Hay autores a quienes su obra parece dispuesta a esperarlos pacientemente, como sabiendo que alcanzarán la senectud: Santa Teresa, Cervantes, Goethe, Wordsworth, Tolstói, Mann, Juan Ramón, Borges, Saramago, Doris Lessing. A todos ellos la juventud se les renovó por fases. Igual que un reloj de arena volteado muchas veces. Y hay otros autores cuya obra nace acelerada, como con la certeza previa de que morirán pronto: Garcilaso, Sor Juana, Novalis, Keats, Chéjov, Kafka, Lorca, Pessoa, O'Connor, Bolaño. A estos el tiempo los persiguió en cada página. Igual que un cronómetro en cuenta atrás. Al menos ahora son más jóvenes que antes.
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12 de marzo de 2011
14 de octubre de 2010
La cita y el canto
Releyendo Inglaterra, hermosa primera novela de Leopoldo Brizuela, que acaba de publicar la monumental Lisboa, encuentro una idea que no me sorprendería si no fuese de Saramago: «Todo discurso, escrito o hablado, es intertextual y (…) nada existe que no lo sea». No está el portugués reputado precisamente como posmoderno y, sin embargo, esta noción hipertextual de la palabra lo acercaría más a Borges que a la omnisciencia que parece dominar sus libros. Pero si todo es en verdad intertextual, explicitarlo demasiado sería una redundancia. Como empeñarse en darle relieve a una superficie que ya era rugosa. Quizás escribir consista en elegir las palabras por su equipaje. En trabajar con su carga, sus ecos. Esa sería la diferencia entre el canto y la cita. Entre unirse al coro y coleccionar partituras.
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