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4 de agosto de 2011

Homo telens, homo vintage

Con la interiorización de las comunicaciones, ciertas dicotomías no bastan para definir una postura. Ya no se trata de ser apocalípticos o integrados, como resumió Eco. Más complejos resultan los ciclos contrapuestos que se suceden en un mismo período, incluso en un mismo individuo. Podemos ser, según la ocasión, apocalípticos que se integran o integrados que desertan. A propósito de una sofisticadamente insustancial novela de Tao Lin, reflexiona Vicente Luis Mora: «En este sistema de estrellatos obligatorios, sólo puedes querer ser nadie cuando eres tan famoso que persigues volver al anonimato». Ese arco de ida y vuelta podría resumirse así: del amanuense anónimo al modelo warholiano transcurrieron siglos; entre la celebridad de Warhol y el confinamiento de Salinger pueden pasar minutos. Nuestra relación con la tecnología experimenta una ambivalencia parecida: casi nadie es, a secas, tecnófobo o tecnófilo. Pienso en Jorge Carrión, autor de un excelente ensayo sobre teleseries y de una revista en fotocopias. Quizá toda vanguardia, para seguir pensando, necesita tantear su equilibrada retaguardia. El siglo 20 precipitó la evolución del homo sapiens al homo telens. Quién sabe si, muy pronto, pasaremos del ansioso homo telens a un escéptico homo vintage.

15 de junio de 2011

Con y sin Borges

25 años sin Borges. O un cuarto de siglo con más Borges que nunca. Casi nadie discute que fue el Cervantes del siglo pasado. Por su noción transnacional, hipertextual y políglota de la ficción, sin duda se adelantó a su tiempo. Según Umberto Eco, Borges inventó Internet. Pero esa interpretación es parcial, tratándose de un autor con un evidente desinterés por la actualidad y las modernidades. En Argentina, su predicamento ha dependido de la despolitización de su figura. Cuando sus opiniones políticas, a menudo atroces, eran parte del debate literario nacional, la lectura de su obra se veía interferida inevitablemente. Borges fue, en términos literarios, un escritor sin cuerpo. Su obra omite la sexualidad de una manera casi obsesiva. El deseo, el placer, la carne están desterrados de su universo. Sería curioso plantearse cómo un país tan psicoanalizado ha colocado a un genio de la represión sexual en el centro de su canon. Celebrando que hablamos de una de las prosas más brillantes de la historia, quizá no nos vendría mal dejarlo descansar un poco. Lo cual no significa olvidarlo, sino dejar de soñar con imitarlo. Ser epígonos borgeanos parece mucho menos provechoso que ser sus lectores.