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30 de septiembre de 2018

Conversación en tres tiempos


Al niño que se fue le diría en voz baja:
esa rabia se puede dibujar, 
los muñecos que robes harán ruido, 
un hemisferio tuyo va a ser huérfano. 

Al joven que ya dejo le diría:
no creas que en el tiempo hay un mensaje, 
correr es impuntual,
elijamos camisas de colores absurdos. 

Al viejo que seré le pediría
que me recuerde así, arrugando papeles
para tantear su cara, 
que por favor me cuente si va a venir despacio.



[Del nuevo poemario Vivir de oído (La Bella Varsovia). Más aquí.]

5 de febrero de 2018

Fractura, 1 (Watanabe)


Con la acumulación de idas y venidas, traslados laborales y mudanzas, el señor Watanabe terminó contrayendo el síndrome de la ubicuidad emocional. Cada una de sus emociones, al menos en parte, estaba siempre en algún otro lado: había empezado a sentir en acorde. El desarraigo no se limitaba a lo espacial. La cercanía misma con sus seres queridos se volvió problemática. Por así decirlo, ya no sabía estar con nadie por unanimidad. En cuanto alcanzaba un instante de plenitud, un hemisferio de su persona ya estaba imaginando sus próximos movimientos, repasando itinerarios, planificando quehaceres en lugares remotos. Materializar esos viajes tampoco mitigaba la inquietud: su otra mitad, no menos sincera, añoraba el refugio de su casa y no se quitaba el pijama los domingos.


[de la nueva novela Fractura (Alfaguara). Más información, aquí.]

4 de octubre de 2017

No tarda en irse


Ayer se apareció ante mí bajo la forma
de dos gomas violetas que apretaban un ramito de espárragos:
una felicidad pequeña, variedad jardín, nada que ver 
con la conversación inmensa y de piernas cruzadas que tuvimos 
en la cama unos diez años atrás, o cuando apareció
como un espacio fino en una boca ligeramente abierta
que escuchaba a un amigo culpando a los demás
con una precisión casi cruel; la sensación de ser reconocido
al hacerse un espacio en esa boca que fue felicidad.
Estaba la felicidad de mi madre, sentados en un bus
de Londres, por haber viajado sola para ver a su hijo,
y parecía mucho más presente que todo el equipaje
que estábamos llevando y que pesaba tanto como su felicidad,
o que era acaso su felicidad. Es infrecuente
una felicidad de nuez como la que dejamos que reparta mi padre
cuando se pone muy sentimental, avergonzándonos a todos.
Y, por supuesto, el bobo sombrerito de felicidad que los niños
nos plantan cada vez que imitan el saber. O cuando me detengo
en algún escalón, inhalándola y exhalándola,
y permanecen la muerte y lo muerto que hay después de morirse,
susurrando una especie de canción sobre ella. O
a solas contigo, viendo televisión, cuando todos se deprimen
como troncos podridos por aquello que más nos importa,
porque -por muchas formas y grados que presente- la conocemos,
porque no siempre llega, y no tarda en irse.


[poema original: 
“Happiness”, de JACK UNDERWOOD.
De su libro Happiness, Faber & Faber, Londres, 2015.
Traducción: Andrés Neuman.]

17 de septiembre de 2017

Espuma y permanencia

Cuando conocí a Juan Casamayor y me confesó su inverosímil proyecto, de inmediato pensé: yo quiero fracasar con este tipo. Se proponía levantar una editorial íntegramente dedicada al cuento y al ensayo literario. Sin novelas, best-sellers ni celebridades. Cuyo catálogo fuese mitad latinoamericano, mitad ibérico. Lo miré a los ojos y me di cuenta de que hablaba solemnemente en serio. Juan medía metro y medio de sueños. Me dijo que de joven había escalado montañas. Nos fuimos a comer juntos a algún bar de Madrid. Él masticaba lento y digería rápido, lo cual me confirmó que estaba condenado a ser editor. Brindamos. Reímos. E hicimos toda clase de planes insensatos que, para mi sorpresa, fueron cumpliéndose puntualmente. Así funciona Página de Espuma: una mezcla de reloj germánico y familia de puertas abiertas. Tan indie en sus maneras como profesional en su orden. Por supuesto, la historia no estaría completa sin su coprotagonista, Encarnación Molina, que ha hecho de todo en todos los frentes: fundación, autores, edición, librerías y otras magias. Por no decir que incluso el nombre del sello, tomado del verso de un poeta amigo, fue idea suya. De aquel primer encuentro con Casamayor hace ya casi veinte años. Vertiginosos e intensos como un relato bien contado. Años de crecimiento, transformaciones y sobresaltos económicos, a su vez convertidos en ocasión de reafirmar las propias convicciones. Hoy el catálogo de Páginas de Espuma ofrece a muchos de los mejores narradores de ambas orillas. Y Juan acaba de recibir el premio al Mérito Editorial de la FIL de Guadalajara. Reconocimiento que, en vez de coronar una trayectoria, subraya una plenitud. La feria más grande del idioma celebra a la editorial con más cuento. No sé por qué, parece lógico.

18 de abril de 2017

La lluvia en el desierto (1)

Una vez, hace años, un mediodía de lluvia, el poeta Eduardo García se dirigía en su coche a la costa de Granada. Yo viajaba a su lado. Nos disponíamos a pasar una de nuestras sesiones herméticas. Que consistían en encerrarnos juntos, preferentemente junto al mar, a ejercer el ritual de tacharnos sin tregua. A no salir de los poemas del otro. La playa funcionaba como borde de página. Como punto final. Por eso la buscábamos con nuestros manuscritos: para alisar la arena. Eduardo conducía con atenta velocidad, la misma con la que hablaba. Lo veo absorto en el movimiento. Fluyendo hacia su camino. Apretando el volante con una sola mano. Mucho más convencido que seguro. De golpe, su otra mano saltó hacia el volante. Alcancé a ver una mancha de color girando. Se oyeron frenos. Nuestros cuerpos se doblaron. El cristal se emborronó y ya no pudo leerse nada en él. Cerré los ojos. Cuando volví a abrirlos, nos miramos con la mezcla de espanto y alivio de quien emerge de un mal sueño. Asomé la cabeza por la ventanilla. El otro coche, que acababa de resbalar y hacer un trompo justo delante de nosotros, yacía accidentado al borde de la carretera. Los reflejos de Eduardo nos habían salvado la vida. El cielo chorreaba. Viajábamos al pueblo costero de La Herradura. Que, si la tradición no engaña, es palabra de suerte. Desde entonces —mucho más tras la temprana pérdida de Eduardo— no dejo de pensar que él se quedó allá, en aquel mediodía. Que, en esa encrucijada, mi amigo me legó el tiempo que le quedaba. Que, en paralelo a sus inolvidables poemas donde alguien se desdobla o se bifurca, él tomó el otro desvío de la suerte. Quizá los verdaderos poetas sean esos. Los que nos inducen a recordarlos en su propio estilo. A revivirlos como si nuestra memoria la hubieran escrito ellos.


(del prólogo al volumen La lluvia en el desierto. Poesía 1995-2016obra reunida de Eduardo García que acaba de publicar la Fundación Lara en su colección Vandalia.)

21 de marzo de 2017

Le regalé una lupa a mi maestro


Era casi minúscula y gigante
como su colección de ojos.
En sus últimos años
—y to­dos fueron últimos—
no podía leer sin esa ayuda.
La ayuda es ilegible.

Movía su barriga entre paréntesis
arrastrando su máquina de oxígeno.
Fumaba sus hipérboles.
Tenía un surrealismo de víscera de campo.
De niño confundía caballo con papá.

Cierto día me dijo que soñó
con un hombre colgado de una soga:
un pie descalzo, el otro
con una media negra.
¿Por qué tenía pies que discrepaban?,
se preguntaba insomne mi maestro.

Cuando fui a dar el pésame
vi la lupa dormida
sobre una hoja en blanco,
aumentando el silencio.



(Poema inédito. En el Día Mundial de la Poesía
y en memoria de José Viñals, maestro en permanente aniversario)

14 de junio de 2016

Viajar de oído

Un Borges que me conmueve particularmente, y acaso no tan explorado, es el turista anciano que recorre medio mundo con su ceguera a cuestas. Ese que viaja de oído, a bordo de una elipsis permanente. Escuchando, palpando, oliéndolo todo. Deduciendo el lugar que visita. Ese que dicta breves, sagaces notas en los aviones hasta componer Atlas: un librito tan fragmentario en su escritura como unitario en su concepto, a caballo entre el poema en prosa y la crónica súbita. Ese Borges que entra en la Alhambra para descifrar el braille de las paredes. Que regresa a Ginebra para formular su teoría sobre las ciudades tímidas. Que pisa el desierto egipcio, se agacha trabajosamente para apretar un puñado de arena y, al dejarlo caer de nuevo, susurra: «Estoy modificando el Sahara». Ese último Borges que sintetiza el ínfimo, inconfundible rastro que dejamos al caminar.

23 de mayo de 2016

Caso de duda



Se sale por deseo y se llega por error.

*

La pérdida es una lupa.

*

Todo pensamiento aspira a alcanzar una buena contradicción.

*

Romper cosas es un género.

*

La ironía como arte marcial.

*

Mucho más que el compromiso, lo comprometedor.

*

Cambiar de tema puede ser revolucionario.

*

No la historia de la literatura, sino los accidentes de la escritura.

*

Todo matiz es concepto.

*

Leer fabrica tiempo.


[celebrando la publicación del libro Caso de duda
editorial Cuadernos del Vigía, Granada, 2016.
Más información aquíDisponibilidad en librerías, aquí.]

3 de marzo de 2016

Aún no mi madre


Ayer me tropecé con una foto
tuya con diecisiete,
sujetando un caballo y sonriendo,
aún no mi madre.

La gorrita ocultaba tus cabellos,
tus pantorrillas largas eran las de un varón.
Sujetabas las riendas, con la mano
un puño por debajo de su enorme mandíbula. 

Los árboles al viento inmóviles al fondo.
El cielo granulado por la antigua película.
Pero lo que realmente me impactó fue tu cara:
la mía.

Creí que tú eras yo por un instante. 
Hasta que vi el abrigo de mujer
ceñido en la cintura, los pantalones anchos
y la fecha arañada en una esquina.

Entonces confirmé que esa eras tú con diecisiete,
sujetando un caballo y sonriendo,
aún no mi madre,
aunque yo claramente ya era tu hijo.


(Poema de Owen SheersDel libro El hombre sombra
Editorial Pre-Textos, 2016. Traducido por Andrés Neuman.
Leer originalMás poemas de Sheers: Bosque de Mametz y La boda.)

16 de diciembre de 2015

Breve gramática del poder


Poder es sustantivo: se sustenta a sí mismo. Y es también infinitivo: no lo conjuga nadie, no tiene en cuenta a sus hablantes diarios.
Puedo se queda solo ante todos los circunstanciales.
Puedes tiene costumbre de delegar su acción en otro.
Puede se aferra al líder, al protector, al sujeto de enfrente. 
Podéis ordena mientras, omitido, su sujeto descansa. 
Pueden guarda silencio en voz pasiva.
Podemos, finalmente, ansía conjugarse en plural y en futuro.
Por lo tanto, podremos.


20 de julio de 2015

Cuatro nuevos apotegmas de mi nonagenaria abuela Dorita



Yo ya no tengo etcétera.


                                                *

Qué largo es el partido y qué corto se hace.

                                                *

Es un ascensor inteligente: si no lo llamás, no viene.

                                                *

¿Adónde habrán ido todos mis años? Muchos se fueron -señalando a mi tía vestida con un jersey pistacho- a eso parado de verde.



8 de marzo de 2015

Cinco apotegmas de mi nonagenaria abuela Dorita



Una, a su edad, más que una persona es un período histórico.

                                                *

Yo ya no camino, más bien dejo que la inercia actúe sobre mí.

                                                *

Como apenas puedo moverme, procuro cultivar la nonchalance.

                                                *

El arte de ser vieja consiste en no pasar de la tranquilidad a la paz del cementerio.

                                                *

Hoy el mundo, lo sé bien, se ha llenado de viejucos hinchapelotas.


23 de febrero de 2015

Yo quiero fracasar con este tipo

Cuando conocí a Juan Casamayor y me contó su inverosímil proyecto editorial, que consistía en publicar exclusivamente narrativa breve y ensayo literario, de inmediato pensé: yo quiero fracasar con este tipo. Él aún no tenía barba, pero ya tenía el don de convencerte de que a veces soñar es razonable. Me invitó a comer en un restaurante de su barrio. Casamayor masticaba lento y digería rápido: buena señal literaria. Hablamos sin descanso. Hicimos planes insensatos que, para mi sorpresa, fueron cumpliéndose uno por uno. Incluyendo una quimérica antología del cuento actual en castellano, repartida en cinco poblados volúmenes. Desde aquellos inicios hasta hoy han transcurrido quince años. Quince años tan ágiles e intensos como una historia bien contada. Por entonces Páginas de Espuma apenas había publicado a unos pocos autores y sus libros circulaban de manera limitada. Hoy su catálogo alberga a muchos de los mejores cuentistas en nuestra lengua –de México a Argentina, pasando por la irreductible calle Madera de Madrid– y sus libros hormiguean a lo largo de todo el continente americano. Si consideramos además que nuestro hombre es bajito y sus miras son muy altas, se impone una conclusión irrefutable: Casamayor es el editor con más cuento por centímetro cuadrado. Pero él jamás ha espumeado solo. Encarnación Molina ha compartido con él cada esfuerzo, haciendo magia literalmente desde el principio: el propio nombre de la editorial fue idea suya. A estos dos queridos personajes de novela (con perdón) los acompañarán siempre los locos que aman la lengua del cuento. 

27 de diciembre de 2014

Talento para perder (y 6)

Tras emigrar a España, una de las tareas de adaptación al nuevo medio fue familiarizarme con un campeonato casi desconocido para mí. Varios meses de concienzudo estudio de la prensa deportiva y visionado atento de los partidos bastaron para esbozar un panorama. Pero faltaba un detalle crucial: ¿de qué equipo iba a ser? Más aún, ¿iba a poder ser de algún equipo, aparte de Boca? En primer lugar me fijé en el club de mi ciudad adoptiva. Desafortunadamente, el Granada atravesaba el peor momento de su historia y se encontraba hundido en Segunda B. Empecé a acudir a sus partidos, pero eso no resolvía mi problema de integración diaria: para poder incorporarme a los debates de mis compañeros, necesitaba aficionarme a algún equipo de Primera. Era la época del Dream Team de Cruyff y, deslumbrado por su juego, sopesé la posibilidad de hacerme culé. Pero Barcelona quedaba, en todo sentido, muy lejos de Granada. Y en aquella alineación no había un Messi, ni siquiera un Mascherano con el que identificarme. Mi tío madrileño intentó enrolarme en el Atlético. Tuvo éxito con mi hermano y conmigo casi lo consigue. El obstáculo fue su inefable dueño Jesús Gil, con quien me resultaba imposible simpatizar. Poco después, Valdano y Redondo me convertirían en seguidor temporal del Madrid. Club del que su presidente, con la energúmena colaboración de Mourinho, terminaría distanciándome. Incapaz de inclinarme del todo por ninguno de los grandes de la liga, tomé una decisión cromática: me hice hincha del Cádiz, cuya indumentaria consistía en camiseta amarilla y pantalones azules. Esta adhesión andaluza me proporcionó un inmediato alivio y cierta extranjería xeneize. Un par de temporadas más tarde, como no podía ser de otra forma, mi flamante escuadra sufrió dos descensos consecutivos hasta Segunda B. Donde, para mi perplejidad, fue a reunirse fatalmente con mi Granada, que tardaría diecisiete años en regresar a Primera. Ascenso que se hizo esperar demasiado, como suele ocurrir con los equipos que valen la pena.

(este texto es una adaptación abreviada de mi contribución al volumen Con el corazón en la Boca, publicado por Aguilar Argentina y compilado por Sergio Olguín.)

22 de diciembre de 2014

Talento para perder (1)

El campeonato que acaba de ganar Racing Club de Avellaneda en mi país natal me trae recuerdos más o menos heredados, como todos los recuerdos. La memoria es una suerte de pelota delicada que rebota de cabeza en cabeza; hasta que alguien la patea lejos. Mi abuelo Mario era hincha de Racing y, durante los pocos años en que ambos coincidimos en la cancha de la vida, no dejó de insistirme para que siguiera su ejemplo. Cada vez que le confesaba que prefería a Boca, mi abuelo me contestaba riendo: ¡Pero si esos son unos pataduras! Mi padre, por su parte, apenas le prestaba atención al fútbol, si bien solía declararse vagamente de Racing en homenaje a su propio padre. De acuerdo con su irrevocable marxismo, mi otro abuelo Jacinto consideraba el fútbol un opio para el pueblo. De vez en cuando salíamos con una pelota, pero para él se trataba más de una gimnasia que de una pasión y, hasta donde puedo recordar, jamás manifestó inclinación por ningún equipo. Hoy la postergada palabrita patadura me habla de una extranjería triple. La que está implícita en la identificación con un equipo diferente al de la propia familia. La del abismo que se abre entre el léxico de las distintas generaciones. Y la de la expatriación a otra tierra donde nadie jamás ha dicho patadura. En España se usa más bien paquete o, según aprendería a decir en mi adolescencia andaluza, manta. ¡Pero si esos tíos son unos mantas! De pronto semejante expresión me suena tan lejana y generacional como aquella de mi abuelo Mario, quien tanto habría celebrado este triunfo que se ha hecho esperar, como suele ocurrir con los equipos que valen la pena.

24 de septiembre de 2014

Dos sillas para Amis (3)

En un sutil efecto de ciencia ficción, el entrevistador le preguntó al invitado qué tal se llevaba con su padre, el también escritor Kingsley Amis, fallecido hace dos décadas. El joven Amis comentó que su relación, antes combativa, era ahora sospechosamente cordial, quizá porque él mismo acababa de tener un hijo, y por tanto era padre ante su padre. ¿Y qué vías literarias abre la paternidad? El joven Amis se apresuró a contestar: «Bueno, en mi próximo libro aparecen por lo menos tres bebés». El público estalló en una carcajada. El Amis actual intentó contener la risa: parecía encontrar reprobable celebrar sus antiguas respuestas como un espectador más. ¿Acaso no lo era? Ante la pregunta de si animaría a sus hijos a convertirse en escritores, el joven autor aseguró que su padre no lo había hecho y él tampoco lo haría. Extrañamente de acuerdo consigo, el autor actual añadió: «Me parece un oficio delirante». Luego explicó su resistencia a hablar de lo que estaba escribiendo, porque eso era algo demasiado privado. «Qué inglés es usted, me encanta», acotó el entrevistador. Dudo que Amis se abra una cuenta de Twitter. Me pregunto sin embargo qué habría hecho hoy su joven yo.

23 de septiembre de 2014

Dos sillas para Amis (2)

La sesión que más me atrajo de todo el festival fue la denominada Re-entrevista a Martin Amis. El punto de partida era genial: repetirle al invitado exactamente las mismas preguntas que había respondido hace veinticinco años para la revista Interview, fundada por Andy Warhol, con el fin de asistir a sus reacciones, comentarios y cambios de opinión. La radical ironía de Amis resultaba ideal para esta puesta en escena basada en la distancia. Llegué temprano a The New School, cerca del distrito de Meatpacking, que hoy se ha convertido en otro ejercicio de reescritura: la apropiación de cierta periferia para volverla cool y lucrativa. En la primera fila había varias butacas con un letrero donde podían leerse, tres veces consecutivas, los nombres de Martin Amis y Salman Rushdie. Como una ausencia al cubo o una performance sobre los múltiples egos de un autor. Por fin se levantó el telón. La entrevista correría a cargo del ex director de Granta, mientras un actor interpretaría al joven Amis, entonando sus respuestas pasadas frente al Amis actual. Es lo más parecido a debatir consigo mismo que un autor estará nunca. El locutor anunció el acto como una oportunidad para rectificar, en vez de para reflexionar sobre las transformaciones que opera el tiempo. «Volver atrás, revisitarse y corregirse», exclamaba. En otras palabras, el locutor parecía creer que somos una sola persona a lo largo de toda nuestra vida.

25 de agosto de 2014

Cortázar forastero (1)

Por su impacto iniciático, suele repetirse que Cortázar es un descubrimiento de adolescencia. Esta afirmación, que contiene su dosis de injusticia, omite cuando menos una segunda realidad: hay sobre todo una manera adolescente de leer y recordar a Cortázar. Su aproximación al vínculo entre escritura y vida, heredada del romanticismo pero también de las vanguardias, lo convierte en la clase de escritor que genera una imaginaria relación personal con sus lectores. Para bien y para mal, Cortázar es altamente contagioso. Por eso quienes fingen desdeñarlo en realidad se están defendiendo de él.

28 de junio de 2014

Lo que Messi no es (y 3)

Como todo lo grande, el fútbol se entiende mejor más allá de sí mismo. «Siendo tan tímido», le preguntó cierta vez a Messi una amiga de la infancia, «¿cómo podés salir a la cancha y hacer lo que hacés delante de cien mil tipos que te están mirando?». Él sonrió tenuemente y pronunció la mejor respuesta que, dada su afasia, pronunciará quizás en toda su vida: «No sé. No soy yo». No soy yo, contestó Messi, sin pensar en lo mucho que nos hace pensar. O quién sabe si se trata de lo contrario: sólo entonces es él. Sólo entonces, dentro de la cancha, averigua quién es. El resto del personaje hiberna entre partido y partido. En ese sentido, Messi encarna el antídoto del miedo escénico. Su verdadera personalidad vive ahí, en el riesgo. Todo lo demás parece producirle una mezcla de pudor y fastidio. En definitiva, a Messi tendemos a pedirle que sea lo que no es. Más que con los bajones en su rendimiento, el problema tiene que ver con las expectativas ajenas. Por eso resultaría justo empezar a interpretarlo como lo que es: un genio que (siguiendo la norma de los genios) nos fuerza a reescribir nuestros lugares comunes. Aprender a leerlo nos permitirá disfrutar de él antes de que decline. Entonces empezaremos, como siempre, a extrañarlo demasiado tarde.

6 de junio de 2014

Prodigios, padres, policías (y 3)

Si la primera parte de Chatterton se concentra en lo que el tiempo hace con el amor (o viceversa), la segunda parte se ocupa de lo que el tiempo hace con el trabajo. De explotación laboral. De pura y podrida juventud. «Yo canto a los elementos de opresión», ironiza Medel. Hay dinero en sus versos, que no temen ensuciarse para brillar más lejos. Hay dinero en su lírica, en la lírica trágica de no tener dinero. Se trata de un libro maduro, más allá de que nos hable de la maduración, porque aquí la edad es un experimento con las metamorfosis del tono: el dolor de crecer, la sátira del crecimiento y la celebración de haber crecido. A lo largo de sus tres secciones vemos a este libro cumplir años. No por heterogéneo o tentativo, sino porque ese es el relato que propone. Así puede enmarcarse el último poema, que describe a una antigua compañera de infancia de la autora, ahora madre de dos niños, viajando en el asiento de un autobús que funciona como el lugar de una mujer que ha perpetuado su rol tradicional. No parece del todo casual que esa ex compañera se llame Virginia. De este modo, el libro se desplaza desde el hogar heredado, el imperativo de la pareja y la misión de la maternidad hacia una soledad agridulce, la lucidez individual y la solidaridad de género (o sororidad, tal como la autora gusta llamarla). Algo similar sucede en el poema dedicado a su hermana. Son versos inter pares, sin parto. Estamos ante una poeta de estirpe, a semejanza de aquellas mujeres «con el corazón biodegradable» a las que aludía su anterior libro, Tara. A Elena Medel muchos la han visto como una hija. Pero es toda una matriarca. Vía útero soltero de la gran mamá Szymborska, va a parirnos a todos. El tiempo le ha servido. Nada más alto puede decirse de alguien que vive y escribe.