Mostrando entradas con la etiqueta Elena Medel. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Elena Medel. Mostrar todas las entradas
6 de junio de 2014
Prodigios, padres, policías (y 3)
Si la primera parte de Chatterton se concentra en lo que el tiempo hace con el amor (o viceversa), la segunda parte se ocupa de lo que el tiempo hace con el trabajo. De explotación laboral. De pura y podrida juventud. «Yo canto a los elementos de opresión», ironiza Medel. Hay dinero en sus versos, que no temen ensuciarse para brillar más lejos. Hay dinero en su lírica, en la lírica trágica de no tener dinero. Se trata de un libro maduro, más allá de que nos hable de la maduración, porque aquí la edad es un experimento con las metamorfosis del tono: el dolor de crecer, la sátira del crecimiento y la celebración de haber crecido. A lo largo de sus tres secciones vemos a este libro cumplir años. No por heterogéneo o tentativo, sino porque ese es el relato que propone. Así puede enmarcarse el último poema, que describe a una antigua compañera de infancia de la autora, ahora madre de dos niños, viajando en el asiento de un autobús que funciona como el lugar de una mujer que ha perpetuado su rol tradicional. No parece del todo casual que esa ex compañera se llame Virginia. De este modo, el libro se desplaza desde el hogar heredado, el imperativo de la pareja y la misión de la maternidad hacia una soledad agridulce, la lucidez individual y la solidaridad de género (o sororidad, tal como la autora gusta llamarla). Algo similar sucede en el poema dedicado a su hermana. Son versos inter pares, sin parto. Estamos ante una poeta de estirpe, a semejanza de aquellas mujeres «con el corazón biodegradable» a las que aludía su anterior libro, Tara. A Elena Medel muchos la han visto como una hija. Pero es toda una matriarca. Vía útero soltero de la gran mamá Szymborska, va a parirnos a todos. El tiempo le ha servido. Nada más alto puede decirse de alguien que vive y escribe.
4 de junio de 2014
Prodigios, padres, policías (2)
«Márchate, olor a lavavajillas,/ déjanos con mi sueño». Ese olor soñante es puro Medel. El hallazgo del tono, del costumbrismo elevado a vuelo, del humor que se ríe de la épica y respeta la elegía, en un golpe de sabia ambigüedad. «Oh pollo deconstruido, oh pan de Latinoamérica;/ oh almuerzo y microondas, manás de los autónomos,/ himno de los estómagos vacíos; ahora pienso/ en nuestras digestiones». Cuánto bien le habría hecho a Neruda ser un poquito Medel, al menos los domingos. Señalar que la autora tiene talento sería una obviedad imperdonable. Que está llena de técnica y trabajo suele en cambio olvidarse. Uno de los versos más emblemáticos de Chatterton menciona «el edificio y su diccionario». El edificio equivale al esfuerzo estructural. El diccionario, al estudio del lenguaje. En este libro hay flor y hay edificio. Fulgor y aplicación. Frescura más paciencia. Al comienzo de uno de sus poemas encontramos un gesto de talento controlado por la lucidez, accidente de la gracia que se convierte en idea. Primero leemos «al cerrarse la puerta»; después aparece el signo «(…)», como si algo se hubiera omitido o borrado de un portazo; y finalmente el verso continúa: «derrumbó nuestra casa». Al cerrarse una puerta, entonces, la elipsis se abre y el sentido queda a la intemperie. Como bien saluda otro de sus versos, «bienvenido, hueco».
2 de junio de 2014
Prodigios, padres, policías (1)
En algún lugar de Chatterton, el nuevo poemario de Elena Medel, se escucha la siguiente disyuntiva: «Arrojar la planta a la basura/ o cederla a mis mayores». Ay, las raíces jóvenes. Ay, las macetas críticas. Ay, los talentos precoces como Medel y las alarmas preventivas de sus mayores. Al contrario de lo que pregona la estupidez publicitaria, ser joven siempre ha resultado un tanto sospechoso: enseguida aparecen padres o policías. Es casi una reacción antropológica. El resto de la tribu grita: ¡a la cola, que nosotros llegamos primero! Hoy da la impresión de que los jóvenes españoles están hartos del discurso falaz de las oportunidades. Crecieron escuchando que el futuro sería suyo, que se formaran porque tendrían tiempo, y ahora resulta que el presente los suprime. Cuando se habla de la moda joven, suele confundirse el reportaje con la realidad. A los nuevos talentos los entrevistan, les hacen fotos, los felicitan, pero nadie les ofrece un trabajo y ya ni digamos un sueldo digno. ¿Cuántos paternalismos tienen que soportar los poetas jóvenes, por no hablar de las poetas jóvenes, antes de ser leídos con naturalidad? El patriarcado poético tiene, para decirlo con palabras de este extraordinario libro, «los pantalones demasiado grandes». Tiende a admirarse la entrepierna en vez de echar a correr. Quizá por eso se queda, tantas veces, «a mitad de proezas».
13 de enero de 2012
Tenían veinte años y sabían más que muchos (y 3)
A lo largo de mi larga veintena recibí ingentes dosis de paternalismo, cuando no groseras hostilidades, basadas en el prejuicio de la edad. Pero tan estúpida es la sobrevaloración de la juventud como la mitología de la madurez. De hecho, una se alimenta de la otra. Por eso he leído con admiración la antología Tenían veinte años y estaban locos. Podrán interesarnos unos poetas más que otros, podrán parecernos estos mejores que aquellos. Pero todos irrumpen, buscan y están vivos. Disfruté especialmente con Alberto Acerete, Cristian Alcaraz, Bárbara Butragueño, Laura Casielles, David Leo García, Berta García Faet, María M. Bautista, Raúl E. Narbón, Eba Reiro, Ángel de la Torre. También me gustan otros poetas de su generación, como Pablo López Carballo, Pablo Fidalgo, Natalia Litvinova, Elena Medel, Rodrigo Olay, Alba González Sanz, Sara Torres R. de Castro o Javier Vicedo. Quien los lea será afortunado. «Deberían vivir antes de escribir», gruñen sus mayores, «no tienen experiencia». Hay que tener muy poca confianza en la literatura para no comprender que la escritura produce experiencias de vida. No pasa nada, queridos obsolescentes, por leer a adolescentes. A lo mejor, ¡Arturito el francés nos libre!, hasta aprendemos algo.
Microclaves:
David Leo García,
Elena Medel,
escritura,
juventud,
lectura,
Litvinova,
Luna Miguel,
memoria,
poesía,
Rimbaud,
tiempo
Suscribirse a:
Entradas (Atom)