ETA no ha dicho que se disuelve: anuncia un reciclaje. No se desarma: sugiere que no usará las armas que sigue teniendo. Ni siquiera lamenta haber asesinado a mil personas. Me parece insuficiente para dialogar. Pero, si ETA entregase las armas, ¿por qué no aceptar una verificación internacional? ¿Qué patriotismo mal entendido obligaría a rechazar esas colaboraciones? En un mundo globalizado, ¿por qué un Estado democrático se sentiría usurpado si otras democracias participasen en el fin de una banda terrorista? Observo el vídeo del comunicado. La filmación y el decorado parecen más antiguos de lo que son: un déjà vu histórico. Hay tres encapuchados. Habla el del medio. «La solución llegará», recita, «a través de un proceso democrático que tenga la voluntad del pueblo vasco como máxima referencia». Si la voluntad popular vasca es expresable democráticamente, ¿en nombre de qué ejecutaban el proceso armado? El encapuchado de la derecha está inquieto. «ETA no cejará en su esfuerzo y lucha», concluye el del medio, «por impulsar y llevar a término el proceso democrático». Entonando sus vivas, los tres encapuchados alzan un puño. Cuando los otros dos lo bajan, el de la izquierda lo deja levantado.
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12 de enero de 2011
El tercer puño
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25 de octubre de 2010
Amén
A la entrada del cine Capitol, en Bilbao, converso con uno de los empleados. Me ha visto dudando frente a la cartelera. Y se ha acercado a sugerirme, o mejor dicho a rogarme, que no vaya a ver Izarren argia (Estrellas que alcanzar), de Mikel Rueda. La película recuerda las torturas que unas monjas vascas, cumpliendo instrucciones franquistas, infligieron a las presas del penal femenino de Saturrarán. «Esa no le ha gustado a nadie», me insiste. Intento que me cuente algo más de la película. «Hombre», se limita a añadir, «si la quieres pa practicar el euskera, vale. Pero a la gente no le gusta la política». Le pregunto cuál vería. El empleado me aconseja Wall Street, de Oliver Stone. Al parecer, esa no es de política. Es sólo de finanzas. De cómo funciona el mundo. Sólo pa entretener. En el cartel aparecen dos yuppies. El subtítulo es Money never sleeps.
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24 de octubre de 2010
Desconocidos
Qué conmovedor caminar. Qué profundo cruzarse con desconocidos. Paseo por Bilbao mientras llueve. Veo a una mujer obesa sosteniendo un paraguas anaranjado frente a la ría. El paraguas no la cubre, sus pies se están mojando. Ella mira la ría. Veo a un hombre sentado en un portal. Lleva puesto un traje viejo, una corbata amarillenta. Revisa los papeles de su portafolios como si no lloviera, como si no fuese domingo. Veo a un taxista dormido frente a un semáforo rojo, con la cabeza sobre el volante. Veo a una inmigrante en una cafetería. Con pañuelo en la cabeza, extremadamente delgada. Come galletas de manera brutal, triturando la masa, lamiéndose los dedos. Su silla está rodeada de migajas. Los demás la observamos con desaprobación. Cuando termina de devorar su merienda, se agacha a recoger con una servilleta todas las migajas, las deposita en su plato, lo lleva hasta la barra y se marcha, dejando su mesa inmaculada. Camino de nuevo, vuelvo a mi hotel. Me asomo al espejo. No reconozco a nadie.
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