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31 de octubre de 2014

Un zombi vagabundo (y 3)

Será difícil que los lectores de Gwyn dejemos de sentirnos cuestionados acerca de nuestra propia experiencia, que incluye un concepto maniqueo de esas dos potencias totalitarias (como las calificó otro paciente hepático, Bolaño, que sobrevuela estas páginas) llamadas salud y enfermedad; y quién sabe si también de la división entre el cuerpo y esa protuberancia que denominamos alma. Partiendo de un ensayo del escritor chileno, a quien él mismo tradujo, Gwyn razona ecuacionalmente, concluyendo que la enfermedad despeja toda incógnita. Cualquier elemento al que se sume quedará restado, subsumido: «sexo + enfermedad = enfermedad; viaje + enfermedad = enfermedad». Retomando a Sontag, describe dos reinos que se sueñan opuestos, el de los enfermos y el de los sanos. Él ha vivido en ambos y no está seguro de cuál es su verdadera patria. «Es», resume, «como si tuviera dos pasaportes de países que sospechan el uno del otro». Con oportunos golpes de humor que alivian sin anestesiar, a semejanza del personaje del Profesor W (de quien el narrador observa, autorretratándose, que «tiene un lindo sentido para lo macabro que no puede mantener a raya»), El desayuno del vagabundo toca la vena de lo que todos somos en primer o segundo grado. Supervivientes que hablan.

26 de agosto de 2013

Eso no es lo que yo quise decir (y 4)

Al principio de esa extraordinaria pieza de escritura que es El placer del texto, Barthes se interroga: «el lugar más erótico de un cuerpo, ¿no es acaso allí donde la vestimenta se abre?». Más adelante agrega: «mi cuerpo no tiene las mismas ideas que yo». Y, ya cerca del final del libro, conjetura: «a menos que para ciertos perversos la frase sea un cuerpo». Lo erótico de la escritura radicaría por tanto en su ambivalencia. Allí donde el cuerpo de la frase se abre y se divide como una cremallera. Separándose, discrepando de sí misma. A la inversa, el cuerpo mismo resulta legible a través de una sintaxis de síntomas carnales, transitando esa vía de interpretación que ensanchó SontagLa ciencia médica lo explora con la mayor exactitud de la que es capaz, pero el léxico y la lógica que emplea para ello se transforman inevitablemente a lo largo del tiempo. Interpretar la realidad física de manera literal, sin poetizar en absoluto su código, parece tarea imposible. Quien busque la autopsia de una conclusión estática, se topará con la espalda en movimiento del sentido.

11 de agosto de 2011

Memorias de un hígado

El galés Richard Gwyn es poeta, novelista y traductor ocasional de Bolaño. En su autobiografía The Vagabond’s Breakfast, que esconde un ensayo tan íntimo como On being Ill de Virginia Woolf, el autor cuenta cómo salvó la vida por un transplante de hígado. El hígado que Bolaño esperaba, ese que su hepatólogo no pudo conseguirle mientras él le dedicaba un texto póstumo, el hígado que Gwyn le dedica a Bolaño. Citando a Sontag, el autor nos describe dos reinos que se sueñan opuestos: el de la enfermedad y el de la salud. Él ha vivido en ambos. «Es», resume, «como si tuviera los pasaportes de dos países que sospechan el uno del otro». Los súbditos del reino de los sanos recelamos de nuestro reino futuro. Tomamos nota de él. Fingimos aceptarlo objetivándolo. Lo estudiamos en busca de una especie de pasaporte diplomático que nos ahorre los trámites sórdidos.


(Resumen del artículo en la revista Ñ, 19-07-2011. Leer texto completo...)