Al sur de Puerto Rico, en Guayama, frente al mar Caribe, el mantel de una taberna recibe a los visitantes: «Bienvenidos a/ Welcome to Isla del Encanto». En el último plebiscito sobre su estatus político, celebrado en 1998, a los votantes se les propuso cuatro posibilidades: régimen de Estado libre asociado; incorporación total a los Estados Unidos; independencia con respecto al país norteamericano; o «ninguna de las opciones anteriores». Más de la mitad de los puertorriqueños votó por esta última, que resultó ganadora. En materia de islas y de identidades, quizás el verdadero encanto está en la indecisión.
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10 de mayo de 2011
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13 de diciembre de 2010
Saludando a Morente
Al maestro Morente le gustaba ir, entre otros, al bar Candela, en el barrio del Realejo. Pasé varios años en ese precioso barrio granadino, donde fui feliz casi siempre. Como tantos vecinos, a menudo tenía la ocasión de cruzarme con Morente e intercambiar saludos. Uno ponía la admiración y él, la sonrisa tímida. Cuanto más estrecho y feo fuese el bar, más a gusto parecía. A veces me quedaba mirándolo y tenía la impresión de que, en lugar de llevársela a los labios, iba a ponerse a cantarle a su copa. Otras veces pasaba en un coche destartalado, que conducía con toda clase de síncopas. Una tarde estuve a punto de ser atropellado por él frente a la puerta de Correos. Cuando me volví para increpar al conductor, vi que era Morente y acabé saludándolo. Él levantó una mano, sin apartar la vista de su canción rodante. Escucharlo en acción era soñar la historia del flamenco entera, desde la raíz hasta la vanguardia. No es justo hablar de él en pretérito. Más apropiado sería cantar de él en futuro.
6 de noviembre de 2010
En la taberna
De visita literaria en Zaragoza, entramos a comer en una taberna de machos. Una taberna de machos es un lugar donde se parte el pan con un solo movimiento de dedos, se bebe el vino en jarras opacas y se mastica haciendo un ruido misterioso con las mandíbulas. Un ruido no a comida sino a cristales, a luz astillada, a cosa no dicha. Los machos comen en mesas separadas, hombro con hombro sin llegar a rozarse, conviviendo de perfil. De pronto notamos que todos ellos tienen la mirada perdida en el extremo opuesto del comedor. «Es», me dice Ismael Grasa, «como si estuvieran mirando un televisor que ya no está aquí». La soledad es eso, pienso: un televisor que ya no está. «Aquí tienes mi amor», me susurra al oído Manuel Vilas entregándome su poesía reunida, que se titula Amor. Nos quedamos callados. Después partimos el pan.
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26 de octubre de 2010
El espanto y el mar
En estos días trabajo en Holanda, cuya puntualidad es tan intensa como su queso. Los canales parecen comunicarse entre sí el orden y también la voluntad: aquí han dominado el agua. La gente mantiene siempre una amabilidad extrema, como si hubiera sobrevivido tranquilamente a algo terrible que no se sabe bien qué es. O como si vencer al mar los hubiera curado de espanto. Cada vez que en un bar pido una cerveza belga, me dicen que no les queda y me ofrecen otra holandesa.
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