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27 de junio de 2016

Penúltima derrota frente al mar del sur


Después de que los bárbaros llegasen
rompiendo cerraduras al unísono,
confiscando los ojos del padre labrador
y de la madre experta en cultivar su espalda
y los pies de sus hijos despeinados,
volcando nuestros lechos como botes,
arrancando las parras luminosas,
trazando con la espada la frontera,


después de que los bárbaros entrasen
acampando en las bocas,
llenando de monedas los zapatos,
cortándonos los dedos por la mecha,
apagando las velas tartamudas
que titilan al sur pero no alcanzan,
empuñando su lengua

y todo un diccionario de silencio, 

después de que los bárbaros, en fin, 
fuesen nuestros vecinos que saludan,
nuestra gente educada en traicionarse,
los niños partidarios del pedrusco,
los hermanos en bíblico negocio,
los abuelos a punto de exiliar a sus nietos,
el panadero horneando hambre,
el carpintero en manos del martillo,

nadar en este mar es una acción política.


19 de enero de 2015

Escucha bifurcada (1)

De niños mi hermano y yo teníamos la impresión de vivir en un cuento de Cortázar, donde alguna puerta conduce a otra realidad. En casa, entre las cuatro paredes de la familia, estábamos en Argentina. Pero, en cuanto se abría la puerta, salíamos a jugar a España. La frontera entre ambos países era apenas un picaporte. Hoy escribo con esa misma sensación. Y cada vez me intriga más quedarme observando debajo del marco, como en los terremotos.

26 de diciembre de 2014

Talento para perder (5)

Cuando mis padres me anunciaron que nos íbamos del país, lo primero que hice fue elegir los libros que me llevaría y ponerme a grabar goles de Boca. En una nueva ironía xeneize, mi equipo al fin había empezado a ganar y ahora resultaba que tenía que irme. Apenas me había dado tiempo a disfrutar de dos copas sudamericanas y de la fugaz dupla Latorre-Batistuta. Mi deseo era mostrarle mi equipo argentino a mi primo español, seguidor del Real Madrid y admirador de la Quinta del Buitre. En cuanto aterrizamos en España con mis padres y mi hermano (a quien había convertido a la fe xeneize), me apresuré a extraer mi equipaje de goles. Le había ponderado mucho aquellas imágenes a mi primo, glosándolas con todo lujo de adornos y exageraciones. Nos sentamos en el sofá emocionados, dispuestos a contemplar la mayor belleza futbolística de Latinoamérica. No podría describir mi espanto al comprobar que el formato en que había grabado todas aquellas cintas era absolutamente incompatible con el formato español. Lo único que apareció en la pantalla fueron rayas grises, figuras fantasmales y voces deformadas. Como de otro mundo.