Al maestro Medardo Fraile (1925-2013) uno le envidiaba todo menos la edad. Si a mí se me hubieran ocurrido el título y los relatos de Cuentos con algún amor, me habría dedicado a pescar por las tardes. A semejanza de su propia definición del género breve, Fraile te hace «meditar con suavidad» y te persuade de cualquier cosa, incluido lo invisible. Lejos del costumbrismo tradicional, el suyo era una especie de realismo travieso. Como explica Ángel Zapata en el prólogo a sus cuentos completos, cuando Fraile describe un bar nos ofrece más bien la ausencia del bar. Aquello casual, aéreo y contingente que puede haber alrededor: todo menos el bar. Su obra es el desarrollo de un minucioso plan de distracción. La mirada tierna y elusiva de Fraile podría resumirse en esta mínima observación que suelo recordar: «La estuvo mirando tres minutos; dos de ellos los dedicó a la nariz». Toda vida dura unos pocos minutos. Pero la nariz del autor conservará su olfato narrativo para siempre.
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9 de marzo de 2013
27 de julio de 2012
Veranear libros (1)
Las lecturas de verano son como las de invierno, pero con más esperanza en que el tiempo no corra. Así nos va. Paciencia. Cada año uno se promete leer inmensos novelones, y rara vez cumple semejante propósito. Las vacaciones pasadas me quedé en libros de tamaño intermedio, digamos que novelas para septiembre o marzo, según el hemisferio: El periodista deportivo de Richard Ford, Senectud de Italo Svevo o El misterio de la carretera de Sintra de Eça de Queiroz, que inventó el siglo veinte en pleno diecinueve. También veraneé diarios: los de Cheever y Tolstói, dos tipos difíciles. No de leer. Y poesías reunidas argentinas: la deslumbrante de Joaquín Giannuzzi, a cargo del a su vez poeta Jorge Fondebrider, o la de Juana Bignozzi, La ley tu ley, que valdría la pena releer en España. Y algunos cuentos completos que leí incompletos, como los de Medardo Fraile o la imbatible Flannery O’Connor. La cual, citando a cierto místico francés, dejó dicho que todo lo que se eleva (como las vacaciones) deberá converger (como el otoño, sí).
11 de febrero de 2011
La importancia de llamarse Medardo
Llevo días contemplando una iglesia parisina sin saber por qué. Por devoción, no creo. Hoy me decido a rodear sus muros y encuentro una placa que cuenta su historia. Esta preciosa iglesia es la de San Medardo. Nombre que me recuerda a un gran cuentista español: Medardo Fraile. Curiosamente, el autor tiene apellido de clérigo. Leo la placa como si fuera un cuento. Durante el primer tercio del siglo 18, alrededor de estos muros se agolpaban peregrinos, apestados, predicadores e hipnotizadores. Poco antes de que las autoridades prohibieran semejantes reuniones, alguien dejó escrita una cuarteta rimada: «De par le Roi,/ défense à Dieu/ de faire miracle/ en ce lieu». En otras palabras:
De parte del Rey,
prohibido a Dios
hacer milagros
en este rincón.
prohibido a Dios
hacer milagros
en este rincón.
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