La abstracción en poesía suele ser estridente. En lo concreto está el primer misterio, que quizás es el único. Hay mucho miedo en la sofisticación. Hay mucho amor en la renuncia a una palabra. «Las cosas más sencillas», susurra Charles Simic, «difíciles en su obviedad. No hacían ningún ruido».
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4 de junio de 2011
11 de abril de 2011
La cena de los pájaros
Paso la tarde en Córdoba escuchando a poetas, como quien tiene puesta la radio del silencio. Cada voz suena en una frecuencia distinta, cada poema sintoniza con una cuerda de lo real. Escucho al joven autor cubano Karel Bofill demostrar que el simbolismo es una forma exquisita de política: «alguien rompía almendras con el busto de Martí/ sin saber que la almendra es también/ una Isla». Escucho al gran Lêdo Ivo, que parece una esfinge coloquial: «Una puerta cerrada no es suficiente para que un hombre esconda su amor». Escucho a Fabián Casas, que ha reinventado la oralidad trascendente: «Si no pensás en nada,/ si no pensás, vas a oír el lápiz de Salinger/ girando en el sacapuntas». Escucho a Charles Simic, maestro de maestros, despedirse del tiempo que se va volando: «Los pájaros nocturnos son como niños/ que no quieren ir a cenar».
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