futbolística de Latinoamérica. No podría describir mi espanto al comprobar que el formato en que había grabado todas aquellas cintas era absolutamente incompatible con el formato español. Lo único que apareció en la pantalla fueron rayas grises, figuras fantasmales y voces deformadas. Como de otro mundo.
22 de diciembre de 2014
Talento para perder (1)
El campeonato que acaba de ganar Racing Club de Avellaneda en mi país natal me trae recuerdos más o menos heredados, como todos los recuerdos. La memoria es una suerte de pelota delicada que rebota de cabeza en cabeza; hasta que alguien la patea lejos. Mi abuelo Mario era hincha de Racing y, durante los pocos años en que ambos coincidimos en la cancha de la vida, no dejó de insistirme para que siguiera su ejemplo. Cada vez que le confesaba que prefería a Boca, mi abuelo me contestaba riendo: ¡Pero si esos son unos pataduras! Mi padre, por su parte, apenas le prestaba atención al fútbol, si bien solía declararse vagamente de Racing en homenaje a su propio padre. De acuerdo con su irrevocable marxismo, mi otro abuelo Jacinto consideraba el fútbol un opio para el pueblo. De vez en cuando salíamos con una pelota, pero para él se trataba más de una gimnasia que de una pasión y, hasta donde puedo recordar, jamás manifestó inclinación por ningún equipo. Hoy la postergada palabrita patadura me habla de una extranjería triple. La que está implícita en la identificación con un equipo diferente al de la propia familia. La del abismo que se abre entre el léxico de las distintas generaciones. Y la de la expatriación a otra tierra donde nadie jamás ha dicho patadura. En España se usa más bien paquete o, según aprendería a decir en mi adolescencia andaluza, manta. ¡Pero si esos tíos son unos mantas! De pronto semejante expresión me suena tan lejana y generacional como aquella de mi abuelo Mario, quien tanto habría celebrado este triunfo que se ha hecho esperar, como suele ocurrir con los equipos que valen la pena.
24 de septiembre de 2014
Dos sillas para Amis (3)
En un sutil efecto de ciencia ficción, el entrevistador le preguntó al invitado qué tal se llevaba con su padre, el también escritor Kingsley Amis, fallecido hace dos décadas. El joven Amis comentó que su relación, antes combativa, era ahora sospechosamente cordial, quizá porque él mismo acababa de tener un hijo, y por tanto era padre ante su padre. ¿Y qué vías literarias abre la paternidad? El joven Amis se apresuró a contestar: «Bueno, en mi próximo libro aparecen por lo menos tres bebés». El público estalló en una carcajada. El Amis actual intentó contener la risa: parecía encontrar reprobable celebrar sus antiguas respuestas como un espectador más. ¿Acaso no lo era? Ante la pregunta de si animaría a sus hijos a convertirse en escritores, el joven autor aseguró que su padre no lo había hecho y él tampoco lo haría. Extrañamente de acuerdo consigo, el autor actual añadió: «Me parece un oficio delirante». Luego explicó su resistencia a hablar de lo que estaba escribiendo, porque eso era algo demasiado privado. «Qué inglés es usted, me encanta», acotó el entrevistador. Dudo que Amis se abra una cuenta de Twitter. Me pregunto sin embargo qué habría hecho hoy su joven yo.
2 de junio de 2014
Prodigios, padres, policías (1)
En algún lugar de Chatterton, el nuevo poemario de Elena Medel, se escucha la siguiente disyuntiva: «Arrojar la planta a la basura/ o cederla a mis mayores». Ay, las raíces jóvenes. Ay, las macetas críticas. Ay, los talentos precoces como Medel y las alarmas preventivas de sus mayores. Al contrario de lo que pregona la estupidez publicitaria, ser joven siempre ha resultado un tanto sospechoso: enseguida aparecen padres o policías. Es casi una reacción antropológica. El resto de la tribu grita: ¡a la cola, que nosotros llegamos primero! Hoy da la impresión de que los jóvenes españoles están hartos del discurso falaz de las oportunidades. Crecieron escuchando que el futuro sería suyo, que se formaran porque tendrían tiempo, y ahora resulta que el presente los suprime. Cuando se habla de la moda joven, suele confundirse el reportaje con la realidad. A los nuevos talentos los entrevistan, les hacen fotos, los felicitan, pero nadie les ofrece un trabajo y ya ni digamos un sueldo digno. ¿Cuántos paternalismos tienen que soportar los poetas jóvenes, por no hablar de las poetas jóvenes, antes de ser leídos con naturalidad? El patriarcado poético tiene, para decirlo con palabras de este extraordinario libro, «los pantalones demasiado grandes». Tiende a admirarse la entrepierna en vez de echar a correr. Quizá por eso se queda, tantas veces, «a mitad de proezas».
15 de junio de 2013
El marco
Hace poco viajé a Londres con mi padre, de quien he heredado las ausencias de su propio padre. Cuando pienso en mi abuelo, tiendo a experimentar cierta orfandad que no me pertenece. Como si me hubieran educado en un hueco. Mientras nos dirigimos en metro a Hampstead, le pregunto por la época en que mi madre y él vivieron separados. Me intriga ese lejano período porque apenas lo recuerdo. Con el paso de las estaciones, sin embargo, el discurso de mi padre se desvía una vez más hacia mi infancia, revisitando anécdotas que me cansan y enternecen a partes iguales. Lo más incómodo de que los padres narren en público nuestros orígenes no es ese impúdico entusiasmo con que nos describen tropezando, llorando u orinándonos, ni tampoco sus predecibles reiteraciones. Quizá lo inquietante sea que, mientras nuestro progenitor parece refrescarnos la memoria, lo que hace es reorientarla, modelarla, suscribirla. Apropiarse amorosamente de nuestra identidad remota. Mi padre rebobina mi vida mientras el metro va dejando cada estación atrás. Le acaricio la espalda, compruebo el parecido de nuestras caras y nos bajamos. Consultamos en un mapa la ubicación exacta de nuestro objetivo. Como es la primera vez que mi padre ve Londres, me toca hacer de guía. Eso invierte de algún modo nuestra edades. Recorremos las calles de Hampstead, sus jardines ensimismados. Después de un par de extravíos, localizamos al fin nuestra meta. Nos detenemos frente al portón claro con su gran ojo de buey. Mi padre lo contempla fascinado. Pero es lunes, y la casa de Freud está cerrada. Así que la merodeamos con la concentración de dos futuros asaltantes. Damos vueltas y vueltas alrededor de la casa, envolviendo el lugar que no hemos podido ver. Como poniéndole marco a un retrato vacío, mientras nos riega la elíptica lluvia.
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15 de febrero de 2013
De limón
Acabo de comprarle un helado a mi padre. Él me sonríe feliz. Nada más que decir del tiempo.
7 de febrero de 2013
Canción de las pornógrafas
Mi amigo Gabriel, que existe aunque merezca ser un personaje, me cuenta desde Argentina que, en la madrugada del 29 de enero, soñó con mi madre. Yo acabo de aterrizar, sueña Gabriel, para asistir a un extraño homenaje a mi madre en Córdoba. Según la prensa local, sigue soñando mi amigo, a los 28 años de edad ella compuso un himno para el conservatorio. El formidable título de ese himno imaginario es Canción de las pornógrafas. Yo lo pronuncio en voz alta y después, tragando saliva por la emoción, muestro a la concurrencia una fotografía en blanco y negro donde aparece mi madre muy joven, entre oboes, flautas y contrabajos, vestida con una falda larga. En ese momento mi amigo despertó. Y supo de inmediato, me escribe, que ese sueño era de otro. Del hijo de la soñada. Mi madre, a quien Gabriel jamás ha visto. Que fue, en su juventud, algo pornógrafa. Que, precisamente a los 28 años de edad, volvió a casarse con mi padre tras haberse separado: uno de mis primeros recuerdos de infancia. Y que ese mismo 29 de enero, aunque mi amigo tampoco lo supiera, habría cumplido 60 años. Recuerdo a cierto escritor que, al escuchar el título que un compañero iba a ponerle a su libro, le advirtió: «Acabo de tener una idea en tu cabeza». Aquel título era el que buscaba hacía mucho tiempo. Al final ambos se lo jugaron al póquer. Y ganó el que tenía que ganar.
4 de febrero de 2013
Familia, S. A.
Cada modelo de sociedad reside en su educación y sanidad. Y cada modelo educativo y sanitario define lo que entendemos por familia. Hoy los mismos conservadores que dicen defender la familia son, curiosamente, quienes hacen peligrar su salud. Vi a mi padre salvarse en un hospital público. Vi a mi madre morir en un hospital público. Que nadie privatice nuestra dicha ni tampoco nuestro luto.
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4 de enero de 2013
Últimos reyes
Avancé por el pasillo. Las sombras me tendían emboscadas. Hacía unos instantes, desde la cama, había oído ruidos sospechosos. Pasos, murmullos, puertas. Resoplidos profundos, de camello. Irrumpí en la sala con los pies descalzos y el pulso galopante. Pero no había nadie. Sólo el árbol enredado entre lianas de luces. Con las ramas ligeramente temblorosas, como si una ráfaga acabase de sacudirlas. Al pie del tronco destellaban los paquetes. Me detuve a medirme frente al árbol. Acerqué la nariz a una rama, me toqué la coronilla. El año anterior, por esas mismas fechas, mi cabeza alcanzaba una rama más baja. Entonces me lancé al suelo y removí las cajas. No me costó reconocerla. Respiré hondo, miré hacia el pasillo: al fondo tintineaba el silencio. Desgarré ansiosamente el envoltorio, como el depredador que despelleja a su presa. Comprobé que no me equivocaba. Sostuve el regalo que tanto había deseado. Lo elevé ante mis ojos. Era eso, eso, eso. Al fin lo tenía. Esperé a que me viniese alguna lágrima. A que se me erizase la pelusa de la nuca. A que me entrase un cosquilleo en el estómago, algo. Pero me pareció que no sentía nada. Nada, salvo un peso entre los brazos. Devolví el paquete al suelo. Traté de reconstruir el envoltorio. Y con las mejillas iluminadas, de rojo a verde, de verde a rojo, obtuve la primera conclusión de mi vida.
(versión abreviada de “Una rama más alta”, cuento del libro Hacerse el muerto; Páginas de Espuma; Madrid y México DF, 2011; Buenos Aires, 2013. Cortometrajes basados en el libro: uno, dos y tres.)
(versión abreviada de “Una rama más alta”, cuento del libro Hacerse el muerto; Páginas de Espuma; Madrid y México DF, 2011; Buenos Aires, 2013. Cortometrajes basados en el libro: uno, dos y tres.)
26 de noviembre de 2012
Palabras para un hijo novelado
Diviértete, ¿me oyes?, cuesta mucho trabajo divertirse, y ten paciencia, no demasiada, y cuídate como si supieras que no siempre vas a ser joven, aunque no vas a saberlo y está bien, y que siempre haya sexo, hazlo por ti y también por mí, hasta por tu madre, mucho sexo, y que los hijos vengan tarde, si vienen, y ve a la playa en invierno, en invierno es mejor, ya vas a ver, y que de vez en cuando viajes solo, y que no te enamores todo el tiempo, y sé coqueto, ¿me oyes?, los hombres que no son coquetos tienen miedo de ser maricones, y si eres maricón, sé un hombre, en fin, los consejos sirven de poco, si no estás de acuerdo no los escuchas, y si ya estás de acuerdo no los necesitas, nunca confíes en los consejos, hijo, un agente de viajes recomienda lugares a los que nunca va, me vas a querer más cuando envejezcas, pensé en mi padre en cuanto nos bajamos del camión, el verdadero amor por los padres es póstumo, ya me siento orgulloso de lo que vas a hacer, me encanta cómo cuentas las horas con los dedos cuando pones el despertador, ¿o te crees que no te veo?, lo haces a escondidas, por debajo de la manta, para que yo no sepa que te cuesta hacer la suma, voy a pedirte un favor, pase lo que pase, por muchos años que tengas, no dejes de contar las horas con los dedos.
(De la nueva novela Hablar solos, ahora en México.)
(De la nueva novela Hablar solos, ahora en México.)
22 de noviembre de 2012
El labio de Gloria
A veces vemos películas como pretexto para curiosear en las vidas de sus actores, auténticos personajes de sí mismos. Después de gozar In a lonely place, joya noir de Nicholas Ray, me informo sobre la protagonista. Basta decir que iguala en magnetismo y misterio a su compañero de reparto, un tal señor Bogart. La película reflexiona con sutileza sobre el daño amoroso, el cual depende tanto de lo que el otro nos hace como de lo que sentimos que sería capaz de hacernos. Sin embargo, nada más fascinante que la historia de la propia actriz, Gloria Grahame. Su carrera fue precoz y terrible. Obtuvo una nominación al Oscar con 24 años. Ganó otro poco tiempo después. Trabajó con varios de los mejores: Cecil B. DeMille, Frank Capra o el mismísimo Ray, con quien acabaría casándose en segundas nupcias. Aquel matrimonio se rompió drásticamente cuando el director sorprendió a Gloria en la cama con su hijo de 13 años de edad. Con inquietante precisión, ella tuvo tres matrimonios que duraron tres años cada uno. El cuarto y último resultó el más duradero: ese cónyuge fue, curiosamente, el hijastro con el que se había acostado. Insatisfecha por el aspecto de su finísimo labio superior, Gloria se sometió a una cirugía. La operación le dañó el nervio y su labio quedó inmóvil. Jamás pudo recuperar una dicción normal. Desde entonces se dedicó al teatro, como había hecho su madre. Murió bastante joven. No sé si ahora sonríe.
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21 de septiembre de 2012
Cerrajeros y visionarios
Hace dos años y un mes, Fogwill tuvo la ocurrencia de morirse. Hace un año y un mes (cifra de apariencia arbitraria y estructura extrañamente calculada, acaso igual que él mismo) su hija Vera publicó un brillante artículo sobre el duelo. Aquel texto describía, con cierto amor a lo Perec, el interior de la casa de Fogwill sin Fogwill. El museo aún caliente de sus rastros. El desorden de alguien que parecía vivir metaforizándose, fundiendo intimidad y autorretrato. Vera irrumpe en la casa de su padre como una atenta intrusa de algo que le pertenece. Como una extranjera de su genealogía. Y, entre otros mil objetos que parecen una enumeración de Breton, encuentra llaves. Muchas. «Llaves que no abrían nada», especifica. Entonces pienso que hay dos clases de grandes escritores. Los que observan las puertas de su tiempo, para buscar las llaves que las abran. Por ejemplo, Borges o Calvino. Y aquellos que viven inventando llaves a la espera de que alguien, en algún lugar, encuentre al fin las puertas. Silvina Ocampo o, por supuesto, Fogwill.
9 de julio de 2012
Síndrome de Videla
Igual que a largo plazo lo callado grita, los desaparecidos sobreviven reapareciendo una y otra vez. Lo hacen ellos mismos, en forma de fantasma tácito. O a través de los cuerpos que alumbraron. «Antes de ser Victoria yo era María Sol», recuerda una mujer criada por cómplices de los verdugos de sus padres. «Y cuando me llamaba María Sol, todo lo que aporté a la justicia era para proteger a mi apropiador. Y siempre tenés esa deuda interna con vos mismo». Un yo mismo radical, casi incalculable. Que equivaldría a la resta de todo lo que has sido, más la suma de aquello que no pudiste ser. «Cuando declaré, fue como exorcizar todo lo que hice cuando era María Sol. Mi apropiador falleció en 2003 y mi apropiadora en 2007. Yo los amaba profundamente, nunca los odié». En ese amor autofágico está escrita, entre Stevenson y Walsh, la espantosa novela de mis dos países.
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4 de julio de 2012
Padre pan
Encuentro un vídeo donde José Viñals recuerda, o saca del horno, a su padre panadero. Viñals fue mi maestro literario. Lo conocí a los 15 años, cuando no le hacemos caso a
nadie pero tanto necesitamos consejos. Él me enseñó a discutir cada coma. A
preguntarle al personaje. A ser respetuoso con la gramática y atrevido con la
forma. Por violencias de la historia y también por vocación nómada,
tuvo innumerables domicilios en Buenos Aires, Bogotá, Madrid, Jaén, Valencia,
Málaga. Quizá se mudaba para volver a escribir desde cero. La última vez que lo vi,
me recibió con su copa de coñac y su máquina de oxígeno. Le
pregunté cómo se sentía. Él me contestó que se sentía atado a diez metros de
cable. Pero que, cuando estaba optimista, pensaba en la ecuación del radio y la circunferencia y le salían más metros. Nos despedimos desdramatizando. Dije: ¡Descanse,
general! José exclamó: ¡Descanso general, eso voy a tener! Su libro póstumo se titula Pan. Lo escucho recitar sobre su padre: «No tuve
altura suficiente para darle la mano». Llegué a darle un abrazo a mi abuelo hipotético, al poeta panadero Viñals. Y es como si
siguiera faltándome algo en los brazos.
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